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Una opinión crítica sobre la difícil situación entre Podemos y Ahora en Común

La «inconfluencia» o el espejismo del militante izquierdista

Fuentes: Rebelión

Seguramente éste sea el artículo que ninguno de mis compas querría leer para estar todos de acuerdo, pero como ajedrecista que soy, no juego sólo con mis piezas y como me gustaría, sino con la situación de todo el tablero. La «inconfluencia», o confluencia hacia dentro, la defino como la sed del militante izquierdista, que […]


Seguramente éste sea el artículo que ninguno de mis compas querría leer para estar todos de acuerdo, pero como ajedrecista que soy, no juego sólo con mis piezas y como me gustaría, sino con la situación de todo el tablero.

La «inconfluencia», o confluencia hacia dentro, la defino como la sed del militante izquierdista, que sufre una anomalía, propia de la mochila que arrastra de un pasado con tanto peso. Esa mochila, llena de símbolos, ideas maravillosas y muchos sueños sobre lo que podría ser y no es, que a todo el mundo nos encanta como música celestial, esa mochila que no entiende del terreno que uno pisa, ni de si estamos en guerra, o en mitad de un campo lleno de arcoiris, unicornios y piruletas de colores donde todo es posible, esa mochila típica de lo que Lenin ya definió como «la enfermedad infantil del izquierdismo», se vuelve mortal en mitad de un desierto desolador donde nadie regala nada, muy al contrario, donde toda la maquinaria del régimen se sitúa en contra.

Esa música celestial es como el canto de sirenas, que hacen naufragar los barcos antes de llegar a puerto. Y esas sirenas son ese engendro mitad belleza, mitad monstruo, esa dualidad rebelde/tirano, subyugada bajo el deseo oculto de permanecer virgen, como las sirenas. Esa mitad belleza forma parte del acoplado discurso al que nos adherimos en la izquierda cuando entonamos los derechos humanos, la libertad, la democracia interna, etc. Una música que suena tan bien que es imposible no dejarse llevar por ella de la forma más radical y rebelde. Hasta que se pervierte y nos hipnotiza la razón, y nuestros objetivos finales caen por la borda bajo la tempestad en la que navegamos, transformándose en esa tirana sirena que nos engulle hacia nuestras profundidades en forma de monstruo marino, para permanecer vírgenes y asexuales como las sirenas y los ángeles, en ese síndrome de Peter Pan, en ese infantilismo de quien prefiere morir bajo su divinidad imberbe, creyendo que se juega a la guerra simplemente vestido de románticos y valientes indios con flechas (que siempre pierden pero da igual, son nuestros héroes), contra piratas miedosos con pata de palo (que resulta que ni son piratas ni tienen pata de palo y además siempre ganan), en lugar de crecer y estar dispuestos a armarse de verdad, de la manera más férrea, aunque eso suponga contradicciones con el romanticismo y la belleza del canto de sirenas, y además nos permita «sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna» como ya se cuestionaría Hamlet en su «To be or not to be».

Durante ésta breve experiencia política hemos aprendido a pasos forzados la diferencia entre democracia, democratitis, democratismo u oclocracia. Por ejemplo el 15 M tuvo sus cosas buenas y gracias a ese movimiento estamos hoy aquí, pero no podemos cegarnos sólo en el empoderamiento, la euforia y la toma de consciencia que supuso, sino aprender de sus errores, como fue su modelo organizativo asambleario que provocó una excesiva democratitis y poca capacidad de acción, cuya ineficacia ante el poder sólo nos ha reportado mayor represión del régimen, como en su día ocurrió también en el Mayo francés del 68, y ésto es un hecho.

Estamos comprendiendo a su vez lo que significa la pesada carga del poder, que se aleja bastante de aquello que tanto erotiza a quienes no lo han experimentado, un poder que no entiende de romanticismos, sino de responsabilidad y eficacia. A pasos forzados estamos comprendiendo también la diferencia entre ser de izquierdas o ser izquierdista. Yo me considero de izquierdas, pero no izquierdista, porque no soy conservador, porque busco disputar el cambio en las circunstancias que tenemos y no me quedo divagando en construir otro partido con las que me gustaría, y en ese sentido no me atrinchero en un paradigma sino que lo bordeo radicalmente para recuperar el terreno perdido por quienes han construido sus fortalezas y muros alrededor del molde inquebrantable del cómo han de ser las cosas bajo la bandera de la izquierda, de tal manera que comparto así el discurso de Pablo Iglesias cuando asevera que «la radicalidad en política no se mide por los principios o por lo encendido de los discursos, sino por la radicalidad de los resultados».

Es entonces cuando burlas los hologramas de ese paradigma, con el pensamiento lateral que está más allá de los moldes y el condicionamiento, que descubres el izquierdismo militante, que con su mochila, no se considera parte de la gente, sino que se arroga sobre sí misma el concepto de gente, que con todos sus catecismos de siempre nos dice tener todas las respuestas y soluciones para ganar, y se erige en la bandera del romanticismo de cómo ganar desbordandonos, con un desborde que al final resulta ser el reparto de butacas como única salida, porque son «la representación de la gente». Y resuelves que lo que todos ellos quieren ver en primera fila en realidad es su erotizada «petite mort», porque entre tanta tensión unionista y mal llamada confluencia, se encuentra la «inconfluencia». Se convierte así en una orgía de onanistas sadomasos, donde ocurre el inevitable deseo de muerte, por miedo a sus propios egos. Y resulta que cuando ven que alguien se atreve a Ser sin miedo a sí mismo, le tratan de invitar a esa orgía que lejos de relacionarlos amorosamente con la gente, les encierra en un guetto de sibaritas taifas, que tienen tanto futuro como una asamblea donde todo el mundo habla y nadie o casi nadie hace sobre lo que se habla, porque en el fondo una asamblea es para empoderarse y autoconvencerte de que puedes, pero que para hacer eso sobre lo que te has convencido que puedes hacer te das cuenta que necesitas otro espacio, otra gente, y otro orden. Y no es que no crea en el diálogo, es que la experiencia me demuestra que quienes no creen en el diálogo son quienes se encierran en sus discursos militantes. No hace mucho hablaba con un concejal que está sufriendo los desastrosos efectos de la post-confluencia, donde se demuestra que la confluencia no era tal sino una estrategia de minorías para que luego cada facción tratara de imponer su inconfluencia, sin importarles que tienen que gobernar, con las contradicciones que eso supone, y sin importarles la gente. Afortunadamente en Madrid tenemos a Carmena, una excepcional líder, cuya experiencia le hace estar libre de todo espejismo militante y sabe distinguir entre sueño y realidad.

Debemos reconocernos en líderes así, y no en quienes se ocultan para evitar equivocarse, porque necesitamos reconocer nuestra verdadera voluntad a priori para a posteriori accionar nuestro liderazgo, asumiendo también las contradicciones que tiene el poder, la necesidad de la eficacia y la responsabilidad, más allá de los romanticismos, teniendo en cuenta el necesario equilibrio y malabarismo que tienes que tener entre los ideales, el terreno real en el que se juega, el pragmatismo y la consecución de objetivos. Y ésto sí lo está ejerciendo la dirección de Podemos, que es la única de las direcciones que no esconde su liderazgo, para servir a la gente con eficacia y responsabilidad, más allá de los espejismos militantes.

Sin embargo, frente a esto, el militante izquierdista busca la salvación y su condena en su evasión metafísica de lo que podría ser y no es, sufriendo la esquizofrenia paranoide de la adorada dicotomía del militante, ese dualismo que separa al militante de la gente, ese mantra de la bipolaridad «izquierda/derecha» que le ensimisma en su contexto militante y le separa del resto de la gente, y le impide asumir contradicciones y realizar concesiones y sacrificios. Porque el militante siempre tiene sed, y ve espejismos que le hacen caminar cada vez más ensimismado y sólo en el desierto o en su mar, con cada vez más sed de cantos de sirena.

A pesar de todo ésto, el militante está convencido de que su opción es la que puede ganar, o que ganar de otra forma no es ganar. Y tiene razón, en parte. Su argumento es absolutamente válido, y verdadero, si no tuviéramos en cuenta la variable tiempo. Porque la diferencia sutil es sólo una cuestión de tiempos.

Efectivamente, avanzar y avanzar sin reorganizar la retaguardia es muy peligroso, y como ya nos dijo Allende: «tener el gobierno no es tener el poder», y ganar sin un método que favorezca la mayor participación de la mayor diversidad de sensibilidades y bases posibles, puede crear mucho hastío y deserción de filas. A menos que el militante entienda, que precisamente su protagonismo y su capacidad de transformación del partido está en el día después de las elecciones. Entonces es cuando el militante ha de ofrecer críticas útiles, porque estoy de acuerdo en que somos las bases las responsables de «afilar la sierra» y buscar una alternativa al día después de las elecciones cuando ésta máquina electoral ya no sirva sin el fin por el que fue construida: sin elecciones a la vista, para transformarla de nuevo en una herramienta útil y consistente en el tiempo, para toda la ciudadanía, que se abra y permita la máxima participación y renovación de la misma. Pero no ahora, ahora no hay tiempo, ni es útil transformar de antemano la máquina electoral en eso que ha de transformarse después, porque entonces ni conseguimos lo uno ni lo otro.

Por eso desde aquí hago un llamamiento al resto de la militancia y les invito a superar Vistalegre con humildad, porque por mucho que nos pese: el centro del tablero no está ahora en el militante, y sus ansias de pedir más y más, el centro del tablero está ahora en la gente, y a la gente no le interesa la sed del militante, cuyos gritos de delirio sólo consigue alejar del proyecto cada vez más y más a la gente, entendamos de una vez que somos minoría, que no somos la gente y la gente no tiene la sed del militante, la gente tiene sed de cambio. Cambio que tendremos que gestionar con más realidad y seriedad, con más contradicciones y luchas, y con más dosis de realidad, que nuestras luchas románticas y soluciones imaginarias. Cambio al que no le queda mucho tiempo por llegar, y tenemos que llegar de la manera más efectiva y de la manera más organizadamente posible, y no cada quien en su propia lucha, porque a éste ritmo ya no quedan muchos oasis por delante y la batalla de Gaugamela se va a quedar pequeña ante lo que nos queda por pasar, con la necesidad de estar disciplinados estratégicamente para ganar, en lugar de dividirnos de antemano como sápatras. Cambio para el que el militante no ha muerto, simplemente ha de buscar y encontrar su virtú, siendo oportunos para que la fortuna les sonría en el día después, cuando haya que reconstruir, y no oportunistas en el día de hoy cuando estamos a punto de quemar las naves.

Palabra de militante, más allá o más acá, del espejismo.

PD: Como podrá haber advertido el lector, la palabra «inconfluencia» no existe, es un palabro inventado por mí para definir la situación y exponer el análisis de éste artículo.

Julio Cascobelo Moreno. Miembro del Consejo Ciudadano de Podemos Chiclana.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.