El historiador Julio Pinto Vallejos (60), académico de la Universidad de Santiago, es autor de numerosas investigaciones enfocadas en los conflictos sociales y políticos. Entre sus publicaciones figuran: Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera: el ciclo del salitre y la reconfiguración de las identidades populares (1850-1900) , 1998; ¿Chilenos todos?: la construcción social de […]
El historiador Julio Pinto Vallejos (60), académico de la Universidad de Santiago, es autor de numerosas investigaciones enfocadas en los conflictos sociales y políticos. Entre sus publicaciones figuran: Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera: el ciclo del salitre y la reconfiguración de las identidades populares (1850-1900) , 1998; ¿Chilenos todos?: la construcción social de la nación (1810-1840) , 2009 (en coautoría con Verónica Valdivia); Luis Emilio Recabarren: una biografía histórica , 2013; El orden y el bajo pueblo: los regímenes de Portales y Rosas frente al mundo popular, 1829-1852 , 2014 (en coautoría con Daniel Palma, Karen Donoso y Roberto Pizarro).
La «Historia contemporánea de Chile», que publicó junto a Gabriel Salazar, ha marcado un hito. ¿Cómo nace la idea de ese trabajo?
«De una iniciativa de LOM Ediciones a mediados de los 90. En ese tiempo la editorial no publicaba historia, pero se les ocurrió que sería bueno tener una colección con una mirada distinta, una visión alternativa de la historia. Contactaron a Gabriel Salazar y él me contactó a mí. Así nació el proyecto, que se materializó con la publicación Historia contemporánea de Chile en cinco tomos. Y la verdad es que me sorprendió la acogida que tuvo -y aún tiene-. En los noventa la gente todavía era reacia a escarbar en el pasado, sobre todo en el más reciente. Por distintas razones; por cansancio, por sentimientos de culpa, por miedo, etc. Una característica del trabajo fue partir siempre de las inquietudes presentes».
Se dice que «las cosas dependen del punto de vista con que se miren». ¿Es válido para los historiadores?
«Existen los hechos, cosas concretas. Por ejemplo, el 11 de septiembre hubo un golpe de Estado, se bombardeó La Moneda y murió el presidente. Eso es un hecho. Nadie puede decir que no ocurrió. Los desaparecidos son un hecho. Uno puede discrepar y discutir el porqué se produjeron los hechos, pero eso no significa que puede decirse lo que se venga en gana y darlo por cierto. Lo que se dice debe demostrarse con pruebas. Las fuentes históricas no son sólo documentos, existen objetos, testimonios, restos arqueológicos, etc. Las fuentes deber ser estudiadas de manera rigurosa, analizar su veracidad y confiabilidad. También interpretarlas, porque, por ejemplo, no es lo mismo interpretar una fotografía que una carta».
TODOS SOMOS CHILENOS
A partir de su libro «¿Chilenos todos?…». ¿Somos todos chilenos, o solamente algunos?
«Partiría separando dos conceptos. República es una cosa y nación otra. La República es un régimen de gobierno que supone que existe una comunidad política y que todos sus miembros están participando en las decisiones que rigen esa comunidad. En ese sentido, Chile ha sido ‘una República’. Ahora, en nuestro libro más bien nos propusimos ver cómo se forma la nación chilena.
Las naciones no son cosas que existan desde siempre, las va conformado el ser humano. Antes de la llegada de los españoles no existía la palabra Chile ni el concepto. Se cree que la palabra Chile proviene de un río que hay en Arequipa, Perú, llamado Chili. Los habitantes del lugar decían que todo lo que quedaba al sur del río era Chile. Nuestros pueblos originarios nunca hablaron de Chile. Ellos usaban otros nombres para delimitar sus territorios. Tras la guerra de Independencia, que fue conducida por la aristocracia, comienza a forjarse la identidad de la nación, que significaba que la gente que habitaba el territorio se sintiera e identificara como parte de él, y que estuvieran dispuestos a sacrificar lo que sea en aras de esa nación.
La clase dirigente no estaba dispuesta a otorgar participación plena al pueblo en la dirección del país, pero necesitaba que ese mismo pueblo que desestimaban adquiriera una conciencia de pertenencia nacional. Porque en ese tiempo para la gente su patria era el sector donde vivían. Entonces la pregunta era: ¿Cómo algo que parte tan débil y tan abstracto, con el correr del tiempo comienza a tomar tanta fuerza? Porque ya a partir del siglo XIX, para el común, Chile sí era algo real, por el cual estaban dispuestos a hacer muchas cosas. Y esto considerando que el Estado que dirigía el país era elitista, aristocrático, y no trataba para nada de bien al mundo popular. Ese nacionalismo, ese grado de adhesión a un Estado que entrega muy poco dura hasta hoy, y es más evidente en el mundo popular».
¿Qué pasa con el «espíritu republicano»?
«Tras la independencia, los países de América Latina caen en una especie de caos político y social. A los nuevos gobiernos les cuesta instalarse y más aún hacerse obedecer. Entonces algunos políticos, como Diego Portales, piensan que había que establecer el orden. Viendo las opciones, se opta por la República, una forma de gobierno donde supuestamente participaba la comunidad política y todos los ciudadanos. Claro que Portales era muy elitista y no tenía intención que participara el populacho en las decisiones. Y como lo que les interesaba era el orden, su orden, argumentaban que la sociedad era aún muy ignorante y por lo tanto debían gobernar unos pocos a favor de todos. Es decir, se formó una República con participación restringida, y quienes participan es solo la elite».
Y se mantiene hasta hoy…
«Sí, se ha mantenido hasta hoy. Aunque hay que reconocer que han cambiado muchas cosas. Como que el concepto de República se base en la noción de que todos tenemos el derecho a participar. Los excluidos comienzan a cobrar la palabra a los gobernantes. Se ejerce una presión demandando derechos políticos. Y el sistema se va abriendo, y llega un momento, en los años sesenta del siglo XX, donde la participación política en Chile era muy alta, existiendo una democratización de verdad, que claramente se manifiesta en el gobierno de la Unidad Popular. Debido a esto viene el golpe de Estado de 1973 y la fórmula que emplean los ideólogos de la dictadura -empezando por Jaime Guzmán- es mantener la forma republicana y democrática, pero introduciendo nuevos mecanismos de exclusión, cuyo fondo es la despolitización de la sociedad. De hecho la Constitución del 80 reconoce el sistema republicano y democrático pero está llena de trampas. Uno de los mecanismos fue tecnocratizar el gobierno, donde solo un sector gobierna y el resto simplemente apoya o no apoya por vía electoral cada dos o cuatro años. En la actualidad la población no se siente identificada ni representada por la clase política, que vive como una casta lejos del resto de la población».
LA TRANSICIÓN
En los 90 se inicia la transición «en la medida de los posible». ¿Cómo ve ese proceso, o pasado, como dicen algunos?
«No comparto la idea de que hay que tener más perspectiva, más tranquilidad, porque las pasiones están muy vivas para juzgar. No. Las grandes pasiones o disputas históricas no se acaban de un día para otro, y muchas permanecen en el tiempo. Por lo mismo no existe ninguna razón para no poder estudiar y juzgar los acontecimientos más recientes. En esos años hubo varias cosas. Por un lado quienes apoyaron la dictadura, que no son pocos. Recuerde que alrededor de un 44% apoyó el Sí en el plebiscito, y no sé si eso ha disminuido mucho. Que no aparezcan públicamente es otra cosa. Después tenemos un sector de Izquierda, que deseaba hacer cambios profundos pero que sale muy golpeado de la dictadura y le cuesta ponerse de pie nuevamente, y creo que hasta el día de hoy no ha terminado de recomponerse. Entre otras cosas porque Chile cambió mucho y los esquemas que servían para entender los años sesenta y setenta ya no sirven. Este país es otro. Y luego están los que administran la transición, en los cuales yo diría que hay sentimientos ambivalentes: no volver atrás, temor, y mucho sentimiento de culpa, que los llevó a autoflagelarse: ‘debido a nuestra intransigencia y falta de sentido de la realidad provocamos un desastre que fue la dictadura, con muertes y torturas’. Hay una sensación de que no es conveniente arriesgar un regreso a la dictadura aunque eso signifique transar algunas cosas».
¿La influencia del empresariado, ha sido fundamental en mantener el modelo?
«El empresariado claramente está interesado en que no cambie nada. Pocas veces les ha ido tan bien en la historia como en estos años de la post dictadura. Y por eso el empresariado es tan laguista, es más laguista que pinochetista. Saben que una dictadura exacerba las disidencias y trae problemas sociales, en cambio una democracia que no cambie nada fundamental les permite seguir enriqueciéndose y sin mayores contratiempos. Como existe una clase política que está gobernando, y el grueso de la población no está participando, es cosa de acercarse a esa clase política y hacerle cariñito. Todos los procesos judiciales por el financiamiento ilegal de la política lo demuestran. Los empresarios le ofrecen plata a todos. Es un asunto transversal».
REFORMAS SIN RUMBO
¿Cómo evalúa las reformas del gobierno?
«Tal como están llegan a ningún puerto. No existen cambios sustantivos, por ejemplo, respecto del plan laboral de la dictadura. Según los expertos en esta materia habría retrocesos, sólo algunos avances menores. Se mantiene el corazón del plan laboral de la dictadura. Es uno de los temas que al empresariado más incomoda pues no desean que haya cambios. Esa reforma, como la tributaria, la educacional, etc., han causado mucha resistencia. Entonces lo que han hecho los empresarios es neutralizar estas reformas a través de la clase política. De hecho las reformas que están saliendo son versiones diluidas de lo que se suponía que debían ser».
¿Qué pasa con la Izquierda?
«En eso hay que ser bien autocrítico. Creo que hemos tenido una incapacidad radical para unirnos y realizar cosas en conjunto. Mira lo que pasó en la Izquierda Autónoma hace unas semanas. Tenemos problemas serios, que muchas veces tienen que ver con posturas mesiánicas. Uno se encuentra de pronto con grupos de quince o veinte personas que dicen: ‘esto es lo que hay que hacer y los demás están equivocados’. Esas actitudes políticamente son un desastre porque no vamos a lograr cambios en esta sociedad si hay cuarenta agrupaciones distintas y sesenta referentes. Una de las grandezas de Allende fue saber que con toda la heterogeneidad que tenía la Izquierda la unidad era un objetivo intransable. De lo contrario no se lograría nada».
Publicado en «Punto Final», edición Nº 855, 8 de julio 2016.