Hay algo importante qué aprender de la reciente experiencia de los Estados Unidos e Israel en el Oriente Próximo: los ataques militares masivos, inevitablemente indiscriminados, no son sólo censurables sino inútiles a la hora de lograr los objetivos deseados de aquellos que los realizan. Los Estados Unidos, en los tres años de guerra que comenzaron […]
Hay algo importante qué aprender de la reciente experiencia de los Estados Unidos e Israel en el Oriente Próximo: los ataques militares masivos, inevitablemente indiscriminados, no son sólo censurables sino inútiles a la hora de lograr los objetivos deseados de aquellos que los realizan.
Los Estados Unidos, en los tres años de guerra que comenzaron con los bombardeos llamados de conmoción y sorpresa y continúan con la violencia y el caos diario, han fracasado por completo en su objetivo declarado de llevar la democracia y la estabilidad a Irak. La invasión y el bombardeo de Líbano por parte de Israel no le han traído más seguridad, en cambio han incrementado su número de enemigos entre Hezbolá, Hamás o árabes que no pertenecen a ninguno de los dos grupos.
Recuerdo la novela de John Hersey, El amante de la guerra, en la cual un piloto estadounidense machista, al que le gustaba arrojar bombas a la gente y alardear de sus conquistas sexuales, resultó ser impotente. El presidente Bush, se pavoneó vestido con su chaqueta de piloto a bordo de un portaaviones, anunciando la victoria en Irak para resultar como en personaje de Hersey: sus palabras igualmente fanfarronas, su maquinaria militar impotente.
La historia de las guerras posteriores a la Segunda Guerra Mundial revela la inutilidad de la violencia a gran escala. Los Estados Unidos y la Unión Soviética, a pesar de su enorme poderío armamental, fueron incapaces de derrotar a los movimientos de resistencia en países pequeños y débiles -Los Estados Unidos en Vietnam, la Unión Soviética en Afganistán– y se vieron obligados a retirarse.
Incluso las «victorias» de las grandes potencias militares resultaron ser esquivas. Supuestamente, después de atacar e invadir Afganistán, el presidente fue capaz de declarar que los talibanes habían sido derrotados. Pero cuatro años más tarde en Afganistán hay mucha violencia y los talibanes siguen actuando en la mayor parte del país.
Las dos naciones más poderosas después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y la Unión Soviética, con todo su poderío militar, no han sido capaces de controlar los acontecimientos en países considerados dentro de su círculo de influencia, la Unión Soviética en la Europa del Este y los Estados Unidos en Latinoamérica.
Por encima de la futilidad de las fuerzas armadas, lo más importante es el hecho de que la guerra actualmente tiene como resultado la matanza indiscriminada de grandes cantidades de personas. Para decirlo de manera terminante, la guerra es terrorismo. Este el motivo por el cual una «guerra contra el terrorismo» es una contradicción. Las naciones que hacen la guerra, ya sea los Estados Unidos o Israel, son cien veces más mortales para la gente inocente que los ataques de los terroristas por brutales que éstos sean.
La repetida excusa dada por el Pentágono y los oficiales israelíes para lanzar bombas donde vive gente común y corriente es que los terroristas se esconden entre los civiles. Por consiguiente a la matanza de gente inocente (en Irak, en Líbano) se la denomina accidental mientras que las muertes causadas por los terroristas (el 11/9, las bombas de Hezbolá) son deliberadas.
Esta es una distinción falsa, rápidamente refutada si se piensa un poco. Si una bomba es lanzada deliberadamente sobre una casa o un auto porque un «supuesto terrorista» esté dentro (nótese el uso frecuente de la palabra supuesto como evidencia de objetivos cercanos inciertos), el resultando de la muerte de mujeres y niños puede no ser intencionada pero tampoco accidental. La descripción correcta es «inevitable».
Por tanto si una acción va inevitablemente a matar a gente inocente, es tan inmoral como un ataque deliberado contra civiles. Y cuando consideramos que el número de gente inocente que está muriendo inevitablemente en sucesos «accidentales» ha sido considerablemente mayor que todas las muertes causadas deliberadamente por terroristas, debemos rechazar la guerra como una solución contra el terrorismo.
Por ejemplo, más de un millón de civiles en Vietnam murieron por causa de las bombas estadounidenses, presuntamente por accidente. Si sumamos todos los ataques terroristas realizados en el siglo XX en todo el mundo no igualarían esa horrible cantidad.
Si reaccionar a los ataques terroristas con la guerra es inevitablemente inmoral, tenemos que encontrar otras vías para acabar con el terrorismo incluyendo el terrorismo de la guerra. Y si las represalias militares contra el terrorismo son no sólo inmorales sino vanas, los líderes políticos, por muy fríos que sean sus cálculos, van a tener que reconsiderar su política.
Howard Zinn es profesor en la Universidad de Boston y autor del libro A Power Governments Cannot Suppress que publicará próximamente City Lights Books (www.citylights.com)
- Título original: War Is Not A Solution For Terrorism
- Autor: Howard Zinn
- Origen: Znet Commentaries; Jueves 07 de Setiembre, 2006
- Traducido por Esther Carrera y revisado por Margarita Esther González