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La estructura fundamental de la explotación

Fuentes: Rebelión

«La producción capitalista sólo desarrolla, por tanto, la técnica y la combinación del proceso social de producción al tiempo que socava las fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el trabajador» Marx En el plano de la teoría las primeras incursiones siempre tienen un carácter provisional. En su calidad de breve introducción a la […]

«La producción capitalista sólo desarrolla, por tanto, la técnica y la combinación del proceso social de producción al tiempo que socava las fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el trabajador»

Marx

En el plano de la teoría las primeras incursiones siempre tienen un carácter provisional. En su calidad de breve introducción a la teoría del valor trabajo, necesariamente tendremos que hacer abstracción de numerosos fenómenos y niveles de análisis que modifican y alteran las múltiples formas en las que se manifiesta la ley del valor. Además, no podemos sino manifestar que la realidad, en sus determinaciones concretas, siempre se revela más rica y compleja que cualquier cuerpo de conocimiento.

Al analizar el ingreso y el consumo de las clases dominantes en las formaciones sociales precapitalistas, como en las sociedades esclavistas o feudales, uno no tiene que recurrir a la especulación ni hace falta ser una gran lumbrera. La explotación del trabajo es transparente y las formas que adquieren los mecanismos de apropiación del producto del trabajo no requieren grandes construcciones teóricas. No existe la necesidad de sustentar el conocimiento en una ciencia como la economía política para desenmarañar el conjunto de mecanismos que permiten a las clases dominantes la apropiación de una parte nada despreciable de los frutos del trabajo.

Sin embargo, bajo el capitalismo, entender las relaciones que los hombres establecen en la producción e intercambio de sus bienes y los mecanismos distributivos que determinan su participación en el fondo social de consumo es una tarea ardua y compleja. No se puede resolver directamente a través de la experimentación. Se necesita un conjunto de leyes y generalizaciones que permitan abrirnos paso a través de la enorme colección de fenómenos y manifestaciones aparentemente contradictorias que se nos presentan bajo las relaciones capitalistas de producción e intercambio.

La pregunta que tenemos que resolver es cómo se intercambian los frutos del trabajo en una sociedad en la que la producción está conformada por la acción independiente de millones de unidades privadas que producen sin ningún tipo de coordinación ni regulación. Cómo, bajo las leyes del intercambio mercantil, es posible que una parte de la población que posee la propiedad privada de los medios necesarios para llevar a cabo cualquier proceso de producción pueda apropiarse sin esfuerzo productivo alguno de la parte del león en el fondo social de consumo. Para ello deberemos entender los mecanismos que operan a las espaldas de las unidades productivas independientes que regulan la distribución del trabajo social entre las diferentes ramas y sectores de la producción y que tienen que ser extremadamente sensibles a las formas y evolución de la productividad del trabajo.

Centralidad del trabajo.

Dentro del esquema de la teoría del valor trabajo la actividad productiva del hombre ocupa un lugar central. El trabajo, entendido en sentido amplio, es la actividad consciente y a su vez social que surge de la capacidad de comunicación e interacción entre los miembros del género humano. Constituye, además, la forma mediante la cual el hombre actúa sobre su medio natural y social con el objetivo de dotarse de forma permanente de los bienes y servicios necesarios para la vida en sociedad. Por lo tanto, el trabajo se conforma como condición de existencia del ser humano en su metabolismo con la naturaleza y con los miembros de su misma especie.

A pesar de la enorme evolución de los órganos especializados del hombre, como la mano de pulgar libre y el sistema nervioso desarrollado, el ser humano no es capaz de procurarse directamente con sus manos el alimento y los bienes que necesita para su propia subsistencia. Sin embargo si que puede proyectar, producir y utilizar instrumentos de trabajo y, gracias al desarrollo del lenguaje, bosquejar una organización social que asegura la supervivencia del género humano como un organismo social. El trabajo, la organización social, el lenguaje y la conciencia son las características propias del hombre y es importante resaltar la capacidad de autoproducción del ser humano a través del trabajo y la vida en sociedad. El hombre tiene que cubrir sus necesidades básicas por medio del trabajo. Sin embargo, estas necesidades son satisfechas socialmente, es decir, no por una actividad puramente fisiológica e individual del hombre en «lucha» contra las fuerzas de la naturaleza, sino por una actividad que resulta de las relaciones mutuas establecidas entre los miembros de un grupo humano.

Históricamente, con el desarrollo de nuevos inventos, y gracias al saber acumulado por la experiencia y el conocimiento científico ha sido posible incrementar la producción de los alimentos y bienes necesarios, reduciendo al mismo tiempo, el esfuerzo físico que tenían que realizar los productores. Son las primeras manifestaciones del incremento de la productividad del trabajo. De este modo, al lado del producto necesario para la supervivencia de la comunidad se va constituyendo un excedente constante, una primera forma de sobreproducto social. La capacidad para producir este excedente es la base objetiva que hace posible el desarrollo de las primeras formas complejas en la división social del trabajo, la separación del artesanado de la agricultura, de la ciudad y el campo, pero es también el fundamento para la división de la sociedad en clases. «En una época en que dos manos no pueden producir más de lo que consume una boca no existen las bases económicas para la división en clases de la sociedad«. Mientras la sociedad es demasiado pobre y la productividad del trabajo no permite la constitución de un excedente constante, la desigualdad social apenas puede desarrollarse. Únicamente cuando la productividad del trabajo alcanza un determinado nivel se hace posible la constitución de un amplio sobreproducto permanente. De este modo, se crean las bases económicas y sociales que posibilitan que una parte de la sociedad pueda desligarse del proceso directo de producción.

Dada la complejidad de las necesidades devenidas y las características materiales del proceso productivo el hombre no puede producir directamente con sus manos y tiene que dotarse de herramientas. Es por ello que en todo proceso de producción se establecen un determinado tipo de relaciones entre los agentes y los medios necesarios para poder llevar a cabo el proceso productivo. Relaciones que, determinadas históricamente, están ligadas a las características socio-técnicas del proceso de trabajo: división técnica del trabajo, tipo de cooperación, características técnicas del medio de trabajo y moldeadas a su vez por las diversas formas que adquieren las relaciones antagonistas de clase.

En una primera aproximación es preciso entender el proceso de trabajo como la unión conflictiva entre dos tipos de relaciones. En primer lugar, las relaciones técnicas de producción son las formas de control o dominio que los miembros que intervienen en el acto productivo ejercen sobre los medios de trabajo en particular y que devienen de las características socio-históricas del proceso técnico de la producción. Estas relaciones están determinadas por el nivel tecnológico, la profundidad de la división social del trabajo, las características científico-técnicas del proceso productivo, el conflicto entre el capital y el trabajo, etc. Es necesario huir de las concepciones que tratan de ver el desarrollo histórico de la producción como un desarrollo tecnológico lineal que puede ser refrenado o incentivado por factores sociales externos. Para nosotros, el desarrollo tecnológico es también un proceso socio-técnico que está constituido socialmente sobre la base del antagonismo entre el capital y el trabajo. Por lo tanto, la superación del capitalismo es, a su vez, la superación histórica del proceso de trabajo y de las formas de organización del mismo que han sido moldeadas por el capital.

En segundo lugar, y asumiendo que los medios de producción son las condiciones materiales de toda producción y que sin estos medios no se puede llevar a cabo proceso productivo alguno, podemos entender que aquella parte de la sociedad que logra su control o propiedad puede obligar a quienes no los poseen a someterse a las condiciones de trabajo que ellos fijen. Por lo tanto, las relaciones históricamente condicionadas que los hombres establecen en la producción en torno a la propiedad (o no) de los medios de producción constituyen el conjunto de relaciones sociales de producción.

Así, mientras el eje de las relaciones técnicas de producción va del hombre hacia las cosas, hacia su relación con los productos de la naturaleza y de las formas de organización del trabajo. Las relaciones sociales de producción tienen su centro de gravedad en las relaciones de producción y distribución que los hombres establecen entre ellos a través de la propiedad de las condiciones de trabajo.

En resumen, las relaciones de producción están constituidas por las relaciones técnicas de producción o «relaciones del hombre con la naturaleza» y las relaciones sociales de producción o «relaciones de los hombres entre sí a través de los medios de producción». Por lo tanto es importante entender que todo proceso de producción no sólo reproduce las condiciones materiales o técnicas para su continuidad, sino que también produce y reproduce sus condiciones sociales de producción.

Siguiendo a Harnecker podemos diferenciar dos tipos fundamentales de relaciones de producción: la relación explotador/explotado y las relaciones de colaboración recíproca. En todo modo de producción en que existen relaciones de explotación por las que una parte de la sociedad se apropia de los frutos del trabajo ajeno se presentan dos grupos sociales antagónicos: los explotadores y los explotados: esclavos y amos, siervos y señores feudales, asalariados y capitalistas. Por ello, las sociedades basadas en relaciones de explotación son sociedades divididas en clases sociales. ¿Qué entendemos por clases sociales? Pues bien, para empezar, podemos aprovechar la definición que Lenin escribió en 1919 y que sostiene:

«Las clases son grandes grupos de personas que se diferencian unas de otras por el lugar que ocupan en un sistema de producción social e históricamente determinado, por su relación (en la mayoría de los casos fijada y formulada en la ley) con los medios de producción, por su papel en la organización social del trabajo y, en consecuencia, por la magnitud de la parte de riqueza social de que disponen y el modo en que la obtienen. Las clases son grupos de personas, unos de los cuales puede apropiarse el trabajo de otro en virtud de los diferentes lugares que ocupan en un sistema de economía social determinado«

Por lo tanto, y desde nuestra perspectiva, el objeto de análisis de la economía política, aún sin olvidar el vínculo irrompible que surge entre las relaciones de producción y el proceso técnico-material, es la formación social específica que es el capitalismo, entendida como la totalidad de las relaciones de producción y distribución que constituyen su estructura económico-social.

El capital

Es norma en la economía ortodoxa definir el capital como el conjunto de los medios de producción necesarios para llevar a cabo el acto de producción haciendo abstracción de cualquier consideración social. Se identifican con el capital aquellos medios de trabajo que son imprescindibles en cualquier acto productivo, independientemente de su corteza social, con el objeto de dotar lo que es una relación social de producción, históricamente devenida, con las propiedades mismas de los requisitos de la producción. Se identifican directamente y sin distinción las relaciones técnicas y las relaciones sociales cómo si fueran inevitablemente una sola relación. Como si el proceso de producción material únicamente se pudiera llevar a cabo bajo las relaciones de producción capitalista porque se han identificado las condiciones objetivas del proceso de producción con su envoltura social.

Marx se encargó, en numerosas ocasiones, de señalar: «que el capital no es ninguna cosa, es una determinada relación social de producción, perteneciente a una determinada formación social histórica que se representa en una cosa y le presta un carácter social específico». Por lo tanto, no es posible reducir el capital a una suma de medios de producción producidos. Falta un elemento fundamental para que las fábricas, la maquinaria y las materias primas puedan funcionar como capital. Se trata de la apropiación monopólica y coactiva e históricamente devenida que una parte de la sociedad ejerce sobre los medios de trabajo necesarios para la producción bajo el rubro de la propiedad.

La propiedad privada, y más exactamente la propiedad privada de los medios de producción, es la convención social, mutuamente aceptada por la asimilación ideológica o coactivamente impuesta por la violencia de la fuerza y la necesidad que, históricamente devenida, permite la apropiación privada del excedente social producido por la clase asalariada bajo relaciones capitalistas de producción La propiedad privada es el primer gran monopolio del que los (neo)liberales nunca hablan.

Para que los medios de producción, producidos por los obreros no lo olvidemos, puedan aparecer bajo la rúbrica de la propiedad es necesario que los productos del propio trabajo se escindan de la fuerza de trabajo y se opongan al trabajador como una fuerza hostil: «los productos de los obreros, convertidos en poderes autónomos, los productos como dominadores y compradores de sus productores». Precisamente, esta concepción del capital como una relación social, históricamente determinada, señala una diferencia fundamental con la concepción ortodoxa sobre cuál es el objeto y los fines de la ciencia económica.

La mercancía

Bajo el capitalismo toda la riqueza social se nos presenta bajo la forma de mercancías sin embargo esto no siempre ha sido así. Hemos visto que toda sociedad tiene necesariamente que producir bienes útiles que le permitan satisfacer sus necesidades. Aunque siempre se han producido bienes útiles no siempre se han producido mercancías. Sólo aquellas economías con una fuerte división del trabajo, basadas en unidades privadas e independientes de producción e intercambio, desarrollan en profundidad los rasgos propios de la sociedad mercantil en los que las formas de regulación y distribución del trabajo se efectúa a través de los mecanismos del mercado.

Por ello es necesario distinguir un producto del trabajo de una mercancía. Un producto es el resultado del trabajo para la satisfacción propia o ajena sin la obtención de un equivalente por medio del intercambio en el mercado. Las lechugas que produzca una familia campesina para su propio consumo no tendría la consideración de mercancía en la medida en que no se han producido para el mercado y el objetivo de su producción no es el intercambio sino la satisfacción directa de las necesidades de los productores. La mercancía tiene una relación directa con la fragmentación de la propiedad privada de las unidades de producción y es en su salto de una unidad a otra donde el producto del trabajo se trasmuta en mercancía. Así, aquellos frutos del trabajo que se relacionan dentro de una misma unidad productiva no se convierten todavía en mercancías. Pensemos por un momento en las piezas que van pasando de un taller a otro en el interior de una misma fábrica. Dentro del mismo centro productivo las diferentes actividades no se intercambian como mercancías. Su conversión aparece entre los intersticios de la propiedad privada y por ello entendemos la mercancía como la forma social que adopta el producto del trabajo al intercambiarse entre unidades privadas de producción o consumo.

Esto quiere decir que la producción de bienes necesarios o productos bajo la forma social de la mercancía tiene un origen histórico que surge del desarrollo de las fuerzas productivas[1] y de la posterior aparición de la propiedad privada de los medios de producción. Precisamente, una de las características fundamentales del modo de producción capitalistas es que, además de que los bienes de subsistencia del trabajador mismo y de la sociedad en general aparecen como mercancías, también la capacidad de trabajo del hombre se constituye como tal. Lamentablemente, no podemos desarrollar aquí las enormes implicaciones que tienen sobre la subjetividad del individuo la mercantilización de su capacidad de trabajo y el hecho de que cada vez más aspectos de lo humano caigan en la esfera de la acumulación del capital por la vía de su mercantilización.

Así, la mercancía es la forma social que adquiere el producto del trabajo y la capacidad del trabajador bajo el capitalismo en un sistema de producción marcado por una profunda división y especialización del trabajo y por la propiedad privada y atomizada de los medios de producción. Con la aparición de la propiedad privada de los medios de producción, la distribución del trabajo entre las diferentes actividades, así como el reparto del producto del trabajo dejan de ser el resultado de una acción directa y consciente de los miembros de la sociedad. Cada acto de producción es el resultado de una decisión individual y privada al margen de las acciones y decisiones de las otras unidades sociales de producción.

Por lo tanto, la célula funcional del sistema capitalista es la mercancía que en su intercambio relaciona el trabajo individual de los distintos productores privados a través del mecanismo social del mercado. La división social del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción exigen que el trabajo de las empresas, que no es directamente social, sea validado en el mercado. Eso quiere decir, que la utilidad social del trabajo cristalizado en la mercancía es reconocida sólo de manera indirecta a través de la venta de los productos en el mercado. En consecuencia, el trabajo se convierte en social sólo porque es igualado a algún otro trabajo, y esta igualación del trabajo se efectúa mediante los mecanismos de intercambio.

La mercancía es, en conclusión, todo bien susceptible de ser reproducido en gran cantidad y producido para ser vendido en un mercado. De lo anterior podemos deducir que todo producto no es necesariamente una mercancía, así los objetos artísticos, o aquellos objetos únicos que no son reproducibles como tales no tienen la consideración de mercancías. El Guernica de Picasso, en cuanto tal, es un producto y más concretamente un producto artístico. Sin embargo, las reproducciones del cuadro son mercancías porque son reproducibles mediante el trabajo. Ahora bien, como las lechugas de nuestra familia campesina, los productos que se pueden reproducir pero que no pueden o no se venden en un mercado tampoco son mercancías. Precisamente por ello, la mercancía la consideramos en su desdoblamiento como valor de uso, fruto de un trabajo concreto con el propósito de cubrir un fin específico pero también como valor, esto es como cristalización de una fracción del trabajo social total inserto en los circuitos mercantiles de producción y distribución.

Valor de uso, valor y valor de cambio.

Veamos qué queremos decir. Cuando afirmamos que una mercancía es o posee un valor de uso estamos diciendo que por sus cualidades es capaz de satisfacer una necesidad cualquiera. Esta necesidad puede ser biológica, cultural, social o inducida. Así, el valor de uso de una prenda que sería la de protegernos de las inclemencias atmosféricas, tiene además un componente social y en este caso también podemos decir que el consumo de determinadas prendas están inducidas por la industria de la moda a través de la publicidad, el cine o la televisión. En consecuencia las necesidades evolucionan con la evolución misma de la sociedad y son constituidas socialmente. Lo que debe quedar claro es que toda mercancía debe ser capaz de satisfacer alguna necesidad, tiene que tener alguna utilidad para la persona que la quiere comprar. Obviamente no establecemos aquí ninguna consideración o juicio de valor sobre la utilidad de la mercancía. La utilidad de la mercancía puede ir desde los efectos beneficiosos de la vacuna contra la poliomielitis hasta la capacidad destructiva de una mina antipersonal para desgarrar los tejidos orgánicos y producir el máximo número de lesiones. El valor de uso de las mercancías constituye el soporte material de la riqueza. Así que, en un primer momento, la riqueza vendría definida por un acerbo de bienes y servicios útiles.

Es preciso entender que la teoría del valor-trabajo excluye tajantemente al valor de uso de cualquier determinación directa del valor y del valor de cambio. Lo que constatamos en una economía mercantil es el hecho de que productos con valores de uso diferentes se intercambian en proporciones determinadas. Como los diferentes valores de uso de las diferentes mercancías son inconmensurables (no hay relación entre las cualidades de una cuchilla de afeitar y una bombilla) habría que saber qué es lo que tienen en común las distintas mercancías que permite que éstas se intercambien entre si guardando unas determinadas relaciones de intercambiabilidad.

De esta manera lo que constatamos es que mercancías cualitativamente diferentes desde la perspectiva de sus valores de uso o utilidades, deben ser cuantitativamente iguales, es decir, deben tener una sustancia común que permita que su equivalencia cuantitativa haga posible su intercambiabilidad en unas determinadas proporciones.

¿Y cuál es esta sustancia común? El trabajo que ha cristalizado en las mercancías y que representa un quantum de todo el trabajo social que la sociedad dedica necesariamente para producir e intercambiar los productos del trabajo y que son la base de la riqueza en la sociedad burguesa. El elemento común que aparece en las mercancías y que determina su relación de intercambio con el resto de las mercancías es su valor y la sustancia del valor es el trabajo. Un trabajo despojado de sus cualidades concretas e igualado socialmente por el intercambio. Es lo que Marx llamó trabajo social abstracto que es el trabajo que determina que las mercancías tengan valor, mientras que el trabajo concreto es el trabajo que determina que las mercancías posean un valor de uso. Por lo tanto, es de vital importancia entender que la sustancia del valor es puramente social y que en ella no entra ni un solo átomo de sustancia natural. El valor es la forma social e históricamente determinada del producto del trabajo en la sociedad mercantil. Por lo tanto, la ley del valor es la expresión del hecho de que en una sociedad basada en la propiedad privada e independiente de las unidades de producción el trabajo de estas unidades no puede reconocerse directamente como trabajo social si no es a través del intercambio de sus productos y de la validación por el mercado del trabajo contenido en las mercancías.

Entonces ¿cómo se mide el valor de las mercancías? Pues por la cantidad de trabajo socialmente necesario que se ha requerido para su producción teniendo presente el grado alcanzado por la productividad del trabajo. Así que por trabajo socialmente necesario entendemos el tiempo de trabajo presente y pasado (encarnado en los medios necesarios para la producción) que es requerido para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones medias de producción y con el grado social medio de destreza e intensidad del trabajo. Por lo tanto, este tiempo de trabajo socialmente necesario es el tiempo de trabajo abstracto creador de valor. Hace un momento insistíamos en la importancia de entender el valor como una sustancia puramente social ahora es preciso subrayar que su magnitud también es una magnitud social que resulta del grado de productividad medio alcanzado por el trabajo.

El valor se expresará en el valor de cambio de las diferentes mercancías. Por lo tanto, entendemos por valor de cambio como la relación en la que una mercancía es puesta en equivalencia con otras mercancías en el intercambio. Si suponemos que el trabajo socialmente necesario para producir un pantalón (10 horas de tsn.) es el doble del trabajo socialmente necesario para producir una camisa (5 horas de tsn.). La relación entre los tiempos de trabajo socialmente necesario o valor y que se deriva necesariamente de sus condiciones medias de producción es de 1 pantalón = 2 camisas. Así que los valores de cambio de las mercancías son sus precios relativos entendiendo su precio como la expresión de su valor de cambio en unidades monetarias. Por lo tanto, si nuestros pantalones tienen un precio de 100 euros y la camiseta, que ha costado la mitad del trabajo social necesario, es de 50 euros tenemos la misma relación 1 pantalón = 2 camisas.

En este punto es importante subrayar que bajo la producción mercantil los productos del trabajo son mercancías que se intercambian en proporción a sus valores, esto es, en proporción a la cantidad de trabajo socialmente necesario para su producción

Por lo tanto, el valor de cambio de las mercancías no es más que la forma en que se manifiesta el valor entendido este como una fracción del trabajo social distribuido entre las diversas actividades por medio de los mecanismos del mercado. Y esto ¿Por qué? Porque la cantidad de trabajo social de que dispone la sociedad y que es limitado debe repartirse entre las diferentes actividades de tal manera que cada unidad de producción emplee sólo la fracción de trabajo social necesaria para responder a las necesidades de la producción y el intercambio. Como esta distribución no es un acto consciente de los diferentes agentes que participan del acto productivo debido a la atomización que se deriva de la propiedad privada e independiente de los medios de producción, la ley del valor opera como el regulador social que actúa a espaldas de los productores y que ejerce su presión a través de los valores y de los precios de las mercancías. Así, la ley del valor es la expresión de la distribución del trabajo social en las diferentes actividades productivas a través de los movimientos de los precios y de los mecanismos del mercado en la sociedad mercantil.

Resumiendo lo anterior, lo que debería quedar claro es que una mercancía posee un valor de uso que no es más que la capacidad de satisfacer una necesidad cualquiera. Posee valor en cuanto que en ella cristaliza una fracción del trabajo social total de la sociedad. Y por último, que el valor de cambio es la proporción en la que se intercambian las mercancías, que son el resultado de actos de producción por unidades independientes y viene determinado por la cantidad de trabajo social que es necesaria para su producción.

M – D – M o la circulación simple de mercancías

Entonces, visto lo anterior ¿qué sucede cuando se intercambian mercancías?

La fórmula que expresa el intercambio entre las mercancías se puede esquematizar de la siguiente manera: M – D – M. Mercancía-dinero-mercancía. Vendo mi pantalón y a cambio puedo comprar las dos camisas que necesito. O sea, transformación de mercancía en dinero y reconversión del dinero en mercancía, en definitiva vender para comprar. Así que por el contenido material de sus dos polos, el movimiento M – M no es más que intercambio de mercancías por mercancías en las que el dinero simplemente actúa como medio para facilitar la circulación (Un pantalón – 100 euros – 2 camisas). En este sentido, un poseedor de mercancías sólo puede presentarse ante otro como poseedor de dinero porque su propia mercancía ha mudado ya de piel desprendiéndose de su forma anterior como valor de uso. ¿Habéis pensado ya qué mercancía vendéis vosotros para comprar las mercancías que son necesarias para vuestra existencia social?

M – D – M Esta es la ley del mercado que canta la siguiente letanía: «Quien no entrega mercancía a cambio no obtiene mercancía alguna. Esta es mi justicia». Y en efecto es su justicia porque no se cambian dos mercancías sino es sobre la base del intercambio de equivalentes en el plano de valor. Esto es, que se intercambian mercancías en proporción a los tiempos de trabajo socialmente necesarios para su producción[2]. He aquí el secreto de la igualdad y la justicia burguesa.

D – M – D o la circulación del capital

Entonces, si las mercancías se intercambian por equivalentes ¿Cómo es posible que surja una ganancia cuando con una cantidad de dinero se compran los factores necesarios para producir mercancías? ¿Cómo es posible que, en una economía mercantil, surja un excedente sobre la base del intercambio de equivalentes?

Un rasgo de vital importancia que debemos retener de cualquier sociedad mercantil es que las relaciones entre las personas se vehiculizan a través de las cosas que poseen. Así, la identificación del capital con un acervo de cosas (medios de producción) es atribuirle a las cosas las propiedades de las relaciones sociales que se establecen entre las personas. Por eso hemos insistido en definir el capital como una relación social entre los hombres que aparece como una relación entre las cosas o entre los hombres y las cosas. El capital es la relación entre el capitalista, que tiene el poder sobre el producto del trabajo a través de la propiedad y el trabajador que no dispone de ningún medio de subsistencia y que únicamente tiene una mercancía que vender: su capacidad o fuerza de trabajo.

La circulación del dinero bajo la función de capital, se expresa por la siguiente fórmula: D – M – D. Dinero-mercancía-dinero. Ahora bien, este rodeo sería absurdo y carecería de todo sentido si el proceso tuviera como resultado el intercambio polar de valores iguales pues hubiera sido más sencillo y seguro atesorar ese dinero sin someterlo al peligro de la circulación. Así que el contenido del proceso D – M – D no se debe a ninguna diferencia cualitativa (pantalón – camisas) de sus polos, pues ambos son dinero, sino únicamente a su diferencia cuantitativa (D – D’). Es decir, se sustrae de la circulación más dinero del que se lanzó en un principio. En este sentido la finalidad de la operación es el incremento del valor, por tanto la forma completa de este proceso es D – M – D´, donde= D + ∆D, es decir, igual a la suma de dinero originariamente desembolsado más un incremento. Este excedente sobre el valor inicial se llama plusvalía, en consecuencia, el valor originario no sólo se conserva sino que se modifica en su magnitud, se incrementa con una plusvalía, en definitiva, se valoriza.

Ahora bien, la transformación del dinero en capital debe analizarse sobre la base de las leyes inmanentes del intercambio de mercancías, es decir, desde el intercambio de equivalentes. Así que el capitalista compra mercancías por su valor, las vende por su valor y, sin embargo debe obtener al final del proceso más valor del que invirtió inicialmente. ¿Cómo es esto posible?

La clave tiene que estar en una mercancía que posea un valor de uso particular, la de ser fuente de valor. Un valor de uso cuyo consumo productivo genere valor, que objetive el trabajo. Esta mercancía específica no puede surgir de la cualidad innata de un objeto pues la sustancia del valor, como ya vimos, es el trabajo social necesario bajo la rúbrica del trabajo abstracto. El valor es una sustancia social y no una propiedad física de las cosas. Es por eso que la mercancía cuyo valor de uso es el incremento del valor no puede ser otra que la fuerza (o capacidad) de trabajo[3]. Como nuevo valor, la plusvalía sólo puede tener su origen en el trabajo vivo. Pero solamente es posible producir este excedente si la fuerza de trabajo vivo crea en la producción un valor superior al suyo propio. Esto implica un determinado grado de desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, de la combinación de los medios de producción y de la potencialidad desarrollada de la fuerza de trabajo en su devenir histórico.[4]

El capitalista transforma su dinero, mediante el intercambio, en medios de producción y materias primas por un lado y en fuerza de trabajo por el otro. El valor de la fuerza de trabajo, como cualquier otra mercancía que encontremos en el mercado, se determina por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción y reproducción. En este sentido, el valor de la fuerza de trabajo está determinado por el valor de los medios de vida necesarios para la conservación del trabajador y su familia, es decir, por sus costos de producción, o lo que es lo mismo por la cantidad de trabajo encarnada en ellos. Por su parte, y en contraste con otras mercancías, en la determinación del valor de la fuerza de trabajo entra un elemento histórico y moral que depende en gran medida del nivel civilizatorio y del mayor o menor desarrollo de determinadas necesidades sociales. Es por eso que el valor de la fuerza de trabajo se debe entender como un promedio que cubra los medios de subsistencia socialmente necesario e históricamente condicionados. Pero además, la suma de bienes de subsistencia debe permitir la crianza y formación de los hijos de los trabajadores que mañana ocuparán su puesto en el proceso productivo permitiendo así, la perpetuación de la clase trabajadora. Pues no olvidemos que el proceso de valorización del capital es a su vez el proceso de sedimentación de las relaciones sociales que posibilitan que la lógica inmanente del capital se perpetúe en el tiempo[5]. El valor de la fuerza de trabajo variará con el valor de estos medios de vida, es decir, con la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. El límite inferior del valor de la fuerza de trabajo está constituido por el valor de una masa de mercancías fisiológicamente indispensable para su soporte vital. Si el precio de la fuerza de trabajo desciende por debajo de este umbral, situándose por debajo de su valor, la fuerza de trabajo o su segmento más desfavorecido sólo puede desarrollarse de forma raquítica.

En el proceso de trabajo, entendido como actividad que tiene como objetivo la producción de valores de uso, en el que se combinan los elementos de la naturaleza con la capacidad devenida del hombre para manipularlos, el consumo de la fuerza de trabajo por el capitalista presenta dos características básicas. En primer lugar, el obrero trabaja bajo el control del capitalista aceptando su dictadura en el centro de trabajo y en la dirección del proceso productivo. Y en segundo lugar el producto del trabajo del obrero no le pertenece a él, ni a título individual ni como clase. Le pertenece al capitalista. El valor que ha producido la capacidad de trabajo del obrero y que al capitalista únicamente le ha costado el valor de la fuerza de trabajo de un día, por ejemplo, queda en sus manos como propiedad suya encarnada en las mercancías producidas durante esa jornada laboral. Así, el resultado del proceso productivo, propiedad del capitalista, se encarna en una cantidad de valores de uso determinada. Sin embargo el valor de uso no es el fin último de la producción capitalista. El capitalista produce valores de uso, por ejemplo zapatos, porque son el sustrato material necesario del valor de cambio; y es en su calidad de productos destinados a la venta que adquieren su rango de mercancías. Ahora bien, el carácter específico de la circulación general del capital D – M – D´ es la producción de una masa de mercancías cuyo valor sea superior a la suma de valores de las mercancías invertidas en su producción (medios de producción + fuerza de trabajo). En este sentido, el fin de la producción es la obtención de un plustrabajo que se objetiva en una masa acrecentada de mercancías que resultan del acto productivo y que constituye el plusproducto que permite la obtención, a través del intercambio de equivalentes, del plusvalor. El capitalista produce un valor de uso porque necesita una mercancía que posea no sólo valor, sino que además esté preñada de plusvalía.

Para comprender el proceso de valorización del capital es necesario entender que el valor que los medios de producción pierden en el consumo productivo de su valor de uso es transmitido al nuevo producto. Éstos no trasmiten al producto más valor del que ellos mismos pierden por su consumo. Es por eso que cualquier medio de producción sólo cuenta en el proceso de valorización como materia que absorbe determinada cantidad de trabajo vivo. Por lo tanto, si bien es cierto que los medios de producción y la fuerza de trabajo, en la medida que constituyen los elementos necesarios del proceso productivo, contribuyen a la formación del valor de las nuevas mercancías. Los medios de producción únicamente transmiten su valor pasado generado en un proceso productivo anterior y la fuerza de trabajo creando nuevo valor.

Como los medios de producción son el resultado de una actividad laboral efectuada con anterioridad, el término trabajo debe ser entendido en el sentido de trabajo presente o trabajo vivo combinado con el trabajo pasado o trabajo muerto incorporado o materializado en los medios necesarios para producir cualquier bien o servicio. Cualquier sociedad no sólo reparte entre las diferentes actividades productivas el trabajo que es capaz de movilizar, sino también el trabajo pasado materializado en los diferentes bienes de producción. Por ello los productos del trabajo son los productos del trabajo presente combinados con los frutos del trabajo pasado.

En este sentido el capital adelantado se divide en dos fracciones. La primera fracción que corresponde al valor de los medios de producción (Mp) y que no sufre ninguna transformación cuantitativa en el plano del valor se designa como la fracción constante del capital. La segunda fracción que sirve para la compra de fuerza de trabajo (Ft) y que es la responsable del incremento del valor es la fracción variable del capital. Es decir, que el capital adelantado es igual a la suma de capital constante más el capital variable: K = C + V que es lo mismo que K = Mp + Ft. De momento, estamos en la primera parte del recorrido del capital D – M {Mp, Ft} y ahora nos falta por ver qué sucede en el proceso de producción: … (P)… M´- D´ y poder cerrar así el circuito.

Como hemos visto más arriba, la mercancía fuerza de trabajo que compra el capitalista posee un valor de uso muy especial. Es capaz, gracias al desarrollo histórico de la productividad del trabajo, de producir (P) más valor del que ella misma consume, y por lo tanto está en condiciones de producir un excedente. En el circuito del capital, este excedente que se expresa en una masa de mercancías producidas, adopta la forma de la plusvalía, o sea, la diferencia entre D y. Por lo tanto, el valor final, fijado en una masa determinada de valores de uso, no es ya c + v sino que es c + v + pv. Es por eso que la relación entre la plusvalía pv y el capital variable v (Ft) define la tasa de plusvalía: tasa de pv´ = pv / v.

Sin embargo, debajo de la aparente sencillez de esta fórmula encontramos el núcleo central de la estructura económica del capitalismo. Su razón de ser y por consiguiente su razón de no-ser, su pulsión vital y su estertor mortal. Pues la tasa de plusvalía refleja la relación entre los dos componentes del nuevo valor creado por la fuerza de trabajo: el primero, materializado en una cantidad de valores de uso por el cual en el intercambio de equivalente en el plano del valor se repondrá el valor de la fuerza de trabajo; y el segundo, materializado en una cantidad de valores de uso (plusproducto) por el cual en el intercambio de equivalentes se obtendrá un plusvalor que el capitalista se apropiará sin contrapartida alguna. Es decir, que la tasa de plusvalía expresa la relación entre trabajo pagado y trabajo no pagado. Esto es, la relación entre el trabajo necesario que reproduce el valor de la fuerza de trabajo y el resto de la jornada o plustrabajo en que el trabajo se objetiva en los valores de uso como plusvalía. En este sentido la tasa de plusvalía es la expresión exacta de la tasa de explotación. Así queda demostrada, desde la premisa inicial del estricto intercambio de equivalentes y en su forma pura, como es posible la explotación del trabajo. Pues a pesar de que el capitalista paga el valor de la fuerza de trabajo por su valor no le revierte todo lo que ella, en virtud de su productividad, es capaz de producir. Por lo tanto, el modo de producción capitalista se basa, al igual que sus antecesores, el sistema feudal o el esclavista, en la producción y apropiación de plustrabajo. Tras el intercambio equitativo de las mercancías se esconde la desigualdad más absoluta de la explotación de una clase por otra. En la sociedad mercantil capitalista, el plustrabajo, objetivado en una masa de plusproducto adopta la forma social específica que es la plusvalía y ésta se manifiesta en la superficie como ganancia cuando se la relaciona con el total del capital invertido.

Al analizar la jornada laboral presuponemos, como hemos venido haciendo hasta ahora, que la fuerza de trabajo se vende por su valor y que su valor se determina por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. En este caso, si por ejemplo la producción de los bienes de subsistencia diarios entendidos en su promedio requiere el equivalente de 4 horas de trabajo, el obrero deberá trabajar cada día 4 horas para reproducir el valor de su fuerza de trabajo. Estas cuatro horas se reflejarán en una masa determinada de valores de uso que en la venta por su valor reembolsarán el valor de la fuerza de trabajo.[6] Sin embargo, la parte de la jornada en la que el trabajador repone el valor de la fuerza de trabajo, este trabajo necesario, no define ni determina la magnitud total de la jornada laboral. En este sentido, la jornada de trabajo no es ninguna magnitud constante, sino variable. Sí que es cierto que el tiempo de trabajo necesario está determinado por la reposición del valor de la fuerza de trabajo, pero la parte del trabajo excedente, en la que se produce un plusproducto en el que se objetiva la plusvalía tiene límites fluidos. Es por eso que bajo el modo de producción capitalista el trabajo necesario no puede constituir siempre más que una parte de la jornada de trabajo. Ahora bien, la jornada laboral sí tiene un límite máximo, que está determinado doblemente por el límite físico, pues el trabajador no puede desempeñar 24 horas de trabajo diarias, pero también por el límite moral pues el trabajador necesita tiempo para poder cubrir sus necesidades en tanto que ser humano, individuo y ser social. Este elemento o nivel de sensibilidad moral, está determinado por el grado de desarrollo histórico, social y cultural, de la sociedad en la que se desenvuelve el trabajador sin olvidarnos de la importancia del grado de organización y conciencia que hayan alcanzado en tanto que clase.

En torno a la magnitud de la jornada laboral aparecen dos fuerzas antagónicas. Por un lado el trabajador, que en la medida en que adquiere conciencia, lucha por limitar su duración y por el otro el capitalista que, en tanto que personificación del capital, aspira a ampliarla al máximo. En la lucha entre el obrero y el capitalista subyace la lucha entre el trabajo necesario y el trabajo excedente. Es la expresión de la necesidad del capital de valorizarse, de absorber con su parte constante, con su trabajo muerto, la mayor cantidad posible de plustrabajo.[7] De exprimir la mayor cantidad del valor de uso de la mercancía fuerza de trabajo que era la de producir trabajo y plustrabajo, valor y plusvalor.

En este sentido la plusvalía absoluta surge por la prolongación de la jornada laboral más allá del tiempo de trabajo necesario o pagado de la fuerza de trabajo. Es por eso que la prolongación misma del tiempo de trabajo excedente o impagado es fuente de una plusvalía incrementada. Incluso manteniendo constante la tasa de plusvalía se puede incrementar la masa de ésta.[8] La extensión de la jornada laboral o su intensificación conducen a los mismos resultados pues mediante una mayor tensión, y una mayor condensación del trabajo, al eliminar cualquier tiempo muerto e incrementar el ritmo de producción, se consigue un incremento de la plusvalía en menos tiempo de trabajo. Se trata de la transformación de la magnitud de extensión en magnitud de intensidad.

Sin embargo, todavía queda otro recurso para incrementar la plusvalía incluso sin aumentar la jornada laboral. I representa una jornada laboral de 8 horas con una tasa de plusvalía del 100% (es decir 4 horas de trabajo pagado y otras 4 horas de trabajo impagado). Si disminuye el valor de la fuerza de trabajo, porque aumenta la productividad del trabajo en aquellas ramas que producen bienes que entran en el fondo de consumo de la clase trabajadora, y ahora se necesita menos cantidad de trabajo para su reproducción nos encontraríamos en el II supuesto. Aquí, con una jornada ac de 8 horas tenemos un incremento de la plusvalía b´c. Gracias al incremento de la productividad ya sólo son necesarias 3 horas para reproducir el valor de la fuerza de trabajo ab´, pasando el trabajo excedente de 4 a 5 horas.


Así, llamamos plusvalía absoluta a la plusvalía producida por la simple prolongación de la duración del trabajo y plusvalía relativa a la plusvalía que resulta de la reducción de la fracción del trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo y de la consiguiente modificación relativa de las dos partes que componen la jornada laboral. Este mecanismo de ampliación del plusvalor marca su impronta al modo de producción capitalista y determina su impulso inmanente a revolucionar constantemente las condiciones técnicas y sociales del proceso de trabajo. Su objetivo es incrementar la fuerza productiva del trabajo abatiendo el valor de la fuerza de trabajo reduciendo así la fracción necesaria y aumentando su fracción excedente. De esta manera, las fuerzas sociales productivas quedan al servicio del capital en su lucha contra el trabajo. Sin lucha no enriquecen al obrero sino al capitalista que tiene su monopolio. Es por eso que todos los adelantos y todas las mejoras del proceso productivo no redundan en la reducción de la jornada de trabajo sino que obran en el sentido de aumentar los dominios del plustrabajo relativo. Incrementando el poder objetivo del capital la productividad se enfrenta al trabajador como algo ajeno y hostil. Al modificar los medios de trabajo y por tanto su relación con el trabajador aparece como una fuerza externa que objetiva el desarrollo científico y tecnológico y lo enfrenta al trabajo vivo.[9]

La productividad del trabajo significa la capacidad de producir el máximo número de productos con el mínimo tiempo de trabajo, que se expresará en mercancías más baratas. Bajo el modo de producción capitalista el incremento de la productividad del trabajo, bajo la coacción de la competencia, se convierte en ley independientemente de la voluntad del capitalista. Así, la lucha por el mercado es la lucha por la reducción del coste unitario de la mercancía y consiguiendo, sin embargo, que ésta contenga la mayor cantidad de trabajo impagado posible. Si un capitalista produce en una escala muy reducida (lo que implicará un retraso tecnológico) incorporará a sus productos, una cantidad de trabajo que excederá de la media social. En la competencia por el mercado, el capitalista individual se esforzará por rebajar el valor de cada mercancía por debajo del valor determinado socialmente introduciendo mejores técnicas e incrementando su escala de producción. Si lo consigue estará en condiciones de apropiarse de una «superganancia» que resultará de la diferencia entre el valor individual de sus mercancías y su valor social medio que determina el valor de mercado. Este proceso implica la necesidad de una expansión constante del mercado, pues el menor valor relativo de cada mercancía, es decir, su menor costo unitario, tendrá como contrapartida el mayor valor absoluto de toda la producción.

En este sentido también será necesaria la extensión cuantitativa del consumo ampliándolo a un círculo más dilatado, produciendo nuevas necesidades y creando así nuevos valores de uso portadores de plusvalía. En consecuencia, una revelación fundamental de la teoría del valor trabajo es que el efecto principal del progreso técnico es la disminución del valor de las mercancías en proporción a la disminución del trabajo social requerido para su producción. Por ello es necesario comprender que existe una diferencia entre la productividad del trabajo expresado en valores de uso y la cantidad de valor que produce el trabajo, pues una hora de trabajo abstracto siempre produce la misma cantidad de valor.[10] Precisamente por eso el progreso técnico no puede aumentar la cantidad de valor que produce una hora de trabajo social porque lo que varía con la productividad del trabajo es la cantidad y calidad de los valores de uso que se producen en un intervalo de tiempo determinado.

En una sociedad mercantil basada en la propiedad privada de los medios de producción la distribución del trabajo social no se hace de forma directa, democrática, consciente o planificada. Esta ocurre de espaldas a los productores, post festum, de forma indirecta y mediatizada por el movimiento de los precios de las mercancías que valida o no el trabajo que la sociedad ha destinado en su producción. Por eso, el trabajo contenido en las mercancías es un trabajo indirectamente social, solamente cuando las mercancías logran venderse el trabajo en ellas contenidas es sancionado como necesario por la sociedad. Las diferentes unidades económicas producen sin coordinación y con un conocimiento aproximado de qué es lo que se demanda y en qué cantidad. De esta manera, si la sociedad destina una cantidad de trabajo en producir mercancías que resultan no ser necesarias (no tiene valor de uso) o que su cantidad excede de las necesidades solventes del mercado, el trabajo en ellas contenido no será validado por el mercado. Por lo tanto no adquirirá su rango de trabajo socialmente necesario y en consecuencia carecerán de valor. Al carecer de valor no podrán intercambiarse por otras mercancías y todo el trabajo gastado se habrá esfumado.

Bibliografía Básica:

Marx, Karl. 1976. «El capital» Akal editor. Madrid.

Marx, Karl. 1978. «Líneas fundamentales de la crítica de la economía política (Grundrisse)» Ed. Crítica. Barcelona, 1978.

Gill, Louis. 2002. «Fundamentos y límites del capitalismo». Editorial Trotta. Madrid.

Harnecker, Marta. 2003«Los conceptos fundamentales del materialismo histórico» Ed. Siglo XXI. Buenos Aires.

Mandel, Ernest. 1985 «El capital, cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx» Siglo XXI. México.

Mandel, Ernest. 1962. «Tratado de economía marxista». Ediciones Era. México.

Rubin, Isaak. 1974. «Ensayos sobre la teoría marxista del valor». Cuadernos pasado y presente. Buenos Aires.



[1] Las Fuerzas productivas son la capacidad que resulta de la combinación de los elementos del proceso de trabajo bajo las relaciones de producción específicas y que se manifiesta en una determinada productividad del trabajo. El desarrollo de las fuerzas productivas se mide por el grado de productividad del trabajo. Así, las fuerzas productivas potenciales son los elementos del proceso de trabajo cuando son considerados desde el punto de vista de su máxima capacidad técnica posible sin atender a su correspondencia con las relaciones sociales de producción.

[2] Por supuesto que esto no niega que en el rico juego de la realidad concreta se puedan producir transferencias de valor por la modificación de los precios e intercambios desiguales en el plano del valor…

[3] Marx entiende por fuerza o capacidad de trabajo «el compendio de aptitudes físicas e intelectuales que se dan en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano, y que éste pone en movimiento al producir valores de uso de cualquier clase».

[4] En las cuestiones teóricas, y sobre todo en sus fundamentos, es terriblemente difícil otorgar a las consideraciones más obvias la importancia que realmente tienen. En este sentido Marx recordaba en el primer libro de El capital que: «Si el obrero necesita todo su tiempo para producir los medios de subsistencia necesarios para su mantenimiento y el de su raza, no le quedará ningún tiempo libre para trabajar gratuitamente para terceras personas. Sin cierto grado de productividad del trabajo no habrá ningún tiempo disponible para el obrero, y sin ese tiempo sobrante no habrá ninguna plusvalía, y por tanto, ningunos capitalistas, ni tampoco ningunos esclavistas, ningunos señores feudales, en una palabra, ninguna clase de grandes propietarios»

[5] El salario repone el valor de todo el trabajo de reproducción encarnado en el trabajador o trabajadora asalariado. Aquí es preciso añadir la actividad doméstica que es trabajo porque es un acto orientado hacia las actividades productivas y reproductivas generales de la unidad familiar trabajadora. El trabajo asalariado masculino, que implica la percepción individual de la expresión monetaria del valor de la fuerza de trabajo de la unidad doméstica ha sido y es el instrumento que ha permitido sostener una de las relaciones de fuerza y dominación fundamentales del patriarcado entre la clase asalariada. Se trata, más específicamente, del monopolio de las formas y mecanismos monetarios y de intercambio que necesitan todos los miembros de la unidad doméstica para la obtención de los bienes y servicios que son requeridos para su existencia social porque éstos aparecen bajo la forma social de mercancías. Uno de los velos que oculta esta relación son los diferentes planos de abstracción que son necesarios para abordar la actividad laboral en sentido amplio y que es tan real y concreta como cualquier otra. El fetichismo de la mercancía y la cosificación dificultan, asimismo, la percepción de las diferentes relaciones sociales que están más allá de la circulación mercantil.

[6] Si el obrero sólo produjera en las 8 horas que dura su jornada laboral únicamente el equivalente en el plano de valor de su fuerza de trabajo, de su costo social, no habría ningún excedente que se pudiera realizar como plusvalía ni posteriormente como ganancia.

[7] Marx escribió con su cáustica habitual:»El capital es trabajo muerto que sólo revive, como los vampiros, chupando trabajo vivo, y vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupe»

[8] Si, por ejemplo, el obrero que trabajaba 8 horas al día, 4 de ellas como trabajo pagado y otras 4 como trabajo impagado (tasa de plusvalía: 100%) pasa ahora a trabajar 10 horas, 5 como trabajo pagado y 5 como trabajo impagado, se mantiene constante la tasa de plusvalía o explotación. Sin embargo ahora la masa de plusvalor que suministra cada día no son ya 4 sino 5 horas.

[9] Es importante resaltar que, con el aumento de la productividad del trabajo, es posible que el salario real o el nivel de vida del trabajador se eleven al mismo tiempo que se reduce el valor de la fuerza de trabajo. Esto dependerá de cómo se distribuye el incremento de la productividad entre el trabajo y el capital.

[10] Prescindimos aquí de las modificaciones que surgen de su expresión monetaria que surgen del cambio de valor del dinero.