Tras su tesis sobre la confluencia de las posiciones vertidas en el «informe secreto» de 1956 y las aproximaciones de la tradición troskista a la figura de Stalin, Domenico Losurdo analiza a continuación el Informe secreto. Se centra inicialmente en la gran guerra patriótica y en «las invenciones» (el entrecomillado es suyo) de Kruschov. A […]
Tras su tesis sobre la confluencia de las posiciones vertidas en el «informe secreto» de 1956 y las aproximaciones de la tradición troskista a la figura de Stalin, Domenico Losurdo analiza a continuación el Informe secreto. Se centra inicialmente en la gran guerra patriótica y en «las invenciones» (el entrecomillado es suyo) de Kruschov.
A partir de Stalingrado y de la derrota infligida al Tercer Reich, una potencia que parecía militarmente invencible recuerda oportunamente DL, Stalin adquirió un enorme prestigio en todo el mundo. No es casual, por ello, señala, que Kruschov se detenga en este punto quien describe «en términos catastróficos la falta de preparación militar de la Unión Soviética, cuyo ejército, en algunos casos, habría carecido incluso del armamento más elemental».
Directamente opuesta, sostiene Losurdo, es la imagen que surge de una investigación que parece provenir de los ambientes de la Bundeswehr, las fuerzas armadas alemanas desde 1955, «y que en todo caso recurre ampliamente a sus archivos militares».
Algunos de los puntos señalados por el historiador italiano a partir, creo, de este informe del Ejército alemán: se describe en esa investigación la «múltiple superioridad del Ejército Rojo en infantería mecanizada, aviones y artillería»; por otro lado, «la capacidad industrial de la Unión Soviética había alcanzado dimensiones tales como para procurar a las fuerzas armadas soviéticas un armamento casi inimaginable»; el armamento creció a ritmos cada vez más intensos según se acerca la operación Barbarroja. Un dato es especialmente revelador destacado por Losurdo para negar la mayor, la premisa mayor de la acusación de Kruschov: si en 1940 la Unión Soviética fabricaba 358 carros de combate del tipo más avanzado, netamente superiores a los disponibles para otros ejércitos, en el primer semestre del año siguiente fabricaba 1.503. Es decir, en apenas un año, la fabricación casi se quintuplicó en la Unión Soviética, un país que seguía siendo fuertemente agrícola.
Por otra parte, prosigue Losurdo, los documentos provenientes de unos archivos rusos que no especifica demuestran que, al menos en los dos años inmediatamente anteriores a la agresión del Reich, Stalin estuvo literalmente obsesionado con el problema del «incremento cuantitativo» y de la «mejora cualitativa de todo el aparato militar». Un dato ilustrativo: si en el primer plan quinquenal los gastos militares llegaron al 5,4 % del gasto estatal, en 1941 los presupuestos para la defensa alcanzaron el 43,4%, ocho veces más.
Tomando pie en una investigación de D. Wolkogonow, traducida al alemán en 1989 pero cuya edición original no se indica, y admitiendo sin ninguna crítica un funcionamiento casi militar de la máxima instancia del PCUS, Losurdo añade que «en septiembre de 1939, siguiendo órdenes de Stalin, el Politburó tomó la decisión de construir antes de 1941 nueve fábricas nuevas para la fabricación de aviones». En el momento de la invasión nazi «la industria soviética había producido 2.700 aviones modernos y 4.300 carros de combate». No era cualquier caso. A juzgar por estos datos, concluye Losurdo, pueden decirse muchas cosas, pero no, en absoluto, que «la URSS haya llegado poco preparada a la trágica cita con la guerra». Es muy razonable pensar que la dirección de la URSS supo en todo momento, y sin soñar, que la agresión nazi estaba a la vuelta de alguna esquina.
Por otro lado, otra capa crítica de DL para aumentar la solidez de su posición crítica al informe secreto y su tesis sobre la falta de preparación militar de la URSS, han pasado muchos años, unos quince, «desde que una historiadora norteamericana asestara un duro golpe al mito del derrumbe moral y evasión de responsabilidades por parte del dirigente soviético apenas iniciada la invasión nazi». Se trata de A. Knight. El paso que cita Losurdo no parece especialmente significativo: «pese al impacto inicial, el día del ataque Stalin convocó una reunión de once horas con los dirigentes del partido, del gobierno y del ejército, y en los días siguientes hizo lo mismo». ¿Y?, ¿qué se infiere de ello?
En el mismo sentido señala: «el caso es que ahora tenemos acceso al registro de los visitantes del despacho de Stalin en el Kremlin, descubierto a comienzos de los años noventa: parece ser que desde las horas inmediatamente siguientes a la agresión militar, el líder soviético se sumerge en una incesante sucesión de reuniones e iniciativas para organizar la resistencia. Son días y noches caracterizadas por una «actividad […] extenuante», pero ordenada. En cualquier caso, «todo el episodio [narrado por Kruschov] es una completa invención», esta «historia es falsa». Losurdo se apoya en esta caso en las investigaciones de los Medvedev; no es mal apoyo. Aunque no se logra de concebir un dirigente político que una situación así obrase de cualquier otro modo
En realidad, insiste Losurdo, desde comienzos de la operación Barbarroja, Stalin no sólo toma las decisiones más comprometedoras, dando órdenes para el traslado de la población y de las instalaciones industriales lejos del frente, sino que «controla todo de manera minuciosa, desde el tamaño y forma de las bayonetas hasta los autores y títulos de los artículos de Pravda«. No hay pruebas de pánico ni de histeria, añade después de apoyarse en una investigación de Montefiore sin duda exagerada, imposible de delimitar, que Losurdo esgrime en forma de argumento. Es obviamente imposible que Stalin pudiera controlarlo todo, no existió el Dios-Stalin omnisciente y omnipotente, y menos para un marxista de su talla aunque Hegel pueda ser aquí una mala influencia; no dice nada bueno de la intervención político-militar de Stalin ni de las otras instancias de poder soviéticas que él controlase el tamaño y forma de las bayonetas y muchos menos aún los autores y títulos de los artículos de Pravda. ¿Esto también se incluye en el balance positivo de la intervención de Stalin durante la Segunda Guerra?
Losurdo cita a continuación una entrada del diario de Dimitrov: «A las 7 de la mañana me han reclamado con urgencia en el Kremlin. Alemania ha atacado a la URSS. Ha comenzado la guerra […]. Sorprendente calma, firmeza y seguridad en Stalin y en todos los demás». Sorprende todavía más, parece ahora hablar Losurdo o ambos a la vez, la claridad de ideas. No se trata solamente de proceder a la «movilización general de nuestras fuerzas». Es necesario también definir la situación política. Sí, «solamente los comunistas pueden vencer a los fascistas», dando fin a la ascensión aparentemente imparable del Tercer Reich, pero no hay que perder de vista la naturaleza real del conflicto: «Los partidos [comunistas] impulsan sobre el terreno un movimiento en defensa de la URSS. No plantean la cuestión de la revolución socialista. El pueblo soviético combate una guerra patriótica contra la Alemania fascista. El problema es la derrota del fascismo, que ha sometido a una serie de pueblos e intenta someter a otros».
El asunto de la guerra patriótica no es tampoco cuestión secundaria por la traslación ideológica que tal posición comporta, pero lo que en definitiva viene a señalar Dimitrov en el paso seleccionado por Losurdo es la política de los frentes populares, sin duda, muy pero que muy razonable, y la verdad, elemental queridos Watson y Dimitrov, que es necesario sumar a la movilización militar una estrategia política y cultural consistente, y que este nudo no es asunto marginal.
La estrategia política que habría precedido a la Gran guerra patriótica estaba claramente trazada, en opinión de Losurdo. Algunos meses antes Stalin había subrayado que al expansionismo aplicado por el Tercer Reich «en pos del sometimiento, de la sumisión de otros pueblos», estos pueblos respondían con justificadas guerras de resistencia y liberación nacional. Por otro lado, señala, a aquellos que escolásticamente oponían patriotismo e internacionalismo, la III Internacional ya había replicado antes de la agresión hitleriana. Lo demuestra, en opinión del filósofo italiano, esta entrada del diario de Dimitrov de 12 de mayo de 1941: «[que es] necesario desarrollar la idea que conjuga un sano nacionalismo, correctamente entendido, con el internacionalismo proletario. El internacionalismo proletario debe apoyarse en este nacionalismo de cada país […]. Entre el nacionalismo correctamente entendido y el internacionalismo proletario no existe y no puede existir contradicción alguna. El cosmopolitismo sin patria, que niega el sentimiento nacional y la idea de patria, no tiene nada en común con el internacionalismo proletario».
El paso no es cualquier tontería y la tesis de Dimitrov no es, desde luego, inmediata. No se trata en todo caso de entrar en este vértice, sea cual sea lo que pensemos sobre la dimensión dada a lo «patriótico» durante estos años. Jean Renoir habló de ello en «Esta tierra es nuestra» con un inolvidable Charles Laugthon en papel protagonista.
Losurdo va concluyendo el apartado. Lejos de ser una reacción improvisada y desesperada a la situación creada con el comienzo de la Operación Barbarroja, «la estrategia de la Gran guerra patriótica señalaba una orientación teórica de carácter general madurada desde hacía tiempo: el internacionalismo y la causa internacional de la emancipación de los pueblos apuntaban concretamente hacia las guerras de liberación nacional, necesarias dada la pretensión de Hitler de retomar y radicalizar la tradición colonial, sometiendo y esclavizando en primer lugar a las supuestas razas serviles de Europa oriental». Son temas retomados, añade, en los discursos y declaraciones pronunciados por Stalin en el transcurso de la guerra. En su opinión, tomando pie en Roberts, constituyen «importantes piedras angulares en la clarificación de la estrategia militar soviética y sus objetivos políticos, y jugaron un papel importante a la hora de reforzar la moral popular».
Alcanzaron además una importancia también internacional, remata Losurdo, como observaba contrariado Goebbels a propósito del discurso radiado de Stalin del 3 de julio de 1941, que suscitó según el dirigente nazi «admiración en Inglaterra y en los EEUU». Tal vez sí, desde luego, pero no se ve por qué Losurdo se apoya en una fuente tan negra y oscura. Hay otras fuentes que permiten afirmar, sin entrega alguna, que Stalin acertó más de una y de cien veces. En esta ocasión seguramente.
Ya hablaremos de 1937, de cuando Stalin se deshizo del Estado Mayor, o del caso Tujachevski, la mejor mente militar del país, acusado falsariamente de traición a la Patria. Baste ahora recordar un ejemplo de los «procedimientos político-represivos» de Stalin que Losurdo tiende a olvidar o a no recordar con detalle.
El ejemplo está extraído de las memorias del escritor Konstantin Simonov recordadas por Lewin en su reconocido ensayo [1]. Se narra aquí una conferencia de alto nivel a la que Stalin asistió al principio de la guerra, a propósito del desmesurado número de accidentes de aviones y de las enormes pérdidas de pilotos. «Un joven general de la fuerza aérea lanzó una pregunta de lo más simple: aquellos aviones, de mala construcción, eran auténticos «ataúdes volantes». Stalin era el comandante en jefe. Enfrentado a una acusación tan categórica como aquella, enrojeció de ira. Evitó un desplante en público pero murmuró: «¡Más le habría valido quedarse callado, general!».
Aquel mismo día, según Lewin, el joven general desapareció para siempre. Algunos lacayos, que decían y creían ser comunistas, cumplieron sin rechistar las órdenes secretas extrajudiciales del comandante en Jefe. ¿No les recuerda ningún hecho reciente?
Notas:
[1] Moshe Lewin, El siglo soviético, Crítica, Barcelona, 2006, p. 122.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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