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Al cumplirse cuatro años de su fallecimiento

La Fundación Gladys Marín publica un libro con escritos de la líder comunista sobre los derechos humanos

Fuentes: El Siglo

A 4 años de su fallecimiento, la Fundación Gladys Marín ofrece el libro «Jamás olvido, jamás perdón», que reúne escritos e intervenciones de la dirigenta popular sobre los derechos humanos. En rigurosa selección, los editores comienzan por las palabras de la entonces diputada y Secretaria General de las Juventudes Comunistas, difundidas por las ondas de […]

A 4 años de su fallecimiento, la Fundación Gladys Marín ofrece el libro «Jamás olvido, jamás perdón», que reúne escritos e intervenciones de la dirigenta popular sobre los derechos humanos.

En rigurosa selección, los editores comienzan por las palabras de la entonces diputada y Secretaria General de las Juventudes Comunistas, difundidas por las ondas de Radio Magallanes en la mañana del mismo 11 de septiembre de 1973.

Dice allí Gladys: «El pueblo de Chile, sus trabajadores, la clase obrera, la juventud han escuchado las palabras del Presidente, compañero Salvador Allende». Efectivamente, ya Salvador Allende se ha dirigido a Chile por primera vez ese día, y luego lo hará, con sus «palabras finales», en un texto que la historia ha recogido como una pieza esencial de nuestro tiempo. Concluye Gladys Marín esa mañana, desde la sede central del Partido Comunista en la calle Teatinos, de Santiago, con un llamado «a nuestro pueblo y la juventud a mantener la unidad, la organización y la vigilancia».

El último texto elegido, y cuyo título es tomado para el libro, «¡Alerta! A las fuerzas progresistas, democráticas y antineoliberales. La lucha por Verdad y Justicia ha sido larga, dura y difícil y nuestra decisión ha sido y permanecerá inclaudicable: no descansaremos hasta lograr Verdad y Justicia plenas, hasta lograr juicio y castigo para todos los criminales y asesinos que violaron los derechos humanos». Este artículo, escrito en La Habana, en donde se hallaba sometida a cuidados por su grave enfermedad, estaba fechado el 25 de julio de 2004. El 6 de marzo de 2005, fallecía Gladys en su país, dándose así inicio a jornadas de duelo y manifestaciones de admiración y apoyo como nunca se habían visto por su masividad y la amplitud que se manifestara tanto en el Salón de Honor del ex Congreso Nacional como en sus funerales mismos, en el Cementerio General de Santiago.

Lo que hay entre ambos textos citados, son años de lucha signados por el sufrimiento personal y el que compartió con su pueblo. Lucha política y social, demanda por Verdad y Justicia, defensa de los derechos de los trabajadores, las mujeres, los jóvenes, manifestaciones de un espíritu internacionalista que jamás la abandonó en su apoyo a las causas de otros pueblos, particularmente el cubano.

Tuvo Gladys la lucidez y el valor de vincular permanentemente la lucha por los derechos humanos, con su defensa de los perseguidos y su demanda de justicia, con las causas populares de defensa del trabajo, de la calidad de vida, del término de la súper explotación a que era sometido nuestro pueblo por los atropellos de la dictadura militar.

Por eso, no perdió nunca de vista que, en medio de los combates por la democracia, expresados por ejemplo en la exigencia de una nueva Constitución Política que llevara el sello de la soberanía popular, no se podía subestimar, ni mucho menos abandonar, las luchas por las demandas inmediatas, por cualquier paso que aportara en la acumulación de fuerzas contra la dictadura política y económica a que era sometido nuestro pueblo.

Esa visión «abarcadora» de lo político y lo social, fue una característica de la dirigenta comunista, Presidenta de su partido y candidata a la Presidencia de la República.

De ello nos habla Gladys en este libro, que recoge otras expresiones, testimonios y pronunciamientos, y que va develando el Chile real que va desde ese siniestro día de septiembre de 1973 hasta el año y día de su muerte.

Una valiosísima «Cronología de una lucha incansable», que cierra el volumen editado por la Fundación Gladys Marín, reconstituye para sus lectores esos años de luces y de sombras.

De sombras, porque el trasfondo era el drama de los asesinados y los desaparecidos, de los trabajadores precarizados, de los sindicatos intervenidos o simplemente prohibidos, de la ninguna expresión política permitida, de los diarios atropellos a la seguridad y a la dignidad de la gente, de los allanamientos masivos, las torturas en centros de detención clandestinos, la violencia ante cualquiera manifestación de rebeldía y de protesta de las mujeres y los jóvenes.

De luces, porque lo que se abría paso eran mayores grados de rebeldía y de unidad, formas diversas de lucha que mezclaban el ingenio con la audacia y el valor.

Así, al impulso de una voluntad de hierro, se fue reconstituyendo la esperanza de todo un pueblo, que se sabía deudor de la inmensa solidaridad que su causa había despertado entre los otros pueblos del mundo.

La figura de Salvador Allende adquiere allí sus contornos inmortales. Es el Compañero Presidente quien acompaña cada jornada de la resistencia. Es el contraste de su obra de estadista profundamente patriota, la que se contrasta con el servilismo y la corrupción con que desde el poder, los mandos civiles y militares de la dictadura planifican y llevan a cabo el más impresionante saqueo al patrimonio nacional y de los trabajadores.

Y en cada una de estas batallas, la voz de Gladys Marín adquiere una relevancia que nadie pudo negar.

Este libro es un gran retrato -parcialmente, un autorretrato- de una mujer esencial en nuestra historia. Su vida corre a la par con la de su pueblo. Es ella quien acomete la «insensata» tarea de llevar al tirano, aún enquistado en su posición de Jefe militar supremo, a juicio por sus delitos contra los derechos humanos, Sufre cárcel y persecución, transformándose en el símbolo viviente de una causa que, sin duda, superaba sus propias dimensiones. La acompañan un grupo valioso y valeroso de abogadas y abogados de DD.HH., así como miles de víctimas representadas en las agrupaciones de Familiares de las víctimas, los detenidos-desaparecidos, los ejecutados políticos.

Pero las preocupaciones vitales de esta mujer -todo en ella adquiría esa dimensión de «vitalidad»- van más allá de lo establecido y consagrado. Se amplía su mirada hacia otros «mundos» y, cual pionera, «legaliza» condiciones hasta entonces negadas y prohibidas, sometidas al silencio o al escarnio. Tal, lo que hace con las llamadas «minorías sexuales» y sus derechos venteados a todos los espacios; con los derechos y reivindicaciones de nuestras etnias originarias; o con los derechos y la personalidad propia y elevada a la más alta condición de la mujer, no ya como «la compañera» del individuo varón sino como un ser dotado de una especificidad irreemplazable y del más alto valor ético e intelectual.

Prodigiosa y fértil empresa que en tan pocos años cumple esta mujer, y que tan plenamente justifica el que al cumplirse 4 años de su partida física, la Fundación que lleva su nombre nos entregue este aporte indispensable a la continuidad de la conciencia y de las luchas en ella sustentadas.