Qatar tiene una población de 2,8 millones de habitantes, de los que el 78 por ciento son inmigrantes y sólo el 22 por ciento, unas 560.000 personas, nativos. Los obreros y empleadas de hogar, pertenecientes a las clases sociales más bajas, malviven con sueldos miserables y con frecuencia sufren el abuso de unos patrones que ignoran los derechos básicos.
El pasado mes de febrero el periódico británico “The Guardian” informó de que unos 6.500 trabajadores de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka habían muerto en el Emirato construyendo los estadios e infraestructuras que albergarán Qatar 2022.
A raíz de ese informe y debido a presiones internacionales, el Gobierno de Doha realizó una serie de reformas laborales para mejorar las condiciones de vida de decenas de miles de obreros que se dejan la piel en ese reino petrolero que intenta blanquear “sus crímenes” mediante el fútbol y su mascarón de proa, el PSG (Paris Saint-Germain).
Para contentar a la opinión pública de cara a Qatar 2022, en marzo, un mes después de la denuncia de los medios y varias organizaciones humanitarias, el ministerio qatarí de Desarrollo, Trabajo y Asuntos Sociales estableció un salario mínimo mensual de 1.000 riales (unos 250 euros) para los inmigrantes, entre los que se encuentran muchas empleadas de hogar (principalmente de Filipinas) que trabajan de 14 a 16 horas al día.
A esas muchachas se las quita el pasaporte para que no puedan huir, en caso de malos tratos, hasta que terminen su contrato. De ese tráfico humano se ha informado hasta la saciedad en la prensa y la televisión, pero el mundo está más ocupado con otros asuntos más importantes como el vacío en las gradas de los estadios deportivos o que haya que mantener la distancia para que no nos pille el virus.
Según la agencia de noticias qatarí, QNA, además del “salario mínimo no discriminatorio” los señores deberán garantizar a los trabajadores “un alojamiento y comida decentes, así como subsidios para cubrir los costos de la comida y vivienda”.
Esa mejora no ha contentado del todo a Amnistía Internacional (AI), entre otros, que ha pedido al Gobierno qatarí una investigación sobre el “informe de los 6.500 muertos”. Al parecer las autoridades del emirato se han limitado a responder que es normal un cierto número de fallecidos cuando “la masa de trabajadores migrantes” es tan alta.
Decenas de miles de inmigrantes construyen en condiciones de semi esclavitud los edificios e infraestructuras de Qatar (sede del mundial de fútbol del 2022). Se calcula que unos 6.500 trabajadores han muerto en las obras del Emirato donde las temperaturas, bajo el sol de los estadios, puede alcanzar los cincuenta grados.
Aunque en el mundo del balompié apenas se han vertido críticas sobre la explotación de los migrantes en Qatar, donde la mujer todavía vive bajo el tutelaje masculino, algunos han levantado su voz, entre ellos el futbolista del Real Madrid, Toni Kroos, quien en su día se opuso en un podcast a la celebración del mundial del fútbol Qatar 2022.
En Qatar la inmigración masculina (titulados, profesionales, obreros, etc.) es superior a la femenina, con 1,8 millones de hombres, lo que supone el 82,7% del total, frente al de las mujeres, unas 400.000, que representan el 17,2% aproximadamente. La mayoría de los 560.000 qataríes (un 90 %) vive en la lujosa capital, Doha.
Con este fondo reluce, como una estrella fulgurante, el fichaje de Leo Messi, quizás el más mediático de la historia moderna.
Para los expertos, la compra del astro argentino sobrepasa el ámbito deportivo, ya que se trata de una estrategia política “para blanquear al régimen de Doha”.
EL PSG, especie de Club-Estado, es propiedad de Qatar Sports Investment (QSI), firma subsidiaria de Qatar Investment, cuyo director ejecutivo es el emir qatarí Tamim bin Hamad Al Zani.
“Qatar quiere que el PSG gane la Liga de Campeones el próximo año. Si la ganan en mayo (de 2022), en noviembre el Emirato alberga el mundial de fútbol. La marca nacional, “el poder blando” y los beneficios en la reputación son parte de la estrategia política de Qatar”, declaró a la BBC Simon Chadwick, profesor de Geopolítica Económica del Deporte de la Escuela de Negocios EM Lyon en Francia.
Blog del autor: nilo homérico