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La inseguridad estadística

Fuentes: moircolombia.org

Si bien el gobierno de Alvaro Uribe se ufana constantemente de la que ha sido su principal bandera política, y por la cual recibe reiteradas felicitaciones del Departamento de Estado de Estados Unidos y de incautos ciudadanos, la llamada Seguridad Democrática, no le pasa lo mismo con el encargo legal de conservar fidedignas series estadísticas […]

Si bien el gobierno de Alvaro Uribe se ufana constantemente de la que ha sido su principal bandera política, y por la cual recibe reiteradas felicitaciones del Departamento de Estado de Estados Unidos y de incautos ciudadanos, la llamada Seguridad Democrática, no le pasa lo mismo con el encargo legal de conservar fidedignas series estadísticas del país, un verdadero patrimonio público, en materias económicas y sociales tan importantes como el nivel de empleo y la tasa de desempleo, el crecimiento económico, el Producto Interno Bruto por Habitante (PIB per cápita), las escalas de pobreza y miseria, entre las más relevantes. Lo acaecido en ese campo es motivo de vergüenza indiscutible.

El deterioro es tal que ya hasta el propio Uribe dice no creer en las mediciones del Departamento Nacional de Estadística, DANE, como lo manifestó en relación con la última cifra de desempleo nacional divulgada por esa entidad, 12,05 %, a diciembre de 2006. Todo empezó cuando el anterior director, César Caballero, debió renunciar por enfrascarse en pública contradicción con el Departamento Nacional de Planeación acerca de los datos sobre la seguridad en las ciudades y la línea de medida de la pobreza en Colombia. En esa ocasión, merced al autoritarismo predominante, se decidió por la «cabeza del turco» antes que por la veracidad de las cifras. Este antecedente sirvió para que en adelante la estadística se pusiera al servicio de la reelección. «Torturar las cifras hasta que canten», fue el lema del uribismo.

El desempleo empezó a declinar por las más insólitas consideraciones; la tarea de los analistas, más que el examen de resultados, fue encontrar los trucos metodológicos y «desestacionalizarlos» para preservar el sendero de la series de tiempo, algo de valor incalculable. Se relajó la categoría de «desocupado», se redujo el número de los «buscadores de empleo», se sobreestimaron los empleos domésticos y el desempleo rural se computaba con base en un inapropiado instrumento, la Encuesta Nacional de Hogares. Cada paso marcado, por aquello que la «economía es psicología», tenía un propósito: espantar los efectos del fantasma del desempleo, la más sentida manifestación de descontento de los electores, en aras del triunfo para mayo de 2006.

Otros datos cruciales corrieron suerte igual. La ANDI aprovechó para que su aspaventero presidente justificara sus permanentes excesos, al modificarse el método para calcular el desempeño industrial; de hecho, un ejercicio aplicado con el novel mecanismo para 2005 alza ese índice del 2,2% al 3,7%, en un santiamén; algo que «reforzó» en buen monto al «extraordinario» crecimiento del 2006. Para no hablar del cuestionado Censo de Población, que se llevó de tajo tres millones de colombianos y redujo los estimativos demográficos para las regiones, con excepciones como Soledad y Buenaventura, y que coadyuva al «manotazo» que la reforma constitucional al régimen de Transferencias les dará a las entidades territoriales. En un Consejo Comunitario en la propia sede del DANE, el economista Mauricio Cárdenas, miembro de la ortodoxia radical, glosó los resultados en cuanto al Ingreso por Habitante, atribuyendo al menos el 50% del alza en el nuevo estándar al cambio metodológico. En esa ocasión, Uribe refrendó su fe en la independencia y certeza de las estadísticas del DANE, fe de la cual ahora abjura cuando la tasa de desempleo no favorece su retórica e induce a otro tipo de cálculo como la revisión del número de afiliados a las ARP y otras osadas sandeces.

Las bases estadísticas de Colombia han hecho agua, es un daño histórico que tiene nombre propio y el país, sobre todo el académico, no podrá olvidar al responsable: el gobierno de Alvaro Uribe con su manía de manipularlo todo al servicio del papel mesiánico que se arrogó; un procedimiento típico del fascismo, tan aberrante que hasta él es «víctima de su propio invento», la Babel donde sube el crecimiento pero no el empleo. Será juzgado por la Inseguridad Estadística que incubó, avería igual a la del TLC o a la subasta sin tasa de los recursos naturales.