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La hora de los trucos

Fuentes: Rebelión

Números redondos, déjà vu y política de los acuerdos, chaqueteo y consensos, la fiesta del poder, del todo por la patria que no se deja estar y atenta espera la convoquen cuando el aprieto se insinúa. Capicúas de calendario y once-once-once que intimidan y Matta es abducción y en lo alto de los cerros, junto […]

Números redondos, déjà vu y política de los acuerdos, chaqueteo y consensos, la fiesta del poder, del todo por la patria que no se deja estar y atenta espera la convoquen cuando el aprieto se insinúa. Capicúas de calendario y once-once-once que intimidan y Matta es abducción y en lo alto de los cerros, junto a la fugaz rapiña, se dibuja a todo color el misticismo rimbombante, la palabra de ley, la ganancia de pescadores que no se intimida más abajo, allá en el río que cercena el paisaje con su soberbio hedor de ciudad engreída, y que se viene jactancioso de saberse parte de la bonanza de culos sin una pizca de educación cívica.

Tierra rica en oportunidades que evidencia el oportunismo y, hasta que no se gorgoree lo contrario, el trabajo sucio de bostas analfabetos, rapaces especuladores que expolian todo a su paso, con tal de mantener las exitosas buenas costumbres y el estatus adquirido. Tarotistas que detentan la panacea y ni se despeinan al instante de mostrar la garra y la carta magna y el primer escrito de la república. Seriedad que se desdibuja de aquellos concentrados rostros que apuestan a salvarse (el resto que se pudra) antes que se salven otros, y reírse sólo es posible apenas los honorarios son depósito bancario o alunizaje de astutos descarriados que hacen efectivo las bondades del sistema y su desvelo democrático, poniendo en jaque a la jauría de delincuentes uniformados que los persiguen, y las ganas de impresionar al barrio pobre que los espera para la repartija de utilidades no basta y las hazañas de vivir en una ciudad con murallones, sobrepasados por necesidad y porque su interior es un casino donde siempre ganan los dueños, los de siempre, mientras las señoras aplauden y las joyas titilan su orgullo extasiadas y los orgasmos se guardan en las finas carteras y no desentonar, por incómodos y porque su estrategia no es fingirse sino simularse.

Instante de cultos caraduras, de brujos visionarios que gracias al parlanchín acento adquirido en colegios privados y escuelas matrices, cobran sólo en billetes anglos y sajones y nada de especies ni de carne ni de huevos ni de gallinas ni pan amasado, mucho menos que les vengan con aquel lapidario cuentito que todo anda mal, mal interpretando el amor sistémico por el prójimo, por desposeídos (de fe incluso) que por flojos no tienen nada. Proselitistas de la razón y palabra exacta que se doran bajo el sol y en el puerta a puerta convenciendo con sus ideas y paragones, adquiriendo aspecto de salmones ahumados, rebotando en el duro asfalto y bajo el cause de piletas públicas, para que no se diga que no son del pueblo, y que predicen lo que se viene, a sabiendas que la gleba bien acoge, por incauta de tanta palabra divina bien dicha y que se desova por completo en el cerebro ávido de ideas no-vedosas.

Videntes que no ven más allá de su caja fuerte y de las urnas que ya se construyen para alegría de los depositarios de confiar en las instituciones que no dejan de funcionar para tranquilidad de gobernantes traje sastres y del estiércol democrático que hace de mancuernilla y que venden o regalan y que como verborrea gana por una nariz, mientras la estabilidad convence con su hediondo eslogan que a la letra amenaza y apresta la particular ideología de binomios, de familias, de caciques, de momias y dinosaurios, para que los sufragios caigan de su lado y la pelea chica y la flojera se apoderen de burdas e ignorantes huestes a la hora de estériles discusiones, de particulares análisis, de la realidad hecha a imagen y semejanza y que se discute con pasión bajo el sol y los paraguas y las parrillas y los sirvientes, por allá en el litoral central que concentra las cabañas que dan forma a la convivencia cívica, política, religiosa y militar y que tan buenos dividendos otorga, y que es vigilada por alcaldes y monos chicos y ejércitos de fieles guardianes mal vestidos, a todo terreno, que aperran y son rabiosos y lambiscones, apostados tras las rejas de estos paraísos fiscales propiedad de estos parásitos quienes se alistan para la temporada estival y salir bien parados.

Minuto de las encuestas que tienden la mano, que ventilan y proyectan a los próceres más a la altura de las circunstancias, consignas que ya se acuñan, sesudos acuerdos en la mesa coja que diligente repara el poder que, visionario él, ya canta de antemano, como el zorzal o el zenzontle, que no necesariamente cantan hasta morir de aquí a mil años, la victoria en todas las circunscripciones del tinglado, y lo hacen frente al malhumorado escudo nacional que ya está harto de que lo salpique tanta emoción de estrofas juntas y que se prepara para ser violado una y otra vez y recibir nuevas monsergas para el bronce, y el lema patrio Por la Razón o la Fuerza es perfectible y es posible cambiarlo por la enseña: Que Si Te Vi, Ya Ni Me Acuerdo, que entra por la razón y a la fuerza y sin vaselina y no está demás tener la frase a mano, porque hace las veces de estímulo o, dependiendo del interesado, de justificación para que el esfínter done su sonoro repertorio y recuerde, acaso no se den cuenta, que los cóndores son pedantes y de mal augurio y tontos útiles del nacionalismo y del egocentrismo más montano y megalómano y depositarios de las peores tradiciones, operaciones y masacres de las que se tengan en la memoria.