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La hora de la Teletón

Fuentes: Rebelión

Espera ansiosa para que la so-li-da-ri-dad se deletree puntual y no caiga en contradicciones, ni por la borda el esfuerzo, y la-len-gua-se-tra-be y se enrede con los dientes apenas en la segunda sílaba. Impaciencia para que aquel somnoliento encargado, aburrido de la misma cantaleta todos los años, abra la puerta de la sucursal bancaria y […]

Espera ansiosa para que la so-li-da-ri-dad se deletree puntual y no caiga en contradicciones, ni por la borda el esfuerzo, y la-len-gua-se-tra-be y se enrede con los dientes apenas en la segunda sílaba. Impaciencia para que aquel somnoliento encargado, aburrido de la misma cantaleta todos los años, abra la puerta de la sucursal bancaria y dar inicio a la fiestoca de caritativos empresarios, del ansioso público en general que no haya la hora de asaltarse la conciencia, robarle algunos morlacos y, en un arrojado esfuerzo por la patria, por los discapacitados también, enfilarse a depositar los fajos necesarios para que la economía siga en buen pie y las lágrimas fiscales se remitan y agradezcan la generosidad y el amor televisado al montón de profetas de la parábola, charlatanes del grito pelado, de las prédicas, que ya se lucen y arremolinan frente a las cámaras con tal que su caritativa perorata salga al aire, para que la infinita bondad de la empresa privada se enternezca, mientras el cuadro a cuadro capta el instante en que los mocos del cursi ministro del tesoro florecen de pura emoción, en señal de alivio quizás y evitar entrar en gastos, a tener que echar mano del PIB.

Instante del desprendimiento inmortalizado en miles de incómodos colchones de plaza y media, de dos plazas, que van siendo arrastrados desde barrios incontinentes, briosos, pujantes, de otros igualmente promiscuos pero más moderados y que tampoco se quedan atrás en sus king size y la generosa y traspirada fetidez de trasnochados orines y manchas derramadas en lánguidas noches de sueños pegajosos y pasajeros, de pesadillas lubricantes. Exclusiva caja de alcancías alternativas que se preparan con tal de vaciarlos de la riqueza acumulada en su interior y allá los desprendidos y asfixiados organizadores vayan viendo cómo mierda se deshacen de la espuma, de las plumas, de las fecas levitantes que se apropian del paisaje. Una premonición, un aviso que viene del cielo; porque allá también vuelan las noticias y arcángeles y querubines se disponen al desprendimiento, a rogar a dios para que la causa de cooperachas y vacas y diezmos logre triunfar.

Caridad que empieza por casa y no hace nada, pese a los ruegos, por ahorrarse l morbo de parálisis y muletas, de obviar la voz de cantantes, que su único éxito fue abrir la boca al nacer, de limitar a locutores de cara empática, de elocuentes ojeras, tics, taras y manías que intentan desempiojar el estado de ánimo del repleto estadio que, movido por la parálisis, tararea afónico y a rabiar el cantadito número de cuenta… poder que se siente a sus anchas y aliviado y se frota las manos y se libera de culpas de parapléjicos que van siendo consolados por la primera dama y el séquito se aduladores y el power point muestra en pantalla gigante la silla de ruedas a sortear entre los asistentes, eso sí, siempre y cuando, que no todo en la vida es gratis, el ganador sea capaz de mantenerse en pie durante las veintisiete torturantes horas que dura la nueva versión del himno nacional, y que ya canta, a capela, el afónico vocero de gobierno.

Dolor ajeno que se queja e intimida y se esconde de pura vergüenza, que no logra, por más el esfuerzo, ponerse en el lugar del otro, de aquellos que estiran el muñón, el garfio y las prótesis, en pos de sensibilizar la nausea que se apodera de la pulcra autoridad de brazos cortos, quien, con pinzas, extrae del bolsillo de perro el par de billetes falsos a repartir y que se devuelven mágicamente a su cartera, no sin antes lucirse ante el flash condescendiente del ministerio que comunica los logros altruistas que, dicho sea de paso, mandó a tapizar las gradas con lienzos que a la letra dejan entrever el compromiso de la nación con sordos, ciegos, mudos y anexos y etcéteras: «Y Agradezcan Cabrones Que Hoy Andamos Hiperventilados Y Sensibles Y Con La Taquicardia Bien Somnolienta Y Agitada». Causas justas que se exportan y el show de avisajes debe continuar así se caigan las gradas y todo mundo se quede dormido de los ofertones, y es puritita buena fe la promoción de leches que descreman su excelencia con tal de asistir las capacidades diferentes y embadurnar cualidades y propósitos y buenos precios sobre a quienes la falta de calcio se les nota y es posible pedirles que hagan otro esfuercito; no se fatiguen y vayan a vitaminizar los bolsillos y depositen más monedas.

Anuncios de gaseosas que tienen la capacidad de hacer caminar y las utilidades se esfuman a paraísos fiscales y las papas fritas eructan el beneplácito de lograr la meta y los diabéticos no acallan sus jeringas satisfechos de la colación compartida con dializados y artistas del espectáculo que ceden a la tentación de probar y meterse alguna cosita vía intravenosa. Calentura apremiante que hace más corto el desvelo, concentrando las miradas en el show de adultos y la ansiedad seca la boca y las generosas prótesis de nalgas y tetas siliconadas hacen otro esfuerzo más y se acercan y se frotan y se insinúan explícitamente y el camarógrafo es asesinado por un pezón postizo con tal de sumar a las arcas. Pantalla plana y crucifijos que hacen un esfuerzo literalmente sobrehumano en pos de que la perversión no acceda los hogares y ya no es posible se amilane la libido de los dueños de casa, excitados con aquel trémolo y vaivén lujurioso de blondas que no hacen más que erectar en demasía su urgido compromiso con los más desamparados y ojalá el viagra se apiade y le vengan las ganas del minuto feliz, de sodoma y gomorra, y hacer pedazos a la esposa, a la empleada, a la suegra, a la gata, el presupuesto del mes, con tal de convencerlas que vayan al banco a depositar toditos sus ahorros.

Y ya comienza el conteo final y las lágrimas inundan ríos y lagos y no se aquietan los aplausos que suenan adoloridos y las palmas se humedecen nerviosas y ni hablar de las vírgenes santísimas y viejas ansiosas por hacer realidad el sueño de los más necesitados; y en pelotas y recién bañadas esperan en sus casas ser abducidas por el plasma y darse el gusto de toquetear hasta hastiarse a los amanerados galanes que contorsionan la pelvis, convencidas que con tremenda parafernalia y virilidad en 3D, es muy probable que abran al toque lo que sea con tal de ventilar los choros del canasto familiar, antes que se vengan los fuegos artificiales que darán por concluida la proeza solidaria y, de sopetón, marcarán, gracias a la húmeda emoción que las embarga, la fecha de vencimiento que se les viene y tengan solamente de consuelo para erotizarse, aquella insoportable levedad del ser del modesto empresario, último donador de la noche, que no trepida en canjear algunos millones, con tal le regalen, ojalá, medio país, con todo y ríos.