México DF.- En entrevista con Clarín.cl Héctor Zagal (1966), justifica los argumentos de su novela La cena del Bicentenario: «La verdad libera, emancipa. La crítica es el primer paso para cambiar. La actitud crítica muestra que las cosas pueden ser de otra manera. El daño de la historia oficial fue el deterioro de la mentira […]
México DF.- En entrevista con Clarín.cl Héctor Zagal (1966), justifica los argumentos de su novela La cena del Bicentenario: «La verdad libera, emancipa. La crítica es el primer paso para cambiar. La actitud crítica muestra que las cosas pueden ser de otra manera. El daño de la historia oficial fue el deterioro de la mentira sistemática. Blindó a los héroes, los convirtió en santos laicos, inmaculados y puros. El resultado fue un catecismo histórico que nadie se cree, una ideología que defendía, torpemente, el status quo. Los libros de texto editados por el gobierno despojaron a la historia de su poder liberador»
Doctor en filosofía, catedrático universitario, conductor de radio y editor de la revista Tópicos, Héctor Zagal es autor de los libros: La epagogé en Aristóteles (1991); El surrealismo y el barroco. Dos aproximaciones estéticas a la identidad nacional (en coautoría con Luis Xavier López, 2002); Andrés Manuel López Obrador. Historia política y personal del Jefe de Gobierno del Distrito Federal (en coautoría con Alejandro Trelles, 2004); Gula y cultura (2005); recientemente incursionó en la narrativa con La venganza de Sor Juana (Editorial Planeta, 2006) y La cena del Bicentenario (Editorial Planeta, 2009)
El primer párrafo de la novela La cena del Bicentenario (2009) desempolva y caricaturiza al porfiriato, a «los Braniff, los Lascuráin, los Casasús», el delirante y divertido relato continúa con los preparativos de los festejos organizados por Maximiliano y Carlota para agasajar a los invitados: Miguel Hidalgo, Emiliano Zapata, Benito Juárez, Agustín de Iturbide y Porfirio Díaz, el thriller policíaco ocurre un 13 de septiembre de 2010. Explica el doctor Zagal: «Quería ironizar. Opté por la ironía porque, al modo de Sócrates, la ironía es la única manera de salir del autoengaño en la polis. Ironizar significa criticar, despertarnos de nuestra comodidad y enfrentar la realidad, por desagradable que sea». La adaptación al teatro de La cena del Bicentenario se estrenó -el 21 de abril- en la ciudad de Monterrey.
MC.- La cena del Bicentenario transcurre bajo el Imperio de Maximiliano y Carlota, ¿por qué celebrar la «independencia» si en la novela prevalece el yugo económico del extranjero?, ¿hay paralelismos entre la ficción y la actual pantomima del Bicentenario?
HZ.- La cena del Bicentenario es, en efecto, una metáfora de nuestra realidad nacional. ¿Por qué los anfitriones de la cena de independencia son los monarcas extranjeros?, por el mismo motivo, que la Columna de la Independencia, «El Ángel», se encuentra rodeada de corporativos extranjeros. La banca, la industria hotelera, las grandes cadenas comerciales son extranjeras.
MC.- ¿Cómo elegiste a los personajes históricos que compartirían la mesa y el debate?, ¿cuántos quedaron fuera del festín literario?
HZ.- La selección resultó muy difícil. En la primera versión de la novela, asistían a la cena Moctezuma y Hernán Cortés, junto con los luchadores El Santo y Blue Demon. Pero aquello era demasiado y yo no tengo la maestría de José Camilo Cela para administrar una «colmena». Finalmente opté por aquellos personajes que pudiesen representar los proyectos de país más contrastantes.
MC.- ¿Qué rasgos de la personalidad de cada uno te interesaba destacar?, ¿la astucia de Hidalgo?, ¿la integridad de Zapata?, ¿la traición de Díaz?, ¿el liberalismo de Juárez?, ¿el hedonismo de Maximiliano?, ¿el oportunismo de Iturbide?
HZ.- Durante sus años de estudiante, Hidalgo recibía de sus condiscípulos el mote de «El zorro». En efecto, era un individuo sagaz y astuto. Por ello hace las veces de «detective». Su humor es chispeante y agudo. Sin embargo, el principal rasgo que pretendí acentuar fue el criollismo de Hidalgo. Es bien sabido que Hidalgo, como tantos otros insurgentes, no buscaba la Independencia propiamente hablando. Su objetivo era un proyecto criollo, profundamente católico y admirador de la monarquía. Algo más parecido a lo que sucedió con Pedro I, Emperador de Brasil. Hidalgo, además, era un personaje que sabía vivir: bebía, jugaba, era, por así decirlo, un cura bastante mundano. Morelos fue el verdadero artífice de la independencia. A Hidalgo lo modelan las circunstancias.
En varios momentos de la novela quise subrayar, por otro lado, la continuidad que existe entre Benito Juárez y Porfirio Díaz. Esto es algo que olvida el discurso oficial, incluso el discurso de cierta izquierda. Porfirio Díaz simplemente aplicó el liberalismo económico de Juárez. Para el liberalismo los derechos son individuales, no corporativos; esto dañó profundamente la estructura de la propiedad comunal de la tierra. Precisamente por ello, Emiliano Zapata se lleva tan mal con Porfirio Díaz y con Benito Juárez. Zapata no era, en realidad, un revolucionario, sino un «reaccionario»: un defensor de los derechos ancestrales de las comunidades indígenas, algo que ni Juárez ni Díaz entendían.
MC.- ¿Hasta qué punto la ficción construyó la historia personal de los invitados a La cena del Bicentenario?, ¿Hidalgo e Iturbide fueron compadres?, ¿Hidalgo no buscaba la Independencia de España?, ¿Juárez pretendió vender el Istmo oaxaqueño a Estados Unidos?
HZ.- Se trata, en efecto, de ironía, de parodia. La caricatura miente, pero también dice la verdad. De alguna manera, revela la verdad a través de la inexactitud. No, Hidalgo e Iturbide nunca fueron compadres, pero ambos eran criollos. EL grito de Independencia de Hidalgo fue «¡Viva Fernando VII y mueran los gachupines!» Menudo grito de independencia, ¿no te parece?
Los tratados McLane-Ocampo, aprobados por Juárez entregan, en términos prácticos, el Istmo a los Estados Unidos. Se trata de una faceta poco divulgada de Juárez. En otras palabras, mezclo detalles reales y ficticios. Por ejemplo, Maximiliano bebía champaña y sólo una vez probó el mole, que le cayó bastante mal. Él llamaba a Carlota con el apelativo de «Karla», tal y como lo hago en la novela.
MC.- ¿Por qué encontramos elementos contemporáneos en una novela con atisbos de la pátina del tiempo?, lo pegunto porque leí en La cena del Bicentenario que designaron a Ignacio Allende como Embajador de México en Irak (sic)
HZ.- Porque cuando uno lee la literatura mexicana del siglo XIX, parece que no ha pasado el tiempo en México: la inseguridad, el caciquismo, la lucha entre Congreso y Ejecutivo….Es un buen motivo para el anacronismo inverso. ¿No lo crees?
MC.- ¿Por qué el petróleo sigue siendo la manzana de la discordia?, ¿qué proyecto de país defendían los personajes de tu novela sobre los recursos no renovables?
HZ.- Salvo el caso de Porfirio Díaz, para quien el tema del petróleo sí era importante, este detalle es uno de los aspectos en los que me tomé más libertades. No obstante, la ficción tiene mucho de realidad. En el siglo XVIII y XIX la gran riqueza de México fue la plata, un recurso natural no renovable. Durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI, el «oro negro» es el pilar de la economía. Grandes intereses y agendas ocultas se escudan en la política.
MC.- ¿Por qué dejaste a los villanos de la historia convivir en la antesala de la cena?, ¿fue intencional el retraso de Zapata, Juárez e Hidalgo?
HZ.- No acaba de gustarme del todo la división entre «malos» y «buenos». La historia siempre tiene tonalidades grises, no sólo en blanco y negro. La idea era que Porfirio Díaz podía «suavizar» a los emperadores y hacer que la llegada de Benito Juárez fuese menos abrupta.
MC.- ¿Cuándo decides que la novela histórica se transformará en un thriller policíaco?
HZ.- Desde el primer momento la pensé en término de misterio policíaco. Nuestra historia es, tristemente, un macabro festín donde los invitados se matan entre sí.
MC.- ¿El PRI disfrazado de tecnócrata de Oxford es el último traidor de la historia?, ¿qué daño le hizo al país 70 años de una ficción oficial en los libros de texto?
HZ.- El PRI está por encima de las ideas: es pragmatismo puro. Me lo explicaba así, cínicamente, un importante operador político. A lo largo de 70 años el PRI -y sus ancestros- nos dio presidentes de todos los colores de la paleta política. Lo mismo Miguel Alemán que Luis Echeverria, lo mismo a Lázaro Cárdenas que Miguel de la Madrid.
La verdad libera, emancipa. Sólo reconociendo nuestra realidad estamos en condiciones de superarla. La crítica es el primer paso para cambiar. La actitud crítica muestra que las cosas «pueden ser de otra manera». El daño de la historia oficial fue el deterioro de la mentira sistemática. Blindó a los héroes, los convirtió en santos laicos, inmaculados y puros. El resultado fue un catecismo histórico que nadie se cree: una ideología que defendía, torpemente, el status quo. Los libros de texto editados por el gobierno despojaron a la historia de su poder liberador.
MC.- Escribiste «La venganza de sor Juana» bajo el seudónimo de Mónica Zagal, para «demostrar que los varones podemos escribir novelas feministas»; ¿qué intención habría detrás de La cena del Bicentenario?, ¿filosofar en torno a la historia oficial?
HZ.- Quería ironizar. Opté por la ironía porque, al modo de Sócrates, la ironía es la única manera de salir del autoengaño en la polis. Ironizar significa criticar, despertarnos de nuestra comodidad y enfrentar la realidad, por desagradable que sea; Pirandello escribió que «el humor ve al hombre en calzoncillos, pues la ironía lo desnuda». Eso es lo que quería hacer: «encuerar» (dejar pilucho) a México y sus héroes. Creo que lo he logrado. Prueba de ello, me parece, es el discurso oficial que ha soslayado mi novela. Me temo que no cayó nada bien mi texto.
MC.- Finalmente, ¿qué nos dejará el Bicentenario?, ¿una serie de novelas históricas ante la falta de un discurso revisionista, sin un debate propiciado por el Ministerio de Educación?, ¿todo se reducirá al marketing del 2010?
HZ.- Mi novela es una invitación a fijarnos en la fecha más importante: el 17 de septiembre de 2010. ¿Qué vamos a hacer después de las conmemoraciones? No vaya a ser como una fiesta. Al final de las fiestas, alguien tiene que pagar la cuenta, alguien tiene que recoger el tiradero, y alguien padecerá la resaca. ¿Cuál será la herencia del Bicentenario? Me temo que el gobierno no aprovechó el momento para hacer de la cultura una política de Estado. La cultura es escuela de ciudadanía. Y la ironía y la parodia son instrumentos privilegiados para ello.
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