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¿Motor de cambio o camisa de fuerza?

«La Izquierda» como etiqueta

Fuentes: Rebelión

Hace mucho que las grandes batallas sociales, políticas y económicas se juegan en el campo del lenguaje. Quién consigue imponer su diccionario, con su propio catálogo de términos y definiciones, ha conseguido el triunfo por adelantado. Cuando has logrado que el adversario utilice tu propio repertorio lingüístico para describir y comprender la realidad habrá perdido […]

Hace mucho que las grandes batallas sociales, políticas y económicas se juegan en el campo del lenguaje. Quién consigue imponer su diccionario, con su propio catálogo de términos y definiciones, ha conseguido el triunfo por adelantado. Cuando has logrado que el adversario utilice tu propio repertorio lingüístico para describir y comprender la realidad habrá perdido el combate sin tan siquiera haberse dado cuenta de ello. Más tarde comprobará con angustia su derrota porque habrá quedado cercado, encerrado dentro de un laberinto cognitivo en el que todos los caminos le conducen frente al muro.

Algo así ha sucedido con esa manida etiqueta política conocida como «Izquierda». Cuando la supuesta izquierda asume una categoría sociológica fabricada por los ideólogos del estado moderno, juegan a perdedores desde el primer momento. La democracia liberal capitalista creó un concepto, funcional a sus intereses, para definir el arco parlamentario que tomaba asiento en una determinada zona de la cámara de delegados de la Francia post-revolucionaria. Diseñada por los futuros grandes propietarios occidentales de finales del S. XVIII para dar legitimidad a sus revueltas antimonárquicas, aquella cámara nunca atendió las necesidades y anhelos de las clases trabajadoras porque sencillamente no fue creada para ello.  Nadie jamás escucharía a K.Marx o M.Bakunin (por poner como ejemplo las 2 voces de referencia incuestionables del socialismo moderno) definir sus planteamientos como  «de izquierdas». ¿En qué lugar de los anales que recogen los dabates teóricos de la Primera Internacional puede encontrarse alguna mención a algo expresamente definido como «Izquierda»?. Aquellos importantes revolucionarios no se hubiesen reconocido en esa hueca y difusa categorización. Seguramente ellos se hubiesen mofado de esa etiqueta, tachándola de «invento burgués» o quizás de «juego de bengalas  del reformismo contrarevolucionario». Esa etiqueta se hubiese quedado inmensamente pequeña para dar cabida a su mensaje y a su propuesta política. Marx y Engels trascendían claramente con su «Manifiesto Comunista» el concepto político que conocemos hoy como «Izquierda». De hecho expresan en el citado documento la frase «¿Qué oposición, a su vez, no ha lanzado a sus adversarios de derecha o izquierda el epíteto zahiriente de comunista?». Se autodefinían por tanto como «comunistas» no como «izquierdistas». Evidentemente la «Lucha de clases» que ellos proclamaban no era cuestión de izquierdas y derechas sino, nada más y nada menos, que la lucha entre los ricos y los pobres, los explotadores y los explotados, los de arriba contra los de abajo. En este sentido, como en tantos otros, el 15M y el movimiento «occupy» han conseguido captar con mucha más precisión el núcleo real de nuestros problemas que los partidos de izquierda. En el caso de los libertarios aún resultaría más ridículo, incluso pueril, definirlos como «gente de izquierdas» porque esa categoría estaba pensada para operar dentro de un juego partitocrático parlamentarista que ellos siempre rechazaron de manera furibunda. Definir a los comunistas marxistas o a los anarquistas como de «Izquierdas» los empequeñece y los desdibuja, en cierta forma casi podríamos decir que los jibariza, los diseca, les clava alfileres en las alas para presentarlos, cual mariposas, en un capitalista panel expositivo de insectos curiosos.

Bajo nuestro punto de vista harían bien los partidos que utilizan esa etiqueta en sus siglas en transformarla ya que de otra forma están adoptando una descripción política creada por sus adversarios para arrinconarlos en un apartado segmento de la línea del posicionamiento electoral, línea en la que el poder y su lenguaje ya han reservado para si mismos el lugar dorado del podium, un lugar de privilegio que define a los «más limpios, puros y eficientes» partidos capitalistas de centro-centro. Un lugar distante de los «extremismos indeseables que siempre terminan por tocarse» según reza en los diccionarios oficiales del pensamiento. Se trata de todo un espacio euclídeo pensado desde, por y para la legitimación de un poder ideológico omnímodo, abarcante e implícito, que no por invisible resulta menos totalitario.

Si la opción de los partidos de esa designada y autoasumida «izquierda», tales como la «Izquierda Anticapitalista» de Esther Vivas o la «Izquierda Unida» de Cayo Lara, es competir en el mercadeo electoral harían bien, bajo nuestro humilde punto de vista, en cambiar ya el fallido «hashtag», emulando a otros partidos como la Syriza griega o el Bildu-Amaiur de Euskalerría, claros modelos de éxito mercadotécnico más adaptados para participar con soltura en el juego de los partidos que la falsa democracia liberal ha preparado para nosotr@s. Ellos al menos parece que sí pueden llegar a tener opciones de convertirse algún día en «trending topics» de sus respectivos ámbitos geoparlamentarios.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.