A pocos días de aprobado el proyecto de ley que indulta a los presos políticos y recientemente terminadas las movilizaciones de los prisioneros políticos- incluida la huelga de hambre mas larga que se recuerde- conversamos con Pedro Rosas, representante de los prisioneros de la CAS que aún se reivindican como miristas. En un clima de […]
Ponemos a disposición de los militantes de organizaciones sociales y de trabajadores, luchadores populares y personas comprometidas con la lucha contra la barbarie capitalista, esta conversación entendiéndola como una pieza más de esa memoria fragmentada que pugna por reconstruirse, hacerse colectiva y abrir paso a un nuevo proyecto para los trabajadores y sectores populares.
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MV: Partamos por algo que resulta sorprendente para muchos ¿porqué identificarse como prisionero político mirista cuando, siendo serios, sabemos que el MIR como tal dejó de existir hace más de una década?.
PR: Los procesos históricos de largo plazo, los proyectos de construcción de identidad y cambio, frustrados o exitosos, no son producto de decretos dictados por la elite o vanguardias redentoras sino de la necesidad, subjetividad y accionar de los actores que los encarnan, así también y por ello mismo, una identidad o definición política y cultural de profundo impacto en la biografía, no se desconstruye de la noche a la mañana.
En una perspectiva menos acotada, creo que ser mirista, es menos una definición orgánica o partidaria que una constatación política, valórica y cultural surgida en una experiencia de desarrollo vital, social y personal que me acompañó en el transitar a la adultez marginal. Simplemente he asumido la condición social de la experiencia y el compromiso ético con el tiempo que a uno le tocó y le toca vivir. Nadie tenía la autoridad para decir en 1973, en 1977, en 1989 o en los 2000: ésta memoria, ese proyecto político de poder popular y autonomía socio-cultural, ésta historia, por lo demás hecha a costo indecible, a partir de hoy se clausura en las mentes y biografías de una, dos y tres generaciones de militantes revolucionarios identificados con una forma de hacer política y pensar el proceso social.
Me parece que enfrentado a la experiencia de vivir en la prisión, de seguir viviendo y no congelar la identidad, reconocer una raigambre y una eticidad fue central para no dejarse trizar como lo han esperado nuestros carceleros. Nuestra definición, la definición de todos los prisioneros miristas como tales del 90 en adelante, impidió profundizar el aislamiento político, social y afectivo-cultural al que se nos sometió. Definirse mirista ayer y aún ahora, creo es válido para muchos militantes que de un momento a otro se vieron abandonados por la deflagración de sus espacios de práxis política formal. No es una cuestión nostálgica ni estadística, es la representación política de una presencia y acción social que logró poner, en la práctica y luego en la memoria colectiva, un proyecto y una consecuencia altamente trascendentes.
MV: Hasta aquí reconocerse como «prisioneros miristas» aparece como recurso subjetivo de resistencia de quienes están prisioneros, pero intuyo algo más en esta identificación. ¿Se trata también de un llamado a los «otros prisioneros», los libres pero atrapados en una memoria que no termina de madurar en proyecto, en propuesta?.
PR: Juzgar los movimientos políticos y sociales del pueblo bajo una lógica formulista, pragmática, racionalista o estadística, es negar la posibilidad de hacer una hermenéutica de la subjetividad popular como único caudal de la esperanza. Tenemos que aprender a pensarnos desde nosotros mismos, desde nuestras necesidades y desde nuestra historia como pueblo y como militantes, saber donde estamos, quienes somos y de donde venimos para trazar el camino a seguir y especialmente, para no ser solo fuerza de trabajo de un proyecto y sujeto ajenos. Nos han quitado mucho y no parece muy inteligente terminar por aniquilarnos nosotros mismos. Esto es mucho más que identificarse con un grupo, aparato o bandera, hablamos de la continuidad de un sentido utópico de la política y de la vida.
El proyecto hoy requiere de la reconstrucción de la autoestima social de los de abajo, de su capacidad para volar utópicamente, para vencer desde la interioridad el desgano, el agotamiento físico y mágico del final de cada día, curar el alma de nuestra subjetividad.
La acción y reflexión política del MIR y particularmente de sus innombrados militantes de base, tuvo una continuidad linfática en la territorialidad que trascendió las fronteras de lo orgánico y los vicios administrativos y representacionales de varias décadas de cultura política ilustrada y redentora. Podemos leer el presente con desgano, pero también como una oportunidad para crecer y desarrollarnos, para re-enamorarnos de la historia y querer darle un sentido.
De esa trascendencia acaso «poco política» pero muy existencial e histórica, surgen reivindicaciones subjetivas que apelan a lo ético cuando un proyecto más concreto y «presentable» formalmente y sustentable como alternativa en el tiempo político real del presente, requiere de mucha más reflexión, de mucho más trabajo y de mucho mas «tiempo social» para hacer la distinción estratégica entre lo viejo y lo nuevo, entre la resistencia y la propuesta, entre lo que fuimos y lo que ahora necesitamos ser.
Definirse mirista, en este caso, no solo fue instrumental para andar los años de cárcel sin fracturar la identidad política y personal bajo una presión indecible, sino también nos exigió encontrar un lugar-raíz desde donde mirar y andar el tiempo que viene. En eso estamos de acuerdo muchos de los militantes medios de la generación de los 80 que -por decreto- se nos licenció de tener nuestro propio intento histórico de cambio. Nuestros errores, revisiones o incluso arrepentimientos, no pueden ser el horror de impedir a otros pensar, luchar o identificarse con las huellas que otros antes que nosotros han dejado.
MV: Sin embargo, sea por respeto a tanto dolor o por una suerte de aceptación implícita de la desesperanza, muchas veces el rescate de los caídos y caídas es reducido a su condición víctimas dejando de lado la dimensión propositiva de sus vidas y luchas… Tal vez sea ya hora, por decirlo de algún modo, de «desenterrar» más que continuar enterrando a nuestros muertos….
PR: Creo que es una segunda muerte señalar los nombre y mostrar los rostros de los caídos en la lucha contra la dictadura sin mencionar o acaso pasar por alto los proyectos y sueños que esos hombres y mujeres encarnaron, sus acrobacias militantes, sus gestas sociales y políticas, sus contradicciones y pugnas, sus vagabundajes y transhumancias por fábricas y campos, sus constructos ideológicos y culturales, sus rastros y huellas militantes; aquello por lo que vivieron y no solo por lo que murieron o como murieron.
Es desafío muy actual, un exorcismo a la desmemoria. En los 80 se hablaba de «venir de vuelta» hay que preguntar, ¿de vuelta de donde? ¿de los intentos?, ¿de reconocer una historia de conflicto y enajenación no resuelta? Más que una definición es la descontrucción irónica de la des-definición actual en que todo parece permitido; traficar con niños, acumular ganancias con los enfermos y ancianos, precarizar el trabajo, disciplinar por el miedo y la obsesión de consumir y aparentar, desmantelar casi 100 años de reivindicaciones y capital social, abrir una brecha genética entre los ricos y los miserables. Eso no es ciencia ficción, es terrorismo real con bombas neoliberales de largo plazo.
Aún no he visto el documento que decreta entregar la memoria y la identidad a los coleccionistas de utensilios y huesos, prefiero dejar -junto a muchos otros- los estratos acumulativos de una continuidad de experiencias de indignación, resistencia y compulsión por ser históricos y no perecer bajo un nuevo «peso de la noche» posmoderno. ¿Qué seremos mañana, al cruzar estos muros, al dejar atrás estas rejas, cual será nuestra definición?
MV: La conexión entre pasado y futuro; es el rol de bisagra que les cupe a los sobrevivientes, a los presentes, sea que estén saliendo de las cárceles o estén acunando espacios de esperanza en los procesos de construcción hoy en curso….
PR: Es cierto, pero también algo mucho mas simple y elemental, muy antropológico, más neurológicamente límbico que anclado a la corteza cerebral de cuya base arranca la lógica del pensamiento civilizatorio, que ha construido las peores maquinarias de barbarie y exterminio. Decir únicamente que acarreados, aplastados, mojados, golpeados, aislados hemos mantenido una identidad y una humanidad bajo presión. Somos como los sobrevivientes que regresan a un país que ya no existe, tratando de reconocer las viejas calles, los afiches pegados y arrancados, los ecos de un viejo canto, asombrados pero no menos esperanzados atesorando las ancestrales fraternidades y lazos de amor que hacen posible pensar la comunidad humana.
MV: Pero también ese país inexistente, digámoslo directamente, es producto del pragmatismo que permitió a sectores demócratas, progresistas e incluso de la propia izquierda, hacer por años la «vista gorda» frente a la prisión política. No nos engañemos, se trató de una transición que buscó ocultar la existencia de presos políticos en democracia y del silencio cómplice de muchos ¿Cómo se procesa esta situación?
PR: Los presos políticos hemos permanecido entre 11 y 14 años en un aislamiento extremo, en ese trayecto vivimos y crecimos. En el encierro nos nacieron hijos o nietos, hicimos nuevos lazos, nos expandimos hacia adentro y descubrimos la posibilidad de hacer una micropolítica del territorio existencial.
Fuimos un grupo pequeño habitando un espacio en extremo reducido, vigilado por cámaras y micrófonos las 24 horas del día, con tránsitos y habitación interna segregada, aislados del exterior y con visitas limitadas a unos pocos familiares directos cada 15 días durante muchos años. Controlados en nuestra intimidad y sin posibilidades de estudio y trabajo sino hasta muy recientemente; sin acceso a defensa jurídica, estigmatizados como delincuentes terroristas abominables, con procesos dobles y condenas altísimas emanadas de la justicia civil y militar. A todo eso hicimos frente, eran las condiciones ideales para el desquiciamiento. A todo eso sobrevivimos.
Claramente fue un castigo dirigido más allá de nosotros, fue un mensaje para todo aquel que quisiera rebelarse, y eso con absoluta independencia de las formas empleadas pues, las mismas leyes represivas, hoy se aplican a trabajadores, estudiantes y mapuches. Lo que se consideró aberrante en dictadura claramente fue considerado necesario en democracia y hoy pende, como una espada, sobre cualquier atisbo de contestación social. Pero nuestra pequeña historia que parece llegar a su fin con nuestra libertad, permitirá pensar a otros -desde su particular subjetividad- que es no es imposible abrir sus propios muros y buscar con autonomía su camino de dignificación y emancipación futuras.
Fue como resultado de nuestras movilizaciones que conquistamos el derecho a vivir dignamente aún en cautiverio, al trabajo y al estudio; a ver a los hijos cara a cara, a inventar espacios para hacer amigos y enamorarnos sin el vidrio de un locutorio de por medio; a llevar nuestra voz más allá del muro y lograr que nuestra situación fuera un tema que había que resolver. El reconocimiento de nuestra situación no ha sido un regalo, nos hemos ganado junto a nuestros familiares y amigos y a la sensibilidad de muchas voluntades, el derecho a tener una presencia pública indesmentible.
En el intertanto, el olvido o indiferencia de muchos frente a nuestra situación, no puede comprenderse sin mirar con mucha atención el proceso de individuación y desagregación social que se ha internalizado como un sentido común anti-utópico; la pérdida de la memoria social y del sentido compartido entre quienes vivencian una misma situación de precariedad ha sido un subproducto socio-cultural de las relaciones económicas del modelo.
En la soledad, la política – entendida ésta como la voluntad de anteponer el «nosotros» al imperio del «yo»- parece no representar una alternativa de salida y opera el pragmatismo del «sálvese cada uno como pueda». La ruptura de la soledad, el tejer la fraternidad y el encuentro, parece ser uno de los ejes centrales de las luchas del presente; recuperar la cartografía de la esperanza. Los instrumentos y proyectos colectivos solo pueden florecer en ese nuevo mapa mental a construir.
MV: De acuerdo. La construcción de sujetos sociales y políticos para el presente y el futuro, inevitablemente deberá conocer de una nueva ética y de un lugar privilegiado para la fraternidad humana…. Pero compañero, volvamos ahora a usted ¿Cómo enfrentará ese desafío aún desde la prisión y proyectarlo en libertad?
PR: Si me planteo como necesaria la construcción de una nueva subjetividad, creo que es importante densificar y conocer más los procesos de resistencia que hemos vivido, como nos hemos hecho colectivamente y desde ahí poder proyectarnos para adelante.
En mi caso he partido, con el apoyo de mis compañeros, de mi vivencia concreta y de las experiencias que como militantes primero y como prisioneros después hemos compartido. En ese marco he desarrollado un trabajo de autoinvestigación social que tiene como tema central nuestra experiencia política y el contexto histórico en que ellas se desenvuelven.
Uno de los resultados visibles, es un libro -publicado por Editorial Ayun- sobre algunos aspectos jurídicos y políticos del tratamiento dado a los militantes detenidos y presos durante la transición, el comportamiento del Estado en materia de tortura y respeto al debido proceso analizados desde la perspectiva comparada de la legislación chilena e internacional. Este es un pequeño libro de trabajo, que espero, no solo ayude a comprender nuestra situación sino aportar a otros procesos como el que hoy viven por ejemplo los comuneros mapuches procesados; mucho de lo que ellos viven y vivirán de no resolverse su situación, se asemeja a lo vivido por nosotros y este trabajo, puede ser una colaboración que les permita utilizar mejor sus energías y comprender como funcionan específicamente los mecanismos jurídicos y políticos del control social.
El otro es un trabajo un poco más ambicioso y se aventura a reconstruir una visión de la historia de la militancia, la prisión política y la cultura política rebelde durante la transición. Es un trabajo que recoje una vasta documentación producida por los rebeldes, rescata nuestra oralidad y testimonio, nos da un rostro y nos coloca, a mi juicio, en perspectiva histórica de largo plazo como parte de los movimientos sociales populares desde la década de los 80 en adelante.
Hacemos pública documentación oficial y las posiciones de quienes nos criminalizaron, juzgaron y condenaron mostrando cómo, en su afán aniquilador, el Estado de Derecho en Chile fue vulnerado por sus propios garantes a la hora de dar señales de mano dura y gobernabilidad a una transición pactada a puertas cerradas. Desde abajo y recogiendo las propias claves de interpretación rebeldes, develamos aquello que a diez años y más de cárcel y resistencia, es solo parcialmente conocido a raíz de la ley de indulto general.
Este libro es un testimonio y reconocimiento a la dignidad y esperanza de los prisioneros, al trabajo prolongado y paciente de sus familiares y amigos en Chile y en el exterior, también da cuenta del progresivo involucramiento de otros actores en el tema y del conjunto de intereses que finalmente se pusieron en juego. Mucho de lo presentado se fue escribiendo a la par de los hechos y expresa mis propias dudas y temores frente a la posibilidad de que nuestra libertad fuera usada para cerrar un proceso de impunidad para los violadores de derechos humanos.
Es un relato urgente que verá la luz gracias al apoyo de Editorial Lom y a la colaboración de muchos compañeros tanto fuera como dentro de la cárcel. Esperamos que ayude a reconstruir nuestra memoria y sirva en parte para la discusión y crítica que de él, puedan hacer otros rebeldes en la búsqueda de su propio camino.
Cárcel de Alta Seguridad, CAS