El intercambio realizado en los últimos números de RedSeca sobre el presente y futuro de la izquierda chilena ha acentuado la necesidad de superar la discusión con «nombre y apellido» para avanzar hacia un debate en donde sea el contenido lo que prime. Y es que efectivamente hasta ahora, sobre todo en las filas concertacionistas, […]
El intercambio realizado en los últimos números de RedSeca sobre el presente y futuro de la izquierda chilena ha acentuado la necesidad de superar la discusión con «nombre y apellido» para avanzar hacia un debate en donde sea el contenido lo que prime. Y es que efectivamente hasta ahora, sobre todo en las filas concertacionistas, la discusión ha girado en torno a quién es la persona más adecuada para derrotar a la derecha o en torno a cuáles son los atributos que el próximo candidato deberá poseer. Como contrapartida a esto, las causas de la derrota también se han comprendido en términos personales: la culpa es de ME-O, de Frei, de Escalona, de Lagos o de Bachelet y así sucesivamente.
Sin duda, que por estos días se hace más necesario que nunca el uso de la crítica más descarnada para recomponer y repensar una fuerza alternativa que sea capaz de disputarle el ejecutivo a la derecha y para superar los estrechos márgenes a lo que se circunscribió «lo posible» durante los 20 años de gobierno de la Concertación. Uno de los principales problemas al que se ve enfrentado el «mundo progresista» para comenzar esta empresa es que debe sortear las barreras que su propio accionar creó desde su posición privilegiada en los gobiernos pasados.
Durante estos 20 años la izquierda concertacionista no sólo renunció a la «toma del palacio de invierno», también abandonó la lucha de trincheras, es decir, la disputa por la construcción de hegemonías. Esta izquierda ni leninista ni gramsciana (ni bernsteiniana) más bien asimiló la visión de mundo dominante sin contraponer algo sustantivamente diferente. Por ejemplo, el sentido común político de lo que actualmente se entiende por un buen gobierno es una suma de criterios pauteados por la derecha durante los gobiernos de la Concertación: equilibrio macroeconómico, gobernabilidad, lo técnico sobre lo político, etc. Parámetros que, por lo demás, los gobiernos de la Concertación se esforzaron por cumplir como buenos alumnos. Sin embargo, era de esperar que quiénes concibieron este ideal de gobierno, a la hora de asumirlo destacaran en su cometido. No es ajeno a esta observación el que un buen número de analistas, para explicar los reveses electorales de la socialdemocracia europea frente a los conservadores, utilizaran la idea de que los electores se cansaron de copias y han decidido optar por los originales.
Sumado a lo anterior, la relación entre los partidos de la Concertación y sus electores fue cruzada por un estímulo al conformismo político. La Concertación parecía convencida de que la ciudadanía no le perdonaría a la derecha su pasado pinochetista y en parte era cierto. Sin embargo, la seguridad electoral que le daba a la Concertación el saberse como la alianza política más exitosa en la historia de Chile -anclada en el clivaje del Sí y el No a Pinochet- rápidamente se confundió con cierta arrogancia, algo así como «no les queda otra que votar por nosotros». Esta postura marcó un distanciamiento con la «sociedad civil», así como hipersensibilizó a la concertación frente a las reacciones de la oposición, siendo una de las consecuencias más problemáticas el desplazamiento del centro político chileno hacia la derecha, desdibujando los trazos socialdemócratas del programa original de la coalición. Había que conformarse con lo que la Concertación ofrecía, pues nada a la izquierda era posible y nada a la derecha era deseable.
Por otra parte, la transición democrática chilena supuso como condición de posibilidad de su realización (al menos en los términos establecidos por el pacto entre el pinochetismo y la Concertación) que toda amenaza al «acuerdo» que dio origen a nuestra nueva democracia debería ser atenuada. Así las fuerzas sociales que aceleraron la salida de Pinochet, mediante la movilización y la protesta social, rápidamente se vieron desplazadas a un segundo plano. La Concertación gobernó estos años apelando a una sociedad civil diluida, desorganizada y dispersa, a la que en cada elección se le pedía que renovara sus votos de confianza en la coalición. Sin embargo esta características no son condiciones naturales de la sociedad civil chilena (ni de ninguna otra), por el contrario son el resultado deliberado de una estrategia política que privilegió la estabilidad de una democracia cada vez más restringida, en la que ciertos movimientos sociales, ciertos actores y ciertas publicaciones (toda la prensa de oposición que floreció durante la dictadura y que desapareció en democracia) no tenían cabida.
Hoy la Concertación se encuentra aún aturdida por la derrota. Sin un movimiento al cual recurrir, sin organizaciones sociales a las cuales movilizar, sin medios de comunicación y sin proyecto para contraponer. Junto con ello deja como herencia un país menos pobre, pero más desigual, un sistema político estable, pero hecho a la medida de la derecha y una experiencia política considerada paradigmática por el mundo progresista, pero disuelta en el conservadurismo chileno actual.
En este marco el Partido Comunista ha llamado a una convergencia de las fuerzas democráticas con miras al futuro establecimiento de un «Gobierno de Nuevo Tipo», utilizando como marco de referencia programático mínimo el acuerdo firmado por esta colectividad y el comando presidencial de Eduardo Frei. ¿Qué contribuciones puede ofrecer este partido al establecimiento de una alternativa política que supere la praxis concertacionista? Sin duda, que el PC puede ofrecer una buena dosis de crítica para el debate, legitimado por la trayectoria de oposición de izquierda ejercida durante estos años. Por lo demás, sus llamados a la convergencia siempre se han dado enfatizando lo programático.
La convocatoria de Teiller y de otros actores políticos de izquierda a la unidad, discusión mediante, y a definir lo que hay en común entre Concertación y las fuerzas a la izquierda de ella se hace en buena hora. Sin embargo, no sólo hace falta definir aquello que une a la Concertación con la Izquierda, pues tan importante como lo anterior es determinar también qué es lo que los separa. Pues, aunque tácticamente la alianza entre concertación y comunistas pueda ser acertada, la pregunta es la siguiente: ¿en función de qué estrategias se establecen estos acuerdos? Y aunque el PC no es ni pretende ser la salvación de la fuerzas de oposición frente a la máquina electoral de la derecha, este partido sí ofrece elementos para generar un debate orientado a refundar la izquierda primero, para refundar la sociedad después.
No obstante ello, el acercamiento de este Partido a la Concertación puede llevar a la omisión crítica de aquél. Es decir, en momentos en que sólo la crítica (de la propia praxis de la izquierda) puede llevar a la construcción de una estrategia que reivindique un proyecto de transformación de la sociedad, los «gestos» del PC a la Concertación pueden llevar a que los comunistas obvien sus crítica al proyecto concertacionista. Y por ello se hace necesaria la clarificación de qué es lo que los comunistas entienden por «un gobierno de nuevo tipo», pues la vaguedad conceptual de esta categoría puede ser contraproducente para la superación de las lógicas meramente electorales en el campo de la izquierda. De hecho, nada asegura que el PC no termine reproduciendo los propios vicios de la Concertación en caso de que la fórmula electoral pretendida sea exitosa.
En otras palabras, aunque la discusión parece avanzar al establecimiento de programas mínimos, el debate no se puede restringir a eso. Pues aún está pendiente la cuestión de los programas máximos (en los que debería estar contenida la visión de país de cada partido), para que así las estrategias no se confundan con las tácticas (y las tácticas no se vuelvan fines en sí mismos). La existencia de una izquierda transformadora dependerá de ello.
– Fuente: www.redseca.cl