Recomiendo:
0

Tragedia en Connecticut

La Guerra de los Niños

Fuentes: Rebelión

El mundo es una locura de imágenes invertidas y de recuadros que se pierden en la lente de nuestras percepciones. La tecnología nos pone a la orden del día desde las efemérides más triviales, haciendo un Close Up en las pasarelas de las modas de fin de año, afinando el clima cotidiano en nuestros hogares […]

El mundo es una locura de imágenes invertidas y de recuadros que se pierden en la lente de nuestras percepciones. La tecnología nos pone a la orden del día desde las efemérides más triviales, haciendo un Close Up en las pasarelas de las modas de fin de año, afinando el clima cotidiano en nuestros hogares y repasando las noticias más curiosas hasta llegar al clímax voyerista de las tragedias superlativas.

Solo es preciso ausentarse unos minutos de la presencia omnisciente de una pantalla de plasma o de un ordenador hasta el momento del regreso, y las escenas de nuevas tragedias se prodigarán como una invitación sádica al deleite de nuestros ojos, que en este caso deliberarán sobre la línea oscilante de nuestras emociones más fugaces.

Hoy más que nunca esperaremos sin ningún atisbo de extrañeza que el plan y la estrategia debidamente calculada por un adolescente visto de menos, ninguneado, llevado a los extremos de la exclusión cultural, escolar, colegial o universitaria cause la muerte de 10, 20, 30 y hasta setenta niños o adolescentes, quienes sin comprender aun los dramas de la vida y poseídos por un cúmulo de conflictos emocionales, ven venir las balas como quien mira la venida de definitivas certezas.

Es absurdo el engranaje de represión penal que busca dar solución a un acto individual que tiene una más clara explicación en las formas más profundas con que se estructura la vida en sociedad, sobre todo porque se soslayan los patrones culturales que dan vida, en el anonimato de sus creaciones, a las figuras públicas y a sus manifestaciones; y a las ideas abstractas que se encarnan en la agudeza del filo de los cuchillos o en el estruendo ensordecedor de las pistolas, escopetas o rifles de asalto, y a la voluntad ciega de estos victimarios que se inmolan para decirle al sistema, que si no hay reconocimiento personal la vida no existe y carece de sentido.

Y es que el arquetipo dirige al mundo: Desde el empresario elegante que viste de versache y que rige la vida de miles de trabajadores víctimas de su plusvalía hasta el futbolista que con sus piruetas mágicas deleita a millones de televidentes y embrutece al mundo entero. El actor de cine que tiene como novia una gata. La actriz que se ha divorciado veinte veces y termina casándose con una maestro de obra. Desde el presidente que dice mentiras bonitas y el dueño de las computadoras del mundo que con su fortuna puede echarse en la espalda el producto interno bruto de Centroamérica y arreglar sus inmorales deudas externas.

El héroe guerrillero que creen no se repetirá más que en las camisetas fabricadas por las transnacionales. El beisbolista que reparte jonrones y millones en esteroides. Hollywood, vanidades, Cosmopolitan, Life y Fortune. Larry King y su enflaquecida figura espiritual. Los Héroes de los cómics. Fox News, La NBA, LA NFL, Oprah, Eurodisney y Europa ensimismada en su pasado.

Aquí no hay espacio. Aquí no hay lugar para nadie. Aquí los sitios de honor ya estar ocupados. Por eso, dicen los altavoces en voces cifradas al inconsciente: Sal, urde un plan y construye la historia de un glorioso día con sangre, en el que por primera vez se dejará ver en las cadenas de televisión de todo el mundo tu nombre y tu rostro. De otra forma estás condenado a vivir sin que le importes a nadie, ni siquiera a tus amigos, peor aún a tu familia que está más ocupada en coleccionar rifles y ser miembro insigne de la Asociación Nacional del Rifle, y de los números que les han enseñado a restar, que en un muchacho retraído a quién ya se le pasará la temperatura de la adolescencia.

Así les dicen a grandes voces, así los acosan, así los ciegan y ponen en sus manos los puñales, el revólver y después de gritarles a grandes voces por mensajes subliminales, los niños se tambalean ante un mapa desorientado de fronteras morales, y solo es preciso halar el gatillo y empantanarse en el río de sangre que traerá al momento del onomatopéyico sonido, ese oleaje refulgente de tragedias familiares.

Esta es Estados Unidos. Esta Europa del primer mundo. El tercer mundo. El mundo soslayado ha sido igualmente excluido y ninguneado a todos los niveles, y la lógica de este oprobioso sistema, ha arrojado a miles de pandillas juveniles, que aprenden como los gestores de la ignominia, a crear sus imperios de hojalata y de miseria, y a ser reyes del barrio y sus piltrafas. El sistema agoniza en sus contradicciones. Da coletazos de profunda enfermedad. Las arcas de reservas mundiales han sido vaciadas por los creadores de las imágenes del éxito personal y sus luminosidades.

La película está llegando a su escena final y esta proclamación no es un Armagedón milenarista puesto en la boca de un fanático luterano ni es el grito enajenado, en el decir de las plumas de oro fallidas, de un «perfecto idiota latinoamericano», que siempre ha estado convencido que las fuerzas ciegas del mercado necesitan de esas operaciones oftalmológicas que practican los médicos sociales del sur.

La crisis económica y moral vivida en Estados Unidos no deja espacios para la duda. Antes de la Tragedia en Connecticut la encuesta titulada Small Arms Survey conformada por expertos Suizos radicados en Ginebra estableció en sus conclusiones que en Estados Unidos hay 88 armas por cada 100 ciudadanos, y que existen 150 millones de Rifles y 83 millones de Escopetas. Los Presidenciables y el actual Presidente Obama omitieron abordar este asunto por miedo a la política agresiva de la Asociación Nacional del Rifle que tiene mucho Lobby en Washington entre los republicanos amantes de John Wayne y de Charlton Heston, y porque la mayoría de estadounidenses encuestados están muy de acuerdo con la tenencia de armas.

Mientras tanto el Vicepresidente de La Asociación Nacional del Rifle Wayne Lapierre manifestó que una tentativa para reformar la ley de tenencia de armas provocaría que «el futuro de la segunda enmienda de la constitución, el futuro de nuestro país y de nuestra libertad estaría en juego«. Yo agregaría que el país entero está en fuego cruzado no solo en estas masacres donde los reproches se orientan a niños perturbados sino a las políticas guerreristas que dejan a miles y miles de niños en el medio oriente postrados de muerte y de futuro en la absurda dimensión del olvido, sin que los pesares y las condolencias toquen levemente sus huesos desbaratados por bombas y aviones inteligentes.

En todos estos siglos de mentiras en que se han bendecido por igual a los templos donde se privilegian las elegías y se ponen en balance el valor de las muertes, en los tugurios de los espacios más sórdidos, en el desierto intrépido de la sobrevivencia humana, la voz inocente de los niños, de los pioneritos de la esperanza, esos de pasos vacilantes claman por un mundo en que las mentiras forjadas en los emporios de la publicidad no envenenen el aire de sus inocencias naturales, en que la creación artificial de la «otredad» filosófica vista en el cuerpo de un niño rival, sea el lugar del juego y del aprendizaje solidario, y en el que las únicas armas que se disparen sean contra la pobreza y la injusticia social.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.