En las calles de pueblos y ciudades se realiza una masacre a la vista de todo el mundo, que tiene como epicentro a la ciudad de Cali, donde la policía, el Esmad, el Goes y sus círculos paramilitares asesinan a diario a los jóvenes que protestan, a los que califican como vándalos que deben ser liquidados. Mientras eso sucede, los “falsos positivos” vuelven a ser noticia episódica por varias razones coincidentes, en las que destacamos dos: la muerte de Raúl Carvajal, el viajero que denunció durante 13 años el asesinato de su hijo por el Estado y la presentación de Juan Manuel Santos ante la Comisión de la Verdad para hablar sobre su papel en la realización de esos crímenes cuando fue ministro de Defensa. En este artículo contrastamos estos dos hechos, por lo que revelan de los crímenes de estado y de la impunidad y cinismo de los poderosos de Colombia.
El dolor de un padre humilde
En el centro de Bogotá se estacionaba durante semanas un pequeño camión que se distinguía de los demás automotores porque estaba cubierto con fotografías y carteles alusivos al cabo primero Raúl Antonio Carvajal Londoño. Junto a ese camión se veía a un señor con sombrero, que repartía chapolas y hablaba con la gente que por allí pasaba sobre los asesinatos de Estado. Su nombre era Raúl Carvajal, padre del militar asesinado por el propio Ejército, el cual fue presentado como muerto en un combate con las Farc. Días antes de su muerte, el 8 de octubre de 2006, el cabo Carvajal le manifestó por teléfono a su padre que estaba preocupado porque se había negado a matar a civiles desarmados. Con seguridad, Raúl Carvajal decía: «Él fue mandado a asesinar porque no quiso asesinar dos jóvenes en Norte de Santander para hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate».
Con la misma certeza que genera la convicción de tener la razón, en medio de la impunidad de los responsables de esos crímenes de Estado, don Raúl Carvajal le dijo en su cara al expresidiario, en 2011: «Ojalá le mataran a un hijo a usted para que supiera lo que duele la muerte de un hijo» y agregó estas sabias palabras, que pocos se atreven a pronunciar: “Ustedes son unos asesinos, si no tuvieran que ver con el asesinato de mi hijo hubieran dejado que se investigara”,
Con ese camión don Raúl Carvajal recorrió durante diez años el país, con el fin de denunciar la muerte de su hijo, y señalar sin eufemismos a los verdaderos y principales responsables, dos expresidentes. Con su voz trémula afirmaba que no le importaba que lo mataran los mismos que habían matado a su hijo, pues ya había sufrido bastante al haberlo perdido.
Don Raúl Carvajal murió el 12 de junio de covid-19, con el dolor de padre que luchó en forma denodada, con valentía pertinaz y denunció el terrorismo de Estado imperante en Colombia. Como le dijeron las Madres de Soacha en un mensaje póstumo: “Ay Don Raúl… se nos fue viejito. Se fue sin encontrar justicia y sin ser escuchado. Pero aquí seguiremos, demostrando que su hijo y muchos otros hicieron parte del horror que creó la política de seguridad democrática”.
Lágrimas de cocodrilo del Premio Nobel de la Muerte
En el mismo momento en que don Raúl Carvajal moría, el expresidente Juan Manuel Santos lavaba su propia imagen ante la Comisión de la Verdad, diciendo que poco tenía que ver con el asesinato de civiles indefensos. Esta afirmación no tiene sustento, porque durante el período 2006-2008, cuando Santos era ministro de Defensa (sic), se presentó la mayor cantidad de asesinatos por parte de las fuerzas armadas.
Con cinismo indicó que había oído rumores, sin fundamento, sobre “los ‘falsos positivos’, pero no les dio credibilidad. Aduce que esas dudas, como se lo enseñó el mentiroso diario El Tiempo, partían del presupuesto que las denuncias sobre falsos positivos hacían parte de “la guerra jurídica y las diferentes formas de lucha”, que adelantan ONG contra el Estado y, por no estar acompañadas de evidencias, “parecían encajar muy bien en esa narrativa”. Por eso, añade, “Me arropé con la bandera tricolor y en varias ocasiones salí a desvirtuar lo que todos en el estamento oficial consideraban malévolas acusaciones”. Estos argumentos son de una pobreza franciscana, porque desde 2002 ya se venían denunciando los asesinatos de Estado, especialmente en Antioquia, referidas a la Operación Orión y a otros lugares del oriente de ese Departamento, y es imposible creer que Santos no estaba enterado.
Santos asegura que hasta 2007 comprendió la dimensión de los falsos positivos y por eso impulso “su política de cero tolerancia con las violaciones de los derechos humanos” por las Fuerzas Armadas y reiteró que “aquellas bajas (sic) que no sean el resultado de operaciones de la Fuerza Pública son absolutamente inaceptables”. Esto es una flagrante mentira, porque 2007 fue el año con más asesinatos de civiles por las Fuerzas Armadas, que alcanzaron la cifra de 986, la más alta de todo el período de la (In)seguridad (Anti)democrática. Mientras Santos dice que hizo todo para impedir los falsos positivos, en la práctica se estaban asesinado a tres colombianos por día. ¿Y seguro que él no tuvo nada que ver con ese incremento de los crímenes estatales siendo Ministro de Guerra, ni se dio cuenta que la cero tolerancia en las Fuerzas Armadas era un mal chiste? Esta es la misma doctrina Uribe de la “Espalda Gigante”: todo se hizo a sus espaldas y nunca se dio cuenta de lo que sucedía. Ahora si que empiecen los cuentos de vaqueros, porque esta fábula de pésima factura de Santos no la cree nadie con dos dedos de frente.
Santos dice que se distanció de la “Doctrina Vietnam”, imperante en tiempos del régimen criminal de Uribe Balas ‒que mide el avance de la guerra por el número de enemigos (supuesto o reales) asesinados y solo piensa en términos de la destrucción física de esos enemigos‒ y por eso combatió los falsos positivos, a lo que tampoco “en honor a la verdad (sic), […] el presidente Uribe no se opuso al cambio de esa nefasta doctrina, que él mismo había estimulado. Nunca recibí una contraorden, ni fui desautorizado”. Santos lava su imagen, pero también la del responsable principal, y por entonces su jefe inmediato, el hoy expresidiario del Ubérrimo. Entonces, finalmente, ¿nadie fue responsable en los altos cargos civiles del Estado, incluyendo la presidencia y el Ministerio de Guerra, de los asesinatos de miles de colombianos? ¿Esa criminal practica de Estado cayó del cielo sin que ningún funcionario civil la hiciera posible?
Como en un cuento de hadas, Santos dice que en el 2008 descubrió, como si hubiera sido una revelación divina, la verdadera dimensión del horror de los falsos positivos y llamó a calificar servicios a 20 oficiales y 7 suboficiales implicados. Santos se lava las manos, untadas de sangre hasta el último poro, como si no hubiera sido el principal ejecutor de la política de muerte de la inseguridad antidemocrática. Incluso, en esta intervención se jacta de los asesinatos que él promovió en Ecuador el primero de marzo de 2008 con el bombardeo de Sucumbíos (un crimen de guerra e internacional) y pocos días después de Iván Ríos por uno de sus guardaespaldas, a cambio de una recompensa que el propio Santos se comprometió a pagar, porque sostuvo en ese momento, siendo Ministro de Guerra, que “Estamos pagando por la información y la colaboración que este individuo (alias Rojas) ha dado y eso está dentro de la normativa legal”. En esa ocasión Santos no ocultó su regocijo por el asesinato de este comandante de las Farc, un hecho atroz que el Ministro de Guerra del uribismo normalizó como también lo hizo con el asesinato de los civiles desarmados.
Y al final, en forma patética, Santos dice: “[…] me queda el remordimiento y el hondo pesar de que durante mi ministerio muchas, muchísimas madres, incluidas las de Soacha, perdieron a sus hijos por esta práctica tan despiadada, unos jóvenes inocentes que hoy deberían estar vivos. Eso nunca ha debido pasar. Lo reconozco y les pido perdón a todas las madres y a todas sus familias, víctimas de este horror, desde lo más profundo de mi alma”. Pero, ¿por qué no quiso impedir esos asesinatos, si se desempeñó durante tres años como el principal ministro del régimen uribista y era el segundo jefe civil de las tropas? Esta hipócrita solicitud de perdón estuvo acompañada por unos sollozos, típicas lagrimas de cocodrilo si recordamos que, cuando Santos era presidente y dio la orden de matar a Alfonso Cano, confesó que había llorado de felicidad al enterarse del asesinato del comandante de las Farc.
Esta petición de perdón es un culto a la bandera, porque no viene acompañada de verdad, y mucho menos de justicia, reparación y no repetición. Típico de Santos y las clases dominantes de Colombia, su perdón es falso, fingido y no contribuye a aclarar nada de lo sucedido ni asume de fondo su responsabilidad en esos crímenes. La verdad de Santos es una sarta de mentiras. Junto con él son directos responsables los otros Ministros de Defensa de los gobiernos de Uribe Balas: Marta Lucía Ramírez, hoy Canciller y Vicepresidenta de Colombia (2002-2003); Jorge Alberto Uribe (2003- 2005); y Camilo Ospina Bernal (2005 -2006).
Lo de Santos es un claro ejemplo de la connivencia de los civiles con los militares en los asesinatos, para realizarlos y encubrirlos, de acuerdo con las órdenes dadas desde los más altos cargos del Estado, empezando por la Presidencia de la República y el Ministerio de Guerra. Y, sobre todo, es una clara muestra de lo que es la impunidad y la cobardía de las clases dominantes de este país.
Y ese comportamiento cínico, que rinde culto a la impunidad y la mentira, es más despreciable si lo comparamos con la gallardía, humildad y valentía de don Raúl Carvajal, quien afortunadamente no escuchó las mentiras del Premio Nobel de la Muerte, porque esa prepotencia habría aumentado el sufrimiento que soportó durante 13 largos años, después del asesinato de su hijo.