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«La izquierda chilena no podía ver a los mapuches como nación»

Fuentes: Azkintuwe

Jose Marimán Quemenado (Santiago, 1958) es un destacado intelectual mapuche. Profesor de Historia y doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela, España, a temprana edad inició su militancia en la capital chilena. Fue a los 14 años, en 1972, cuando ingresa a las Juventudes Socialistas, en la población Santa Adriana. Tras […]

Jose Marimán Quemenado (Santiago, 1958) es un destacado intelectual mapuche. Profesor de Historia y doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela, España, a temprana edad inició su militancia en la capital chilena. Fue a los 14 años, en 1972, cuando ingresa a las Juventudes Socialistas, en la población Santa Adriana. Tras el golpe militar vivió toda la etapa clandestina de reconstrucción del PS, escalando como dirigente hasta llegar al Comité Central del PS Dirección Colectiva. Ya en Wallmapu, por diferencias políticas abandonó dicha colectividad en 1988, centrándo su labor en la lucha mapuche.

 

Radicado hoy en Denver, Estados Unidos, Marimán conversó con nosotros sobre los logros del gobierno de la Unidad Popular, la compleja relación de la izquierda chilena con los mapuches en tiempos de Allende, lo vivido bajo la dictadura de Pinochet y el surgimiento, a mediados de los 80′, del denominado «Proyecto Histórico Mapuche», a su juicio, antesala del movimiento mapuche actual.

 

– ¿Cuál es a tu juicio el principal logro del gobierno de Salvador Allende en relación al pueblo mapuche?

La restitución de tierras. Independiente de la forma, si apropiada o inapropiada, en el gobierno de Allende se dio un tipo de salida a la demanda de tierra mapuche, hubo una férrea voluntad política en ese sentido. Con esto quiero decir que si bien la Reforma Agraria no era una política pensada para dar respuesta a la demanda histórica de restitución de tierras usurpadas a los mapuche, no es menos cierto que campesinos mapuche se beneficiaron de la Reforma Agraria accediendo a tierra, 68.000 hás. aproximadamente, que de otra forma no hubiera sido posible. Lo que digo está refrendado por una opinión de Jacques Chonchol, ex ministro de Agricultura de Allende, en el sentido de que: «La ligazón de la Reforma Agraria con la restitución de las tierras a las comunidades fue una decisión personal del presidente Allende, utilizando un instrumento que no era para eso, que era la ley de Reforma Agraria y que tenía otra finalidad, que era la redistribución general de la tierra, pero que ante la demanda de los pueblos indígenas y al no tener otro instrumento legal porque la Ley Indígena no lo permitía, permitió en alguna medida poder cumplir esos objetivos, porque él tenía muy claro que era un problema de justicia». El libro «La Reforma Agraria y las Tierras Mapuche», de Martín Correa, Raúl Molina y Nancy Yánez, recoge este testimonio. Y que decir de los temas etnoculturales involucrados en la Ley Indígena 17.729, que por desgracia no pudieron desarrollarse a cabalidad.

– ¿Cómo analizas las vinculaciones de partidos y organizaciones de izquierda (revolucionarias y reformistas) con el pueblo mapuche en aquellos años? ¿Fueron un aporte, un retroceso… ni lo uno ni lo otro?

Tiendo a creer, y lo digo de esta forma pues he estudiado solo superficialmente dichas relaciones en tal periodo, que de alguna manera fueron funcionales a todos los actores. Me explico, la izquierda apegada a las tesis clásicas marxistas-leninistas, el Partido Comunista y el Partido Socialista fundamentalmente, veían al campesinado como aliado de la «clase obrera» o de «los trabajadores» en la revolución socialista, y los mapuche eran tenidos -por lo común- como campesinado. Y, en tanto tal, se buscaba incorporarlos al programa de gobierno popular, por la vía de recoger sus demandas a cambio de su voto. Ya en 1964 Allende había firmado un compromiso con organizaciones de izquierda mapuche. Otros sectores de la izquierda, como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y su brazo el Movimiento Campesino Revolucionario (MIR-MCR) y otros, con un diagnóstico más apartado de la ortodoxia y más cercano a las elaboraciones doctrinarias de la época e impactadas por el ejemplo de la revolución cubana, asignaban un papel más central al campesinado como fuerza revolucionaria motriz de un cambio y no estoy hablando de un rol de clientela electoral. En esa condición también desarrollaron un discurso y una praxis política para mover a los campesinos-mapuche a luchar por un programa socialista del tipo: «la tierra para el que la trabaja». O, puesto de otra forma, una apuesta política del tipo todo o nada. Recordemos que el programa del gobierno de Allende proponía la expropiación de latifundios mayores a 80 hás. de riego básico, mientras la izquierda fuera del gobierno promovía expropiar propiedades menores, agudizando la confrontación por el recurso tierra y la confrontación política en general.

– Esas eran las tomas de tierras y corridas de cerco que incomodaban de sobremanera al presidente Allende frente a la derecha en aquellos años y que, en parte, atribuía a grupos de izquierda «inmaduros políticamente».

Del lado de los mapuche habían quienes estaban totalmente comprometidos con los partidos de izquierda, en cualquiera de sus versiones, y por tanto trabajaban como cualquier devoto por sus postulados, desde la simple militancia en los partidos a la acción externa o «trabajo de masas» en las organizaciones mapuche, para intentar mover el curso de una organización hacia las posiciones que privilegiaban. Y, otros que mantenían mayores grados de independencia. También había organizaciones cercanas a la oposición. En resumen, el cuadro no era muy distinto de otras épocas ni de la actual, en que los mapuche no actúan como un cuerpo sino dispersos, y en que había organizaciones sucursales de todos los partidos políticos, seguramente más que hoy, de la iglesia católica, etc. y otras tratando de preservar su independencia pero sin capacidad de desarrollar un discurso propio y acción propia nacionalitaria más allá de los marcos de la coyuntura, como podría haberlo sido plantear un discurso etnonacionalista. El general el etnicismo estuvo presente en todos los actores mapuche de la época, no se explica la emergencia de la Ley Indígena 17.729 sin este ingrediente, pues ese instrumento no fue una dádiva, sino una negociación entre demandas históricas mapuche promovidas por activistas de izquierda o independientes y un gobierno permeable a ellas, pero en algunos más en concomitancia con sus posiciones e identidades clasistas.

– Y volviendo a la pregunta, ¿ello fue un aporte, un retroceso?…

Puestos a evaluar si eso fue bueno o malo, yo preferiría decir que «asi fue». Y no podía haber sido de otra forma, porque los mapuche carecían de una intelectualidad que alimentara a su propio grupo con reflexiones corporativas propias, incluso hoy esa intelectualidad es bastante germinal. Desde el arreduccionamiento -segunda mitad del XIX- y hasta la década de los 1990s, los mapuche no han tenido una intelectualidad orgánica propia, aunque haya habido sujetos aislados intentando reflexionar, que alimente de deliberaciones políticas su lucha nacional y los cohesione como comunidad política imaginada. Y que interprete además los discursos de izquierda a derecha del espectro político chileno, incluyendo el indigenismo chileno, como discursos nacionalistas chilenos. Que tenga claridad respecto de que el «progresismo» de algunos discursos chilenos no quita su carácter «nacionalista chileno». En otras palabras, que se plantee frente a los discursos chilenos como sujeto de la historia y no como objeto pasivo de la historia. Un discurso que se afirme con el respaldo de las masas mapuche, en el interlocutor de los mapuche para establecer alianzas con otros y en función de los cambios que benefician a otros y a los mapuche.

– ¿Se puede responsabilizar al Presidente Allende del «desencuentro» que pareciera haber existido entre el programa socialista de la UP, que nos identificaba como campesinos, y el pueblo mapuche con sus especificidades propias?

No creo. Allende es un producto de la cultura chilena, de la cultura de izquierda chilena, del nacionalismo chileno y de otras influencias familiares, pares, profesionales con quienes compartió, la literatura que leyó y hasta se ha dicho de la masonería. Por ejemplo, en su discurso en Naciones Unidas en 1972 aseguraba que en Chile la «discriminación racial no tiene cabida». Un predicamento asegurado frente al mundo entero. No tengo porque dudar que Allende creía su propia afirmación. Recientemente Víctor Farías, historiador, sugiere tendencias antisemitas de Allende en su libro: «Salvador Allende. Antisemitismo y Eutanasia», tesis que no cayó bien en la Fundación Salvador Allende que al parecer replicó esa tesis en el 2005. Y porque no habría de creerse esa idea, si en la «copia feliz del Edén», como ironizan algunos, hay tantos que lo aseguran hasta el día de hoy por convicción o por conveniencia. Total como el racismo no lo vivió él o no lo viven otros chilenos prominentes, lo han vivido por el contrario nuestros abuelos mapuche, nuestros padres mapuche y nosotros mismos a quienes refriegan en mote de «indio» con «cariño» o con «desprecio»… y a quienes nos segregan a la hora de los empleos, los salarios, los beneficios sociales, y la aceptación social, por qué habría de haber pensado el «compañero presidente» que existía el racismo. Para Allende primero que nada, existía la injusticia económica-social en Chile, pero no el racismo. Aún cuando, en el discurso para presentar la Ley Indígena 17.729 al parlamento el mismo año 1971, reconoce que la cuestión mapuche tiene particularidades propias y que los mapuche son tratados a base de estereotipos negativos.

– ¿Una contradicción en su discurso?

Por supuesto, las mismas que experimentaba la izquierda de su tiempo y los nuestros también. La izquierda chilena -alimento ideológico de Allende- no recogió seriamente, salvo escasas excepciones, la problemática de las nacionalidades, tan importante para los europeos. En mi paso por la izquierda yo nunca oí hablar de Karl Klausky, Kart Renner, Otto Bauer, Ber Borojov, entre otros, a no ser para hablar de renegados, revisionistas y otras vainas o bien excomulgados. O dentro de la corriente leninista, nunca oi hablar de los escritos de Lenin sobre autodeterminación o la tesis de Stalin sobre la nación, aunque debo reconocer que las condiciones precarias de militar bajo tiempos de dictadura no ayudaban a desarrollar el intelecto precisamente. Por nuestros tiempos el profesor Samaniego de la Usach, también Carlos Ruiz entre otros, ha historiado la actitud ambivalente de la izquierda ante el tema de las nacionalidades bajo la óptica de la temática mapuche, y de paso nos ha informado que un inmigrante letón de izquierda, como lo fue el profesor Alejandro Lipschüzt, asesor de Allende en temas indígenas, como los relacionados a la Ley 17.729, ha sido uno de los pocos que se acercó a tratar el tema de los mapuche al estilo de las nacionalidades, a diferencia del tratamiento de la «cuestión indígena» en otros países latinoamericanos.

– La izquierda de aquellos años al parecer era incapaz de imaginar a los mapuche como una nación diferente.

Dado sus parámetros ideológicos chilensis, no podía ver o imaginar a los mapuche como nación al estilo de los pueblos blancos europeos luchando por su autodeterminación. Pero del mismo modo, hay que decirlo, los propios mapuche tampoco podían verse a sí mismos como tal. En consecuencia, ni unos ni otros desprendían el derecho a la autodeterminación para los «indios-chilenos» o para los «chilenos-indios», según se prefiera, en la época a que hacemos mención. Con todo, Allende no puede ser culpado de algo que era la cultura político-ideológica de los tiempos. Por lo demás, pensar así es pasar por alto la responsabilidad que como pueblo o nación nos cabe a nosotros mismos, a las generaciones que nos antecedieron en este caso, de haber pensado las cosas en términos no solo nacionalitarios sino también etnonacionalistas. A la hora de explicar desencuentros no basta con analizar factores causales en lo que los «otros» hicieron o dejaron de hacer por nosotros; sino también en lo que «nosotros» hicimos o no hicimos por nosotros mismos.

– Con la pespectiva que dan los años, ¿cuál es tu opinión sobre Allende?

Allende me parece un político chileno bien intencionado, buscando mejorar las condiciones socio-económicas miserables en que vivían y aún viven tantos chilenos y mapuche. Lo admiro por ofrendar su vida por sus ideas, a diferencia de esos socialistas que nos gobiernan hoy y que de hiper revolucionarios pasaron a mercaderes del neoliberalismo. De estos últimos no me molesta el cambio… lo puedo aceptar; pero el engaño a los que han depositado sus esperanzas de mejorar sus vidas, mientras se lucran ellos, me parece abominable. Insistiendo en lo anterior, Allende no es el responsable final de encuentros o desencuentros entre chilenos -en este caso de izquierda- y mapuche, hay una culpabilidad colectiva que recae en la forma en que nos abordó la izquierda, en general como campesinos aliados del proletariado o fuerza motriz revolucionaria, y la forma en que nuestros líderes pensaban nuestra situación. Es decir, nuestra precariedad intelectual, político, reflexiva y propositiva que no fue más allá del etnicismo mezclado con el clasismo.

 

– ¿Cuáles fueron los principales costos que pagó el pueblo mapuche bajo la dictadura militar?

Sin duda el mayor de todos fue la cantidad de muertos. Que una persona sea asesinada por fuerzas represivas estatales es abominable, pero que cientos lo sean es realmente monstruoso y aborrecible: La vida es una de las cosas más preciadas que tenemos los seres humanos, y más de un centenar de mapuche la perdieron con la vuelta de mano de los latifundistas amparados en los militares, en el proceso dado en llamar por algunos «la Contra Reforma Agraria», sin dejar de mencionar los encarcelados, los torturados, los exiliados, etc. Un segundo efecto fue la perdida de tierras recuperadas bajo la forma de asentamientos de la Reforma Agraria. Un tercer efecto fue la desarticulación de las organizaciones mapuche y de las redes sociales entre organizaciones, activistas y mapuche en general, recordemos, nuevamente, que muchos líderes vivieron la persecución, el terror, el extermino y el exilio. Un cuarto efecto fue tener que postergar sus demandas y guardárselas por el resto de la década de los 1970s. Y se podría seguir enumerando… Sin embargo creo que una breve frase puede encerrar todo el contenido de esos efectos. Para el mapuche hubo un nuevo quiebre en su historia, del mismo modo que lo hubo al momento de la derrota final a fines del siglo XIX, un quiebre, por lo demás, para toda la sociedad chilena y del cual aún no se sale del todo, si consideramos los enclaves de poder y trampas dejados por la dictadura en la presente democracia.

 

– ¿Un quiebre histórico en qué sentido?

En el sentido de la inconexión que hay entre discursos históricos y que precisamente lo explica en parte esta vida de sobresaltos que hemos vivido los mapuche. Es cierto que a la creación de los Centros Culturales (fines de los 1970s), después transformados en Ad-Mapu, concurrieron algunos líderes históricos; pero no hay que olvidar el contexto. No había muchos que se atrevieran a impugnar directamente a la dictadura con discursos como la autodeterminación u otros, esos líderes callaron muchas ideas por mucho tiempo. Había miedo y la gente se reprimía hasta fines de los 80, de manera que las primeras actividades eran lo que ya ha narrado Isolde Reuque en sus memorias a Florencia Mallon (2002) o Santos Millao a la tesista Sonia Sotomayor (1995). Esto es, se comunicaba muy poco, basta recordar lo que le pasó al sindicalista chileno Tucapel Jiménez por decir casi nada, pero interpretado por los asesores y sicarios del dictador como peligroso. Si hay cosas que explican la inconexión entre discursos históricos en el movimiento mapuche predictadura y posdictadura, incluyendo el durante la dictadura que es de donde germina la idea de un proyecto histórico, es este rompimiento de la continuidad histórica. Hay un trabajo allí para historiadores mapuche en términos de descifrar esos vacíos para el movimiento autonomista actual, pero pretender que ha habido una continuidad siempre, que nuestra historia es lineal y sin interrupciones o vaivenes, no me lo parece.

– Al respecto, ¿qué factores gatillaron a tu juicio el surgimiento a fines de los 80′ de un discurso mapuche más autónomo de los partidos chilenos, principalmente de izquierda?

Creo que hay varios factores que se confabulan. Puedo nombrar a manera de ejemplo la conexión que establece el movimiento mapuche a través de sus organizaciones, los Centros Culturales-Ad-Mapu principalmente, con el movimiento indígena internacional, especialmente la articulación al Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas de Ginebra, Suiza, que permite el intercambio de ideas entre indígenas y la asunción por aquellos más atrasados de las reivindicaciones de los pueblos más avanzados. No olvidar el aislamiento y oscurantismo en que se vivía durante la dictadura militar. Ad-Mapu para el 1983 ya estaba recogiendo en su programa las ideas autonomistas, aunque no haya sido más que retórica, bajo la presunción de luchar por un «proyecto histórico», aunque bien sabemos que ninguno de los dirigentes históricos de Ad-Mapu se ha transformado en teórico o promotor destacado de tales ideas y sus praxis políticas los sitúan más bien lejanos de ellas.

– ¿Esto es coincidente con las primeras renuncias de dirigentes mapuches a sus militancias partidarias?

A mi juicio ese es un segundo factor, que viene dado por las discusiones al interior de sus propias orgánicas partidarias que comienzan a realizar nuevas generaciones de mapuche. Éstos comienzan a impugnar el tratamiento de la cuestión nacional mapuche como campesina y ha destacar los ribetes étnicos en la confrontación. Yo no estoy muy enterado de cómo vivieron los mapuche comunistas o miristas ese proceso, pero si he narrado en mi artículo sobre el Consejo de Todas las Tierras (1995) como lo vivieron los mapuche socialistas. Y sé, además, que éramos tarro con piedras en relación a estos temas, es decir, no guardábamos nuestras discusiones internamente en la orgánica partidaria e influíamos en otros, poniendo estos temas en las discusiones formales y sobre todo informales entre amigos de izquierda, lo que explica que entre los más perseverantes promotores de las ideas autonomistas -en sus expresiones etnonacionalistas o tradicionalistas- hay ex socialistas. Varios de estos mapuche terminaron rompiendo con sus orgánicas partidarias en el contexto de la transición o inmediatamente después, ganando así libertad de acción para trabajar por sus nuevos proyectos políticos.

También el arribo de nueva literatura proveyó de un arsenal de ideas nuevas a los jóvenes lectores y profesionales mapuche, que no existió antes y que decir del Internet a partir de mediados de los 1990s. Ello permitió estudiar otras problemáticas nacionales y reflexionar a través de esas experiencias la propia. Si bien hasta la primera mitad de los 1980s la dictadura pudo mantener el aislamiento y oscurantismo en el país, para la segunda mitad ya el movimiento social mostraba síntomas de perder el respeto al régimen. En ese contexto libros, documentos, ideas, hicieron su camino, sabemos que el fenómeno de la globalización no funciona en una única dirección y sólo para algunos.

– ¿Cómo se dió este proceso en tu caso personal? ¿En la Universidad de la Frontera?

Yo recuerdo haber accedido a algunas de esas ideas mientras estudiaba historia a comienzos de los 1980s en la Universidad, a través de la figura de intelectuales como Rodolfo Stavenhagen y Díaz Polanco, este último no necesariamente el mejor exponente de las idea pro-autodeterminación de los pueblos indígenas, a los que se sumaron rescates de otros peñis de las tesis sobre la nación de Stalin y un libro sobre escritos en autodeterminación de los pueblos de Lenin. Para la segunda mitad de los 80′ los escritos de Bonfil Batalla y un sinnúmero de escritores europeos, entre ellos los clásicos del marxismo y las nuevas variantes, circulaban ya por manos mapuche. Y, finalmente, vino a coronar esa historia la fundación a fines de los 1980s de un Centro de Estudios y Documentación Mapuche (Liwen), que ofreció una biblioteca sobre temas nacionales a lectores mapuche, que no pocos aprovecharon en su momento. Basta ver las bibliografías de algunas tesis universitarias mapuche de los 1990s en Temuco, para descubrir las nuevas influencias.

Estos factores, actuando en forma interrelacionada o por su propia cuenta, han concurrido sin duda ha fundamentar la existencia de discursos autonomistas durante los 1990s y el presente. Y uno de los productos de esos factores operando ha sido la emergencias de escritores mapuche en temas nacionales, una intelectualidad mapuche contemporánea. Y, a través de ellos, las ideas autonomistas comienzan a ser leídas por otros jóvenes y han terminado influyendo en las nuevas generaciones, tanto como en las viejas. En relación a esto último, digámoslo sin ruborizarnos, que no han sido las viejas generaciones de mapuche quienes han legado un discurso autodeterminista al movimiento mapuche.

– ¿Como observas hoy el escenario político mapuche?

– Veo que los mapuche estamos tan atrasados en sus luchas respecto de otros pueblos, que no sé como podríamos emularles. Me explico, la diferencia entre mapuche y catalanes o vascos o gallegos es de un siglo, cuando de un par de décadas respecto de los Inuit de Groenlandia, por citar solo unos ejemplos. Mientras un nacionalismo mapuche germinal está naciendo ahora al comienzo del siglo XXI, los otros pueblos aludidos ya lo tenían para la segunda mitad del siglo XIX y los Inuit estaban en lo nuestro en los 1960s sino antes. Por tanto, esos pueblos o naciones han vivido una etapa de más de cien años intentando cohesionar a su población y de experimentar una institucionalidad propia, con prensa propia, literatura propia, educación propia, radio propia, televisión propia, alcaldías propias, etc., que los mapuche solo hoy comienzan a tener. La tarea que enfrentan los mapuche por tanto es titánica, más cuando las condiciones de aislamiento que permitieron sobrevivir a la cultura mapuche reduccional, ya no existen. Hoy, para desgracia de los mapuches más tradicionalistas o cósmicos, estamos más expuestos que nunca a las influencias culturales del «otro», para bien o para mal. Puesto de otra forma, las fronteras étnicas son cada vez más difíciles de establecer y con ellos las posibilidades de ser absorbidos en la sociedad estatonacional dominante mayores que nunca. De otra parte, hay mucha mitología cultivada en las luchas mapuche que no se condice con la realidad política.

– ¿A qué te refieres con «mitología en las luchas mapuches»?

Si se hiciera la historia de las luchas políticas mapuche actuales basados en las declaraciones, proclamas, panfletos que circulan en las páginas mapuche de Internet, se podría fácilmente concluir que allí en Chile hay un problema serio de un pueblo o nación entero movilizado tras su derecho a la autodeterminación. Pero contra ese cuadro que se complementa con presos y hasta activistas muertos, se contrasta otro que un observador neutral o con la cabeza fría puede percibir rápidamente. Por ejemplo, en mi visita del 2004 al Wallmapu me di el tiempo para hacer un recorrido en vehículo por gran parte de las regiones VIII, IX y X. Y descubrí que en varios lugares había campesinos mapuche ofertándome sus propiedades. Al enrostrarles a esa gente que por Ley indígena no podían vender sino solo a indígenas, me decían – desconociendo mi condición de mapuche – que «eso se arregla fácilmente». En Icalma un peñi afirmaba que en el juzgado de Lonquimay o Curacautín, no recuerdo en este minuto la jurisdicción a que pertenecía Icalma, se arreglaba el asunto con el juez sin problemas, seguramente bajo la figura clásica de arrendamiento a 99 años. En resumen, mientras hay gente luchando generosamente por recuperar tierras o «reconstruir el territorio mapuche», hay también mapuche que no tienen remordimientos en vender sus tierras, de donde la apelación al «pueblo» o la «nación» en proclamas, declaraciones y otros documentos resultan retórica. Hay mucho trabajo que hacer para poner a todos los mapuche a moverse en la misma frecuencia.