Cuando las desigualdades sociales se evidencian con mayor crudeza y los presupuestos sociales de la Administración se ven mermados, ¿cuál es el papel de los y las trabajadores sociales? ¿Ponen paños calientes o hacen efectivos derechos básicos? ¿Es un empleo con mayores implicaciones? ¿Hay margen de maniobra para una labor crítica? Las diferencias sociales que […]
Cuando las desigualdades sociales se evidencian con mayor crudeza y los presupuestos sociales de la Administración se ven mermados, ¿cuál es el papel de los y las trabajadores sociales? ¿Ponen paños calientes o hacen efectivos derechos básicos? ¿Es un empleo con mayores implicaciones? ¿Hay margen de maniobra para una labor crítica?
Las diferencias sociales que genera el sistema económico imperante conllevan situaciones en las que muchas personas necesitan de la solidaridad del resto. Situaciones que no han pasado desapercibidas para el conjunto de la sociedad. De esta forma, a lo largo del siglo XX, fue surgiendo el concepto de «servicios sociales». Sin duda, una conquista histórica del movimiento obrero que con su lucha arrancó concesiones y obligó a los Estados a destinar una parte importante del dinero público a las llamadas políticas de bienestar social, como forma de redistribuir la riqueza y garantizar así un mínimo nivel de vida a todas las personas. Ésta es la base ideológica del llamado «Estado del bienestar» que durante décadas imperó en los países capitalistas avanzados.
Este sigue siendo el concepto que sobre los servicios sociales impera en el ideario colectivo. Pero bajo el modelo capitalista, incluso los grandes avances sociales conquistados tras décadas de lucha, pueden verse distorsionados, hasta volverse en su contrario incluso. Ya hace mucho que el genio literario de Orwell nos advertía del peligro de perder el poder sobre el lenguaje, ya que pensamos (y por tanto actuamos) en base a conceptos lingüísticos. Y esto es lo que ha pasado con los servicios sociales: seguimos pensando en ellos en su concepto original, pero nos han dado el cambiazo al modificar sus funciones reales, sin que nos hayamos percatado siquiera.
Realizar informes
A día de hoy, la función principal de los servicios sociales es la elaboración de informes. Es más fácil entender lo que decimos con un ejemplo. Pongamos el caso de un niño que muestra un comportamiento conflictivo en el colegio. El orientador del centro elaborará informes sobre el niño, que finalmente elevará a la inspección educativa, donde algún técnico derivará el caso a los servicios sociales del Ayuntamiento, tras el preceptivo informe. Los técnicos municipales citarán a la familia, que empezará a ser investigada, y será objeto de nuevos informes. Desde el Ayuntamiento se hará un seguimiento del caso, seguramente a través de alguna ONG concertada para tal fin. El educador de dicha ONG elaborará nuevos informes, donde se hablará del desempleo del padre y sus problemas con el alcohol, y de la desatención que sufre el niño también por parte de la madre, que pasa muchas horas fuera de casa. El caso será derivado a la Consejería de Bienestar Social de turno, donde nuevos informes apuntarán a la necesidad de tutelar al menor por estar en situación de riesgo y desamparo. El niño irá a un centro de acogida, donde nuevos informes decidirán su futuro. Hay que fijarse en la cantidad de instituciones, ONG y recursos que se están dedicando al niño, cuánta gente está ganando un sueldo sin dar ninguna solución real a la familia. ¿Dónde está la famosa redistribución de la riqueza? Porque el padre sigue siendo un parado de larga duración y la madre sigue viéndose obligada a desatender su propia casa para atender la de los demás y ganar así algo de dinero para sustentar a la familia. Pero ahora ya no podrán ni quejarse: son objeto de investigación (y por lo tanto al menos sospechosos de ‘algo’), su intimidad avasallada y además tendrán que ser sumisos y obedientes ante las órdenes de los servicios sociales para evitar que alguien escriba en un informe aquello de ‘actitud oposicionista ante la intervención’ y no perder así definitivamente a su hijo legalmente secuestrado.
De la idea de organizar mecanismos de redistribución de la riqueza, ha surgido un todopoderoso Gran Hermano, muy eficaz como cuerpo parapolicial de control social, y muy hábil también a la hora de hacer desaparecer ingentes cantidades de dinero público entre sueldos y ‘gastos de gestión’ de las distintas ONG y fundaciones, que a los servicios sociales hace ya que les llegó también lo de la externalización de servicios. Sin embargo, la ineficacia a la hora de resolver los problemas reales de las personas a las que ‘ayudan’ es asombrosa. Por decirlo a las claras, tras la intervención de los servicios sociales, los pobres siguen siendo pobres, pero ahora están ‘fichados’ y vigilados. Es más, mientras que el enorme ejército de asistentes, trabajadores sociales, educadores, integradores, etc., crece exponencialmente, los índices de pobreza y exclusión social no sólo no disminuyen sino que tienden a crecer.
¿Podemos entonces concluir que los servicios sociales no funcionan? En absoluto. Desde el punto de vista de la clase dominante funcionan a la perfección. No sólo han sido capaces de crear un sistema tremendamente burocrático y represivo tan sibilino como eficaz a la hora de mantener a raya a la pobreza y ocultarla, sino que además han conseguido que sea económicamente rentable. Le han dado la vuelta a la tortilla y hemos pasado de la redistribución de la riqueza a la mercantilización de la pobreza. La patronal ha encontrado una nueva fuente de negocio a través del desvío de dinero público hacia sus bienintencionados bolsillos, y además han conseguido coartada ideológica: el sistema funciona bien, y los pequeños desajustes se solucionan gracias a los generosos recursos que las administraciones destinan a fines sociales. Quien a pesar de esto se encuentra en la pobreza y la exclusión es por su propia voluntad. Y además, le quitan armas a los ya indefensos… ¿con qué legitimidad vas a rebelarte contra quien te ayuda?
Los políticos logran así esconder la pobreza, la burguesía encuentra una nueva fuente de ingresos y apuntilla los mecanismos de control social, y miles y miles de jóvenes con titulación universitaria que no tendrían más futuro que el paro o el Burger King encuentran algo más acorde a su estatus, ya que si bien seguramente sea un empleo precario y mal pagado, es un trabajo relativamente cómodo y socialmente prestigioso. No pretendemos culpar al conjunto de los trabajadores del sector de la intervención social del funcionamiento del sistema, pero tampoco podemos olvidar que Hitler no mató con sus propias manos a seis millones de judíos: muchos millones de informes asépticos se tuvieron que escribir para ejecutar el Holocausto.