«El cese al fuego debe definirse cuanto antes, en tanto que la firma del acuerdo de paz llega con sus comunicados y flashes. El afán, que debe ser perentoriedad en lo primero, vendría con el sosiego requerido en lo segundo, para que sea seguro. La vida de miles de colombianos no puede debatirse entre el galimatías y la entelequia…»
En Filipinas, un país que ha librado por 45 años un intenso conflicto de autodeterminación, se selló el acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla del Frente Moro hace menos de un año, pero había sido acordado un alto al fuego mucho tiempo atrás, desde 1997, que redujo la intensidad de la violencia, y evitó miles de muertos y millones de refugiados. Claro, también hay que anotar que los Luchadores del Bangsamoro, otra cara de la insurrección del país, continuarán la lucha armada.
Por estas tierras, 195 años atrás, la Gran Colombia y el Reino de España firmaron el Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra. El pacto, firmado por el Capitán General Pablo Morillo y Simón Bolívar en Trujillo, Venezuela, supuso el cese al fuego, interrumpió las operaciones militares en mar y tierra en Venezuela, y confinó ambos ejércitos a las posiciones detentadas el día de la firma. El texto fue redactado por Antonio José de Sucre y Bolívar lo consideraba como «el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra». Además, sentó las bases de lo que sería el actual Derecho Internacional Humanitario. El armisticio se rompió antes de lo estipulado, pero im-plicó el fin de la guerra a muerte iniciada en 1813, y, desde entonces, hasta el final del conflicto de la Independencia, varios años después, en Venezuela y en el resto de la América del Sur, los combates fueron regulados.
Sin ir a momentos históricos remotos ni a lugares extraños, en el propio país y con los mismos alzados en armas colombianos, existe un antecedente de cese de hostilidades. En marzo de 1984, el Gobierno del presidente Belisario Betancur y varias guerrillas firman los Acuerdos de Cese al Fuego y Tregua, donde las partes asumían el compromiso del cese bilateral del fuego. Los sublevados no entregaban ni dejaban las armas, pero los esfuerzos se orientaban a buscarle la salida política al conflicto. Aquellos diálogos dieron paso a la conformación de la Unión Patriótica. Lo que sigue se sabe de sobra. La experiencia no era errada per se, sino peligrosa para sectores políticos, empresariales y militares, que eternamente en Colombia se han negado de plano a todo lo que su paranoia febril les sugiera menores niveles de exclusión hacia sus coterráneos.
El documento fue firmado por los representantes del gobierno, y por las Fuerzas Armadas Revo-lucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), la Autodefensa Obrera (ADO) y los Des-tacamentos «Simón Bolívar» y «Antonio Nariño» del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Unos meses después el documento también fue firmado por el Movimiento 19 de abril (M-19) y el Ejérci-to Popular de Liberación (EPL). (1)
Los modelos son muchos y variopintos. Lo cierto es que aquí o allí, el cese al fuego determinado sin los protocolos definitivos de los acuerdos de paz, no ha significado otra cosa que esquivar cientos o miles de muertos y heridos, desplazamientos, violencia y dolor para quienes padecen los embates de la guerra en carne propia, que en el caso colombiano son sobre todo campesinos, minorías étnicas y los pobres de zonas urbanas y rurales.
Porque pobres son los combatientes de lado y lado, soldados y guerrilleros, quienes ponen el pecho en este conflicto irrazonable. ¡Disparate! Los terroristas dados de baja son hermanos de los héroes que les disparan desde los Kfir de RAFAEL o los Black Hawks de Sikorsky. Los paladines de la patria que engruesan las cifras de caídos a la hora de la verdad son de igual caserío de quienes les dieron muerte. La vieja historia: Los de abajo matándose entre sí, para que los de arriba no pierdan poder ni prebendas, en un conflicto almidonado con lemas ridículos, convicciones pueriles y objetivos embusteros.
Desde el inicio de las conversaciones en La Habana, a finales de 2012, las FARC plantearon la necesidad de llevar a cabo un cese bilateral del fuego. De hecho, la guerrilla dio un golpe mediático al hacer efectiva en los albores del diálogo una tregua unilateral de fin de año de dos meses. Pero el gobierno fue tajante en descartar la posibilidad. (2)
La toma de decisión del cese al fuego no es un asunto simple para ninguna de las partes. Es de suponer que la propuesta de las FARC obedece a un análisis previo al interior de la organización, en especial, desde el punto de vista estratégico militar, donde una ruptura en los diálogos de La Habana les supondría unos aprietos graves. Tienen la experiencia del Caguán, donde desde el principio vieron útil la estrategia de ganar tiempo y armarse. Que de paso fue la estrategia utilizada por el gobierno de Andrés Pastrana (con precisión, por Bill Clinton, que le dio venia y cuerpo y nombre, «Plan Colombia», al ingenuo borrador del presidente subordinado: «Cambio para Construir la Paz 1999 – 2002»).
Pensar así hizo del Caguán un error de doble faz que a las FARC les costó una guerra sin cuartel y sin reglas que terminó debilitándolas, y al país llevar a acuestas y con reincidencia el subsiguiente gobierno belicista, lleno de vínculos criminales y dispuesto a todo con tal de acabar con los enemigos, el cierto, de las guerrillas, y el imaginario, de cualquiera que pensara diferente. Hoy son otros los contextos, internacional y nacional, y a pesar del escepticismo inicial la sociedad co-lombiana ha venido montándose en el latoso bus del diálogo. El hastío de la guerra y la esperanza de paz han podido más y han hecho lo propio.
De algún modo, esa disposición para el cese al fuego de la guerrilla también hace expresa su de-cisión de apostarle todo o por lo menos mucho al éxito de las conversaciones. El reciente inicio del cese al fuego unilateral por parte de las FARC (3), que de dos meses pasó a ser indefinido, cuyo cumplimiento ha reconocido el presidente colombiano y defensores de derechos humanos de nueve departamentos golpeados por el conflicto (4), deja el balón en el campo del gobierno, que ya se refirió incluso a la opción de un «desescalamiento» y afirmó que los representantes gu-bernamentales en los diálogos de paz comenzarán a discutir el tema del cese el fuego bilateral con las FARC, aunque su puesta en marcha no sea inmediata. La variación en el discurso del presidente Santos parece abrir más temprano que tarde dicha puerta, aunque también asoma el recelo de que en varias oportunidades el presidente un día anuncia algo y al siguiente lo contrario.
El proceso de paz colombiano ha avanzado en tres de los puntos previstos en la agenda de con-versaciones. Aún quedan subtemas en el tintero, que tienen que ver con tierra y desarrollo rural, participación política, y drogas y cultivos ilícitos, pero no es corto lo avanzado. Son cuestiones que están al centro de lo que ha sido la guerra colombiana. Siguen pendientes los puntos de víctimas y verdad, si bien los encuentros al respecto han empezado, y de fin del conflicto, que comprende la «dejación» de armas y el cese bilateral del fuego.
Ni breve ni fácil la paz en un país como Colombia. La guerra de décadas se ha enraizado en lo más profundo de los dos siglos de vida republicana. Los últimos cincuenta años de lucha son el alargue de la Violencia de mitad del siglo pasado, que a su vez es la consecuencia tardía de las deudas pendientes dejadas por la guerra de los Mil Días, que no fue otra cosa que el cierre de cuentas a medias, en un buque gringo, de las guerras y guerritas del siglo XIX, que nunca saldaron los líos e injusticias descomunales traídos desde la Colonia.
Un enredo largo que se esquematiza en pocas líneas, pero que representa la historia de un país inmerso en una conflagración continuada, cada vez más degradada, perversa, que le ha costado muchísima sangre a los colombianos. Y una guerra así tiene inercia. Beneficiarios a granel, grupos que se han acostumbrado a vivir de ella, sostenedores que ahí hacen réditos. La muerte los vigoriza.
Varios cientos de miles de nuevas víctimas se habría podido evitar si hubiera prosperado el alto al fuego desde aquellos días de los inicios del diálogo, más de dos años atrás. Naciones Unidas afirma que desde entonces «alrededor de 400.000 colombianos han tenido que desplazarse y en el mismo periodo cientos de personas, tanto uniformados como civiles, murieron o fueron grave-mente heridas como consecuencia del conflicto». (5)
El presidente Santos, a quien hay que reconocerle su apuesta de buen jugador por sacar adelante el proceso de paz, obedezca a los cálculos que sea que obedece, ha optado por la alternativa de mantener la contienda con todo el empuje posible. El país sigue negociando armas y armándose. (6) Señores de la guerra de Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Italia, Corea del Sur, Alemania, España, Brasil y el régimen de Israel, van y vienen en esa feria de millones de dólares que hace por el mundo un país que carece de recursos para garantizarle a sus habitantes los derechos fundamentales. La Constitución los enumera de modo rimbombante, pero la cotidianidad los niega con crueldad.
Mientras se habla de paz en La Habana, la guerra perdura en todo el territorio nacional. Ahora, sólo de parte de las Fuerzas Militares. Pero uno basta. El hilo es fino y el límite se cruza con el mínimo error. (7) El cese unilateral de las FARC es importante, pero el bilateral es imprescindible.
Algunos opinan que un cese al fuego bilateral sería un riesgo grande, puesto que los enemigos declarados del proceso podrían sabotear la tregua efectuando acciones desestabilizadoras, que endilgarían a las partes (a las FARC, mejor dicho). Un razonamiento que no es infundado, teniendo en cuenta que esa ha sido una táctica habitual de la extrema derecha colombiana, la cual no descarta procedimiento alguno ni respeta límites legales, y tiene a su favor sectores económicos, institucionales, militares y el viento mediático, sensacionalista y sospechosamente crédulo de las apariencias.
Pero ocurre que el otro camino, el elegido, de hablar en medio del fuego cruzado, tampoco ha sido inmune a los intentos de sabotaje. Filtraciones de información, anuncios no autorizados, espionaje de toda índole, acciones de desprestigio contra el presidente Santos, hasta amenazas masivas contra personas vinculadas de uno u otro modo con el proceso. Los ataques proceden de personas y organizaciones con espíritu oscuro pero sustancia clara: Centro Democrático (en pleno), casas tomadas (Procuraduría), mercenarios informáticos, militares, francotiradores al interior del gobierno (ministro de Defensa) y bandas criminales de origen paramilitar (que han amenazado a dos centenares de defensores de Derechos Humanos a lo largo y ancho del país).
Hablar en medio de las balas ha echado por tierra el pregonado cuento de que lo que ocurre en el país no afecta lo que se dialoga en La Habana. Quien más gustaba del lema, el presidente, ordenó la suspensión de los diálogos al primer aviso de la retención por parte de las FARC del brigadier general del Ejército Rubén Darío Alzate, en una zona selvática del departamento del Chocó. Otro efecto bumerán de la política del fuego cruzado.
Así que en medio de esto sólo es entendible el diálogo en medio del fuego por la actitud dubitativa del gobierno frente a la necesidad de la defensa inmediata de la vida de cientos de colombianos y de evitar miles de desplazados y nuevos afectados por la guerra, y por la falta de entereza frente al poder y la tenaz presión ejercida por aquellos beneficiarios de la guerra enunciados.
La idea de hablar del cese al fuego no indica que se esté en la recta final de las conversaciones. Aunque el pico se presiente, la cuesta todavía se padece. En verdad, es un punto pautado desde la agenda, y su discusión ahora o luego debe abordarse, sin discusión, como lo indica la analista Laura Gil. (8) Pero el trámite faltante, al que se suma la ayuda de tantos leguleyos, no es exiguo ni será de semanas. Las salvedades pueden costar muchas muertes, que sólo salvaría la definición del armisticio bilateral.
Un cese que debe definirse cuanto antes, en tanto que la firma del acuerdo de paz llega con sus comunicados y flashes. El afán, que debe ser perentoriedad en lo primero, vendría con el sosiego requerido en lo segundo, para que sea seguro. La vida de miles de colombianos no puede debatirse entre el galimatías y la entelequia, como el discurso uribista. La firma de la paz es más flexible y soporta, incluso, a Uribe.
Que la prisa inversa, la de firmar una paz a las volandas y negarse a perder la costumbre de dar plomo, no nos deje como a la Tanzania de la Primera Guerra, donde el 18 de noviembre de 1918, varios días después de que su nación «protectora», Alemania, pidiera el armisticio y cesara el con-flicto, los combatientes seguían descuartizándose sin compasión.
(*) Juan Alberto Sánchez Marín. Periodista y director de cine y televisión colombiano.
NOTAS:
(1) «Los Acuerdos de Cese al Fuego y Tregua (1984)». Especial en Portal Colombia.com du-rante la época de la Zona de Distensión. http://www.colombia.com/gobierno/especial3/acuerdos.asp
(2) Las FARC abrieron el diálogo de paz con un cese el fuego unilateral de dos meses. 20 de noviembre de 2012. http://tiempo.infonews.com/nota/108543/las-farc-abrieron-el-dialogo-de-paz-con-un-cese-el-fuego-unilateral-de-dos-meses
(3) «FARC-EP declara cese unilateral al fuego y a las hostilidades por tiempo indefinido». 17 de diciembre de 2014. Portal FARC-EP.
http://www.pazfarc-ep.org/index.php/noticias-comunicados-documentos-farc-ep/estado-mayor-central-emc/2338-farc-ep-decara-cese-unilateral-al-fuego-y-a-las-hostilidades-por-tiempo-indefinido
(4) «Certifican cumplimiento de cese del fuego por FARC-EP en Colombia». 19 de enero de 2015. Prensa Latina.
http://www.prensa-latina.cu/index.php?option=com_content&task=view&id=3454951
(5) Comunicado de prensa del Sistema de las Naciones Unidas en Colombia. 18 de diciembre de 2014. http://www.co.undp.org/content/colombia/es/home/presscenter/articles/2014/12/18/comunicado-de-prensa-del-sistema-de-las-naciones-unidas-en-colombia/
(6) «Colombia compra 32 tanques inteligentes». El Espectador. 22 de enero de 2015
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/colombia-compra-32-tanques-inteligentes-articulo-539417
(7) Farc amenazan tácitamente con suspender cese unilateral del fuego. Radio Santa Fe. 23 de enero de 2015. http://www.radiosantafe.com/2015/01/23/farc-amenazan-tacitamente-con-suspender-cese-unilateral-del-fuego/
(8) «Cada cosa en su momento». Laura Gil. El Tiempo, 20 de enero de 2015. http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/cada-cosa-en-su-momento/15125537 – See more at: http://www.hispantv.ir/detail.aspx?id=308514#sthash.QUblGCwe.dpuf
La paz que le dio fin a una de las guerras más cruentas, la Primera Guerra Mundial, absurda entre todas las guerras absurdas, silenció los disparos de fusiles y cañones un año antes de que se firmara el tratado de Versalles, en 1919, el cual ponía oficialmente fin a la guerra librada entre Alemania y los países aliados de la llamada Triple Entente. Cabe señalar que este tratado a su vez sería el primer peldaño para la refriega siguiente, la Segunda Guerra Mundial.
En Filipinas, un país que ha librado por 45 años un intenso conflicto de autodeterminación, se selló el acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla del Frente Moro hace menos de un año, pero había sido acordado un alto al fuego mucho tiempo atrás, desde 1997, que redujo la intensidad de la violencia, y evitó miles de muertos y millones de refugiados. Claro, también hay que anotar que los Luchadores del Bangsamoro, otra cara de la insurrección del país, continuarán la lucha armada.
Por estas tierras, 195 años atrás, la Gran Colombia y el Reino de España firmaron el Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra. El pacto, firmado por el Capitán General Pablo Morillo y Simón Bolívar en Trujillo, Venezuela, supuso el cese al fuego, interrumpió las operaciones militares en mar y tierra en Venezuela, y confinó ambos ejércitos a las posiciones detentadas el día de la firma. El texto fue redactado por Antonio José de Sucre y Bolívar lo consideraba como «el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra». Además, sentó las bases de lo que sería el actual Derecho Internacional Humanitario. El armisticio se rompió antes de lo estipulado, pero im-plicó el fin de la guerra a muerte iniciada en 1813, y, desde entonces, hasta el final del conflicto de la Independencia, varios años después, en Venezuela y en el resto de la América del Sur, los combates fueron regulados.
Sin ir a momentos históricos remotos ni a lugares extraños, en el propio país y con los mismos alzados en armas colombianos, existe un antecedente de cese de hostilidades. En marzo de 1984, el Gobierno del presidente Belisario Betancur y varias guerrillas firman los Acuerdos de Cese al Fuego y Tregua, donde las partes asumían el compromiso del cese bilateral del fuego. Los sublevados no entregaban ni dejaban las armas, pero los esfuerzos se orientaban a buscarle la salida política al conflicto. Aquellos diálogos dieron paso a la conformación de la Unión Patriótica. Lo que sigue se sabe de sobra. La experiencia no era errada per se, sino peligrosa para sectores políticos, empresariales y militares, que eternamente en Colombia se han negado de plano a todo lo que su paranoia febril les sugiera menores niveles de exclusión hacia sus coterráneos.
El documento fue firmado por los representantes del gobierno, y por las Fuerzas Armadas Revo-lucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), la Autodefensa Obrera (ADO) y los Des-tacamentos «Simón Bolívar» y «Antonio Nariño» del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Unos meses después el documento también fue firmado por el Movimiento 19 de abril (M-19) y el Ejérci-to Popular de Liberación (EPL). (1)
Los modelos son muchos y variopintos. Lo cierto es que aquí o allí, el cese al fuego determinado sin los protocolos definitivos de los acuerdos de paz, no ha significado otra cosa que esquivar cientos o miles de muertos y heridos, desplazamientos, violencia y dolor para quienes padecen los embates de la guerra en carne propia, que en el caso colombiano son sobre todo campesinos, minorías étnicas y los pobres de zonas urbanas y rurales.
Porque pobres son los combatientes de lado y lado, soldados y guerrilleros, quienes ponen el pecho en este conflicto irrazonable. ¡Disparate! Los terroristas dados de baja son hermanos de los héroes que les disparan desde los Kfir de RAFAEL o los Black Hawks de Sikorsky. Los paladines de la patria que engruesan las cifras de caídos a la hora de la verdad son de igual caserío de quienes les dieron muerte. La vieja historia: Los de abajo matándose entre sí, para que los de arriba no pierdan poder ni prebendas, en un conflicto almidonado con lemas ridículos, convicciones pueriles y objetivos embusteros.
Desde el inicio de las conversaciones en La Habana, a finales de 2012, las FARC plantearon la necesidad de llevar a cabo un cese bilateral del fuego. De hecho, la guerrilla dio un golpe mediático al hacer efectiva en los albores del diálogo una tregua unilateral de fin de año de dos meses. Pero el gobierno fue tajante en descartar la posibilidad. (2)
La toma de decisión del cese al fuego no es un asunto simple para ninguna de las partes. Es de suponer que la propuesta de las FARC obedece a un análisis previo al interior de la organización, en especial, desde el punto de vista estratégico militar, donde una ruptura en los diálogos de La Habana les supondría unos aprietos graves. Tienen la experiencia del Caguán, donde desde el principio vieron útil la estrategia de ganar tiempo y armarse. Que de paso fue la estrategia utilizada por el gobierno de Andrés Pastrana (con precisión, por Bill Clinton, que le dio venia y cuerpo y nombre, «Plan Colombia», al ingenuo borrador del presidente subordinado: «Cambio para Construir la Paz 1999 – 2002»).
Pensar así hizo del Caguán un error de doble faz que a las FARC les costó una guerra sin cuartel y sin reglas que terminó debilitándolas, y al país llevar a acuestas y con reincidencia el subsiguiente gobierno belicista, lleno de vínculos criminales y dispuesto a todo con tal de acabar con los enemigos, el cierto, de las guerrillas, y el imaginario, de cualquiera que pensara diferente. Hoy son otros los contextos, internacional y nacional, y a pesar del escepticismo inicial la sociedad co-lombiana ha venido montándose en el latoso bus del diálogo. El hastío de la guerra y la esperanza de paz han podido más y han hecho lo propio.
De algún modo, esa disposición para el cese al fuego de la guerrilla también hace expresa su de-cisión de apostarle todo o por lo menos mucho al éxito de las conversaciones. El reciente inicio del cese al fuego unilateral por parte de las FARC (3), que de dos meses pasó a ser indefinido, cuyo cumplimiento ha reconocido el presidente colombiano y defensores de derechos humanos de nueve departamentos golpeados por el conflicto (4), deja el balón en el campo del gobierno, que ya se refirió incluso a la opción de un «desescalamiento» y afirmó que los representantes gu-bernamentales en los diálogos de paz comenzarán a discutir el tema del cese el fuego bilateral con las FARC, aunque su puesta en marcha no sea inmediata. La variación en el discurso del presidente Santos parece abrir más temprano que tarde dicha puerta, aunque también asoma el recelo de que en varias oportunidades el presidente un día anuncia algo y al siguiente lo contrario.
El proceso de paz colombiano ha avanzado en tres de los puntos previstos en la agenda de con-versaciones. Aún quedan subtemas en el tintero, que tienen que ver con tierra y desarrollo rural, participación política, y drogas y cultivos ilícitos, pero no es corto lo avanzado. Son cuestiones que están al centro de lo que ha sido la guerra colombiana. Siguen pendientes los puntos de víctimas y verdad, si bien los encuentros al respecto han empezado, y de fin del conflicto, que comprende la «dejación» de armas y el cese bilateral del fuego.
Ni breve ni fácil la paz en un país como Colombia. La guerra de décadas se ha enraizado en lo más profundo de los dos siglos de vida republicana. Los últimos cincuenta años de lucha son el alargue de la Violencia de mitad del siglo pasado, que a su vez es la consecuencia tardía de las deudas pendientes dejadas por la guerra de los Mil Días, que no fue otra cosa que el cierre de cuentas a medias, en un buque gringo, de las guerras y guerritas del siglo XIX, que nunca saldaron los líos e injusticias descomunales traídos desde la Colonia.
Un enredo largo que se esquematiza en pocas líneas, pero que representa la historia de un país inmerso en una conflagración continuada, cada vez más degradada, perversa, que le ha costado muchísima sangre a los colombianos. Y una guerra así tiene inercia. Beneficiarios a granel, grupos que se han acostumbrado a vivir de ella, sostenedores que ahí hacen réditos. La muerte los vigoriza.
Varios cientos de miles de nuevas víctimas se habría podido evitar si hubiera prosperado el alto al fuego desde aquellos días de los inicios del diálogo, más de dos años atrás. Naciones Unidas afirma que desde entonces «alrededor de 400.000 colombianos han tenido que desplazarse y en el mismo periodo cientos de personas, tanto uniformados como civiles, murieron o fueron grave-mente heridas como consecuencia del conflicto». (5)
El presidente Santos, a quien hay que reconocerle su apuesta de buen jugador por sacar adelante el proceso de paz, obedezca a los cálculos que sea que obedece, ha optado por la alternativa de mantener la contienda con todo el empuje posible. El país sigue negociando armas y armándose. (6) Señores de la guerra de Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Italia, Corea del Sur, Alemania, España, Brasil y el régimen de Israel, van y vienen en esa feria de millones de dólares que hace por el mundo un país que carece de recursos para garantizarle a sus habitantes los derechos fundamentales. La Constitución los enumera de modo rimbombante, pero la cotidianidad los niega con crueldad.
Mientras se habla de paz en La Habana, la guerra perdura en todo el territorio nacional. Ahora, sólo de parte de las Fuerzas Militares. Pero uno basta. El hilo es fino y el límite se cruza con el mínimo error. (7) El cese unilateral de las FARC es importante, pero el bilateral es imprescindible.
Algunos opinan que un cese al fuego bilateral sería un riesgo grande, puesto que los enemigos declarados del proceso podrían sabotear la tregua efectuando acciones desestabilizadoras, que endilgarían a las partes (a las FARC, mejor dicho). Un razonamiento que no es infundado, teniendo en cuenta que esa ha sido una táctica habitual de la extrema derecha colombiana, la cual no descarta procedimiento alguno ni respeta límites legales, y tiene a su favor sectores económicos, institucionales, militares y el viento mediático, sensacionalista y sospechosamente crédulo de las apariencias.
Pero ocurre que el otro camino, el elegido, de hablar en medio del fuego cruzado, tampoco ha sido inmune a los intentos de sabotaje. Filtraciones de información, anuncios no autorizados, espionaje de toda índole, acciones de desprestigio contra el presidente Santos, hasta amenazas masivas contra personas vinculadas de uno u otro modo con el proceso. Los ataques proceden de personas y organizaciones con espíritu oscuro pero sustancia clara: Centro Democrático (en pleno), casas tomadas (Procuraduría), mercenarios informáticos, militares, francotiradores al interior del gobierno (ministro de Defensa) y bandas criminales de origen paramilitar (que han amenazado a dos centenares de defensores de Derechos Humanos a lo largo y ancho del país).
Hablar en medio de las balas ha echado por tierra el pregonado cuento de que lo que ocurre en el país no afecta lo que se dialoga en La Habana. Quien más gustaba del lema, el presidente, ordenó la suspensión de los diálogos al primer aviso de la retención por parte de las FARC del brigadier general del Ejército Rubén Darío Alzate, en una zona selvática del departamento del Chocó. Otro efecto bumerán de la política del fuego cruzado.
Así que en medio de esto sólo es entendible el diálogo en medio del fuego por la actitud dubitativa del gobierno frente a la necesidad de la defensa inmediata de la vida de cientos de colombianos y de evitar miles de desplazados y nuevos afectados por la guerra, y por la falta de entereza frente al poder y la tenaz presión ejercida por aquellos beneficiarios de la guerra enunciados.
La idea de hablar del cese al fuego no indica que se esté en la recta final de las conversaciones. Aunque el pico se presiente, la cuesta todavía se padece. En verdad, es un punto pautado desde la agenda, y su discusión ahora o luego debe abordarse, sin discusión, como lo indica la analista Laura Gil. (8) Pero el trámite faltante, al que se suma la ayuda de tantos leguleyos, no es exiguo ni será de semanas. Las salvedades pueden costar muchas muertes, que sólo salvaría la definición del armisticio bilateral.
Un cese que debe definirse cuanto antes, en tanto que la firma del acuerdo de paz llega con sus comunicados y flashes. El afán, que debe ser perentoriedad en lo primero, vendría con el sosiego requerido en lo segundo, para que sea seguro. La vida de miles de colombianos no puede debatirse entre el galimatías y la entelequia, como el discurso uribista. La firma de la paz es más flexible y soporta, incluso, a Uribe.
Que la prisa inversa, la de firmar una paz a las volandas y negarse a perder la costumbre de dar plomo, no nos deje como a la Tanzania de la Primera Guerra, donde el 18 de noviembre de 1918, varios días después de que su nación «protectora», Alemania, pidiera el armisticio y cesara el con-flicto, los combatientes seguían descuartizándose sin compasión.
(*) Juan Alberto Sánchez Marín es periodista y director de cine y televisión colombiano.
NOTAS:
(1) «Los Acuerdos de Cese al Fuego y Tregua (1984)». Especial en Portal Colombia.com du-rante la época de la Zona de Distensión. http://www.colombia.com/gobierno/especial3/acuerdos.asp
(2) Las FARC abrieron el diálogo de paz con un cese el fuego unilateral de dos meses. 20 de noviembre de 2012. http://tiempo.infonews.com/nota/108543/las-farc-abrieron-el-dialogo-de-paz-con-un-cese-el-fuego-unilateral-de-dos-meses
(3) «FARC-EP declara cese unilateral al fuego y a las hostilidades por tiempo indefinido». 17 de diciembre de 2014. Portal FARC-EP.
http://www.pazfarc-ep.org/index.php/noticias-comunicados-documentos-farc-ep/estado-mayor-central-emc/2338-farc-ep-decara-cese-unilateral-al-fuego-y-a-las-hostilidades-por-tiempo-indefinido
(4) «Certifican cumplimiento de cese del fuego por FARC-EP en Colombia». 19 de enero de 2015. Prensa Latina.
http://www.prensa-latina.cu/index.php?option=com_content&task=view&id=3454951
(5) Comunicado de prensa del Sistema de las Naciones Unidas en Colombia. 18 de diciembre de 2014. http://www.co.undp.org/content/colombia/es/home/presscenter/articles/2014/12/18/comunicado-de-prensa-del-sistema-de-las-naciones-unidas-en-colombia/
(6) «Colombia compra 32 tanques inteligentes». El Espectador. 22 de enero de 2015
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/colombia-compra-32-tanques-inteligentes-articulo-539417
(7) Farc amenazan tácitamente con suspender cese unilateral del fuego. Radio Santa Fe. 23 de enero de 2015. http://www.radiosantafe.com/2015/01/23/farc-amenazan-tacitamente-con-suspender-cese-unilateral-del-fuego/
(8) «Cada cosa en su momento». Laura Gil. El Tiempo, 20 de enero de 2015. http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/cada-cosa-en-su-momento/15125537 – See more at: http://www.hispantv.ir/detail.aspx?id=308514#sthash.QUblGCwe.dpuf
En Filipinas, un país que ha librado por 45 años un intenso conflicto de autodeterminación, se selló el acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla del Frente Moro hace menos de un año, pero había sido acordado un alto al fuego mucho tiempo atrás, desde 1997, que redujo la intensidad de la violencia, y evitó miles de muertos y millones de refugiados. Claro, también hay que anotar que los Luchadores del Bangsamoro, otra cara de la insurrección del país, continuarán la lucha armada.
Por estas tierras, 195 años atrás, la Gran Colombia y el Reino de España firmaron el Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra. El pacto, firmado por el Capitán General Pablo Morillo y Simón Bolívar en Trujillo, Venezuela, supuso el cese al fuego, interrumpió las operaciones militares en mar y tierra en Venezuela, y confinó ambos ejércitos a las posiciones detentadas el día de la firma. El texto fue redactado por Antonio José de Sucre y Bolívar lo consideraba como «el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra». Además, sentó las bases de lo que sería el actual Derecho Internacional Humanitario. El armisticio se rompió antes de lo estipulado, pero im-plicó el fin de la guerra a muerte iniciada en 1813, y, desde entonces, hasta el final del conflicto de la Independencia, varios años después, en Venezuela y en el resto de la América del Sur, los combates fueron regulados.
Sin ir a momentos históricos remotos ni a lugares extraños, en el propio país y con los mismos alzados en armas colombianos, existe un antecedente de cese de hostilidades. En marzo de 1984, el Gobierno del presidente Belisario Betancur y varias guerrillas firman los Acuerdos de Cese al Fuego y Tregua, donde las partes asumían el compromiso del cese bilateral del fuego. Los sublevados no entregaban ni dejaban las armas, pero los esfuerzos se orientaban a buscarle la salida política al conflicto. Aquellos diálogos dieron paso a la conformación de la Unión Patriótica. Lo que sigue se sabe de sobra. La experiencia no era errada per se, sino peligrosa para sectores políticos, empresariales y militares, que eternamente en Colombia se han negado de plano a todo lo que su paranoia febril les sugiera menores niveles de exclusión hacia sus coterráneos.
El documento fue firmado por los representantes del gobierno, y por las Fuerzas Armadas Revo-lucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), la Autodefensa Obrera (ADO) y los Des-tacamentos «Simón Bolívar» y «Antonio Nariño» del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Unos meses después el documento también fue firmado por el Movimiento 19 de abril (M-19) y el Ejérci-to Popular de Liberación (EPL). (1)
Los modelos son muchos y variopintos. Lo cierto es que aquí o allí, el cese al fuego determinado sin los protocolos definitivos de los acuerdos de paz, no ha significado otra cosa que esquivar cientos o miles de muertos y heridos, desplazamientos, violencia y dolor para quienes padecen los embates de la guerra en carne propia, que en el caso colombiano son sobre todo campesinos, minorías étnicas y los pobres de zonas urbanas y rurales.
Porque pobres son los combatientes de lado y lado, soldados y guerrilleros, quienes ponen el pecho en este conflicto irrazonable. ¡Disparate! Los terroristas dados de baja son hermanos de los héroes que les disparan desde los Kfir de RAFAEL o los Black Hawks de Sikorsky. Los paladines de la patria que engruesan las cifras de caídos a la hora de la verdad son de igual caserío de quienes les dieron muerte. La vieja historia: Los de abajo matándose entre sí, para que los de arriba no pierdan poder ni prebendas, en un conflicto almidonado con lemas ridículos, convicciones pueriles y objetivos embusteros.
Desde el inicio de las conversaciones en La Habana, a finales de 2012, las FARC plantearon la necesidad de llevar a cabo un cese bilateral del fuego. De hecho, la guerrilla dio un golpe mediático al hacer efectiva en los albores del diálogo una tregua unilateral de fin de año de dos meses. Pero el gobierno fue tajante en descartar la posibilidad. (2)
La toma de decisión del cese al fuego no es un asunto simple para ninguna de las partes. Es de suponer que la propuesta de las FARC obedece a un análisis previo al interior de la organización, en especial, desde el punto de vista estratégico militar, donde una ruptura en los diálogos de La Habana les supondría unos aprietos graves. Tienen la experiencia del Caguán, donde desde el principio vieron útil la estrategia de ganar tiempo y armarse. Que de paso fue la estrategia utilizada por el gobierno de Andrés Pastrana (con precisión, por Bill Clinton, que le dio venia y cuerpo y nombre, «Plan Colombia», al ingenuo borrador del presidente subordinado: «Cambio para Construir la Paz 1999 – 2002»).
Pensar así hizo del Caguán un error de doble faz que a las FARC les costó una guerra sin cuartel y sin reglas que terminó debilitándolas, y al país llevar a acuestas y con reincidencia el subsiguiente gobierno belicista, lleno de vínculos criminales y dispuesto a todo con tal de acabar con los enemigos, el cierto, de las guerrillas, y el imaginario, de cualquiera que pensara diferente. Hoy son otros los contextos, internacional y nacional, y a pesar del escepticismo inicial la sociedad co-lombiana ha venido montándose en el latoso bus del diálogo. El hastío de la guerra y la esperanza de paz han podido más y han hecho lo propio.
De algún modo, esa disposición para el cese al fuego de la guerrilla también hace expresa su de-cisión de apostarle todo o por lo menos mucho al éxito de las conversaciones. El reciente inicio del cese al fuego unilateral por parte de las FARC (3), que de dos meses pasó a ser indefinido, cuyo cumplimiento ha reconocido el presidente colombiano y defensores de derechos humanos de nueve departamentos golpeados por el conflicto (4), deja el balón en el campo del gobierno, que ya se refirió incluso a la opción de un «desescalamiento» y afirmó que los representantes gu-bernamentales en los diálogos de paz comenzarán a discutir el tema del cese el fuego bilateral con las FARC, aunque su puesta en marcha no sea inmediata. La variación en el discurso del presidente Santos parece abrir más temprano que tarde dicha puerta, aunque también asoma el recelo de que en varias oportunidades el presidente un día anuncia algo y al siguiente lo contrario.
El proceso de paz colombiano ha avanzado en tres de los puntos previstos en la agenda de con-versaciones. Aún quedan subtemas en el tintero, que tienen que ver con tierra y desarrollo rural, participación política, y drogas y cultivos ilícitos, pero no es corto lo avanzado. Son cuestiones que están al centro de lo que ha sido la guerra colombiana. Siguen pendientes los puntos de víctimas y verdad, si bien los encuentros al respecto han empezado, y de fin del conflicto, que comprende la «dejación» de armas y el cese bilateral del fuego.
Ni breve ni fácil la paz en un país como Colombia. La guerra de décadas se ha enraizado en lo más profundo de los dos siglos de vida republicana. Los últimos cincuenta años de lucha son el alargue de la Violencia de mitad del siglo pasado, que a su vez es la consecuencia tardía de las deudas pendientes dejadas por la guerra de los Mil Días, que no fue otra cosa que el cierre de cuentas a medias, en un buque gringo, de las guerras y guerritas del siglo XIX, que nunca saldaron los líos e injusticias descomunales traídos desde la Colonia.
Un enredo largo que se esquematiza en pocas líneas, pero que representa la historia de un país inmerso en una conflagración continuada, cada vez más degradada, perversa, que le ha costado muchísima sangre a los colombianos. Y una guerra así tiene inercia. Beneficiarios a granel, grupos que se han acostumbrado a vivir de ella, sostenedores que ahí hacen réditos. La muerte los vigoriza.
Varios cientos de miles de nuevas víctimas se habría podido evitar si hubiera prosperado el alto al fuego desde aquellos días de los inicios del diálogo, más de dos años atrás. Naciones Unidas afirma que desde entonces «alrededor de 400.000 colombianos han tenido que desplazarse y en el mismo periodo cientos de personas, tanto uniformados como civiles, murieron o fueron grave-mente heridas como consecuencia del conflicto». (5)
El presidente Santos, a quien hay que reconocerle su apuesta de buen jugador por sacar adelante el proceso de paz, obedezca a los cálculos que sea que obedece, ha optado por la alternativa de mantener la contienda con todo el empuje posible. El país sigue negociando armas y armándose. (6) Señores de la guerra de Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Italia, Corea del Sur, Alemania, España, Brasil y el régimen de Israel, van y vienen en esa feria de millones de dólares que hace por el mundo un país que carece de recursos para garantizarle a sus habitantes los derechos fundamentales. La Constitución los enumera de modo rimbombante, pero la cotidianidad los niega con crueldad.
Mientras se habla de paz en La Habana, la guerra perdura en todo el territorio nacional. Ahora, sólo de parte de las Fuerzas Militares. Pero uno basta. El hilo es fino y el límite se cruza con el mínimo error. (7) El cese unilateral de las FARC es importante, pero el bilateral es imprescindible.
Algunos opinan que un cese al fuego bilateral sería un riesgo grande, puesto que los enemigos declarados del proceso podrían sabotear la tregua efectuando acciones desestabilizadoras, que endilgarían a las partes (a las FARC, mejor dicho). Un razonamiento que no es infundado, teniendo en cuenta que esa ha sido una táctica habitual de la extrema derecha colombiana, la cual no descarta procedimiento alguno ni respeta límites legales, y tiene a su favor sectores económicos, institucionales, militares y el viento mediático, sensacionalista y sospechosamente crédulo de las apariencias.
Pero ocurre que el otro camino, el elegido, de hablar en medio del fuego cruzado, tampoco ha sido inmune a los intentos de sabotaje. Filtraciones de información, anuncios no autorizados, espionaje de toda índole, acciones de desprestigio contra el presidente Santos, hasta amenazas masivas contra personas vinculadas de uno u otro modo con el proceso. Los ataques proceden de personas y organizaciones con espíritu oscuro pero sustancia clara: Centro Democrático (en pleno), casas tomadas (Procuraduría), mercenarios informáticos, militares, francotiradores al interior del gobierno (ministro de Defensa) y bandas criminales de origen paramilitar (que han amenazado a dos centenares de defensores de Derechos Humanos a lo largo y ancho del país).
Hablar en medio de las balas ha echado por tierra el pregonado cuento de que lo que ocurre en el país no afecta lo que se dialoga en La Habana. Quien más gustaba del lema, el presidente, ordenó la suspensión de los diálogos al primer aviso de la retención por parte de las FARC del brigadier general del Ejército Rubén Darío Alzate, en una zona selvática del departamento del Chocó. Otro efecto bumerán de la política del fuego cruzado.
Así que en medio de esto sólo es entendible el diálogo en medio del fuego por la actitud dubitativa del gobierno frente a la necesidad de la defensa inmediata de la vida de cientos de colombianos y de evitar miles de desplazados y nuevos afectados por la guerra, y por la falta de entereza frente al poder y la tenaz presión ejercida por aquellos beneficiarios de la guerra enunciados.
La idea de hablar del cese al fuego no indica que se esté en la recta final de las conversaciones. Aunque el pico se presiente, la cuesta todavía se padece. En verdad, es un punto pautado desde la agenda, y su discusión ahora o luego debe abordarse, sin discusión, como lo indica la analista Laura Gil. (8) Pero el trámite faltante, al que se suma la ayuda de tantos leguleyos, no es exiguo ni será de semanas. Las salvedades pueden costar muchas muertes, que sólo salvaría la definición del armisticio bilateral.
Un cese que debe definirse cuanto antes, en tanto que la firma del acuerdo de paz llega con sus comunicados y flashes. El afán, que debe ser perentoriedad en lo primero, vendría con el sosiego requerido en lo segundo, para que sea seguro. La vida de miles de colombianos no puede debatirse entre el galimatías y la entelequia, como el discurso uribista. La firma de la paz es más flexible y soporta, incluso, a Uribe.
Que la prisa inversa, la de firmar una paz a las volandas y negarse a perder la costumbre de dar plomo, no nos deje como a la Tanzania de la Primera Guerra, donde el 18 de noviembre de 1918, varios días después de que su nación «protectora», Alemania, pidiera el armisticio y cesara el con-flicto, los combatientes seguían descuartizándose sin compasión.
(*) Juan Alberto Sánchez Marín. Periodista y director de cine y televisión colombiano.
NOTAS:
(1) «Los Acuerdos de Cese al Fuego y Tregua (1984)». Especial en Portal Colombia.com du-rante la época de la Zona de Distensión. http://www.colombia.com/gobierno/especial3/acuerdos.asp
(2) Las FARC abrieron el diálogo de paz con un cese el fuego unilateral de dos meses. 20 de noviembre de 2012. http://tiempo.infonews.com/nota/108543/las-farc-abrieron-el-dialogo-de-paz-con-un-cese-el-fuego-unilateral-de-dos-meses
(3) «FARC-EP declara cese unilateral al fuego y a las hostilidades por tiempo indefinido». 17 de diciembre de 2014. Portal FARC-EP.
http://www.pazfarc-ep.org/index.php/noticias-comunicados-documentos-farc-ep/estado-mayor-central-emc/2338-farc-ep-decara-cese-unilateral-al-fuego-y-a-las-hostilidades-por-tiempo-indefinido
(4) «Certifican cumplimiento de cese del fuego por FARC-EP en Colombia». 19 de enero de 2015. Prensa Latina.
http://www.prensa-latina.cu/index.php?option=com_content&task=view&id=3454951
(5) Comunicado de prensa del Sistema de las Naciones Unidas en Colombia. 18 de diciembre de 2014. http://www.co.undp.org/content/colombia/es/home/presscenter/articles/2014/12/18/comunicado-de-prensa-del-sistema-de-las-naciones-unidas-en-colombia/
(6) «Colombia compra 32 tanques inteligentes». El Espectador. 22 de enero de 2015
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/colombia-compra-32-tanques-inteligentes-articulo-539417
(7) Farc amenazan tácitamente con suspender cese unilateral del fuego. Radio Santa Fe. 23 de enero de 2015. http://www.radiosantafe.com/2015/01/23/farc-amenazan-tacitamente-con-suspender-cese-unilateral-del-fuego/
(8) «Cada cosa en su momento». Laura Gil. El Tiempo, 20 de enero de 2015. http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/cada-cosa-en-su-momento/15125537 – See more at: http://www.hispantv.ir/detail.aspx?id=308514#sthash.QUblGCwe.dpuf
En Filipinas, un país que ha librado por 45 años un intenso conflicto de autodeterminación, se selló el acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla del Frente Moro hace menos de un año, pero había sido acordado un alto al fuego mucho tiempo atrás, desde 1997, que redujo la intensidad de la violencia, y evitó miles de muertos y millones de refugiados. Claro, también hay que anotar que los Luchadores del Bangsamoro, otra cara de la insurrección del país, continuarán la lucha armada.
Por estas tierras, 195 años atrás, la Gran Colombia y el Reino de España firmaron el Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra. El pacto, firmado por el Capitán General Pablo Morillo y Simón Bolívar en Trujillo, Venezuela, supuso el cese al fuego, interrumpió las operaciones militares en mar y tierra en Venezuela, y confinó ambos ejércitos a las posiciones detentadas el día de la firma. El texto fue redactado por Antonio José de Sucre y Bolívar lo consideraba como «el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra». Además, sentó las bases de lo que sería el actual Derecho Internacional Humanitario. El armisticio se rompió antes de lo estipulado, pero im-plicó el fin de la guerra a muerte iniciada en 1813, y, desde entonces, hasta el final del conflicto de la Independencia, varios años después, en Venezuela y en el resto de la América del Sur, los combates fueron regulados.
Sin ir a momentos históricos remotos ni a lugares extraños, en el propio país y con los mismos alzados en armas colombianos, existe un antecedente de cese de hostilidades. En marzo de 1984, el Gobierno del presidente Belisario Betancur y varias guerrillas firman los Acuerdos de Cese al Fuego y Tregua, donde las partes asumían el compromiso del cese bilateral del fuego. Los sublevados no entregaban ni dejaban las armas, pero los esfuerzos se orientaban a buscarle la salida política al conflicto. Aquellos diálogos dieron paso a la conformación de la Unión Patriótica. Lo que sigue se sabe de sobra. La experiencia no era errada per se, sino peligrosa para sectores políticos, empresariales y militares, que eternamente en Colombia se han negado de plano a todo lo que su paranoia febril les sugiera menores niveles de exclusión hacia sus coterráneos.
El documento fue firmado por los representantes del gobierno, y por las Fuerzas Armadas Revo-lucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), la Autodefensa Obrera (ADO) y los Des-tacamentos «Simón Bolívar» y «Antonio Nariño» del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Unos meses después el documento también fue firmado por el Movimiento 19 de abril (M-19) y el Ejérci-to Popular de Liberación (EPL). (1)
Los modelos son muchos y variopintos. Lo cierto es que aquí o allí, el cese al fuego determinado sin los protocolos definitivos de los acuerdos de paz, no ha significado otra cosa que esquivar cientos o miles de muertos y heridos, desplazamientos, violencia y dolor para quienes padecen los embates de la guerra en carne propia, que en el caso colombiano son sobre todo campesinos, minorías étnicas y los pobres de zonas urbanas y rurales.
Porque pobres son los combatientes de lado y lado, soldados y guerrilleros, quienes ponen el pecho en este conflicto irrazonable. ¡Disparate! Los terroristas dados de baja son hermanos de los héroes que les disparan desde los Kfir de RAFAEL o los Black Hawks de Sikorsky. Los paladines de la patria que engruesan las cifras de caídos a la hora de la verdad son de igual caserío de quienes les dieron muerte. La vieja historia: Los de abajo matándose entre sí, para que los de arriba no pierdan poder ni prebendas, en un conflicto almidonado con lemas ridículos, convicciones pueriles y objetivos embusteros.
Desde el inicio de las conversaciones en La Habana, a finales de 2012, las FARC plantearon la necesidad de llevar a cabo un cese bilateral del fuego. De hecho, la guerrilla dio un golpe mediático al hacer efectiva en los albores del diálogo una tregua unilateral de fin de año de dos meses. Pero el gobierno fue tajante en descartar la posibilidad. (2)
La toma de decisión del cese al fuego no es un asunto simple para ninguna de las partes. Es de suponer que la propuesta de las FARC obedece a un análisis previo al interior de la organización, en especial, desde el punto de vista estratégico militar, donde una ruptura en los diálogos de La Habana les supondría unos aprietos graves. Tienen la experiencia del Caguán, donde desde el principio vieron útil la estrategia de ganar tiempo y armarse. Que de paso fue la estrategia utilizada por el gobierno de Andrés Pastrana (con precisión, por Bill Clinton, que le dio venia y cuerpo y nombre, «Plan Colombia», al ingenuo borrador del presidente subordinado: «Cambio para Construir la Paz 1999 – 2002»).
Pensar así hizo del Caguán un error de doble faz que a las FARC les costó una guerra sin cuartel y sin reglas que terminó debilitándolas, y al país llevar a acuestas y con reincidencia el subsiguiente gobierno belicista, lleno de vínculos criminales y dispuesto a todo con tal de acabar con los enemigos, el cierto, de las guerrillas, y el imaginario, de cualquiera que pensara diferente. Hoy son otros los contextos, internacional y nacional, y a pesar del escepticismo inicial la sociedad co-lombiana ha venido montándose en el latoso bus del diálogo. El hastío de la guerra y la esperanza de paz han podido más y han hecho lo propio.
De algún modo, esa disposición para el cese al fuego de la guerrilla también hace expresa su de-cisión de apostarle todo o por lo menos mucho al éxito de las conversaciones. El reciente inicio del cese al fuego unilateral por parte de las FARC (3), que de dos meses pasó a ser indefinido, cuyo cumplimiento ha reconocido el presidente colombiano y defensores de derechos humanos de nueve departamentos golpeados por el conflicto (4), deja el balón en el campo del gobierno, que ya se refirió incluso a la opción de un «desescalamiento» y afirmó que los representantes gu-bernamentales en los diálogos de paz comenzarán a discutir el tema del cese el fuego bilateral con las FARC, aunque su puesta en marcha no sea inmediata. La variación en el discurso del presidente Santos parece abrir más temprano que tarde dicha puerta, aunque también asoma el recelo de que en varias oportunidades el presidente un día anuncia algo y al siguiente lo contrario.
El proceso de paz colombiano ha avanzado en tres de los puntos previstos en la agenda de con-versaciones. Aún quedan subtemas en el tintero, que tienen que ver con tierra y desarrollo rural, participación política, y drogas y cultivos ilícitos, pero no es corto lo avanzado. Son cuestiones que están al centro de lo que ha sido la guerra colombiana. Siguen pendientes los puntos de víctimas y verdad, si bien los encuentros al respecto han empezado, y de fin del conflicto, que comprende la «dejación» de armas y el cese bilateral del fuego.
Ni breve ni fácil la paz en un país como Colombia. La guerra de décadas se ha enraizado en lo más profundo de los dos siglos de vida republicana. Los últimos cincuenta años de lucha son el alargue de la Violencia de mitad del siglo pasado, que a su vez es la consecuencia tardía de las deudas pendientes dejadas por la guerra de los Mil Días, que no fue otra cosa que el cierre de cuentas a medias, en un buque gringo, de las guerras y guerritas del siglo XIX, que nunca saldaron los líos e injusticias descomunales traídos desde la Colonia.
Un enredo largo que se esquematiza en pocas líneas, pero que representa la historia de un país inmerso en una conflagración continuada, cada vez más degradada, perversa, que le ha costado muchísima sangre a los colombianos. Y una guerra así tiene inercia. Beneficiarios a granel, grupos que se han acostumbrado a vivir de ella, sostenedores que ahí hacen réditos. La muerte los vigoriza.
Varios cientos de miles de nuevas víctimas se habría podido evitar si hubiera prosperado el alto al fuego desde aquellos días de los inicios del diálogo, más de dos años atrás. Naciones Unidas afirma que desde entonces «alrededor de 400.000 colombianos han tenido que desplazarse y en el mismo periodo cientos de personas, tanto uniformados como civiles, murieron o fueron grave-mente heridas como consecuencia del conflicto». (5)
El presidente Santos, a quien hay que reconocerle su apuesta de buen jugador por sacar adelante el proceso de paz, obedezca a los cálculos que sea que obedece, ha optado por la alternativa de mantener la contienda con todo el empuje posible. El país sigue negociando armas y armándose. (6) Señores de la guerra de Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Italia, Corea del Sur, Alemania, España, Brasil y el régimen de Israel, van y vienen en esa feria de millones de dólares que hace por el mundo un país que carece de recursos para garantizarle a sus habitantes los derechos fundamentales. La Constitución los enumera de modo rimbombante, pero la cotidianidad los niega con crueldad.
Mientras se habla de paz en La Habana, la guerra perdura en todo el territorio nacional. Ahora, sólo de parte de las Fuerzas Militares. Pero uno basta. El hilo es fino y el límite se cruza con el mínimo error. (7) El cese unilateral de las FARC es importante, pero el bilateral es imprescindible.
Algunos opinan que un cese al fuego bilateral sería un riesgo grande, puesto que los enemigos declarados del proceso podrían sabotear la tregua efectuando acciones desestabilizadoras, que endilgarían a las partes (a las FARC, mejor dicho). Un razonamiento que no es infundado, teniendo en cuenta que esa ha sido una táctica habitual de la extrema derecha colombiana, la cual no descarta procedimiento alguno ni respeta límites legales, y tiene a su favor sectores económicos, institucionales, militares y el viento mediático, sensacionalista y sospechosamente crédulo de las apariencias.
Pero ocurre que el otro camino, el elegido, de hablar en medio del fuego cruzado, tampoco ha sido inmune a los intentos de sabotaje. Filtraciones de información, anuncios no autorizados, espionaje de toda índole, acciones de desprestigio contra el presidente Santos, hasta amenazas masivas contra personas vinculadas de uno u otro modo con el proceso. Los ataques proceden de personas y organizaciones con espíritu oscuro pero sustancia clara: Centro Democrático (en pleno), casas tomadas (Procuraduría), mercenarios informáticos, militares, francotiradores al interior del gobierno (ministro de Defensa) y bandas criminales de origen paramilitar (que han amenazado a dos centenares de defensores de Derechos Humanos a lo largo y ancho del país).
Hablar en medio de las balas ha echado por tierra el pregonado cuento de que lo que ocurre en el país no afecta lo que se dialoga en La Habana. Quien más gustaba del lema, el presidente, ordenó la suspensión de los diálogos al primer aviso de la retención por parte de las FARC del brigadier general del Ejército Rubén Darío Alzate, en una zona selvática del departamento del Chocó. Otro efecto bumerán de la política del fuego cruzado.
Así que en medio de esto sólo es entendible el diálogo en medio del fuego por la actitud dubitativa del gobierno frente a la necesidad de la defensa inmediata de la vida de cientos de colombianos y de evitar miles de desplazados y nuevos afectados por la guerra, y por la falta de entereza frente al poder y la tenaz presión ejercida por aquellos beneficiarios de la guerra enunciados.
La idea de hablar del cese al fuego no indica que se esté en la recta final de las conversaciones. Aunque el pico se presiente, la cuesta todavía se padece. En verdad, es un punto pautado desde la agenda, y su discusión ahora o luego debe abordarse, sin discusión, como lo indica la analista Laura Gil. (8) Pero el trámite faltante, al que se suma la ayuda de tantos leguleyos, no es exiguo ni será de semanas. Las salvedades pueden costar muchas muertes, que sólo salvaría la definición del armisticio bilateral.
Un cese que debe definirse cuanto antes, en tanto que la firma del acuerdo de paz llega con sus comunicados y flashes. El afán, que debe ser perentoriedad en lo primero, vendría con el sosiego requerido en lo segundo, para que sea seguro. La vida de miles de colombianos no puede debatirse entre el galimatías y la entelequia, como el discurso uribista. La firma de la paz es más flexible y soporta, incluso, a Uribe.
Que la prisa inversa, la de firmar una paz a las volandas y negarse a perder la costumbre de dar plomo, no nos deje como a la Tanzania de la Primera Guerra, donde el 18 de noviembre de 1918, varios días después de que su nación «protectora», Alemania, pidiera el armisticio y cesara el con-flicto, los combatientes seguían descuartizándose sin compasión.
(*) Juan Alberto Sánchez Marín. Periodista y director de cine y televisión colombiano.
NOTAS:
(1) «Los Acuerdos de Cese al Fuego y Tregua (1984)». Especial en Portal Colombia.com du-rante la época de la Zona de Distensión. http://www.colombia.com/gobierno/especial3/acuerdos.asp
(2) Las FARC abrieron el diálogo de paz con un cese el fuego unilateral de dos meses. 20 de noviembre de 2012. http://tiempo.infonews.com/nota/108543/las-farc-abrieron-el-dialogo-de-paz-con-un-cese-el-fuego-unilateral-de-dos-meses
(3) «FARC-EP declara cese unilateral al fuego y a las hostilidades por tiempo indefinido». 17 de diciembre de 2014. Portal FARC-EP.
http://www.pazfarc-ep.org/index.php/noticias-comunicados-documentos-farc-ep/estado-mayor-central-emc/2338-farc-ep-decara-cese-unilateral-al-fuego-y-a-las-hostilidades-por-tiempo-indefinido
(4) «Certifican cumplimiento de cese del fuego por FARC-EP en Colombia». 19 de enero de 2015. Prensa Latina.
http://www.prensa-latina.cu/index.php?option=com_content&task=view&id=3454951
(5) Comunicado de prensa del Sistema de las Naciones Unidas en Colombia. 18 de diciembre de 2014. http://www.co.undp.org/content/colombia/es/home/presscenter/articles/2014/12/18/comunicado-de-prensa-del-sistema-de-las-naciones-unidas-en-colombia/
(6) «Colombia compra 32 tanques inteligentes». El Espectador. 22 de enero de 2015
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/colombia-compra-32-tanques-inteligentes-articulo-539417
(7) Farc amenazan tácitamente con suspender cese unilateral del fuego. Radio Santa Fe. 23 de enero de 2015. http://www.radiosantafe.com/2015/01/23/farc-amenazan-tacitamente-con-suspender-cese-unilateral-del-fuego/
(8) «Cada cosa en su momento». Laura Gil. El Tiempo, 20 de enero de 2015. http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/cada-cosa-en-su-momento/15125537 – See more at: http://www.hispantv.ir/detail.aspx?id=308514#sthash.QUblGCwe.dpuf