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La hipocresía arrincona a la parresía, un siglo XXI con pocas luces

Fuentes: Rebelión

Ya George Orwell (1984) nos hablaba de «la doble lengua», término que me viene al pelo para referirme al doble lenguaje que utilizamos todos los días: aquel que expresamos cuando estamos con nuestros amigos íntimos (o personas en las que confiamos a ciegas) y el que empleamos cuando, presionados por «los policías del pensamiento», tenemos […]

Ya George Orwell (1984) nos hablaba de «la doble lengua», término que me viene al pelo para referirme al doble lenguaje que utilizamos todos los días: aquel que expresamos cuando estamos con nuestros amigos íntimos (o personas en las que confiamos a ciegas) y el que empleamos cuando, presionados por «los policías del pensamiento», tenemos que ser «políticamente correctos».

Ya entrado el siglo XXI se ha generalizado la hipocresía y utilizamos un lenguaje -para disfrazar u ocultar lo que realmente pensamos- que nos sea rentable social, política y económicamente, lo que va en detrimento de la parresía, término rescatado de los griegos por Foucault para elogiar a los que se atreven a «hablar con franqueza», a decir «lo que piensan de verdad» independientemente de las consecuencias negativas que ello conlleva, incluso la exclusión social.

En esta época mucha gente (vendedores de palabras) habla para conseguir el aplauso, el reconocimiento social, lo que le piden las corrientes de opinión dominantes que, como casi todos saben, son creadas por los grandes grupos económicos que dominan y controlan los medios de comunicación.

El mismo Hawking se vio obligado a mentir -según confesó él mismo en su día- y a decir que «creía en Dios», lo que hizo por miedo a que la gente le diera la espalda, no se interesara por sus trabajos y no comprara sus libros.

Günter Grass, considerado durante décadas una de las conciencias más incómodas de Europa, así lo fue Eduardo Galeano de América Latina (ambos fallecidos en 2015) se atrevió a escribir en 2012 un poema titulado «Was gesadt werdwn muss» («Lo que hay que decir») en el que arremetía contra Israel y su programa nuclear.

En el texto hace referencia a un posible ataque preventivo de Israel contra Irán, «en el que podría ser exterminado el pueblo iraní». Grass, acosado por la prensa alemana e internacional por esas declaraciones, agregó que «ya era demasiado viejo para callarse» (tenía en aquel entonces 84 años) e hizo un llamamiento a reaccionar porque, subrayó, «mañana será demasiado tarde».

El primer ministro israelí Benjami Netanyahu recordó a Günter Grass (persona non grata en Israel), que el escritor perteneció, cuando tenía 17 años (lo que él ya había confesado) a la Waffen-SS para colocarle de por vida el sambenito de nazi, (lo que los conocedores de la vida y obra del autor hicieron trizas amargando a Tel Aviv y a esa parte de Europa que «sintiéndose culpable del Holocausto» se calla cuando Israel amenaza a «sus adversarios» con exterminios masivos).

Recientemente Netanyahu lanzó a Teherán esta sentencia lapidaria (al tiempo que festejaba la masacre palestina), «si algún día llueve sobre Israel, diluviará sobre Irán», ¿Puede haber más coherencia con los presagios de Günter Grass?

En lo cotidiano, en el día a día (y alejándonos de las grandes cuestiones que hemos abordado) ya ha llegado la hora -como nos avisaba George Orwell, de «los policías del pensamiento» y del «crimental». Las telepantallas nos vigilan las 24 horas de día y estudian con lupa cualquier palabra que pronunciamos, cualquier gesto, cualquier comentario que se nos escapa cuando creemos que los micrófonos están apagados, cualquier tuit, aunque lo escribamos después de una borrachera, etc.

No hay nada más fácil hoy día que destruir a una persona desatando a los perros de hierro del cuarto poder. Y, si queremos sobrevivir, somos conscientes de que, si optamos por la parresía podemos acabar debajo de un puente o apaleados. Por lo tanto, si queremos continuar en el gran Teatro del Mundo «seamos un poco hipócritas», en fin, la mentira es tan vieja como la orilla del mar.

Quizás la contaminación que respiramos ahora y que llega a todos los campos esté acabando, por lo menos en Occidente, con la pureza. Si a la verdad se le quita la pureza, sólo nos queda un trozo de mierda.

Como decía Emerson «Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta» sin miedo a ser llevada ante un tribunal.

En ésta década incierta (tal vez a la deriva) todos somos jueces y juezas y, cada frase que decimos o pensamos, es una condena o una absolución. Pensar desde fuera del bosque y respirar aire puro, se está haciendo más necesario que nunca. Urge una cultura que considere al ser humano el centro de todas las cosas (no basada en el adagio del palo y la zanahoria) y en la que la parresía sea la Estrella Polar.

Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.