El último gran éxito del cine español, «Ocho apellidos vascos», se pretende vender por el establishment mediático nacional como una comedia blanca, una película que solo pretende hacer reír y gustar al público sin ningún tipo de connotación ideológica. Aquel que identifique ciertas intencionalidades persuasivas en el discurso de la cinta, o que se sienta […]
El último gran éxito del cine español, «Ocho apellidos vascos», se pretende vender por el establishment mediático nacional como una comedia blanca, una película que solo pretende hacer reír y gustar al público sin ningún tipo de connotación ideológica. Aquel que identifique ciertas intencionalidades persuasivas en el discurso de la cinta, o que se sienta ofendido por alguna razón, solo puede ser un pro-etarra ofuscado y paranoico. Es lógico que el propio establishment encubra y legitime sus propias herramientas persuasivas y propagandísticas (Telecinco Cinema es una de las entidades productoras de la película), no hace falta recordar el amalgama de multinacionales y entidades bancarias que lo sustenta con el fin de reforzar su hegemonía cultural en la población, necesaria para construir un país que ofrezca mano de obra barata e ilimitadas ventajas fiscales a costa del sufrimiento de su clase trabajadora, a la cual es preferible fomentar su identidad nacional en detrimento de su identidad de clase.
En este marco sociopolítico «Ocho apellidos vascos» ofrece una lectura desde la óptica más casposa del españolismo tradicional acerca del conflicto vasco y las identidades nacionales. Igual que Hollywood representa constantemente desde sus valores chovinistas culturas ajenas, definiéndolas mediante estereotipos labrados en occidente de indiscutible corte racista y etnocentrista, en «Ocho apellidos vascos» se representa desde la óptica chovinista española un País Vasco poblado de gente enfadada y cerrada al exterior, claramente materializado en el personaje de Koldo (padre de la protagonista), que reduce el conflicto nacionalista a un problema cuyo foco reside exclusivamente en el pueblo vasco, una patología regionalista que se opone al «sano» y dicharachero patriotismo español.
«Los vascos mucho independentismo y tal, pero luego les encanta España» dice el personaje interpretado por Carmen Machi al protagonista, llevando a cabo una reducción del complejo tema de la identidad vasca a una cuestión de preferencias turísticas que, para cualquier españolista víctima de la propaganda mediática del régimen, desmonta todo el argumentario basado en el derecho a la autodeterminación de los pueblos defendido por el pueblo vasco.
La vasca supuestamente abertzale, representante del independentismo, acaba enamorándose del sevillano católico, representante de la unidad de España, al cual acaba persiguiendo vestida de novia por su localidad guipuzcoana en una más que lamentable secuencia reciclada de las más rancias y «blancas» comedias románticas de Hollywood. La histórica relación de opresión existente entre el estado español y el pueblo vasco es representada así mediante una relación de pelea de enamorados en la que el papel de la mujer, construido desde el más puro prisma machista tradicional quedando ligado a lo irracional, a lo inestable y a lo confuso representa el lado vasco; y por la otra parte el papel de la cordura viril, enmarcada en el protagonista masculino, queda del lado español. «Soy yo, ¡viva España! y ¡viva la Constitución!» es la forma presuntamente inocente y despolitizada que tiene el protagonista de presentarse ante el personaje interpretado por Carmen Machi para que le reconozca en un ambiente de luz tenue en un momento de la película.
«No les hables de Franco, que se enervan!»
«No le hables de Franco, que se enervan!» es un inocente chascarrillo que pronuncia uno de los amigos del protagonista advirtiéndole acerca del consenso que supone para los vascos el hecho de que Franco sea una figura denostable que puede levantar odios y rencores, de lo cual se deduce por omisión que lo normal sea poder hablar de Franco sin que nadie «se enerve», es decir, que el franquismo no es algo por lo que nadie tenga que poner el grito en el cielo como lo hacen «ellos».
Éste tipo de detalles, así como la aparición reiterativa de símbolos como la bandera constitucional con el toro de la marca Osborne en su centro, adornos domésticos con iconografía del cuerpo de seguridad de la Guardia Civil, referencias al monarca a través de retratos colgados en la pared, o una bufanda de la selección española con la frase «por qué no te callas» escrita, aparecen normalizados a lo largo del film al ser portados por personajes que resultan prestigiados en el discurso como son los protagonistas. Los ideales independentistas y todo símbolo más allá de la ikurriña relacionado con ellos aparece representado en personajes claramente desprestigiados en el discurso como son Koldo o el grupo de la Izquierda Abertzale con el que se relaciona por casualidad el protagonista.
La represión policial en Euskal Herría queda totalmente justificada en la secuencia ya famosa en la que tiene lugar la manifestación, siendo identificados como responsables de la misma los propios manifestantes que comienzan el altercado violento arrojando un cóctel molotov al cuerpo de antidisturbios. Las torturas y los presos políticos, que durante décadas han asolado al País Vasco, «inocentemente» no están incluidos en el retrato «blanco» que ofrece el film.
Por todo ello «Ocho apellidos vascos», igual que todo producto cultural, no está ni mucho menos vacío de contenido ideológico ni de género, tratarlo como un material inocente que sólo busca entretener es fruto de la ingenuidad más acusada o del fascismo más normalizado, propio de un Estado gobernado mediante un régimen heredero del Franquismo y legitimado por los grandes medios de comunicación de masas, en el que el jefe del Estado es casualmente un personaje educado por el mismo dictador al cual ha manifestado su admiración en más de una ocasión.
Es cuanto menos destacable el hecho de que en tiempo crisis del sistema económico imperante, cuando están teniendo lugar toda clase de expolios a la clase trabajadora del país, se hagan películas de este tipo en las que se aboga por la legitimidad el régimen del 78 basado en la «indisoluble unidad de España», el cual recordemos que fue resultado de una Transición marcada por el miedo y la coacción militar, en la que las élites franquistas no hicieron sino reciclarse con total impunidad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.