«Apaga y Vámonos» es la historia filmada del asedio al pueblo mapuche-pehuenche y del fin progresivo de sus comunidades a manos de Endesa-España y el propio gobierno chileno. Los mapuche que resistieron durante trescientos años a la colonización española y que sobrevivieron a la República de Chile, se ven perseguidos por la democracia, que permite […]
«Apaga y Vámonos» es la historia filmada del asedio al pueblo mapuche-pehuenche y del fin progresivo de sus comunidades a manos de Endesa-España y el propio gobierno chileno. Los mapuche que resistieron durante trescientos años a la colonización española y que sobrevivieron a la República de Chile, se ven perseguidos por la democracia, que permite que se inunden sus territorios, sus cementerios, sus casas, su pasado. Los que se rebelaron pueblan las cárceles bajo acusación de terroristas. Los gobernantes y los poderosos hacen oídos sordos, o peor aún, se involucran en dudosos juicios con testigos que esconden el rostro y en los que se aplica la funesta ley antiterrorista decretada por la dictadura.
«Me gustaría conocer la definición de terrorista para el Estado chileno. Porque si lanzas una piedra o hay una manifestación en la calle lo más normal es que haya agitación, pero eso no te convierte en un terrorista», señala en entrevista Esteban Bernatas, productor ejecutivo de la película que acaba de estrenarse el pasado 22 de abril en el prestigioso Hotdocs Festival de Toronto, Canadá y que en los próximos meses será distribuida en toda Europa. Cuando llegue a Chile conmocionará. Porque sus imágenes muestran la discriminación por sistema. Unos meses atrás, los chilenos en el ático del edificio industrial del Poble Nou barcelonés no podíamos más que preguntarnos si acaso no habíamos pasado por una dictadura y por varios gobiernos democráticos de centro-izquierda.
El equipo catalán junto a un guionista francés (Clément Darasse) arribaron a Chile a principios de junio de 2004. En pocas horas contrataron a los técnicos chilenos -«un grupo muy profesional e impecable»- que los acompañarían durante un mes de filmación (en formato de cine). «Llegamos en un momento muy especial. Era el final de una lucha. Empezaban, por entonces, a llenar la represa inundando los cementerios indígenas sin autorización», relata el director y co-guionista Manel Mayol. Sin saberlo todavía, sus teléfonos ya habían sido intervenidos. Pronto los propios entrevistados los pondrían sobre aviso. Alguno de ellos incluso fue detenido e interrogado. ¿Qué vienen a filmar los extranjeros?, era la pregunta que estaba en el aire.
La primera de las múltiples entrevistas que muestran lo mejor y lo peor de Chile fue con Juan Agustín Figueroa, Ministro del Tribunal Constitucional, involucrado en calidad de abogado en la condena de cárcel de dos lonkos (jefes) mapuches por «amenaza terrorista» en contra de los dueños de los fundos Nancahue y San Gregorio. La conversación fue cordial, dicen los realizadores. Pero la cámara es implacable. Muestra a un viejo político, acomodado en la placidez de una habitación luminosa, que se manifiesta sorprendido porque la relación con el pueblo mapuche haya transitado desde la amistad a la franca enemistad. En este contexto, y en su calidad de presidente de la Fundación Neruda, se le pide que recite un poema del vate comunista. El espectador no escuchará ni un verso nerudiano; sólo una mirada se pierde en el abismo.
Por el bien común
Conocida es la defensa a capa y espada del ex Presidente Frei al proyecto de Ralco. En la inauguración de la hidroeléctrica en septiembre de 2004 volvía a referirse a los beneficios que la central aportaría al país. El Ministro de Economía Jorge Rodríguez Grossi daba un giro de tuerca al señalar que había que extraer algunas conclusiones sobre la función gubernamental: el deber de «asumir con coraje el bien común de la sociedad con políticas de Estado» (La Nación).
Más allá de la retórica política, sin embargo, el proceso de concreción de Ralco en el Alto Bío Bío está lleno de contradicciones dolorosas que resultaron un anzuelo irresistible para Andoliado Producciones: desde los numerosos informes técnicos de la propia administración del Estado que fueron obviados, pasando por la interpretación sui generis de la Ley Indígena y la remoción de su cargo de Mauricio Huenchulaf Cayuqueo, dirigente mapuche y director de CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena), hasta la negativa del Gobierno a asistir y proteger a los más débiles en el proceso de las negociaciones de permuta con los pehuenches y la clara política de intervención a favor de Endesa.
«En el momento de la inauguración de la represa, el noventa y ocho por ciento de chilenos tenía electricidad y uno se pregunta para qué esta represa. Para generar más industria, potenciar una máquina que se lo come todo y explotar a más gente cargándose el río hasta Concepción. Dicen que es en favor del progreso del país, pero muchos pensadores se replantean el concepto del progreso», interviene Esteban Bernatas.
El director del filme cuenta, casi entre risas, por lo absurdo de la anécdota, que conservan los archivos de unas imágenes de 1997 en las que un representante de Endesa anuncia en tono apocalíptico frente a todas las televisiones chilenas que si Ralco no se construye las cámaras que lo están filmando no podrán filmarlo en el futuro porque no habrá electricidad para cargar las baterías. «¡Es una mentira absoluta! ¡Pero si hemos estado filmando con baterías!», señala.
«En Chile hay un problema energético, pero en Chile hay electricidad. Ralco es la tercera represa más grande del mundo. Y no servirá para iluminar la casa de una pobre viejecita en Santa Bárbara. Para lo que va a servir es para dar energía a todas las multinacionales que se instalan en Chile y en América Latina», continúa el director, y explica que el documental no pretende ser ni etnicista ni estrictamente ecologista, sino más bien un filme que refleje la recolonización de América Latina y la «injusticia casi cósmica».
Los catalanes quieren precisar que cuando se habla de Endesa no se habla de una empresa pública española. Se trata de una empresa privatizada durante el gobierno del ex presidente José María Aznar. Entre 1997 y 2002 fue dirigida por Rodolfo Martín Villa, ex falangista y considerado una pieza clave de la transición española, bajo cuya dirección se logró el control accionario de Endesa Chile en 1999. Uno de los puntales de la película se logra precisamente cuando el abogado Roberto Celedón señala en cámara que Endesa adquiere una particular importancia para el Gobierno chileno cuando Martín Villa se reúne en Londres con Margaret Thatcher para intervenir a favor de la liberación de Pinochet. En pocos meses el proyecto de Ralco, que se encontraba detenido por decisión judicial, vuelve a ponerse en marcha.
Río abajo
Entre los involucrados en esta historia, no hay que descartar a los punk. Porque uno de los pases previos más emotivos de la película se realizó frente a los integrantes del grupo Fiskales ad hoc. «Mientras filmábamos en Chile, el director de fotografía me comentó que un grupo chileno había creado una canción a favor de los mapuches. Río abajo. La buscamos. Intentamos ubicar a los Fiskales en Santiago. Parecía bastante difícil», cuenta el productor. Una vez en Barcelona, paseándose por la calles a las tres de la madrugada, vio un papel fotocopiado negro con tipografía punki. Allí estaban los Fiskales. Tocaban en un local llamado La Macabra, a dos cuadras de donde se hacía el montaje de la película. Los Fiskales vieron el filme, cedieron su canción y confesaron sus lágrimas frente a la impactante narración.
El documental impresiona. Si es verdad que la historia la escriben los vencedores, estas imágenes plantean una excepción. No se pretende aquí un resumen de lo acontecido entre 1997 y 2004. No existe tampoco voz en off. Lo fundamental es que se da espacio a las víctimas para contar su tragedia frente a las cámaras: una joven mapuche explica en mapudungun la situación que la afecta. El testimonio se traduce del mapuche a nuestra lengua y somos nosotros los que debemos esforzarnos por entenderla. Otra dirigente mapuche, obligada a la clandestinidad, se pregunta por qué quieren acusarla de terrorismo.
Los entrevistadores plantean directamente la posibilidad del exilio, palabra que retumba en los oídos de los chilenos concientes de su reciente pasado político. También hablan los indígenas más perjudicados. Junto a sus familias, relatan lo que ha significado trasladarse a casas que al cabo de poco se llueven, lo que ha sido vivir a la luz de las velas durante cuatro años -porque la electricidad era la gran ausente-, lo que ha sido más tarde verse obligados a vender los animales para pagar las facturas del progreso.
La idea que se llevaron los catalanes de lo que ocurre en el sur de Chile es peor de lo que jamás imaginaron. «Supera todo lo que yo pensaba» -confiesa Manel Mayol. Hay cosas que no salen en la película, pero que Manel se encarga de detallar: «Según me contaron, Endesa les prometió una ambulancia, porque viven muy alejados. En un plano cinematográfico aquello parece Suiza, pero lo cierto es que estás en Los Andes. Y lo que ha hecho Endesa -porque no tiene dinero-, es poner a disposición de los indígenas un vehículo cuatro por cuatro, el mismo que usan sus trabajadores. Les han dicho que si alguien se pone enfermo lo llevarán a Santa Bárbara, a Los Ángeles o a donde sea. Bueno, pregunté, pero eso es de lunes a viernes; qué pasa si alguien se pone enfermo el sábado… Bueno, contestaron, se esperará hasta el lunes. Los de Endesa les dijeron: te voy a dar luz para toda la vida, vas a tener una casa cojonuda, vas a tener más animales, más campos. Esto es lo que dice Nicolasa Quintreman y es la pura verdad. Al final pactaron 40 hectáreas, mil euros, una casa cojonuda que al cabo de cuatro años tiene goteras. Fue terrible. Yo me acuerdo cada día de ellos. De la gente de Barco».
El plan inicial de Endesa contempla la construcción de siete hidroeléctricas con sus respectivos embalses en la zona afectada. Antes de Ralco se puso en marcha, en la misma zona río abajo, Pangue. Los efectos negativos sobre las familias indígenas afectadas están documentados. Los pehuenches no contaban entonces con una legislación protectora, pues la ley indígena data de 1993 y la central se inauguró en 1997. La citada ley -que a la luz de estas imágenes parece papel mojado- señala en su artículo primero: «El Estado reconoce que los indígenas de Chile son los descendientes de las agrupaciones humanas que existen en el territorio nacional desde tiempos precolombinos, que conservan manifestaciones étnicas y culturales propias siendo para ellos la tierra el fundamento principal de su existencia y cultura».
«Quiero ver fluir salvajes nuestros ríos sureños/ no pongas tus cristianas manos en lo más sagrado que tenemos…», dice la canción Río abajo que los Fiskales compusieron para denunciar la destrucción del territorio mapuche. Es también la letra que en un momento acompaña a las imágenes del documental. Son planos largos. La música y la naturaleza, los rostros convertidos en paisajes, resultan una combinación (estéticamente) subversiva. «Nos interesaba mucho retratar el paisaje de una manera lo más bella posible; porque lo es, pero también para joder a los malos. Es decir, vean que bonito que es Chile. Se lo van a cargar todo», dice el director. «Apaga», comentan al cabo, y «vámonos».