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La guerra es suicidio

Fuentes: Cartelera Turia

Citábamos a James Ramsay MacDonald en la anterior columna, cuando afirmaba: la guerra es llamada murder, asesinato; pero no, es suicidio. Me han preguntado quién era el tal MacDonald. Pues sólo el primer jefe de Gobierno socialista (laborista) británico, hace exactamente ochenta años. ¿Suicidio? Vean, por ejemplo, la guerra de Irak, que el infame Aznar […]

Citábamos a James Ramsay MacDonald en la anterior columna, cuando afirmaba: la guerra es llamada murder, asesinato; pero no, es suicidio. Me han preguntado quién era el tal MacDonald. Pues sólo el primer jefe de Gobierno socialista (laborista) británico, hace exactamente ochenta años. ¿Suicidio? Vean, por ejemplo, la guerra de Irak, que el infame Aznar juraba no era guerra (su amo «Yoooorye» decía que sí), para burlar al Parlamento soberano celtíbero y enviar barcos de guerra y soldados, aseverando que eran una ONG. Bush pensaba (y lo peor es si aún lo piensa) que la victoria estaba en función de la brutalidad, en palabras de Jean Daniel, y su militarismo, su ánimo de venganza contra los moros, su lavatorio de frustraciones mediante la gratificación bélico-patriótica (Ramoneda), le llevaron a lo mismo que Hitler en el verano de 1.941 o el Japón en Pearl Harbor pocos meses después, esto es, a la «guerra preventiva», gran eufemismo para designar el terrorismo internacional a máxima escala. Terrorismo feroz contra las personas, bombas de fragmentación, uranio incluidos, y terrorismo contra el Derecho.

¿Suicidio? Ahí tienen la democracia, en el país que hizo la primera Constitución y la primera Declaración de derechos, reducida a poco más que juego electoral, gracias a la guerra de las mentiras y los negocios. Ahí van, reforzados por la guerra, quienes niegan a la mujer el derecho sobre su cuerpo, los que exigen la oración en las escuelas, los que prefieren el dinero al ecologismo. Erguido sobre los misiles y los tanques, rampa el pensamiento anti-intelectual, bárbaro, cuyo piloto títere es Bush, y la política basada en el engaño (muchos le han votado creyendo que en Irak luchan contra el terrorismo, y, encima, con éxito; muchos no saben que Bush ha hecho al mundo más inseguro). En el engaño y la ocultación de tantas cosas: de los intereses económicos que representa el clan gobernante en Washington, ejemplo soberbio de colusión mundo económico-mundo político (petróleo, armamento, reconstrucción), como del inmenso déficit fiscal, el hundimiento de la seguridad social y el empleo, la existencia de casi cuarenta millones de pobres en USA. Todo, oculto tras la bandera (qué miedo). Y, en cabeza, el mito del pueblo elegido, los valores morales de la pena de muerte, de la tortura en Guantánamo, Abu Ghraib, Afganistán…, y un nacionalismo que machihembra a Bush con Putin. Es indudable su enorme capacidad de conectar con los idiotas y los plutócratas. Lean a Norman Dixon, sobre las estrechas relaciones entre el militarismo y la psicopatía humana.

En fin, la seguridad por encima de todo: eterno camino del fascismo. La guerra como solución, cuando la guerra siempre es una huida. Y Bush vigilado de cerca por el perro de presa Cheney, hombre de suprema confianza de las multinacionales, que no se fían del todo de un romo iluminado que parlotea con Dios. Difícil tiempo, y más de un al-qaeda: el de quienes creen que nada puede cambiar, el de los que cada vez tienen más «necesidades» militares,… Ah, pero Nueva York, la mártir del 11-S, botó masivamente contra Bush.