Es imposible recorrer las principales avenidas o calles de Santiago Centro y no ver la concentración de peruanos, proliferación de sus restaurantes y negocios de telefonía; o ir a una fiesta con los amigos y no escuchar a Américo, cantante chileno, cuyo repertorio son reinterpretaciones de todas las canciones del grupo peruano de cumbia, Grupo […]
Es imposible recorrer las principales avenidas o calles de Santiago Centro y no ver la concentración de peruanos, proliferación de sus restaurantes y negocios de telefonía; o ir a una fiesta con los amigos y no escuchar a Américo, cantante chileno, cuyo repertorio son reinterpretaciones de todas las canciones del grupo peruano de cumbia, Grupo 5. Al igual que es poco probable vivir en Santiago y no conocer la procesión del Señor de los Milagros, una de las expresiones más importantes de la religiosidad peruana que desde hace algunos años recorre las principales calles del centro de Santiago todos los octubres congregando a peruanos y a los propios chilenos, enriqueciendo con sus colores la ciudad. Como en ningún otro tiempo, Chile vive la mayor concentración de inmigrantes en su historia, 370 mil extranjeros residiendo en su suelo. Sin duda alguna la comunidad más grande es la peruana, con el 37% de la población inmigrante, y la más visible culturalmente.
Obviamente tanto para el imaginario de la población chilena como de la peruana, este no es cualquier encuentro. Se trata de dos pueblos que hace menos de de 150 años fueron arrastrados a una guerra de agresión y saqueo por parte de Chile, cuya élite dirigente debió justificarla con el manoseado pretexto «civilizador», un pueblo moderno y pujante que «lleva la modernidad», por medio de las armas y la violencia, a un pueblo atrasado, «cholos» e «indios» que necesitan la invasión para ingresar al mundo organizado y moderno. Pretexto que pocos años después de la agresión a los pueblos de Perú y Bolivia será invocado para justificar similares crímenes contra el pueblo Mapuche.
Es el cinismo histórico de la élite y clases dirigentes chilenas, que además de ser por definición anti populares, como las de Perú y las demás repúblicas oligárquicas y excluyentes latinoamericanas, mantiene pretensiones hegemónicas con los países andinos y vecinos. Cinismo cuyo camino permanente puede rastrearse desde el derrocamiento del primer gobernante independiente de Chile, Bernardo O´Higgins, a quien acusan de «autoritario» por atacar sus privilegios, reconocer el Estado Mapuche y ser radicalmente latinoamericanista (justamente acogido en Perú), hasta el actual diferendo marítimo en la Corte Internacional de la Haya, cuya competencia los representantes de la elite chilena han aceptado pero dejando siempre la puerta abierta en sus declaraciones públicas de que, de no serles favorable el fallo de la Corte, no lo cumplirían. Ni sinceridad en no aceptar la competencia de la Corte, ni sinceridad para aceptar cabalmente sus resultados una vez aceptada la competencia. Es lo que el habla popular llama «a la chilena», es decir, cínicamente.
Una esperanza racista
Pero toda élite oligárquica necesita que las mayorías, incluso los sectores «progresistas» (ahí está el curioso caso de las declaraciones públicas contra Perú de Guillermo Tiellier, dirigente comunista que más parece «chovinista») hagan suyos estos intereses y este cinismo. Y para eso están los medios masivos de comunicación. Ya hace unos años se realizó una telenovela sobre la Guerra del Pacífico, pero fue un fracaso de audiencia porque sus mensajes y contenidos abiertamente chovinistas resultaron burdos hasta el ridículo para la gente. Ahora, un intento más sutil, más cínico, más «a la chilena», sí ha logrado el éxito de audiencia. Se trata, nada menos, que del canal de televisión nacional, estatal, TVN, que a la frivolidad y superficialidad que caracteriza la TV en Chile viene a agregar ahora este culebrón «Esperanza»[1] que difunde masivamente, con total irresponsabilidad, los prejuicios y estereotipos discriminatorios contra el pueblo peruano en las mayorías chilenas.
Cínicamente, «a la chilena», se presenta como «una denuncia de la discriminación». Una vez más, se agrede, ahora con las armas simbólicas de la cultura, al pueblo peruano «por su bien». La trama es sencilla: una joven peruana, «Esperanza», llega a Chile a trabajar de empleada doméstica («nana» en el habla popular chilena), para enviar dinero a su pequeño hijo en Perú. ¿Pero qué mensajes exactamente trasmite esta telenovela a millones de chilenos, y a través del cable a millones de personas en otros países? Se puede ver en Perú mismo, por ejemplo.
Otra «nana» de la casa, chilena, la odia a muerte «por venir a quitar trabajo a los chilenos». Todos los personajes peruanos son pobres, con poca educación, e incluyen a un traficante de niños, es decir, representan todo lo negativo, lo amenazante. El personaje central y todos los demás peruanos son interpretados por actores chilenos que desconocen por completo los modos, modismos y entonaciones de los peruanos, hablando una mezcla que ya no es chilena, ni peruana y ya no se sabe qué es. Con expresiones recurrentes que jamás usan los peruanos y que más recuerdan a los campesinos mexicanos, como «Espereme un tantito…» y muchas otras similares. Sus actitudes son sumisas, buscando agradar todo el tiempo, y comprensivas con las agresiones e insultos de los chilenos, que incluyen perlitas como que el «tacu tacu es comida para perros». En dos palabras, son inferiores y dependientes. Se trata en suma de la fabricación sutil de una caricatura, un estereotipo que refuerza todos los prejuicios racistas y xenófobos en la población como si fueran «verdad». Claro, como todas las caricaturas y estereotipos, se alimenta de la ignorancia y el desconocimiento real de quien se caricaturiza, por eso resulta necesario y coherente la pésima preparación por parte del equipo director y de los actores sobre la real cultura peruana.
Por otro lado y complementariamente, el imaginario de Chile y los chilenos que nos muestra la telenovela es de modernidad, civilización y acogida al «buen salvaje» peruano. En el primer capítulo inicial de la telenovela, al cruzar la protagonista la frontera de Chacalluta (donde el maltrato y la devolución arbitraria de peruanos es evidente cada día), el funcionario chileno le sella el pasaporte rápidamente y le dice sonriendo: «bienvenida a Chile», la cámara hace un primer plano a la bandera chilena flameando en cielo radiante. «Esperanza» llega retrasada a su trabajo el primer día, pero le explica a una comprensiva patrona chilena, que es porque «en esta ciudad tan grande con tantos carros cuesta entender cómo moverse». Santiago, la ciudad «tan grande» tiene 3.5 millones de habitantes, Lima en Perú, 9 millones.
Responsabilidades compartidas
Ciertamente, las responsabilidades son compartidas, aunque sean mucho mayores las de la elite y el Estado chileno, cuyo canal estatal, nada menos, envenena a la población con el racismo y la xenofobia de esta «Esperanza». No olvidemos que son oficiales militares peruanos quienes se prestan, bajo órdenes chilenas, a destruir la Confederación Perú Boliviana, último intento de la generación independentista de reconstruir el ideal de integración, que por otro lado un chileno, Bernardo O´Higgins, apoyó resueltamente en contra de los designios fragmentadores de la oligarquía chilena. Que otro «presidente» peruano, Alberto Fujimori, favoreció con privatizaciones fraudulentas entre otros capitales a los de Chile, cuyas racionalizaciones generaron el alto desempleo y precariedad del empleo que llevó a muchos de los afectados a buscar ese empleo justamente en Chile. Que otro presidente peruano, Alan García, firmó un Tratado de Libre Comercio, bajo el eufemismo de ACE, en que se permite a capitales chilenos toda libertad en Perú pero se prohíbe a capitales peruanos abrir bancos en Chile. Y, por último, que varios medios masivos de comunicación peruanos se han prestado para coberturas que «celebran» la telenovela chilena repitiendo el cinismo de que busca «denunciar la xenofobia y buscar la integración».
Como se ve, frente a la «Esperanza» racista de TVN de Chile, nuestra esperanza de una integración regional fuerte y fraterna, es decir con justicia, tiene, como decía el gran César Vallejo, todavía «mucho que hacer», al otro lado de la frontera del poder y las élites, tanto en Chile como en Perú.
[1] Ver en: http://www.youtube.com/watch?v
– Ricardo Jiménez es sociólogo chileno