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La estética del populismo

Fuentes: Rebelión

No hay que excluir que el sentido trivial de estética, situado al margen de la estética tradicional, ha sido un instrumento de uso en la política. Hoy, con el modelo populista, dependiente de lo que se llama democracia representativa, donde el culto a lo común es lo aparentemente dominante, esa estética elemental adquiere singular interés. […]

No hay que excluir que el sentido trivial de estética, situado al margen de la estética tradicional, ha sido un instrumento de uso en la política. Hoy, con el modelo populista, dependiente de lo que se llama democracia representativa, donde el culto a lo común es lo aparentemente dominante, esa estética elemental adquiere singular interés. En la sociedad de consumo, modelo inseparable de la existencia actual, la estética común gira prioritariamente en torno a la mercancía en sus variadas formas, confeccionada siguiendo los cánones establecidos por las modas que vienen a definir el sentido de belleza, su grado de afectación y su valor. Con lo que la estética de lo común se vende de manera impositiva como un producto más del mercado, atendiendo a la expectativa de bienestar dominante. Si lo estético se refiere a la percepción de la belleza, y esta se entiende como la cualidad de producir en el observador cierto grado de emoción gratificante, parece que el resultado enlaza con despertar por cualquier procedimiento esa afectación en las personas, tomando como referencia generalmente a otra persona, un objeto o simplemente una imagen. Tal referencia tiene que ser elevada a la condición de símbolo para adquirir relevancia y hacerse efectiva permanentemente, de manera que así no se observe directamente al personaje, sino a la simbología que le acompaña.

Como la estética en general queda reducida a la relación sujeto-objeto, sin que en este caso sea posible traerlo a la zona personal de dominio a través de un proceso de adquisición, sino que atrae hacia él, resulta que el objeto hace dependiente al sujeto invirtiendo la relación. Frente a la tendencia dominante en el consumo, que consiste en apropiarse del objeto de deseo transformado en mercancía al servicio del adquirente, en lo estético, el sujeto está dominado por el objeto. Hay una adhesión sentimental del sujeto en la linea del objeto. La estética de la acción política va incluso un paso más allá tratando de generar empatía desde la referencia simbólica. Lo que supone implicar al individuo en la causa ajena de manera activa, esperando ser retribuido permanentemente en el orden emocional. Como en política de lo que se trata es de vender un producto etiquetado como ideología, con la finalidad de establecer la dominación de un grupo sobre el conjunto de la sociedad, la estética pasa a ser un instrumento más del marketing, dirigido a promover un aumento de ventas en forma de adheridos a la causa. Por eso hay que conectar con las masas ofreciendo la asepsia teórica de la belleza , en términos de poner a la vista, dejando de lado el interés, un producto simplemente bonito, ese que enlaza con el sentir del espectador para elevarlo despertando emociones; en gran medida porque coincide con lo que se quiere ver, ahora proyectado desde el lado más enérgico. Así lo bello sirve de reclamo para la causa del vendedor.

La simple apreciación de la belleza por la belleza, en la medida en que se destina a producir emociones, carece de relevancia política por su inconsistencia práctica, es decir, no es nada, de ahí la conveniencia de sustituirla por la percepción de lo bueno, como dice Stark. Lo bueno, en definitiva, pasa a ser lo útil. Pero, ¿es útil políticamente la estética?.

Si se tiene en cuenta las reglas del mercado, cuando se trata de vender un producto se exige que tenga buena apariencia. Esto sucede en la política. El populismo como instrumento de seducción de las masas consiste en vender un producto atractivo bajo la etiqueta de cualquier ideología conectada con las masas. Para ello intenta ofrecerse cercano, comprometiéndose con la existencia cotidiana de lo común utilizando como primer símbolo el pueblo , dándole protagonismo en la escena, pero reservándose como primer actor el papel paternalista. El populismo renuncia al elitismo, incluso al liderazgo distante, pero no renuncia a ser un buen padre para las masas. Tal función la asume el líder del partido, que utiliza el populismo para acceder al poder estatal y conservarlo. El partido aparenta someterse a las reglas del populismo jugando con los sentimientos del pueblo, y trata de acomodar su versión ideológica a la figura central; todo gira en torno al pueblo, pero sin contar con el pueblo, porque en el partido lo central es el grupo, su líder y la elite dirigente. Sin embargo, cara al tendido, el partido populista se muestra desinteresado e interpreta el papel de salvador del pueblo, diluyendo lo partidista en lo populista. Y así, aporta soluciones a unas necesidades sociales para crear otras, pero no lo hace como élite, sino como conductor de las masas. En un panorama de cercanía, si se aspira a ganarse a los otros, hay que presentarse como uno de los suyos, hay que disfrazarse como ellos. El disfraz se construye utilizando la estética común, con el fin de producir emociones al espectador basadas en un sentido especial de proximidad, pero a la vez para que se le reconozca interiormente como superior, al objeto de crear dependencia. Si bien el producto ideológico del partido se etiqueta como mercancía y se vende utilizando el populismo, el proceso se completa con la parte estética de la función teatral del populismo.

Cada partido político adapta el populismo a su respectiva ideología. Todos están abocados a practicar el populismo, lo que les define como populistas. Puesto que no hay partido político sin pueblo, no pueden prescindir del ídolo popular si luchan por el poder y aspiran a conservarlo. Sin embargo surgen variantes, no sólo de fondo, sino también estéticas, a los efectos de proyectar sus ideologías. No basta con el discurso ideológico, hay que hacerlo asumible, incluso bonito, y será la estética de partido la que tratará de ofertarlo como creíble. La función estética se adapta al ritmo de la ideología. Las posiciones se deslizan en la línea del espectro político, radicalizándose en los extremos. Y así, la estética de una ideología de izquierdas tiene que ser incompatible con otra de derechas e incluso con la de centro. El populismo juega su papel en la lucha por el poder definiendo posiciones desde la moderación o los extremismos, e incluso mantiene otra variante una vez consolidado el partido en el poder. Desde su posición privilegiada, este otro partido que ejerce el poder practica su particular populismo oficial. Aquí la estética va dirigida a establecer un paradigma de equilibrio y racionalidad sin renunciar a su ideología, adecuándola a las realidades que exige el ejercicio del poder.

En síntesis, cabe decir que el aspecto estético del populismo, dada su ductilidad, sirve de carta de presentación de los partidos. Dejándose claro una vez más que no se trata de una estética única, porque cada partido trata de vender su producto desde estrategias de marketing diferentes.

Cuando un partido populista definido por la posición que ocupa en el espectro del populismo se sitúa al frente de las instituciones del Estado, coloca en segunda línea su proyecto ideológico originario desplegado en el proceso de lucha por el poder, y se somete al populismo del poder. En el partido ejerciente del poder se impone la estética del orden, en la que predomina el sentido clásico racional de lo políticamente bello. Amparado en l a solemnidad aneja a la autoridad, sus actos responden a la armonía de lo jurídicamente correcto y sus formas a la proporcionalidad estética. De manera que lo formal ocupa el lugar de la racionalidad, reservando el fondo sentimental para la propaganda. El dogma pasa a ser la guía de los gobernados, y es el culto a ese dogma el que revive la sensación estética que produce el sentimiento de orden. Todos sus actos fijan la mirada en el pueblo, lo invocan permanentemente, y, desde la mirada, se muestran como ese objeto equilibrado en sus proporciones que aspira a ser contemplado como estéticamente bello y produce en el sujeto una sensación de sosiego.

El caso del populismo de derechas puede enmarcarse dentro de la realidad capitalista, adornado cara al pueblo de utopías realizables, siempre que en la práctica no se opongan al sentido económico. Se conduce por la estética de la utilidad , en la que sólo lo útil es bello porque es bueno . Y lo es puesto que permite tocar el bienestar, ya sea desde la mercancía o a través de materializaciones asimilables. El bienestar es la oferta populista, como primera de las sensaciones buenas en un mundo de materialidad, y el bien vivir, objetivo de la sensación estética permanente. La expresión concreta de la propuesta estética del populismo de derechas pasa por la realización del bienestar material del pueblo, expresado en la mejora de la calidad de vida.

Por último, la estética del populismo de izquierdas tiene que ser rompedora, porque se trata de vender utopías en un mundo dominado por la realidad capitalista. Desde la estética del desorden, viene a representar la degeneración de la estética clásica, proponiendo la alianza con lo provocador, la acracia, la revolución. Pero ante la sociedad capitalista sólo puede ofrecer esperanza a largo plazo; aunque proponga un cambio inmediato, no obstante poca cosa puede hacer. De ahí su anticapitalismo, la táctica antisistema y la oposición a las elites dominantes. Su discurso político está obligado a ser agresivo en el timbre, en el tono y en las formas para que suene con fuerza y llegue a oírse. La indumentaria, rayando lo común e incluso empobrecida como expresión de compromiso con los desfavorecidos. El esperpento, tomando asiento entre sus filas, esperando que su papel venda. El objeto estético es el personaje y su grupo, cercanos al pueblo como muchedumbre, tan próximo y devaluado que su vulgaridad resulte hiriente. Es una estética de vieja taberna, siempre impropia de la solemnidad que impone un parlamento. Se promueve la provocación buscando respuestas irracionales, acudiendo a la estética de la fealdad para que el objeto estético despierte conmiseración, nunca sensación de superioridad, porque es fuente de envidias que provocan disidencias. El líder, por exigencias del guión, figura como líder-masa, aunque no ocupe sitio entre las masas, porque es simplemente la cabeza de la nueva élite de reemplazo que aspira a dominarlas. En su conjunto, el populismo que afecta a los partidos de izquierdas, propone la degeneración de la estética tradicional, tratando de vender lo feo como hermoso, en un ensayo dirigido a ganar la adhesión de individuos vulnerables.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.