El pasado 25 de noviembre, el papa dio un discurso (http://goo.gl/hcpQ3e) en Estrasburgo ante el Parlamento Europeo, que ignoró así la aconfesionalidad que se le supone. Dijo el papa cosas interesantes y asumibles, incluso bellas, pero también algunas inaceptables. En todo caso, Francisco hizo gala de mucha osadía para presentarse en la sede de la […]
El pasado 25 de noviembre, el papa dio un discurso (http://goo.gl/hcpQ3e) en Estrasburgo ante el Parlamento Europeo, que ignoró así la aconfesionalidad que se le supone. Dijo el papa cosas interesantes y asumibles, incluso bellas, pero también algunas inaceptables. En todo caso, Francisco hizo gala de mucha osadía para presentarse en la sede de la más alta instancia democrática de Europa y dar lecciones de democracia y derechos humanos, sin la menor autocrítica y sin haber superado una reválida elemental el Estado y la Iglesia que él mismo dirige: la Santa Sede no podría entrar en la Unión Europea por no cumplir los criterios de Copenhague: «Tener instituciones estables que garanticen la democracia, el Estado de derecho, los derechos humanos y el respeto a las minorías».
En concreto, necesitó el papa mucha osadía para decir «¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa?», pues ¿acaso existen esas posibilidades en la Santa Sede y en la Iglesia?
Necesitó el papa una osadía notable para añadir «¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación?», pues ¿no son las mujeres y los homosexuales de ambos sexos objeto de todo tipo de discriminaciones en la Santa Sede y en la Iglesia, mucho más que en el resto de Europa?
Necesitó el papa considerable osadía para acordarse de «las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas», sin acordarse de las injusticias a favor de las entidades religiosas, particularmente las cristianas, mediante prerrogativas educativas, económicas… concedidas por los Estados.
Hasta aquí he hablado sólo de osadía pues, aunque le faltó a Francisco una elemental autocrítica en esas y otras admoniciones, eran asumibles en sí mismas. Pero hubo otras inadmisibles que, en ese foro, me resultan además arrogantes o insolentes.
Necesitó el papa una insolencia desaforada e ignominiosa para referirse a «los niños asesinados antes de nacer», considerando así asesinas a las mujeres que abortan. Aparte de lo ya comentado sobre los derechos de las mujeres, ¿no sabe el papa que la mayor parte de los abortos son espontáneos, sin más responsable -según su propia fe- que Dios, y que este sería por tanto el mayor «asesino» de «niños antes de nacer»? En este asunto, ni su predecesor Juan Pablo II fue tan agresivo e insultante ante el Parlamento Europeo hace 26 años.
Por cierto, necesitó el papa muy mala memoria para, puestos a recordar muertes de verdaderos niños, no acordarse de los que sufren y mueren por el sida debido a la mortífera e inmisericorde política anticondones de la Iglesia, que con Francisco no ha reducido su absurda impiedad.
Necesitó el papa mucha insolencia para seguir hablando de «la familia unida, fértil e indisoluble», pues con esa «indisolubilidad» está negando un derecho fundamental reconocido en Europa.
Necesitó el papa bastante insolencia para decir «es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia», pues conociendo la historia y la actualidad, es sencillamente grotesco.
Necesitó el papa mucha arrogancia cuando solicitó «suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe». ¿Cómo que también de fe?, ¿volvemos al colonialismo espiritual cristiano?
Necesitó el papa no menos arrogancia para citar que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».
Ante la osadía, insolencia, arrogancia e incluso ofensas en el discurso del papa, la poca dignidad -en mi opinión- de la mayoría de los parlamentarios europeos. En primer lugar, por invitar y escuchar a un líder religioso en una instancia que se suponía aconfesional. Y luego, por aplaudir, incluso con fervor, ese discurso/sermón en buena parte insolente y en ocasiones contrario a derechos ya conquistados. Hay que destacar, en este sentido, la posición decidida de los eurodiputados (de Izquierda Plural) que rechazaron esa presencia del papa y se negaron a estar presentes en su discurso, y de la representante de Podemos que abandonó el escaño tras la extremadamente insultante alusión del papa al aborto. En cambio, resulta desalentador que los demás diputados de izquierda se sumaran a la indignidad del acto. Especialmente decepcionante -por la esperanza que lideran- fue que el resto de eurodiputados de Podemos, con Pablo Iglesias a la cabeza, aplaudieran y tuitearan, acríticos y arrebatados hasta el ridículo, la homilía del santo padre.
En fin, levantemos el corazón, pero hacia la libertad, la justicia y la razón que sustentan la laicidad.
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