Presentación: De manera exclusiva para los lectores de Rebelión presentamos un anticipo del libro, que se encuentra en prensa, titulado La huelga de la dignidad. El paro petrolero de agosto de 1971 en Barrancabermeja.
Damos a conocer este avance porque durante los días 5 y 6 de agosto del año mencionado los trabajadores afiliados a la Unión Sindical Obrera (USO) se tomaron La Refinería de Barrancabermeja ‒por primera y única vez en su historia‒, paralizaron por varios días la producción del crudo y con eso estremecieron a Colombia. Este es un pequeño homenaje a esa gesta obrera medio siglo después, como parte de la necesaria recuperación de las luchas de los sectores populares en Colombia.
Este libro forma parte de la Biblioteca Diego Montaña Cuellar, La USO, cien años de lucha y dignidad, que ha comenzado a editar diversas investigaciones, clásicas y nuevas, sobre la lucha de los trabajadores en Colombia, con particular énfasis en las acciones del proletariado petrolero.
Damos a conocer un fragmento de la Introducción del libro, junto con la totalidad del capítulo cuarto, consagrado al tema de la vida cotidiana durante la huelga.
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Con motivo de conmemorarse 50 años de la huelga de los trabajadores petroleros, en agosto de 1971 en Barrancabermeja, publicamos este libro, que la reconstruye con cierto detalle. Este escrito rememora esa extraordinaria protesta obrera, como un homenaje a los trabajadores petroleros que la llevaron a cabo. La huelga de la dignidad, el título de esta obra, resume sintéticamente el aspecto central de la huelga de agosto de 1971, hace ya medio siglo.
La dignidad, un gen que pareciera estar en vías de extinción en nuestro tiempo, recorre la huelga de 1971 de principio a fin, aunque eso poco se haya exaltado, más allá de los escritos generados por los propios trabajadores al evocar esa lucha y el asesinato de Fermín Amaya.
Decimos que poco se destaca el asunto de la dignidad en el análisis de la huelga, porque se impuso de alguna manera la idea de que esa fue una lucha vulgarmente economicista ‒por un almuerzo, se decía‒ o aventurera ‒porque se atrevió a paralizar la producción y a amenazar con ahorcar a algunos ingenieros de Ecopetrol‒. Esos calificativos superficiales y apresurados, en gran medida se basaban en el resultado inmediato de la protesta obrera, con 36 condenados en total a 286 años de cárcel, 15 fugitivos, 150 despedidos, en fin, represión y calumnias a granel por parte del régimen y sus áulicos de los medios de desinformación. El peso de la derrota pesaba como una lápida que impedía pensar la huelga de otra manera, a partir de lo radical y novedoso que tuvo, que la hizo excepcionalmente única en la historia de las luchas de la USO. Sí, cada huelga es única e irrepetible y tiene sus propias características, pero la de 1971 tiene elementos especiales que la diferencian de las demás, de antes y después: el intento de detener la producción, con la parálisis del funcionamiento de la Refinería como un instrumento efectivo de presión y negociación, el control efectivo durante 36 horas de las instalaciones del complejo industrial en su sede principal de Barrancabermeja, y el bloquear la represión del Estado y sus fuerzas armadas durante ese mismo lapso de tiempo, durante las cuales los ingenieros y administradores de Ecopetrol estuvieron a merced de los trabajadores. Gilberto Chinome, el símbolo de la huelga de 1971, lo expreso con precisión muchos años después:
“Los obreros se tomaron la Refinería y la pusieron bajo su control, recuperándola para el pueblo aunque sólo fuese simbólicamente. Además, por primera vez, no sólo se había detenido totalmente la producción, sino que los obreros abiertamente habían retenido a algunos ingenieros vulnerándoles las aureolas de intocables dentro del ambiente laboral”(1).
Medio siglo después de los acontecimientos y con la suficiente perspectiva que nos brinda esa distancia temporal debemos mirar esta huelga con otros ojos, con los de los vencidos, tratando de comprender sus razones y sentires, sus sueños, esperanzas y expectativas. Al respecto resulta necesario recordar la máxima de Walter Benjamin: “Encender en lo pasado la chispa de la esperanza es un don que solo se encuentra en aquel historiador que está compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer”.
Encender esa chispa de la esperanza requiere adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el “instante de un peligro”, porque “el peligro amenaza tanto a la permanencia de la tradición como a los receptores de la misma. Para ambos es uno y el mismo: el peligro de entregarse como instrumentos de la clase dominante. En cada época es preciso hacer nuevamente el intento de arranca la tradición de manos del conformismo, que está siempre a punto de someterla”(2).
Con estas sugerencias, intentamos en este libro cuestionar el conformismo con la derrota de la huelga de 1971, para arrancarle a ese conformismo la tradición de la lucha, del coraje y de la dignidad. Estos son los aspectos que deben rescatarse al efectuar una mirada panorámica de ese acontecimiento, como lo hacemos en este libro.
Esta huelga mostró a cada instante extraordinarios destellos de dignidad, entre los que vale recordar los más significativos. Esa dignidad incluye el factor precipitante de la huelga, el no aceptar que el cambio de un horario porque en forma despótica e inconsulta lo quieren y lo imponen los capataces del Estado y el capital, como aconteció el 26 de julio al modificarse la hora del almuerzo. Este hecho arbitrario evidenciaba un trato indigno a los obreros en el terreno de la alimentación porque recordemos que continuamente, por el abrazador calor de Barrancabermeja, unos cuantos minutos de demora en servir el almuerzo significaba tener que digerir los alimentos en mal estado, incluso en proceso de descomposición, con las consecuencias que eso generaba para la salud de los trabajadores. Y, además, la humillación que eso supone para el trabajador.
Y eso remitía a un problema de fondo, referido al incumplimiento de Ecopetrol en construir un casino adecuado para proporcionar un alimento sano y nutritivo a los trabajadores. Una chispa, en este caso el cambio de horario activaba un problema de fondo y de larga duración que afectaba la vida de los trabajadores, y que por lo tanto no puede considerarse como una cuestión episódica o circunstancial.
Entre esa dignidad sobresale la acción valerosa del joven trabajador Fermín Amaya que tomó un hidrante para mantener a raya a las tropas del Ejército y por esa razón le dispararon a mansalva, quitándole la vida. Esa misma acción la realizaron decenas de trabajadores que en la mañana del 5 de agosto impidieron la entrada brutal del Ejército a las instalaciones de la Refinería, con todas las consecuencias imprevisibles que eso hubiera tenido, como una masacre.
Dignidad la de los mil obreros que durante 36 horas se tomaron la Refinería y dieron muestra fehaciente de su poder real como trabajadores y afrontaron con altivez el peligro que se respiraba en el ambiente, ante un posible ataque externo por parte del Ejército. En ese contexto tan especialmente riesgoso sobresalió la dignidad del trabajador Horacio Rueda, quien con un mechero se subió a una esférica, para demostrar de lo que eran capaces los obreros si los soldados intentaban penetrar violentamente en la Refinería, al tiempo que con ese hecho mostraba el dolor y la indignación que generaba el cobarde ataque que había sufrido Fermín Amaya.
Dignidad la de Gilberto Chinome en el Consejo Verbal de Guerra por sus desplantes, irreverencia, burlas y sarcasmos para denunciar al Estado colombiano y a sus cuerpos represivos. Esa dignidad de este trabajador ‒que en 2005 fue asesinado por hordas paramilitares‒ le permitió defenderse y defender a los trabajadores durante doce horas en un encendido discurso, hasta que se le apagó la voz. Tal discurso adquiere más importancia, porque ni la tortura ni la calumnia ablandó a Chinome y su gesto quedó como un legado de dignidad.
Dignidad la del trabajador Tito Silva, quien en el momento de la huelga se encontraba de vacaciones en su pueblo natal, y cuando regreso a integrarse al trabajo se encontró con el despido arbitrario y con la acusación, por parte del Ejército, de ser el trabajador que anduvo con un mechero encima de la esférica, por lo que fue condenado a tres años de cárcel. Tito Silva, quien sabía a ciencia cierta el nombre del trabajador que había hecho esa acción y con el que tenía un extraordinario parecido físico, nunca delató a su camarada de trabajo y aceptó con gallardía la condena.
Dignidad la de Nora Delgado, la esposa de Fermín Amaya, la que supo enfrentar con gallardía y coraje al Ejército, que secuestro al moribundo trabajador y luego su cadáver ‒después de fallecer en el Hospital Militar en Bogotá‒, negándose a aceptar las “explicaciones” oficiales que le decía que su esposo había muerto porque era un antisocial, y por eso estaba justificado el aleve ataque que lo mató. Resuenan las palabras de dignidad de Nora Delgado cuando le dijo a los miembros del Ejército: “No sabía que en Ecopetrol recibían a antisociales”.
Dignidad la de aquellos trabajadores que, en medio de la persecución y la calumnia, entendieron que era necesario escapar y no caer en las garras de la (in)justicia colombiana, y con gran dosis de ingenio huyeron de su amada Barrancabermeja, vestidos de mujeres o con ropas de campesinos.
En fin, podríamos dar más ejemplos, pero no lo hacemos porque eso se encuentra detallado en los diversos capítulos de este libro. Simplemente recalcamos la importancia que adquiere la dignidad en este tipo de luchas de los trabajadores. Como lo ha resaltado James Scott: “En el caso de la clase obrera contemporánea, parece que el menosprecio de la dignidad, la vigilancia estrecha y el control del trabajo tienen por lo menos tanta importancia en los testimonios sobre la opresión como las preocupaciones mas especificas sobre empleo y remuneración”(3).
Eso quiere decir que el análisis histórico y sociológico de las luchas de los trabajadores debe fijarse con atención en aquellos elementos que involucran la lucha por la dignidad, porque es bueno señalar que la gente protesta por múltiples razones, donde se combinan elementos materiales y simbólicos, los últimos de los cuales a veces pasan desapercibidos, aunque son el fermento espiritual y cultural de la lucha de pueblos y trabajadores.
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VIDA COTIDIANA DURANTE LA HUELGA
“La lucha de clases […] es la lucha por las cosas toscas y materiales, sin las cuales no hay cosas finas ni espirituales. Estas últimas, sin embargo, están presentes en la lucha de clases de una manera diferente […] Están vivas en esta lucha en forma de confianza en sí mismo, de valentía, de humor, de astucia, de incondicionalidad, y su eficacia se remonta en la lejanía del tiempo”.
Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia. Tesis y fragmentos, Editorial Piedras de Papel, Buenos Aires, 2007, p. 24.
La huelga de 1971 duró 18 días, siendo su punto nodal la toma de la Refinería, de 36 horas, entre los días 5 y 6 de agosto. Por esta circunstancia, el análisis de la vida cotidiana durante la huelga puede dividirse en dos momentos: el de la toma de la Refinería y lo acontecido afuera, cuando los trabajadores habían salido del complejo petrolero en Barrancabermeja. De todas maneras, en cualquiera de estos dos momentos la vida cotidiana de los trabajadores, y del conjunto de la población de Barrancabermeja dada la enorme influencia de los obreros de Ecopetrol en la sociedad local, adquiere ribetes de excepcionalidad, porque una huelga rompe con la normalidad vigente, así sea por unos cuantos días. Adicionalmente, una huelga en Colombia es doblemente excepcional, porque aparte de esa ruptura de la cotidianidad que genera la parálisis de las actividades laborales, la represión de la protesta social tiene como consecuencia que los sujetos que participan en una protesta laboral afronten un riesgo permanente, ante el asedio de las fuerzas represivas del Estado, algo así como moverse en el filo de una navaja.
EN LA REFINERÍA
Dentro de la Refinería los días 5 y 6 de agosto los trabajadores fueron el poder real, en la verdadera dimensión del término. Fueron el poder porque su conocimiento y sus saberes técnicos determinaron la parálisis del complejo industrial por única vez en su historia, pero al mismo tiempo fueron poder porque controlaban todo lo que sucedía dentro de la Refinería.
Esas 36 horas, que en términos normales es una breve fracción temporal, en condiciones excepcionales, ante el riesgo y miedo de ser atacados en cualquier momento por el Ejército, se volvieron una eternidad. Y esta dilatación temporal implicó que quedará tiempo libre, a una gran parte de los trabajadores. Unos estaban dedicados a detener las máquinas, en los que gastaron muchas horas por los procesos técnicos que se requieren para que eso se haga bien y sin riesgo para los operarios y sin dañar las máquinas; otros trabajadores vigilaban y estaban atentos a cualquier señal de un posible ingreso y agresión por parte del Ejército; pero quedaban “libres” otro grupo grande de trabajadores, la mayoría, que buscaba qué hacer y cómo quemar el tiempo que en tiempos normales dedicaban a trabajar.
En primer lugar, el asunto era conservar fuerzas y energía, es decir, alimentarse. Como prueba que la toma de Refinería fue preparada, a los trabajadores se les había dicho que llevaran su propio lunch, y gran parte de ellos llevó sándwiches, pan, enlatados y mucha agua, para aguantar una previsible larga ocupación. Eso significó que los trabajadores no pasaron hambre durante esas eternas 36 horas y pudieran departir con otros compañeros, hablado y mamando gallo durante ciertos momentos en que tomaban sus refrigerios.
Además, el día 5 a las cinco de la tarde circuló de repente una ambulancia que llevaba en su interior una gran cantidad de alimentos, que nutrieron a los trabajadores durante el primer día de la toma de Refinería. Un trabajador lo recordaba en estos términos:
“A las cinco de la tarde llegó una ambulancia y la sorpresa es que en adentro venían unas ollas con arvejas y arroz, que habían traído del casino. No sé si era que la habían preparado especialmente para los huelguistas o si había quedado del almuerzo que había alcanzado a cocinar. Lo cierto es que un compañero, Néstor Niño, apareció manejando la ambulancia y feliz el hombre pues adentro venían las ollas con arroz y arveja. Y a servirlas. Como no teníamos platos, nos quitábamos el casco y allí servimos y comimos a manotadas. Uno con hambre no se regodea y pasamos el día con eso”(4).
En segundo lugar, en el resto de tiempo libre realizaron algunas acciones, tal como la de aprender a manejar automóvil, como lo recuerda un trabajador: “Para mantener ocupada la mente, ‘bueno, ¿qué hacemos? Y mucha gente dijo, bueno, vamos a aprender a manejar carro. Eso manejaron carro hasta que agotaron la gasolina. Dejaron carros botados en un lado y en otro”(5). Esto adquiere sentido si nos situamos en el contexto de hace medio siglo, cuando era raro que un obrero tuviera automóvil propio, y más en Barrancabermeja donde el medio de locomoción cotidiano de los trabajadores era la bicicleta. Aprender a conducir, en el momento de la toma de La Refinería, tiene el sentido de expropiar un saber que en ese momento era exclusividad de los ingenieros y directivos administrativos de Ecopetrol, un conocimiento referido al hecho de poseer automóvil propio, en esa época una clara distinción de clase. Adquiría mucho más sentido el carácter de expropiación, así fuera temporal, al utilizar los carros que se encontraban en los parqueaderos de La Refinería, porque eso se hacía sin pedirle permiso a nadie, ni indagar a quienes pertenencia esos vehículos.
Pero el hecho que quedó grabado por siempre en la mente de la generación de obreros que estaban dentro de la Refinería fue uno que rebasó la imaginación, que alcanzó niveles macondianos, cuando el trabajador Horacio Rueda realizó un hecho inusitado, fuera de lo común, al tomar una mechera, una especie de tea, y se subió a una esfera gigante que estaba dentro de La Refinería. Eso no había sucedido nunca y después jamás volvió a acontecer, es un hecho único e irrepetible. Al respecto nos contó Fernando Acuña:
“Había momentos en que con más fuerza se presentía que el ejército iba a atacar, sobre todo en la noche. Nosotros éramos más fuertes de día y éramos conscientes de la debilidad de la noche. Entonces surgían propuestas como esta: “Si avanzan hasta allá, prendemos el mechón para acabar toda esta mierda”. Pero nosotros no teníamos como medir si ese tipo de mensajes generaban un impacto del otro lado. Dentro de nosotros mismos nos dábamos fuerza. Lo del mechón es impactante, porque uno está formado de que no haya candela dentro de la empresa, está prohibido fumar, los teléfonos son antiexplosivos, porque cuando el teléfono suena está habiendo un corto dentro del teléfono, los bombillos tienen una bombona especial porque cuando se prende un bombillo hay un corto interno. Si se ve a un tipo con un mechón ve cerquita el riesgo de que se presente una explosión o un incendio. Y alguien mostrando esa intencionalidad, eso le da moral a la gente y se supone que aterroriza al contendor. Pero son gajes del oficio”(6).
Un hecho como este no iba a pasar desapercibido para los directivos de Ecopetrol que despidieron a un trabajador, al que responsabilizaron de esa acción. Sin embargo, el trabajador despedido, Tito Silva, no fue el protagonista de esa acción, algo imposible para él de realizar, por la elemental razón de que ese día él no estaba ni en Barrancabermeja ni dentro de La Refinería, porque se encontraba en período de vacaciones. Ese trabajador fue despedido, pero él lo aceptó como forma de solidarizarse con el trabajador que se había montado en la esfera con la mechera:
“Esa es una de las anécdotas más dicientes del paro. Él en esos momentos lo que muestra es una mechera de petróleo, de esas que existían en esa época, que traían a un indio y a unas mujeres pintadas, desnudas, pintadas. Y claro, una mechera de esas se enciende encima de eso y desaparece a media refinería. De eso era consciente el muchacho, pero al calor de los acontecimientos esa fue su forma de colaborar con la huelga.
Un helicóptero militar toma una película del compañero y la foto se asemeja mucho al del compañero Tito Silva que fue despedido. El compañero Tito Silva se hallaba en vacaciones, cuando regresó de vacaciones, y fue a entrar, le dijeron: “Usted no tiene su cargo, usted está despedido”. Y él dijo: “Pero si yo estaba en vacaciones, yo estaba en mi pueblo”. Y le dijeron: “Aquí está la foto, ese es usted no lo puede negar”. Era un compañero casi idéntico a él, parecido, el doble. Ese era el doble de Tito y dentro de su valor, dentro de su coraje el compañero aceptó del destino para no perjudicar al otro compañero que había estado en esa esfera. Hoy en día no sé cuántos años tendrá el compañero, ya estará pensionado, no sé dónde vive, si yo quisiera contar pues contaría eso, y seguro que les cuenta a sus hijos la anécdota”(7).
De un momento tan riesgoso se desprende, de un lado, la represión estatal, pero de otro lado emerge una auténtica solidaridad de clase, hasta el punto de que el trabajador despedido acepta esa situación, porque sabe que no puede delatar a un compañero que efectuó tamaña acción dentro de La Refinería, en la histórica toma del 5 y 6 de agosto de 1971. E incluso esa solidaridad adquiere tal sentido de compromiso que es una clara muestra de dignidad, porque ese trabajador, Tito Silva, fue condenado a tres años de cárcel, los que asumió sin delatar al compañero que había subido a la esfera con la mechera en la mano.
No podía faltar el humor negro de los trabajadores dentro de las instalaciones y en medio de la tensión que generaba el temor de una probable incursión militar y una posible masacre. En medio de ese ambiente tenso resulta risible esta anécdota que sucedió en El Centro, pero que reflejaba la tensión que sentían en carne propia los trabajadores ante la incertidumbre sobre la suerte de sus compañeros de Barrancabermeja: “un ingeniero dice que está malo de las amígdalas, entonces se levanta un compañero de la grama ahí de la planta, saca un machete que tenía ahí, y dice: ‘quién es el ingeniero que está enfermo pa’ operarlo’. Ese ingeniero se desmayó, apenas vio toda esa rula toda oxidada”(8).
Esta anécdota sirve para mostrar que durante esas 36 horas que duró la toma de Refinería también se alteró la vida cotidiana de los mandamases de Ecopetrol en ese complejo industrial, el conjunto de administradores, ingenieros y personal de “élite”. Este sector social llevaba una vida diferente a la de los trabajadores, por sus condiciones laborales, salarios, jornada de trabajo, ubicación de sus viviendas en un barrio especial, separado y diferenciado del resto de la población de Barrancabermeja. Además, de estas condiciones materiales de vida, distintas a las de los obreros, la mayor parte de esos administradores se caracterizaba por un despotismo a flor de piel, lo que significaba tratar mal a los obreros, perseguirlos en muchas ocasiones, hacerles la vida imposible y mostrar a cada rato su pretendida superioridad.
Esto se vio súbitamente alterado, y en forma fugaz, el 5 y 6 de agosto, porque en ese breve momento se alteraron los roles, como en el carnaval, y los administradores estuvieron sometidos al poder de los obreros, tuvieron que obedecerlos e incluso vivieron por unas cuantas horas en unas condiciones que ninguno de ellos jamás había imaginado, entre ellas dormir en el suelo, soportar a las hormigas y otros insectos. Un obrero nos lo recordó de esta manera:
“En la noche del día cinco los directivos pasaron muy mala noche. Los bajaron de las canecas y se los llevaron como rehenes al grupo de mantenimiento: a unos los acostaron en el suelo, donde los picaban las hormigas y los zancudos, y tome hijo de no sé cuántas pa que vea como es que esto. Eduardo Escaño, uno de los retenidos, llamaba por teléfono al gerente: “Venga, hijo de no sé qué, para que vea como estamos nosotros, usted nos va a hacer matar, usted nos va a dejar aquí, ¿por qué nos deja solos?”. Y el tipo lloraba. Después Eduardo Escaño estuvo en tratamiento siquiátrico, y esa noche demostró que estaba mal emocionalmente, regañaba al gerente y lo insultaba feo.
Esta fue una especie de desquite de los trabajadores con los directivos, porque estos se portaban muy mal y trataban a las patadas a los obreros”(9).
Dada la radicalidad social y política implícita en la toma de la Refinería, que alteró brevemente el orden del capitalismo líneas adentro de la malla, era obvio que eso también debía modificar de alguna manera la vida cotidiana de los administradores de la empresa en ese breve tiempo, como en efecto sucedió cuando los trabajadores fueron el poder real dentro de la Refinería. Los efectos de esa alteración a largo plazo fueron diversos: algunos directivos sufrieron desajustes psicológicos y debieron recurrir al siquiatra; otros evidenciaron su odio de clase contra los trabajadores y pidieron venganza, postura en la que se encontraba el Estado, el Ejército y los medios de comunicación dominantes. Esa venganza se expresó en las represalias que soportaron decenas de trabajadores, que fueron despedidos de la empresa, juzgados en un arbitrario Consejo Verbal de Guerra, que corrió por cuenta del Ejército, condenados a pagar largas cadenas de prisión e incluso esos trabajadores fueron expulsados de Barrancabermeja y se les prohibió regresar al municipio durante varios años. Es decir, se les impuso la pena del ostracismo, un delito que no existía en la legislación colombiana de esa época, ni tampoco existe hoy en día.
FUERA DE LA REFINERÍA
Como parte de la vida cotidiana de la huelga, que duró 18 días, fuera de La Refinería deben destacarse tres cuestiones. Una relacionada con la música, con la canción que se convirtió, en forma espontánea, en el himno de la huelga; otra referida a una serie de anécdotas de algunos trabajadores cuando se escondieron y escaparon a la persecución militar; y una tercera sobre el entierro simbólico de Fermín Amaya en la ciudad de Barrancabermeja.
El himno de la huelga
La huelga de 1971 tuvo su propio himno, la canción No trabajo más. Esta surgió externamente al mundo laboral, ya que fue una creación del musico bogotano Sergio Torres, quien la compuso para participar en el Segundo Festival de la Canción Protesta Coco de Oro, que se llevó a cabo en la isla de San Andrés, en junio de 1971. Esa pieza resultó ganadora de ese concurso, y en tercer lugar quedó la canción Café y petróleo, otro disco que resonara en ese año y en los años venideros en la zona petrolera de Barrancabermeja.
La adopción de esa canción como himno de la huelga fue una apropiación simbólica y cultural de los trabajadores petroleros de Barrancabermeja porque consideraron que su contenido se adecuaba a su lucha. Conocieron su música, justamente, porque al haber resultado ganadora del Coco de Oro tuvo alguna difusión en la radio y la televisión, ya que su autor la grabó y se presentó a varios programas faranduleros en la televisión. Esa tonada estaba sonando en el país en julio y agosto de 1971 en el momento en que estalló la huelga. Esta coincidencia facilitó su apropiación por los trabajadores, que la empezaron a tararear, porque además es una cumbia con un ritmo festivo y pegajoso, muy adecuado para el contexto cultural de Barrancabermeja y los petroleros, muy influido por la música tropical de la costa atlántica. La letra de la canción dice así:
CORO:
No trabajo más,
Pa ningún patrón
Solo espero ya,
La revolución. (bis)
I
Hace mucho tiempo estoy (bis)
Trabajando como un esclavo
Y mi forma de vivir, (bis)
Comiendo mal y sin un centavo.
Por eso:
No trabajo más…(coro)
II
Vivo en humilde ranchito (bis)
Tengo mujer y cuatro hijitos
Y no gano para darles (bis)
Siquiera un buen desayunito
Por eso:
No trabajo más…(coro)
III
Trabajo arando la tierra
Pa sembrar el algodón
Mientras las utilidades
Las disfruta mi patrón.
Por eso:
No trabajo más… (coro)
IV (bis)
Trabajo en las petroleras
Con ese calor minero
Las empresas extranjeras
Se llevan nuestro dinero.
Por eso:
No trabajo más…(coro) (bis).
Esta canción fue un éxito musical en su momento, hasta el punto de que fue grabada por la orquesta Los Melódicos de Venezuela, pero con una característica particular, ya que se suprimió la estrofa que aludía a la explotación petrolera, que dice así:
Trabajo en las petroleras
Con ese calor minero
Las empresas extranjeras
Se llevan nuestro dinero.
Esto significaba que la “corrección política” llevaba a que unos músicos comerciales en Venezuela adoptaran un disco muy pegajoso que estaba sonando a todo dar en 1971, pero que en su país era mejor darlo a conocer sin el comprometedor verso sobre la explotación petrolera. Pero en sentido contrario, para mostrar los diversos intereses en juego, ese verso suprimido en la versión de Los Melódicos era el que más les interesaba resaltar a los trabajadores petroleros de Barrancabermeja y por esa estrofa adoptaron la canción de manera espontánea como su propio himno.
Que ese disco fuera cantado por obreros de base que habían paralizado la producción generó consecuencias en términos de censura, porque el gobierno empezó a presionar para el disco dejara de sonar. Así lo contó al año siguiente el propio compositor de la pieza musical, cuando dijo: “esa canción tuvo un veto por una cadena radial […] y también hubo rumores que había sido prohibida por el Ministerio de Comunicación, porque en Barrancabermeja la cogieron como himno, y porque la consideraban comunista”(10).
Esto indica que una cosa es que un disco, incluso teniendo una letra muy crítica, anticapitalista o antiimperialista, suene y se convierta en música popular, fuera de cualquier proceso práctico de lucha, a que sea apropiado por un grupo humano que lo utiliza para expresar los ideales de una acción concreta, una resistencia colectiva que se adelanta con la perspectiva de producir cambios sociales, que van más allá de una protesta abstracta en una tarima, en la que canta un musico, por muy buenas intenciones que tenga. En esta huelga si que resulta cierto aquello de que “fueron los sucesos políticos los que tiñeron las canciones del brillo de la radicalidad, los que los obligaron a convencerse de su utilidad pública”(11).
En este caso, y eso fue lo que sucedió en la huelga de 1971 en Barrancabermeja, la canción No trabajo más pasa a ser considerada como material peligroso y subversivo que había que prohibir y eso fue lo que hizo el gobierno, y con cierto nivel de efectividad, podría decirse, porque después el disco prácticamente no se volvió a escuchar y muy pocos colombianos lo recuerdan.
Algo diferente sucedió con otro disco, Café y petróleo, interpretado por el dúo de adolescentes Ana y Jaime y que ocupó el tercer puesto en ese Coco de Oro a la Canción Protesta de 1971. Ese disco resonó, con menos fuerza, en Barrancabermeja, pero permaneció más tiempo en el imaginario de los trabajadores, hasta el día de hoy, por la sencilla razón que sus cantantes fueron incorporados a la Nueva Ola de la canción, con altos niveles de comercialización. De todas formas. es bueno recordar la letra de Café y petróleo, porque está ligada, aunque con menos fuerza que No trabajo más a la huelga de 1971:
Tu patria es mi patria tu problema es mi problema
Gente, gente, tu bandera es mi bandera
Amarillo oro azul mar azul y el pobre rojo sangra
Que sangra que sangra que sangra (bis)
Café y petróleo cumbia de mar joropo del llano
Aguardiente y ron…
Hola chico a la coca colo, conchale vale
Como son las vainas…
A cinco el saco al ocho el barril, vendo, vendo, vendo, vendo, vendo
¿Quién da más? ¿Nadie da más?
Entonces vendido a la cofee petroleum company
Simón Bolívar libertador murió en santa marta
En caracas nació
Porque no importa donde se nace ni donde se muere
Si no donde se lucha…
Que la música tuviera esta importancia durante la huelga muestra que los trabajadores petroleros eran alegres y mamagallistas, aún en momentos difíciles, como los que se vivián en medio de la militarización y represión estatal en el puerto en el mes de agosto de 1971. La importancia de la música durante esta huelga demostraba que, como se dijo en otras latitudes: “La canción no es en absoluto un arte menor. En pocos años se está convirtiendo en algo inteligente, divertido, sensible, satírico, en una palabra, imprescindible”(12).
A esconderse y huir
Cuando los trabajadores salieron de la Refinería, de inmediato se inició la persecución militar y aquellos tuvieron que ingeniarse diversas formas de resistir.
Así circulaban la información que iba de los directivos, que estaban en la clandestinidad, y la base obrera y de esa forma durante quince días más se mantuvo la huelga y se difundió información entre los huelguistas. En esta labor de difusión no solamente participaban los trabajadores, sino sus familias, lo que muestra el grado de integración entre las reivindicaciones de los obreros y las del resto de la población(13).
Después de la salida de La Refinería, en las horas de la tarde, casi noche, del 6 de agosto, los directivos sindicales tuvieron que esconderse, ante la intensificación de las medidas represivas por parte del ejército. Para esconderse y luego huir también fue importante el ingenio de los trabajadores y sus familiares, que recurrieron a múltiples trucos llenos de astucia conspirativa. Por ejemplo, el Negro Igan huyó disfrazado de mujer, como lo relató Luisa Delia Piña, quien participó directamente en la confección de su disfraz:
“Cuando se conoció la noticia de que los trabajadores habían sido condenados a 14 años de cárcel, algunos de ellos lloraron. En esas el doctor Pedro Ardila vino y me dijo: condenaron al negro Igan. Yo salgo corriendo, llego a su casa, y él estaba bañándose. Toco la puerta y salió su esposa y le digo, que el negro se vaya, que no se deje agarrar. Como era difícil salir porque el pueblo estaba lleno de detectives, del B2 y el F2, y las casas estaban vigiladas, sacamos a Igan de esta forma: como su esposa era igual de alta, calzaba lo mismo que él, vestía igual, entonces le pusimos un eslack de ella, le cuadramos una peluca, lo vestimos como una mujer y lo peinamos, le pintamos la cara con maquillaje, lo dejamos elegante. Salió con ella en una cicla, o mejor él una cicla y ella en otra, y se pudo volar”(14).
Otros dirigentes sindicales huyeron en tren, disfrazados de campesinos, como lo relata uno de ellos:
“Habíamos logrado sacar de Barrancabermeja a algunos compañeros de Refinería y a otros de El Centro, a unos por el río y a otros por el tren. Ya no quedamos sino como tres o cuatro al frente de la lucha, fuimos los que entregamos todo. Levantamos la huelga no por cansancio, sino porque creíamos que no debíamos sacrificar más gente, y porque el Estado nos dio duro en la cabeza y con el consejo de guerra quebró la resistencia de la huelga. Era el violento modelo argentino el que imperaba en Latinoamérica. El 25 de septiembre salimos de Barrancabermeja en tren los cuatro últimos, Salgado, Gregorio de León, otro compañero y mi persona, disfrazados de campesinos. Otro compañero, Morelos, coge derecho a la frontera, se va para Venezuela y los otros salimos para la costa. Llegamos a Cartagena al otro día como a las cinco de la tarde, ahí nos abrimos todos. Yo cogí para la región de Córdoba, otro para Barranquilla y otro para Sucre”(15).
Las anécdotas de la huelga, a pesar de su duro desenlace para decenas de trabajadores que fueron sometidos a juicio y resultaron condenados en el Consejo Verbal de Guerra y luego fueron encarcelados, demuestran que los trabajadores ni en los peores momentos perdieron la gracia que los caracterizaba. Así, camino a la cárcel el trabajador Ursino Ospina realizó esta herética acción:
“Cuando nos condenaron al consejo de guerra nos trasladaron del Batallón Nueva Granada al campo de entrenamiento de Casabe, del ejército. Cuando ya decidieron que la Gorgona ya no sería la isla prisión de los petroleros, sino que sería la Modelo de Bucaramanga. Al atravesar el río Magdalena (Ursino Ospina) cargaba un cristo para todos los lados, cuando la embarcación llegó a la mitad del río, dijo con su voz nasal: “Cristo porque me has abandonado, hijueputa, ahora yo te abandono en la mitad del río”. Y botó el Cristo en toda la mitad del Magdalena”(16).
Entierro simbólico de Fermín Amaya
Otro hecho importante fue el entierro simbólico de Fermín Amaya en Barrancabermeja. En Bogotá, el gobierno y el Ejército decidieron que no iban a permitir que el obrero asesinado fuera enterrado en Barrancabermeja, porque estaban temerosos de que eso generara una insurrección popular. Pero los obreros no se detuvieron e intentaron entrar a Bucaramanga, a donde fue enterrado Fermín Amaya, en una ceremonia forzosamente privada, y con custodia del Ejército, custodia que duró más de ochos días, por el temor a que los obreros fueran a sacar los restos del joven trabajador asesinado y los llevaran a Barrancabermeja.
No obstante, el día del funeral salieron de Barrancabermeja muchos buses con trabajadores y algunos carros particulares en los que iban otros trabajadores. Los buses no pudieron ingresar a Bucaramanga, se devolvió a los trabajadores y los que iban en los carros particulares tampoco pudieron asistir a la ceremonia, debido al férreo control militar. Los compañeros de Fermín, que sufrieron y lloraron su muerte debieron contentarse con un entierro simbólico en Barrancabermeja, del que no tenemos información detallada.
Los huelguistas querían que los restos mortales de Fermín Amaya quedaran en Barrancabermeja, para que su héroe, su símbolo de lucha en agosto de 1971 estuviera allí presente con ellos. Pero el Estado colombiano se opuso y dio la orden de que fuera enterrado en Bucaramanga, a una ceremonia donde solo pudieron estar la esposa de Fermín Amaya y unos cuantos familiares cercanos. El deseo de los trabajadores de contar con los restos de su héroe proletario se hizo realidad cinco años después, cuando fueron exhumados del cementerio de Bucaramanga y fueron llevados a la sede de la USO, donde se encuentran desde 1976.
Notas:
(1) Gilberto Chinome Barrera, El vuelo del gallinazo. Sangre, petróleo y droga, s.d., p. 224.
(2) Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia. Tesis y fragmentos, Editorial Piedras de Papel, Buenos Aires, 2007, p. 26.
(3) James C. Scott, Los dominados y el arte de la resistencia, Editorial Txalaparta, Tafalla, 2003, p. 51.
(4) Entrevista con José Becerra Pérez, Barrancabermeja, octubre 23 de 2006.
(5) Entrevista con Francisco “Pacho” Rodríguez, Barrancabermeja, octubre 20 de 2006.
(6) Entrevista a Fernando Acuña, Barrancabermeja, octubre 18 de 2006.
(7) Entrevista con Francisco “Pacho” Rodríguez, Barrancabermeja, octubre 20 de 2006.
(8) Ibid.
(9) Entrevista con José Becerra Pérez, Barrancabermeja, octubre 23 de 2006.
(10) Citado en Joshua Katz-Rosene, “La canción protesta y los discursos de contracultura y resistencia durante la década de los sesenta en Colombia”, en Revista Colombiana de Antropología, Volumen 57, No. 2, Julio-diciembre de 2021.
(11) Valentín Ladrero, Músicas contra el poder. Canción popular y política en el siglo XX, La Oveja Roja, Madrid, 2016, p. 90.
(12) Palabras de Raymond Queneau, citadas en V. Ladrero, op. cit., p. 215.
(13) Entrevista a Luisa Delia Piña, Barrancabermeja, junio 15 de 1989.
(14) Ibid.
(15) Entrevista con Francisco “Pancho Rodríguez”, Barrancabermeja, octubre 20 de 2006.
(16) Ibid.