Más allá de la tentación de asumir a la pandemia como un “cisne negro” o como un fenómeno meramente coyuntural, ¿Cuáles son los rasgos que hacen de esta crisis epidemiológica global un acontecimiento inédito de amplias magnitudes estructurales y sistémicas que hunde sus raíces en la crisis de la civilización capitalista?
Planteada desde la industria mediática de la mentira como un fenómeno aislado, descontextualizado, ahistórico y coyuntural, la pandemia del Covid-19 es parte de una crisis sistémica y ecosocietal (https://bit.ly/3l9rJfX) que se entrelaza con las contradicciones consustanciales del capitalismo y con sus recurrentes y múltiples efectos negativos, sean sociales o sociales. Sin embargo, la construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu) tiende a encubrir, invisibilizar y a silenciar las distintas aristas y flagelos (http://bit.ly/39U4CkG) que se entrelazan con un fenómeno que, si bien se gesta en lo estrictamente sanitario, con mucho lo trasciende hasta erigirse en un hecho social total (https://bit.ly/34O4vpW) dotado de una red de sistemas complejos (https://bit.ly/2IUdYDQ).
Si bien las epidemias son una constante en la historia de la humanidad, cada una en su transcurrir muestra rasgos específicos y pueden llegar a relacionarse con el agotamiento de algún ciclo histórico o de algún proceso civilizatorio. Un ejemplo paradigmático al respecto es la peste negra o bubónica que asoló a Europa en el siglo XIV –cuyos últimos brotes se suscitaron hasta el siglo XVIII– y que se relacionó con el declive y destierro del modo de producción feudal. Con la propagación, desde las ratas, de la bacteria que le dio origen a esta epidemia murieron casi dos terceras partes de la población europea (de 80 millones de habitantes, la población se redujo a 30 millones entre 1347 y 1353), significando ello un importante sismo demográfico para ese continente. Otro caso lo representa la mal llamada “gripe española” suscitada entre 1918 y 1920, que prácticamente pasó desapercibida con el fin y la devastación de la Primera Gran Guerra (1914-1918) y que cobró la vida de entre 50 y 100 millones de habitantes en el mundo. Esta epidemia se relacionó con el principio del fin del imperio británico y con la transición hacia la pax americana.
Por su parte, la pandemia del Covid-19 se relaciona con la transición del patrón energético y tecnológico y con las mismas pugnas por la hegemonía; particularmente con el declive de esa pax americana y la emergencia de una especia de triunvirato o una hegemonía tripolar compartida protagonizada por China, Estados Unidos y Rusia, y con sus respectivas alianzas geoestratégicas incluyendo a naciones como Reino Unido, India, Brasil e Israel. En buena medida, estas luchas hegemónicas se suscitan en el patrón de acumulación y en la transición hacia un modelo energético de las llamadas “energías limpias o verdes” (el llamado Green New Deal) con las respectivas resistencias del modelo de la economía fosilizada. Así como en el control de la emergencia de un modelo tecnológico que privilegia –en el conjunto del proceso económico– la robotización, la inteligencia artificial, el análisis big data, la nube virtual, y el Internet de las cosas relacionado con la tecnología 5G aplicada al internet móvil de alta velocidad; y que tiene como principal consecuencia el avasallamiento de la clase trabajadora y la emergencia de una sociedad de los prescindibles.
El otro ingrediente que adereza estas reconfiguraciones geopolíticas y geoeconómicas es el proceso electoral de los Estados Unidos que alcanzó su punto culminante el 3 de noviembre, y que es el escenario de una cruenta pugna intra-élite –o entre dos facciones plutocráticas– que se disputa(n) la conducción del capitalismo a escala planetaria (http://bit.ly/3mJ74j3). La pandemia, por supuesto, que jugó un papel crucial en ese proceso electoral inclinando la balanza hacia una de esas élites plutocráticas tras colocar a Estados Unidos en el cénit de la crisis epidemiológica global.
La intensificación de los procesos de globalización es el primer rasgo de las sociedades contemporáneas que perfila a la pandemia como un fenómeno inédito, pero no por ello imprevisto o impredecible. La red de flujos globales –sean de mercancías, capitales, información, simbolismos, migrantes, turistas, etc.– acentúa los riesgos y la vulnerabilidad de los espacios locales al exponerse a una mayor densidad de las interrelaciones humanas en el marco de la re-espacialización y re-territorialización de las relaciones sociales y de la comprensión del mundo como un todo sistémico y estructurado que torna porosas las fronteras. Las vías de comunicación y los transportes intermodales permiten al ser humano trasladarse en 24 horas de un extremo al otro del planeta y la misma emergencia de un turismo masivo estimulado por la laxitud de los controles fronterizos, dan paso a mayores intercambios y a relaciones sociales entre ciudadanos provenientes de distintas latitudes; siendo todo ello un vehículo más para la portación y transmisión de virus y bacterias infecciosos.
Otro rasgo inédito de la actual crisis epidemiológica global consiste en que la pandemia es tratada –tanto por el poder del Estado como por el propio de las grandes corporaciones y de los mass media–como una guerra. Un “enemigo común e imaginario” (el coronavirus SARS-CoV-2) es asumido por un discurso belicista y guerrero y como un objetivo a vencer. Y en ello desempeña un papel crucial el tratamiento y exacerbación del miedo y sus nuevas significaciones (http://bit.ly/39Adhuw). Una epidemia fue magnificada mediáticamente y de crisis sanitaria la mutaron –a través de la post-verdad de esos mass media y de los gobiernos– en una tragedia de amplias proporciones, hasta instalar una industria del pánico global con sus respectivas dosis de manipulación emocional para justificar un generalizado y precipitado confinamiento global.
Esta es también la era de la información y, con ello, la era de las tecnologías que sincronizan las relaciones sociales y estimulan su ejercicio en tiempo real y a escala planetaria. Las tecnologías de la información y la comunicación si bien facilitan las interacciones sociales y los intercambios y transacciones de distinta índole; sin embargo, la emergencia de una plaza pública digital –fundamentada en las redes sociodigitales– perfila un ciberleviatán y una trivialización de la palabra tras imponerse la emoción y la visceralidad por encima de la razón.
El coronavirus SARS-CoV-2 no desafía ni pone en predicamento a la salud humana (tiene una letalidad del 1%), pues es un virus nuevo entre tantos otros que deambulan en el medio natural. Lo que desafía y problematiza este nuevo patógeno es el modo de vida, la forma de ser de la sociedad contemporánea y la lógica contradictoria en que está organizada. De ahí que lo inédito de esta pandemia radica en que trastoca las condiciones de relativa estabilidad de una sociedad paradojal (importantes avances tecnológicos en un mar de desigualdades extremas globales) cada vez más asediada, desde hace varias décadas, por la emergencia de una era de la incertidumbre y sus respectivas amenazas y riesgos que incrementan la vulnerabilidad humana.
La pandemia del Covid-19 es un acelerador del colapso civilizatorio contemporáneo (https://bit.ly/3oUtPCV) y del sin fin de contradicciones y disrupciones suscitadas desde el agotamiento del patrón de acumulación taylorista/fordista/keynesiano y desde la instauración de la crisis del liberalismo (1968) como ideología cohesionadora y legitimadora del capitalismo. Entonces, la construcción mediática del coronavirus se posiciona como un discurso ideológico que, a partir de la emergencia de un Estado sanitizante dotado de la ideología del higienismo, pretende restablecer la legitimidad erosionada –desde hace cinco décadas– de las estructuras de poder, dominación y riqueza. Lo que es nuevo en la historia de la humanidad es la emergencia de este Estado sanitizante o higienista dotado de dientes bio/tecno/totalitarios y arraigado en rasgos hobbesianos que privilegian la protección de los súbditos ante el miedo y las posibilidades de muerte que se ciernen sobre su cotidianeidad. Ese nuevo perfil del Estado y de sus funciones se presenta también como un rasgo inédito de esta crisis epidemiológica global.
5 000 0 6 000 millones de seres humanos protagonizaron esta gran reclusión a escala planetaria a partir de esta ideología del higienismo bajo la premisa de salvaguardar la salud y la vida de los ciudadanos. Este confinamiento global es también un fenómeno inédito, y más lo es porque condesa el individualismo hedonista, el social-conformismo, y la orfandad ideológica de los ciudadanos de a pie. No menos importante es la falsa disyuntiva que se instauró desde el inicio de la pandemia: la salud o la economía; la vida o la satisfacción de las necesidades básicas.
A grandes rasgos, comprender el carácter inédito de la pandemia supone ir más allá del reduccionismo que lo limita a una crisis sanitaria y la despoja de las múltiples implicaciones que se condensan y son detonadas por las decisiones públicas y corporativas que entrañan intereses creados ligados a esas estructuras de poder, dominación y riqueza. Darle contenido a la noción de que se trata de un fenómeno inédito, supone también estudiar sistemáticamente las manifestaciones de la pandemia en la intimidad, en la familia, en las relaciones cara a cara, en la relación del ser humano con la muerte, y en todos aquellos ámbitos de la realidad social donde se presenta como un evento detonante o desencadenante de multitud de acontecimientos. De ahí la necesidad de combinar la razón y la sensibilidad para llegar al fondo de esos aspectos finos de las sociedades contemporáneas.
Isaac Enríquez Pérez Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.