En todos los medios de comunicación son mencionados con frecuencia los neoconservadores estadounidenses o neocons. Pero sólo El Viejo Topo explica quiénes son, de dónde vienen y adónde quieren ir. Concretamente en el artículo Los halcones del imperio, de Óscar Rivas Pérez, publicado en el número de diciembre de la revista, que no es otro […]
En todos los medios de comunicación son mencionados con frecuencia los neoconservadores estadounidenses o neocons. Pero sólo El Viejo Topo explica quiénes son, de dónde vienen y adónde quieren ir. Concretamente en el artículo Los halcones del imperio, de Óscar Rivas Pérez, publicado en el número de diciembre de la revista, que no es otro que el 200. Piezas así permiten a Miguel Riera, director de la cabecera, decir: «»El Viejo Topo es una revista radical en el más puro sentido de la palabra, porque va a la raíz de las cosas. Entre la información y la reflexión, da una visión más profunda de la realidad que los medios convencionales».
La primera entrega de El Viejo Topo llegó a los quioscos en noviembre de 1976 tras un año de zancadillas ministeriales. Era una revista político-cultural de orientación anarco-marxista que aspiraba a convertirse en «plataforma de debate para una izquierda que se estaba matando entre sí», según Riera.
Una tirada media de 35.000 ejemplares y unas puntas de 50.000 indican que alcanzó el objetivo. Los secuestros de la publicación por orden judicial fueron un ritual. Fernando Savater, Juan Goytisolo, Jorge Semprún, Fernando Claudín y Paco Fernández Buey eran algunos de los habituales en la revista. Si todo iba sobre ruedas, ¿por qué desapareció la cabecera en 1982? «Se extendió la sensación de que el trabajo de la izquierda estaba hecho», dice Riera.
La revista resucitó en 1993. Porque el trabajo de la izquierda no sólo no estaba hecho sino que ésta se había roto y era necesario «reconstruirla». Y hasta la fecha.
El Viejo Topo inició la segunda época con una optimista tirada de 30.000 ejemplares. Pero pronto se hizo patente que los tiempos habían cambiado y la tirada se estabilizó en 16.000 ejemplares. Riera considera que sacar cada mes la revista es una labor de «activismo». La estructura de la cabecera es «mínima» y ni el director ni los colaboradores –entre los que sólo Fernández Buey viene de la primera etapa– cobran por su trabajo. ¿Afecta la ausencia de honorarios a los textos que recibe la revista? «Sí. Positivamente. Tenemos superávit de piezas de calidad. Nuestros colaboradores son personas con cosas que decir, por eso aceptan decirlas gratis».
Riera cree que una de las funciones de El Viejo Topo hoy es «vincular los nuevos movimientos sociales con la tradición de la izquierda». En su opinión, los grupos metidos en el cajón de sastre de la antiglobalización han contribuido a la «superación de la atonía» que paralizaba a la sociedad. Los grupos de marras, dice Riera, tienen «intuiciones muy acertadas», pero andan escasos «de equipaje ideológico».
El crecimiento del fundamentalismo cristiano en EEUU y su penetración en el Partido Republicano es uno de los temas estrella del momento en prensa, radio y televisión. ¡Qué barbaridad!, exclama el público ante el recién descubierto delirio colectivo. No así los lectores de El Viejo Topo, que viene ocupándose regularmente del fenómeno desde 1994. Y vuelve a hacerlo en el número de enero. No se pierdan los artículos Cristo versus satán: el apocalipsis, de Aleksandro Palomo Garrido, y USA, el Waterloo de los liberales, de Slavoj Zizek. «Intentamos anticiparnos a los acontecimientos», dice Riera.