El titular de Filosofía de la Universidad de Cádiz José Luis Moreno Pestaña se muestra heterodoxo y rotundo en sus afirmaciones sobre los trastornos de alimentación. Lo hacea partir de los resultados de su investigación Trastornos alimentarios y mercado de trabajo que le ha encargado la Consejería de Igualdad, Salud y Políticas Sociales de la […]
El titular de Filosofía de la Universidad de Cádiz José Luis Moreno Pestaña se muestra heterodoxo y rotundo en sus afirmaciones sobre los trastornos de alimentación. Lo hacea partir de los resultados de su investigación Trastornos alimentarios y mercado de trabajo que le ha encargado la Consejería de Igualdad, Salud y Políticas Sociales de la Junta de Andalucía (algunas de cuyas conclusiones se exponen en un artículo para Dilemata. Revista Internacional de Éticas Aplicadas). Y a su experiencia de años. Pues su carrera de experto en Michel Foucault y sociólogo, se ha especializado en el tema de trastornos alimentarios a partir de su tesis de habilitación en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris (Francia). Lo que ya dio en 2011 el fruto del libro Moral corporal, trastorno alimentario y clase social (CIS) que en breve verá la luz en el país vecino. Y del que prepara segunda parte, otro volumen, con los nuevos datos y exploración de vías de resistencia y superación.
Su investigación presente consiste en indagar los vínculos entre patologías de la alimentación y las exigencias del mercado laboral. Y la conclusión principal es, no sólo que hay nexo, sino que en ciertos sectores, como la restauración, venta de moda, o profesiones relacionadas con la estética (peluquería, maquillaje, asesoría de imagen…) la extrema delgadez debe ser considerada riesgo o enfermedad laboral. «Si no lo hacemos, incurriremos en discriminación por género porque 9 de cada 10 víctimas de trastornos alimentarios son mujeres». En gran medida -explica- porque el hombre más atento a los dictados estéticos no aspira a un cuerpo delgado sino fuerte y torneado.
Por esta razón, la investigación del equipo que integra con Francisco Manuel Carballo Rodríguez -Adriana Razquin, Margarita Huete y Carlos Bruquetas- se ha centrado en mujeres. Realizando dos actividades. Por una parte, tres grupos de discusión, de 19 vendedoras, según edades y tipo de ciudades en que ejercen. Por otra: entrevistas individuales con 35 trabajadoras: camareras, vendedoras, profesionales de la sanidad y el derecho, periodistas, profesoras universitarias y artistas.
Capital erótico, bien cultural
Según expone, hay un filtro de delgadez conforme asciende el capital cultural. «Igual que antes las señoritas de posición aprendían francés y a tocar el piano, ahora socialmente se requiere de las mujeres de clase media y media alta el requisito de la delgadez». Los resultados del trabajo confirman estos tres asertos: «Más joven, más delgadez»; «más joven y mujer, más delgadez» y «más joven, mujer y alto capital cultural, más delgadez».
Existe, no obstante «una aristocracia estética de camareras y vendedoras sin estudio» nacida de la movilidad social que permite el «capital corporal», o «c apital erótico» según el best-seller homónimo Catherine Hakim. Mujeres que se convierten en diana de críticas. Pues el que el cuerpo no esté reconocido como herramienta para lograr empleo hace que haya reproche, «sospecha de uso inapropiado de las cualificaciones corporales», en palabras del investigador. «Digamos que las mujeres sufren una doble penalización: tienen que hacer como si no hubiera que usar el cuerpo, pero al final usarlo».
En su opinión, ante esta situación hay dos alternativas filosófico-morales. La primera es decidir que es ilegítimo que el cuerpo valga para conseguir trabajos. Entonces, habría que prohibir y perseguir la discriminación corporal laboral, «algo que aquí las administraciones evitan aludiendo a la imposibilidad de inmiscuirse en decisiones de empresas privadas». Cree que es discutible. «De un lado, sí es ilegal discriminar por gitano, o negro al contratar, así que igualmente podría prohibirse la discriminación por peso. Pero además, si un estado tan neoliberal como Nevada (EEUU) debate prohibir a los casinos de Las Vegas la discriminación por gordura de sus empleadas, ¿cómo ningún gobierno, central o autonómico de España, se permite plantearlo?».
También apunta una segunda opción: «Distribuir democráticamente y de manera clara las competencias para cultivar el atractivo físico». Lo que habría que concretar en las diferentes etapas vitales. En la escuela, con una asignatura sobre la importancia del cuerpo para lograr un trabajo y cómo cultivarlo para sacarle el mejor partido como herramienta en este sentido. En el mundo laboral, incluyendo en los convenios colectivos «que determinados trabajos son cualificados físicamente».
Es consciente de que su propuesta puede resultar controvertida. «Es muy bonito oponernos a la mercantilización del cuerpo. Pero sólo lo hacemos de palabra. Luego, todos entramos al trapo. Y en la situación actual, los hijos de las clases medias-altas compiten con ventaja porque sus padres los llevan a natación, gimnasia… Los educan en ese modelo de delgadez que les favorecerá para lograr trabajo», aduce.
También en las empresas impera una hipocresía malsana. «En cadenas de moda donde las dependientas tienen largas jornadas y deben cumplir un patrón de delgadez estricto, como no se reconoce en convenio colectivo, no hay base para reclamar tiempo para comer sano y bien y al final las vendedoras engullen, hasta en los aseos, en cinco minutos, alimentos muy calóricos», relata. Idea que amplía en su blog Hexis. «Los datos del estudio revelan que habría que intervenir mucho más en las relaciones laborales que generan estos trastornos alimentarios. E incluso considerar la extrema delgadez riesgo laboral en determinadas profesiones», reitera.
Desde la óptica de las consecuencias sobre la salud, considera que estamos ante todo un escándalo: «Cada vez está menos claro que la obesidad sea un problema de salud frente a la evidencia de que la delgadez estricta lo es. Sin embargo, nuestra sociedad libra una batalla contra la gordura por razones sólo estéticas. En Oceanía ser obeso no es problema de salud. Si en Occidente hay relación con la morbilidad es por las dietas y sus efectos rebote, no por la gordura en sí».
Diseñadores y tallas
Le llama la atención que las profesiones con un índice de masa corporal (IMC) más bajo sean las sanitarias (Encuesta Nacional de Salud 2006, VER pp. 152). «Hay una asombrosa obsesión estética entre médicos y clases altas. En EEUU, por ejemplo, ‘ Health at every size‘ denuncia discriminación de pacientes gordos por el colectivo sanitario», indica. En España, destaca el contraste entre «las campañas que alertan contra los trastornos alimentarios y que las farmacias parezcan tiendas de porno blando por las imágenes de mujeres semidesnudas y delgadas, usadas como reclamo».
Finalmente, Jose Luis Moreno Pestaña denuncia el incumplimiento de la unificación de tallaje a la que se comprometió con la administración el gremio de moda y diseño (23 enero 2007). «Habría que pedir cuentas al sector -entiende- y, en paralelo, apostar por aquellos diseñadores que a título individual sí están ampliando el abanico de tallas rechazando el axioma imperante de que sólo las delgadas merecen ropa bonita».
Fuente: http://www.eldiario.es/andalucia/prohibe-asignatura-capital-erotico-privilegio_0_246025541.html