Algo no cuadra. La fruición por el consumo, en un país con uno de los peores índices de distribución de la riqueza en el mundo, ha llegado a las clases de menores ingresos; los pobres han ingresado a la sociedad de consumo a través de la puerta grande de las cadenas de tiendas de departamentos […]
Algo no cuadra. La fruición por el consumo, en un país con uno de los peores índices de distribución de la riqueza en el mundo, ha llegado a las clases de menores ingresos; los pobres han ingresado a la sociedad de consumo a través de la puerta grande de las cadenas de tiendas de departamentos y los supermercados. Las nuevas y millonarias inversiones de esta industria ya no apuntan sólo a los sectores altos y medios, sino que instalan ahora sus locales en los barrios de la periferia. El salto al desarrollo estaría a la vuelta de la esquina. La primera impresión e interpretación de los economistas es apuntar al aumento del empleo, lo que explicaría un mayor poder adquisitivo de todos los grupos sociales. La fiesta del consumo alcanzaría para todos, lo que equivale a señalar el horizonte de llegada de los gobiernos binominales del siglo XXI: la mejor democracia es la basada en el consumo. La meta del desarrollo tiene como finalidad el ingreso de todos al mall.
La tasa de desempleo para el período julio-septiembre fue de ocho por ciento, más baja que la de años precedentes y también menor a la de los meses anteriores. Según el INE, desde abril a septiembre poco más de 180 mil personas encontraron trabajo, cifra importante pero insuficiente para explicar esta presión en la demanda. Pero el INE dice también otras cosas respecto al tipo de empleo. Muchos de estos trabajos, más de un 50 por ciento, son de tiempo parcial, pese al interés de los trabajadores por aumentar sus horas laborales. Y no sólo están en las estadísticas, también en la calle: ¿cómo se explican las últimas protestas de desempleados en las regiones afectadas por el terremoto y maremoto de febrero? Las estadísticas no logran penetrar la complejidad y profundidad de la realidad social y económica. Al observar estos fenómenos, sólo una parte de los argumentos para reforzar esta tesis parecen sostenerse. Lo que es claro es que hay un aumento de la demanda, actividad que no está explicada por el mayor empleo. El importante aumento de la demanda interna probablemente se mantendrá con fuerza durante el año entrante: las proyecciones económicas estiman que la economía chilena crecerá más de un cinco por ciento este año, pero se elevará cerca de un seis, para 2011. Con estos cálculos en la mano, los grandes operadores del comercio han hecho una apuesta y prevén realizar importantes inversiones, las que han comenzado a instalarse en diversos sectores de Santiago, regiones y en otros países latinoamericanos, como Perú y Colombia. El proceso de crecimiento del retail no da tregua. Sólo parece hallar ciertos obstáculos en la oferta de terrenos aptos, como sucedió hace unos meses cuando vecinos de Las Condes impugnaron en un plebiscito la construcción de un mall de Cencosud en la comuna. Pero el actual proceso de expansión de las inversiones no está orientado a los sectores pudientes, sino hay un claro cambio de enfoque: una proporción creciente está dirigida hacia los grupos sociales de menores ingresos.
Si se observan los proyectos de los grandes del retail chileno -Cencosud, Falabella, Unimarc, Ripley, D&S, La Polar-, tienen en carpeta cuantiosas inversiones en los barrios de los sectores C2, C3 y D1, según la nomenclatura comercial-publicitaria. Bajo estas categorías, de acuerdo a la Encuesta Casen de 2009, se halla el 80 por ciento de la población de menores ingresos, aquella que tiene ingresos mensuales por hogar entre los 100 mil y los 900 mil pesos. Entre estos proyectos, podemos observar la compra del supermercado mayorista Alvi por D&S, la expansión de la cadena Mayorista 10, controlada por Unimarc, la ampliación hacia regiones de La Polar (Calama, San Antonio, Plaza Oeste).
Las cifras no cuadran
La apuesta sería por cantidad. Un 80 por ciento de la población contra el 20 por ciento más rico, ya copado en sus niveles de compras. Pero aquí tampoco las cifras cuadran. Una connotada economista, Patricia Santa Lucía, sostiene que si se suman «sólo los costos de los servicios básicos, salud y educación, por familia, es imposible imaginar que el consumo casi suntuario de estas personas, en retail y entretenimiento, pueda producir un impacto que justifique las mencionadas inversiones». Aquí se instala una paradoja, sostiene la economista: «Las masas consumidoras que repletan los malls de los barrios populares son mayoritariamente C2, C3 y D y no es osado afirmar que los más entusiastas son los pertenecientes al 50 por ciento más pobre de la población, es decir, los que cuentan con ingresos promedio por familia entre 100 y 450 mil pesos. ¿De dónde sale la plata para tanta compra?». Una respuesta habitual es el alto endeudamiento, que ha redundado en el más rentable de los negocios para las casas comerciales y supermercados emisores de tarjetas de crédito. Es así como los «modelos de negocios de los dueños del retail no se refieren a metas de ventas, sino, impúdicamente, al número de plásticos que deben entregar a los sectores C3 y D para recuperar la inversión. Es evidente que el negocio está en el dinero prestado, al punto que los grupos más poderosos han terminado ampliándose a bancos y compañías de seguros. Es conocido también que los vendedores reciben mayores comisiones por vender a crédito, lo que explica su insistencia para que el consumidor reciba una tarjeta».
Una doble paradoja
Pero aquí se levanta una doble paradoja. No es posible mantener un negocio apoyado en inversiones de miles de millones de dólares en créditos para un sector muy vulnerable, ante las oscilaciones de la economía. Porque si hoy el desempleo es bajo, nada asegura que este fenómeno se mantenga en el corto y mediano plazo. En especial, porque el negocio del crédito apunta necesariamente a las condiciones futuras y capacidad de pago de los clientes. Un estudio realizado durante el primer trimestre de este año, reveló que aquellos créditos otorgados a los sectores de menores ingresos presentan las más altas tasas de morosidad: las tarjetas de las casas comerciales, aquellas entregadas a diestra y siniestra, tienen una morosidad cinco veces superior a las tarjetas de crédito de los bancos, cuyos clientes pertenecen a los sectores de ingresos medios y altos. Si las tarjetas de los bancos tenían a marzo una morosidad promedio del 2,1 por ciento, las de los supermercados y casas comerciales saltaban a un promedio del 11,5 por ciento. Algunas, como Presto y Extra, rondaban el 20 por ciento. Pese al riesgo, estos operadores no bancarios concentran actualmente cerca del 50 por ciento del total de los créditos de consumo. Al observar las fuertes inversiones, es previsible augurar que aumentarán los créditos a los sectores de menores ingresos. Aún así, no es posible cerrar el círculo. Quedan numerosas zonas oscuras que no explican cómo las clases de menores ingresos, aquellas familias que ganan entre cien mil y 400 mil pesos al mes, podrán acceder de forma masiva al crédito y justificar las millonarias inversiones.
El negocio del retail crece como la espuma. Como si no existieran límites. Patricia Santa Lucía observa: «Aunque el endeudamiento de todas las tarjetas sumadas con el efecto bicicleta aumentara en un 200 por ciento la capacidad adquisitiva de estos sectores, las cuentas no cuadran. Así nos lo han enseñado los equilibrios macroeconómicos. Por lo tanto, irremediablemente, debemos concluir que en la economía chilena, al igual que en el resto del mundo, anda dando vuelta mucho dinero no contabilizado». Por otra parte, si observamos el crecimiento de los créditos de consumo durante los últimos meses, estos aumentaron un escaso 0,8 por ciento en septiembre respecto a agosto, y un 8,5 interanual. ¿De dónde sale el dinero que ingresa al negocio del consumo? La respuesta de Santa Lucía, que tal vez es arriesgada y polémica, debiera llevar a la reflexión y al debate: «No podemos olvidar que nuestra economía es una de las más abiertas del planeta y tampoco podemos cerrar los ojos frente al acelerado crecimiento de la drogadicción y el narcotráfico en nuestro país. Al haber secreto bancario, ignoramos hasta qué punto las magnas inversiones están impulsadas por esto. No contamos con las cifras, por lo tanto no podemos pronunciarnos sobre ‘la oferta’ de este dinero». Pero es evidente que la demanda de productos de consumo masivo debe estar influida por este fenómeno. Porque durante los últimos meses, el crecimiento en la venta de estos bienes ha sido explosivo. Están, de partida, los automóviles nuevos, cuyas ventas crecieron durante el primer semestre más de un 60 por ciento respecto a las ventas de 2009. Y también en otras áreas del consumo masivo, las que con un aumento del diez por ciento -el salto más alto en los últimos diez años-, impulsarán durante 2010 y 2011 el crecimiento económico. Los llamados bienes de consumo durables rompen todas las pautas. Durante el segundo trimestre del año la venta de este tipo de bienes creció 47 por ciento, impulsada en gran medida por los televisores digitales. Pero más que un momento parece ser un proceso: para el tercer trimestre del año la Cámara de Comercio de Santiago estima un aumento del 30 por ciento en estas ventas. Esta impresionante demanda de bienes, que por las decisiones de los inversionistas se genera en los barrios de sectores de menores ingresos, ha de tener un componente de economía «informal». A alguna parte va el dinero ganado en el microtráfico de la droga, que según informaciones policiales se puede encontrar en las puertas de todos los colegios de norte a sur. «A alguna parte va el dinero de la delincuencia, de la prostitución infantil, de los miles de formas de prostitución disfrazada. Este dinero claramente se expresa en la demanda que hace temblar la Bolsa y los indicadores económicos», señala la economista. Y como el mercado no tiene ética, dice, se insiste en llamar a consumir más a los que menos tienen. «Justamente a los sectores que no tienen otra alternativa que buscar dinero fácil, porque no tienen ninguna perspectiva de ganárselo con el capital social y educación con que cuentan. Que consuman, compren, se diviertan y se endeuden más. Pero sin alunizajes»
RECUADRO
Un solo molino
La gran maquinaria comercial-publicitaria-
Cencosud, dueña de Almacenes París, tras los tropiezos financieros del año pasado, ha vuelto a dinamizar sus actividades. Para los próximos dos años prevé realizar inversiones por 700 millones de dólares en varios países latinoamericanos. Cien millones los destinará a la reactivación de Costanera Center. Pero Falabella no afloja: invertirá durante ese mismo período más de 1.700 millones de dólares. Esta ha sido la extensión natural del negocio del retail en Chile. Las tres grandes casas comerciales, las dos mencionadas más Ripley, tras otorgar tarjetas de crédito a sus clientes, han ampliado su giro hacia los préstamos de consumo con la creación de instituciones financieras. Aún con una porción del mercado todavía discreta respecto a la banca tradicional, una característica es su orientación a sectores de menor poder adquisitivo, riesgo que amortiguan con altas tasas de interés. Los grandes del consumo masivo son como una fuerza centrípeta de la economía. Finalmente, todo va a parar a ellos. En Chile del futuro, parecen expresar el sentido primordial y último de la vida nacional.
(Publicado en «Punto Final», edición Nº 722, 12 de noviembre, 2010)