Es triste, más bien patético, vivir en una sociedad tan convulsa y tan irracional y tan dispar su ciudadanía. En todas las sociedades hay diferencias. Los hay muy egoístas y simplemente egoístas, y los hay muy generosos, muy solidarios y simplemente neutros. Los hay apegados a las costumbres y los que desean romper con ellas, […]
Es triste, más bien patético, vivir en una sociedad tan convulsa y tan irracional y tan dispar su ciudadanía. En todas las sociedades hay diferencias. Los hay muy egoístas y simplemente egoístas, y los hay muy generosos, muy solidarios y simplemente neutros. Los hay apegados a las costumbres y los que desean romper con ellas, etc, etc El etcétera se refiere a la diversidad que hay en la tipología. Pero amigos, España nada tiene que ver con los demás pueblos europeos, aunque mira que los hay conservadores e intolerantes…
España, de la que muchos dicen que otros quieren romperla, está rota desde que tengo uso de razón. Lo que pasa es que las costuras estaban disimuladas por la tiranía, por la melifluidad del personal religioso que todo lo ocupaba y por el encogimiento del ánimo que han de tener todos los perdedores de una guerra civil, obligados a convivir con sus verdugos en el mismo espacio geográfico que antes de declararse esa guerra. Pero siendo esta una particularidad crucial, quizá lo es más la libertad efectiva, no nominal, de culto, de religión y sobre todo de pensamiento. Puede haber deseos de independencia de algún territorio y a nadie que no vive en él o viviendo en él o fuera de él no es partidario, se le ocurre a apelar al tremendista modismo de que el escocés quiere romper la Gran Bretaña, por ejemplo (y si se dice, les contestarán que Gran Bretaña seguirá siéndolo con Escocía y sin Escocia). Esa libertad de conciencia, adobada por la madurez y por la costumbre del respeto a toda idea que no implique violencia, marca unas enormes diferencias entre cualquier país europeo de la Vieja Europea y España, que no merece en absoluto por todos esos motivos codearse con esas naciones. España sigue situada poco más allá, en este sentido intelectivo y moral, del siglo XIX.
Esta es la colosal diferencia con las demás naciones europeas que han librado dos grandes guerras entre ellas. Ganadores unas, perdedoras otras, a su término ha vivido cada población en su territorio de siempre antes de perderlas. En España no. En España seguimos viviendo codo con codo los perdedores y los ganadores que, tras la guerra civil siguen además teniendo el control principal de la sociedad española, con algunas concesiones a quienes no se les oponen con demasiada determinación y eficacia. Pero España sigue rota. Más, España está destrozada por las desigualdades brutales, por los abusos de quienes detentan el poder económico y financiero en general astutamente respaldados por la justicia, y por la injusticia estructural.
Pero esta situación, que arranca en 1978, justo con la fabricación del nuevo Estado que se supone tiene algún parecido con otros democráticos pero no los tiene, se mantiene aproximadamente con similares mimbres en 2019. Las diferencias son muy pequeñas y más debidas al normal paso del tiempo que todo lo desgasta, que a auténticos cambios. La prueba de la estanquidad de las condiciones está en el debilitamiento progresivo del ímpetu con que una parte de la sociedad que se rebeló pacíficamente en 2011, culminó en una suerte política que se llama entrada en el Congreso. Entrada que, lejos de potenciar las expectativas de cambio, lo que hace 8 años después es ir difuminándolas cada día más a la vista de la catadura de quienes, dígase lo que se diga, siguen siendo dueños del cotarro porque además no están solos. Cuentan con el poder de la banca, de las finanzas, de la religión (católica), de la justicia, de la monarquía, agradecida por haber sido restaurada gracias a ellos y, por sí fuera poco, de la mayoría de los medios privados que conducen las corrientes de opinión que circulan por prensa, radio y televisión. ¿Quién, en estas condiciones, es el ingenuo que pueda albergar esperanzas de cambios que si no empiezan por remover la forma monárquica del Estado y la abrogación de la Constitucion, o al menos promover una reforma tan profunda que, habida cuenta las nacionalidades inequívocas que se encuentran en territorio español si no su absoluta independencia sí cabe en ella el Estado Federal, no serán sino meros maquillajes para que todo siga igual? No dudo de que que haya cambios, aunque también puede haber involución. Pero casi medio siglo después de desaparecido el dictador, es demasiado tiempo como para pedir paciencia a quienes llevamos casi un siglo esperando vivir, al fin, en una nación libre, garante de derechos sustanciales y libertades cívicas y, quizá por encima de todo, tolerante de verdad…