«El 1º de mayo el proletariado no pertenece más que a sí mismo… La calle le pertenece a ellos, a ellos solos. Sin preocuparse de que desfilan en país enemigo, van radiantes, sin inquietud, seguros del porvenir. No deben compartir ese día, como los otros días de reposo, con sus adversarios y enemigos. Este día […]
«El 1º de mayo el proletariado no pertenece más que a sí mismo…
La calle le pertenece a ellos, a ellos solos.
Sin preocuparse de que desfilan en país enemigo,
van radiantes, sin inquietud, seguros del porvenir.
No deben compartir ese día, como los otros días de reposo,
con sus adversarios y enemigos.
Este día les pertenece, es solamente de ellos»
(J- Diner-Dénes, 1907)
«Un día de rebelión, no de descanso!
Un día no ordenado por los voceros jactanciosos de las instituciones
que tienen encadenado al mundo del trabajador.
Un día en que el trabajador hace sus propias leyes y tiene el poder de ejecutarlas!
Todo sin el consentimiento ni aprobación de los que oprimen y gobiernan.
Un día en que con tremenda fuerza la unidad del ejército de los trabajadores se moviliza contra los que hoy dominan
el destino de los pueblos de toda nación. Un día de protesta contra la opresión
y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo.»
(Manifiesto de 1886)
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La jornada en que el trabajador hace sus propias leyes y tiene el poder de ejecutarlas… El Primero de Mayo no es ninguna «fiesta del trabajo», como nos hizo creer la liturgia del movimiento obrero reformista o la misma Iglesia con su San José Obrero o, incluso, ciertos partidos de la izquierda anacrónica. Difícilmente se logre con una fiesta reivindicaciones o reformas profundas. ¿Fiesta del Trabajo? ¿Con fuegos de artificio, casetas, lucha de gallos, desfiles de bomberos y cucañas con salchichones en la punta? Como decía el anarquista francés Émil Pouget se trataría de una fiesta muy peculiar, un banquete refrigerante, un festejo «de vientres vacíos ante el buffet más vacío aún», un «el que baila come». Si hay algo de festivo es la misma alegría de la lucha contra el trabajo explotador, la precariedad, los nuevos Working Poor, la exclusión y el racismo invisible, el desempleo masivo y sistémico, la sobreexplotación de la mujer, porque eso será siempre así en una sociedad capitalista, en una comunidad dividida en clases, en una sociedad mercantil, en un estado Capital-Parlamentarista, que en las crisis se revela como lo que es: la junta que administra los asuntos de la burguesía. Si el Primero de Mayo es fiesta lo es exclusivamente como «fiesta potencial», por las nuevas conquistas que están por llegar. Primero de Mayo, un preludio de acontecimientos serios, tal era la génesis de este día de protesta. No es una distinción formal, o una sutileza ideológica. Abolir la forma asalariada del trabajo, el trabajo posfordista además escaso y precario, eliminar la nueva esclavitud laboral en los países-factorías de Asia y América Latina, acabar con el no-trabajo de millones de ciudadanos en Europa y del Mundo. Y esto es lo permanente e irreducible del Primero de Mayo. La «Idea-Chicago» era, al mismo tiempo, reivindicación, intimación («presión obrera») y manifestación. Y si por la causa que fuera perdiera este carácter, este sentido primordial, estaríamos obligados a crear otro.
El inicio
Todos más o menos sabemos la historia. Primero de Mayo de 1886. Ayer como hoy los medios de información cerraban filas con el orden. Un periódico de Chicago informa: «No salía humo de las altas chimeneas de las fábricas y talleres; y todo tenía un aire dominical». El Philadelphia Tribune escribió: «Al elemento obrero lo ha picado una especie de tarántula universal… se ha ‘alocado’.» En Detroit, 11.000 trabajadores marcharon en un desfile de ocho horas. En Nueva York, una marcha con antorchas de 25.000 obreros pasó como torrente de Broadway a Union Square; 40.000 hicieron huelga. En Cincinnati, un trabajador describió el mitin inicial: «Solamente llevamos banderas rojas… la única canción que cantamos fue ‘Arbeiters Marseillaise’… un batallón obrero de 400 rifles Springfield encabezó el desfile. Era la «Leher und Wehr Verein», la sociedad protectora y educacional de obreros aguerridos…. Todos esperábamos violencia, supongo.» En Louisville, Kentucky, más de 6000 trabajadores, negros y blancos, marcharon por el Parque Nacional violando deliberadamente el edicto que prohibía la entrada de gente de color. En Chicago, el baluarte de la rebelión, por lo menos 30.000 obreros hicieron huelga. Todos los trenes pararon, los corrales de ganado se cerraron, los muelles estaban repletos de barcazas llenas de carga. A los líderes conservadores los empujaron a la periferia. Un gran columna de proletarios y familias, en ropa de domingo, llenó la avenida Michigan. Un incidente crítico ocurrió en la planta de McCormick Reaper. Los patronos cerraron la planta desde mediados del verano a los trabajadores sindicalizados y la policía llevaba a diario grupos de esquiroles. El 2 de mayo Spies, agotado, se presentó para dar uno de sus muchísimos discursos ante los trabajadores reunidos en el campo. Mientras un grupo de 6000 ó 7000 trabajadores escuchaba, unos cuantos centenares fueron a confrontar a los esquiroles que en ese momento salían de la planta. Del periódico Arbeiter Zeitung del 4 de mayo: «De repente, se oyeron disparos cerca de la planta de McCormick y más o menos setenta y cinco asesinos robustos, grandotes y bien comidos, al mando de un teniente gordo de policía, pasaron, seguidos por tres vagones llenos de bestias del orden público. En medio de una batalla de piedras de los obreros y las balas de la policía, los trabajadores de repente se dispersaron y huyeron. En la espalda les explotaron balas. Por lo menos dos trabajadores cayeron muertos; muchos quedaron heridos, entre ellos muchos niños.» En cosa de horas un volante, escrito por el iracundo Spies, circulaba en los tugurios de la clase obrera. «¡¡¡OBREROS, A LAS ARMAS!!!»; proclamó: «Sus amos desataron a sus sabuesos (la policía) y mataron a seis de sus hermanos en McCormick esta tarde. Mataron a los desafortunados porque ellos, como ustedes, tuvieron el valor de desobedecer la voluntad suprema de sus patronos…. Se alzarán en masa, como Hércules, y destruirán el nefando monstruo que busca destruirlos. ¡A las armas, llamamos a las armas!.» Al día siguiente, el 3 de mayo, el crecimiento de la huelga era «alarmante». En el movimiento participaban más de 340.000 trabajadores por todo el país, 190.000 de ellos en huelga. En Chicago, 80.000 hacían huelga. Cuando centenares de costureras se lanzaron a la calle para sumarse a las manifestaciones, el Chicago Tribune berreó: «¡Amazonas bravas!.» En este momento candente, el Arbeiter Zeitung hizo un llamamiento a la lucha armada, como siempre lo había hecho, salvo que ahora tenía un claro tono de urgencia: «La sangre se ha vertido. Ocurrió lo que tenía que ocurrir. La milicia no ha estado entrenándose en vano. A lo largo de la historia, el origen de la propiedad privada ha sido la violencia. La guerra de clases ha llegado…. En la pobre choza, mujeres y niños cubiertos de retazos lloran por marido y padre. En el palacio hacen brindis, con copas llenas de vino costoso, por la felicidad de los bandidos sangrientos del orden público. Séquense las lágrimas, pobres y condenados: anímense esclavos y tumben el sistema de latrocinio.» En las salas de reunión de los proletarios, rugían intensos debates; el tigre capitalista efectivamente había atacado y miles debatían cómo responder. Aparentemente, importantes facciones querían una insurrección. Se convocó una reunión popular en la plaza Haymarket para la noche del 4 de mayo. Preocupados por la posibilidad de una emboscada, los organizadores escogieron un lugar abierto y grande con muchas rutas de escape. Después de una reñida disputa, Spies dijo después, convenció a los organizadores de Haymarket de que retiraran su llamamiento a un mitin armado y que, en su lugar, celebraran el mitin con el mayor número de asistentes posible. La mañana del 4 de mayo, la policía atacó una columna de 3000 huelguistas. Por toda la ciudad se formaron grupos de trabajadores. Al atardecer, Haymarket era una de las muchas reuniones de protesta, con 5000 participantes. Los discursos siguieron, uno tras otro, desde la parte de atrás de un vagón. Al comenzar a llover, la reunión se disolvió. De repente, cuando solamente quedaban 200 asistentes, un destacamento de 180 policías, fuertemente armados, se presentó y un oficial ordenó dispersarse. Le respondieron que era un mitin legal y pacífico. Cuando el capitán de policía se volteó para darles órdenes a sus hombres, una bomba estalló en sus filas. La policía transformó a Haymarket en una zona de fuego indiscriminado, descargando salva tras salva contra la multitud, matando a varios e hiriendo a 200. En el barrio reinaba el terror; las farmacias estaban apiñadas de heridos. La clase dominante usó este incidente como pretexto para desatar su planeada ofensiva: en las calles, en los tribunales y en la prensa.
Los periódicos, en Chicago y por todo el país, se volvieron locos. Demandaron la ejecución instantánea de todo subversivo. Los titulares bramaban: «Brutos sangrientos», «Rufianes rojo», «Ondean banderas rojas», «Dinamarquistas». El Chicago Tribune escribió el 6 de mayo: «Estas serpientes se han calentado y alimentado bajo el sol de la tolerancia hasta que, al final, se han envalentonado para atacar la sociedad, el orden público y el gobierno.» El Chicago Herald del 6 de mayo: «La chusma que Spies y Fielden incitaron a matar no son americanos. Son la hez de Europa que ha venido a estas costas para abusar de la hospitalidad y desafiar la autoridad del país.» El 5 de mayo en Milwaukee la milicia del estado respondió con una masacre sangrienta de un mitin de trabajadores; balacearon a ocho trabajadores polacos y un alemán por violar la ley marcial. En Chicago, una operación rastrillo llenó las cárceles de miles de revolucionarios y huelguistas. Para describir los interrogatorios, algunos historiadores han usado la delicada palabra «tortura». Los grupos de caza paramilitares usaron listas de suscripción de los periódicos obreros. Entraron a la fuerza a salas de reunión y casas, destruyeron prensas obreras. Arrestaron a todo el equipo de imprenta del Arbeiter Zeitung. La policía exhibió todas las pruebas que se había precavido de encontrar: municiones, rifles, espadas, porras, publicaciones, banderas rojas, pancartas agitadoras, plomo a granel, moldes de balas, dinamita, bombas, instrucciones para fabricar bombas, campos subterráneos de tiro al blanco…. La prensa hizo mucho escándalo sobre cada descubrimiento. Frente a esta salva de ataques, la huelga general se desintegró. El liderato de los trabajadores de inclinaciones revolucionarias estaba en las garras de la burguesía. La clase dominante abrió un gran jurado en Chicago a mediados de mayo de 1886. La acusación: asesinar un policía que murió en la explosión de la bomba anónima en Haymarket.
Todos los acusados eran miembros prominentes de la IWPA: August Spies, Michael Schwab, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Adolf Fischer, George Engel, Louis Lingg y Oscar Neebe. A todas luces, el juicio fue un linchamiento legal, la demostración palmaria de la inexistencia práctica de la independencia de la Justicia. El juicio se celebró sin ninguna prueba de participación en el incidente de la bomba. Solamente dos de los ocho acusados estaban presentes en la reunión donde estalló. Los juzgaron por el crimen de dirigir a los oprimidos, ni más ni menos. Resumiendo sus principios revolucionarios ante el tribunal. Spies concluyó con estas palabras: «Bueno, estas son mis ideas…. si ustedes piensan que pueden borrar estas ideas que están ganando más y más partidarios con el paso de cada día, si ustedes piensan que pueden borrarlas ahorcándonos, si una vez más ustedes imponen la pena de muerte por atreverse a decir la verdad y los reto a mostrarnos cuándo hemos mentido, digo, si la muerte es la pena por declarar la verdad, pues, pagaré con orgullo y desafío el alto precio! ¡Llamen al verdugo!». Lingg, de 21 años, escupió con desafío: «Repito que soy enemigo del ‘orden’ de hoy y repito que, con todas mis fuerzas, mientras tenga aliento para respirar, lo combatiré…. Los desprecio. Desprecio su orden, sus leyes, su autoridad apuntalada por la fuerza. Ahórquenme por ello.». Los siete fueron condenados a muerte. Surgió un gran movimiento para defenderlos; se celebraron mítines por todo el mundo: Holanda, Francia, Rusia, Italia, España y por todo Estados Unidos. En Alemania, la reacción de los trabajadores sobre Haymarket perturbó tanto a Bismarck que prohibió toda reunión pública. Al aproximarse el día de la ejecución, cambiaron la sentencia de dos de los condenados a cadena perpetua. Louis Lingg apareció muerto en su celda: un fulminante de dinamita le voló la tapa de los sesos. No se sabe si esto fue un acto final de desafío; sin embargo, se rumoraba que le iban a suspender la ejecución, así que es probable que su muerte fuera un asesinato. El 11 de noviembre de 1886, denominado luego el «Viernes negro» en la tradición combativa obrera del siglo XIX, fue el día programado para la ejecución. Los periódicos de Chicago vibraban con rumores de que iba a estallar una guerra civil en las calles. El medio millón de personas que asistieron al cortejo fúnebre es testimonio de que el nerviosismo de la burguesía era justificado. Y parece que se propusieron planes de atacar la cárcel. No obstante, los condenados hicieron que sus compañeros prometieran no llevar a cabo tales «actos temerarios». Al mediodía, cuatro hombres (Spies, Engel, Parsons y Fischer) se presentaron ante la horca, con impecables burocráticas togas blancas. Spies habló, mientras le cubrían la cabeza con la capucha: «Llegará un tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que ustedes estrangulan hoy». Parsons gritó: «¡Permítame hablar, sheriff Matson! Que se oiga la voz del pueblo…». El nudo corredizo se apretó silenciándolo. Dada la genealogía, el primero de Mayo no debe ser entendido ni como el Día del Trabajo, ni como el día del Trabajador, ilustres feriados impuestos por Hitler y Stalin, y seguidos por y toda una retahíla de dictadorzuelos y líderes populistas de todo el Mundo, sino jornada de luto y bronca, de rebelión y valorización popular. El primero de Mayo es el día del rechazo al Trabajo. Fiesta, puede ser, pero revolucionaria.
Los cuatro lemas que una y otra vez aparecían en las pancartas e insignias del 1º de Mayo: «Tres Ochos» (ocho horas de trabajo, ocho horas de esparcimiento, ocho horas de sueño), «Voto para todos», «Libertad, Igualdad y Fraternidad» y «Trabajadores de todo el mundo, ¡uníos!», estaban circunscriptos al obrero semiprofesional y artesanal de la época. Sin embargo, tras ellos estaba algo más grande y menos definible, marcas del instinto social de la multitud, tipificado por los dos símbolos que, al margen de la vieja iconografía reformista y stalinista, sobrevivieron más duraderamente hasta el presente: la bandera roja y el sol naciente de la utopía constituyente.
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«¿Qué hemos dicho en nuestros discursos y en nuestros escritos?
Hemos explicado al Pueblo sus condiciones y las relaciones sociales; le hemos hecho ver los fenómenos sociales y las circunstancias y leyes bajo las cuales se desenvuelven; por medio de la investigación científica hemos probado hasta la saciedad que el sistema del salario es la causa de todas las iniquidades, iniquidades tan monstruosas que claman al cielo…
Yo creo que el estado de castas y clases, el estado donde una clase vive a expensas del trabajo de otra clase (a lo cual llaman «Orden»), creo y digo que esta forma bárbara de organización social, con sus robos y asesinatos legales, está próxima a desaparecer…
Si creéis que ahorcándonos podrán contener al movimiento, este movimiento constante en que se agitan millones de hombres que viven en la miseria, los esclavos del salario… ¡Ahorcadnos!»
(August Spies, ante el Tribunal, 1886)
Existe en el movimiento obrero institucionalizado y en la izquierda partidaria tradicional una forma típica de asumir y conmemorar el día reivindicativo histórico de los trabajadores. Y esta forma es la del anticuariado o el reductivo. La primera es retrotraer todo al hecho puntual e histórico de los Mártires de Chicago, aquel 3 de mayo de 1886, y de un pistoletazo saltar a la coyuntura actual; o bien la del reduccionismo, sofocar la riqueza, complejidad y tradiciones revolucionarias condensadas en una efeméride con la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas. Y los fundadores y militantes del siglo XIX tenían razón: su miedo era que el planteamiento ideológico acabara por convertir un día de síntesis y recomposición de la clase, en un fin en sí mismo, o lo que es peor, en una justificación de la «línea justa». Ni hablar de la metamorfosis en fiesta (con claveles rojos, diosas de mayo y picnics) o la más dramática y perversa de mutar en un día feriado o en un ritual de masas manipuladas por aparatos del estado con máscaras socialoides, sea populista, stalinista, fascista o nazi. Ni los esclavos adorarían al trabajo que los encadena. El 1º de mayo funciona (debería funcionar) como símbolo, lo descriptivo, tal como se ha plasmado en los recuerdos, memoria histórica y en las mentalidades colectivas del movimiento (sin la transfiguración de las ideologías); y como ejemplo, lo significativo, agrupando los múltiples esfuerzos para aprovechar una experiencia, sacar conclusiones teóricas de los acontecimientos, nuevas ideas directrices orientadas a la acción, a una cierta y radical acción de recomposición de la clase.
1º de mayo como símbolo
Siempre tuvo un potente eco en el movimiento obrero y en una época produjo una verdadera conciencia histórica. El 1º de mayo aportaba y era la confirmación de que el proletariado era el vector de la historia proyectado hacia la revolución social, que ese proletariado podía no sólo luchar contra su explotación salvaje sino conquistar el poder, que se había descubierto un arma temible contra el capital (la huelga general revolucionaria) y que podía encarnarse en formas organizativas autónomas, de base y democráticas. Por primera vez el movimiento tenía una fecha propia, no dictada por caudillos o politicastros, una fecha de luto, recuerdo, dolor y lucha. La conmemoración se convirtió en un acontecimiento capital para el joven movimiento trabajador y llegó a ser, junto con el 18 de marzo (el «Día de la Comuna») la fiesta internacional de la lucha por el Socialismo. Jornada de reflexión, jornada de evocación proletaria, pero jornada de combate: el 1º de mayo no sólo se recordaba la represión y muerte de los Mártires de Chicago, sino las diversas revoluciones desde 1793, las de 1848, la lucha del pueblo berlinés en las barricadas, las de Rusia, y así sucesivamente. En otros términos: el 1º de mayo proporcionaba al movimiento una tradición propia, autónoma del estado y el sistema político burgués, una legitimación histórica que permitía tomar conciencia de sí mismo. Es éste profundo sentido de símbolo el que debemos reconstruir, sobre las ruinas de la visión reformista, interpretaciones ideológicas proyectadas en la conciencia obrera. Durante años las organizaciones obreras ya integradas al estado, y el estado mismo, desplegaron una actividad frenética para cultivar un recuerdo y, a la vez, proyectar una imagen distorsionada: el 1º de mayo fue la prehistoria de la lucha por las ocho horas y basta. Del trabajo a casa, y de casa al trabajo… El prisma interpretativo reduce la riqueza de un símbolo universal e internacionalista de clase a un número rojo en el calendario del capital.
1º de Mayo como ejemplo
El ejemplo se invocaba en varios aspectos. El 1º de mayo era materia de reflexión obrera para elaboraciones teórico-prácticas, de organización y tomar decisiones políticas; como argumento o como referencia en la lucha de tendencias «dentro» del movimiento obrero, como elemento justificativo de ideologías cristalizadas y homogéneas; como potente medio de movilización a través de símbolos anclados en la tradiciones militantes y en las mentalidades colectivas del trabajo. Del hecho en sí la tradición autónoma y revolucionaria del movimiento diferenciaba tres estructuras: la imagen concreta de los sucesos de Chicago, reconstrucción histórica de el carácter represivo del capital, de la funcionalidad de su superestructura político-judicial y una autocrítica de los acontecimientos; la segunda un modelo teórico, deducido de la interpretación y la proyección (se cargaba en la cuenta del 1º de Mayo proyectos más o menos conscientes, cuando las tendencias reales eran más o menos inconscientes y espontáneas); finalmente una imagen idealizada, heroizada y didáctica, construida con fórmulas solemnes, impresionantes, cesaristas y monumentales, expuestas en lenguaje oficial, abogadil, categórico e imperativo, que contrasta con los enunciados prudentes, concretos, minimalistas, materialistas de los propios militantes radicales y de los clásicos del comunismo. El movimiento nunca «santificó» al 1º de mayo. El movimiento nunca formó una leyenda en torno a Haymarket. El 1º de mayo se ha transformado en la piedra de toque para determinar el «modo» en que la clase ha de elaborar su táctica ( a través de sus consignas centrales y su capacidad de movilización en las calles) y su estrategia para conquistar la victoria final. Las mejores tradiciones revolucionarias deben reasumir plenamente el 1º de mayo y sostener sus lecciones básicas: autodefensa, autonomía y solidaridad.
Ejemplo de Autodefensa: El 1º de mayo debe entenderse siempre como una acción de masas de autodefensa del sector más precario y autónomo del movimiento obrero, del «otro» movimiento obrero, que incluía mayormente desempleados, mujeres e inmigrantes pobres. Y la autodefensa abarca elementos constituyentes de la construcción de la subjetividad revolucionaria. Originalmente el Primero de Mayo surgió para controlar la plusvalía en su forma extensa, la forma más simple y brutal de la contratendencia del Capital. Incluye la lucha por controlar la jornada laboral desbordando, si es necesario, las formas institucionales de la corporación, el gremio y el sindicato, incluso creando nuevas, además de puntos de contrainformación proletarias, una verdadera esfera de opinión pública obrera, con clubes, periódicos y seguridad propia. Una red de actores no-estatales, capaces de organizarse en núcleos regionales y locales, multicanales (en la que cada nodo está conectado con los demás), de mantener poderosos lazos con la percepción social de la subjetividad obrera y disminuyendo el papel de la jerarquía y la dirección formal. Intuían sabiamente que los verdaderos triunfos de la clase obrera, los más profundos y los más duraderos, se consiguen por la agitación y la movilización, que la única usurpación que consiente el capital es la lucha. La autodefensa como virtual «doble poder» y como ocasión constituyente de aplicar el arma más mortal de las masas: la huelga general revolucionaria.
Ejemplo de autonomía práctica: Una palabra desgastada por el oportunismo, la picardía y la manipulación pero irremplazable. El 1º de Mayo es la conmemoración de la autonomía como ser social del trabajador. La autonomía como necesidad de la recomposición, como itinerario lógico de la construcción de la subjetividad, como momento instintivo de clase. La autonomía es la calificación específica del interés proletario en el actual nivel histórico de la composición de clase. Autonomía es fundamentalmente dos cosas: por una parte independencia reafirmada del interés y necesidad del trabajador. Independencia del interés proletario es un concepto fundamental de toda la tradición revolucionaria en Occidente, su antagonismo radical y ontológico, primordial y que resurge una y otra vez. Por otra parte, la autonomía es un concepto, al representación de un hecho, verificable, que «esta» composición histórica, consigue organizativamente determinar la complejidad del impulso revolucionario, el instinto de clase y la fragmentación subjetiva de la fuerza de trabajo, para dirigir su interés hacia una cooperación autónoma (=comunista). Como decía Negri, autonomía es en realidad una calificación comunista de la independencia del trabajo. La autonomía es una de las lecciones aprendidas y olvidadas de la «Idea Chicago»: en el campo es el dilema radical: para hacer algo la acción de clase debe tener formas organizativas, pero la acción organizada deviene institución, se transforma en instrumento del estado y el capital. Las iluminadas declaraciones de los Mártires de Chicago en el pie del cadalso, utilizado como tribuna, señalaban una y otra vez (Schwab, Fischer, Ángel…) el peligro para el movimiento de la seducción estatal, la funcionalidad del corrupto sistema político, la abominación por los partidos políticos, el papel mistificador de los medios de comunicación, la subsunción del sindicato a la autoinmunidad del sistema y la falsa autonomía de lo político, la farsa de la democracia representativa,… que la autonomía de la clase es básica para el combate contra el sistema. La idea-fuerza del 1º de mayo es la de «contra-organizaciones», con una forma sincronizada con la composición de clase, contraorganización que siempre implica una recomposición política de la clase obrera desde abajo, ya no desde «arriba», desde un partido político o desde una agencia del estado. Nunca tomamos consciencia que la recomposición a nivel del obrero, sea social o posfordista, posee efectivamente la fuerza de llevar consigo el problema político, el problema del poder, como elemento fundamental. Autonomía es el álgebra de la temática de la composición de clase y de la teoría del partido. La autonomía, como lo sabían los Mártires de Chicago, es la Ciencia del antagonismo.
Ejemplo de solidaridad: una de las mistificaciones típicas de la liturgia muerta del movimiento obrero reformista es reducir el eco de la lucha en 1886 a un simple conflicto sobre la extensión de la jornada laboral. Este trabajo ideológico comenzó ya en el mismo siglo XIX. Se conmemora la «triple 8» (8 de descanso-8 de trabajo-8 de ocio), como esa ya es la jornada laboral «normal» sólo nos queda festejar los laureles conseguidos. Nada más deseable para el estado y el capital; nada más lejos de la verdad. Ese fue siempre el temor de los militantes de la época: que las ocho horas se transformase en el Endziel, en el fin último de la lucha, motor secreto e inmóvil de la socialdemocracia. Como decía Mella, las ochos horas sólo es una bandera, a cuya sombra se agrupan en un momento histórico de la lucha de clases los obreros para dar una batalla. Con esas luchas, y la de los obreros ingleses por las diez horas, el movimiento descubrió que la jornada laboral es una variable, no una constante, y que debido a la ley de intercambio mercantil que rige en el capitalismo a la mercancía «fuerza de trabajo», se presenta una antinomia, una lucha de derecho contra derecho, y que en esta lucha entre derechos iguales, de clases, decide la fuerza y la violencia. El 1º de mayo si bien fue una ocasión para reclamar la «mayor pretensión» del momento (reducción de la jornada laboral que en Chicago llegaba a las 14 y 16 horas¡¡¡¡), el motivo estratégico no era la mera reducción sino conseguir que la reducción implicara una presión a los capitalistas individuales para emplear a los miles de precarios y parados que languidecían y morían en la miseria. Y las conclusiones no eran retóricas: ya en esa fase de la lucha, los militantes de Chicago aplicaban los rudimentos de la co-investigación militante, es decir: cómo la organización técnica del trabajo (Taylorismo, Fordismo, Stajanovismo, Toyotismo, etc.) va estrechamente unida a la explotación capitalista. Se volvía a hacer política a través de la investigación militante, a través del conocimiento y a través de la intervención práctica. Buscaban la recomposición intentando aclarar la segmentación promovida por el mercado de trabajo capitalista en el seno de la clase, intentando aglutinar a la fuerza de trabajo en objetivos comunes pero revolucionarios (bloqueo del desarrollo del capital) y buscando la centralización del cerebro colectivo de la multitud.
El 1º de mayo debe tener el valor de reactivo de ser profunda crítica- Crítica de la política, crítica de la economía política, crítica a la forma burocrática de la recomposición de clase, crítica a la tradición, crítica a los viejos métodos de lucha, crítica a la aristocracia obrera,…
Como concluía Fischer, uno de los Mártires de Chicago, en una vibrante proclama de 1886, hoy con más actualidad que nunca: «¡Tened coraje, Esclavos!, ¡Levantaos!».
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