Desde que Gustavo Petro decidió aliarse con ciertos personajes de la política tradicional colombiana en vez de afianzarse más en los territorios, supe que ganaría las elecciones. Su búsqueda por una maquinaria política que le proveyera votos, financiación y alianzas estratégicas le seducía más que la construcción de un movimiento de masas politizado y estructuralmente fortalecido. Para su fortuna, su acumulado discursivo y su conocida práctica legislativa, lo han puesto hoy en un lugar envidiable para cualquier candidato presidencial. Sin embargo, la popularidad de la que goza es vulnerable, dado a que se sustenta en la opinión y no en la formación; esa popularidad radica en la indignación colectiva y no en la compresión crítica de la política del país.
No obstante, los militantes de la Colombia Humana han realizado un trabajo respetable con las masas, aunque se hayan visto obligados a «tragarse algunos sapos» indeseables de la política tradicional. Este movimiento se ha venido nutriendo desde el trabajo en los territorios y las comunidades populares, ganancia que resultó de la coyuntura del paro del 2021, donde salieron fortalecidos de todos los procesos de movilización ciudadana que hubo. Ahora bien, parece que su líder ha cambiado ese cálido sudor popular, por el fresco –pero artificial– aroma de la burguesía colombiana.
A la pequeña burguesía colombiana, le agrada de sobre manera el hecho de que el candidato de la izquierda se codee con personas que las hacen sentir cómodas. Un beso con Benedetti y una aromática con Roy Barreras, hacen que la pequeña burguesía no Uribista coquetee con el socialismo del siglo XXI, muy a la Suecia, muy al estilo nórdico.
El hecho de que Petro ya no ostente la figura de un mamerto, de barba desaliñada y tufo a tinto amargo, que profiere arengas veintejulieras al mejor estilo de los dirigentes del PACO, le resulta muy atractivo a la pequeña burguesía. De hecho, ya una renombrada periodista de la pequeña burguesía colombiana lo hizo notar en una columna hace poco, titulada Petro ya no es mamerto. En esa columna la periodista resalta que el candidato ya no es tosco, seco ni desconfiado, sino que hallaba en su persona a un ser afable y con buen sentido del humor. Esto lo afirmaba después de acompañarlo en su visita a Chile en la posesión del hoy presidente Boric.
Para la pequeña burguesía, un mamerto es un ser detestable y tedioso, y no es que para la izquierda esa figura sea deseable, de hecho, el epítome tiene un origen despectivo, sin embargo, la izquierda seria no entra en etiquetas y el cómo debe comportase un político, vicios propios de la genética burguesa, que juzga cual jueces de un concurso de belleza o un reality show.
Lo cierto es que Petro le encontró el gusto del encanto pequeñoburgués, y no precisamente por usar Ferragamo, sino que de alguna manera concibió que era necesaria la aceptación de esa clase para llegar al poder. Tal vez sus motivaciones estriban en que, de no hacerlo, el tiempo le habría de impedir llegar a la presidencia, o quizá, el viejo testimonio de los ancianos izquierdosos que se han aburguesado conforme transcurre el tiempo, es una realidad.
Los de izquierda dura no vemos con buenos ojos estos amoríos de novela rosa. Es sabido que estas alianzas tácticas no necesariamente terminan bien. En ese sentido, se vislumbra un camino bifurcado donde esos sectores tradicionales terminan cooptando a Petro hacia una política tradicional con tintes reformistas y liberales, donde el clientelismo, el nepotismo y la corrupción no dejarían sus lugares o, pasa lo increíble y Petro desestima –en una posición de poder– toda promesa para hacer las cosas con la transparencia del mérito y la innovación.
Como se ven las cosas, el primer escenario es más probable que el segundo. Y es que Petro viene de una tradición de la izquierda no disruptiva mas sí reformista. Una izquierda que contempla acercamientos con liberales y ve con buenos ojos los ideales del conservadurismo de Álvaro Gómez Hurtado. Una izquierda ingenua o a lo sumo hipócrita que juega con las reglas del juego que impone la derecha, reglas que la contraparte nunca cumple, pero que esta izquierda respeta. Una izquierda que se incomoda con el hedor del populacho, pero que fantasea con el perfume de los lobbies de hoteles lujosos. Una izquierda light o soft, que sea chik pero no kitsch, una izquierda que no rompa, pero guste.
No es gratuito que cualquier acción de manifestación por parte de la ciudadanía consciente sea mal vista por el establecimiento de esta izquierda que ni siquiera se ha establecido. Es como si el objetivo electoral fuera la apoteosis de la lucha popular. Se censura lo contrahegemónico, no se cuestionan las costumbres conservadoras para no incomodar; se le sonríe a un país aburguesado y conservador que no está del todo cómodo con el hecho de tener un gobierno de izquierda.
Opiniones a favor del aborto, la crítica a la religión, el feminismo y todo discurso antihegemónico es tildado de radical y desechado debido el nivel de incomodidad que puede suscitar en los sectores tradicionales que rodean a Petro. Lo que hace que me haga varias interrogantes ¿Qué tipo de país se piensa construir entonces? ¿Qué vicios dejaremos atrás como sociedad? ¿Qué ideas seguiremos reproduciendo y qué ideas cambiaremos?
Considero que el gobierno de Petro significará cambios sin precedentes en el imaginario de sociedad colombiana, pero no serán sustanciales o estructurales. Dirán algunos que quizá algo así hasta sea positivo, ya que garantiza una transición y no un exabrupto que pueda llevar a consecuencias nefastas. Sin embargo, es necesario que se dé espacio y voz a todas esas expresiones de inconformidad con lo hegemónico. Si se quiere un cambio, la disrupción y el impacto serán necesarios en algún momento. El apoyo a estos discursos contrahegemónicos mediría la lealtad de Petro hacia los sectores han vivido la lucha social en carne viva. La censura a estos discursos lo ubica en el populismo ramplón y electorero. No obstante, el viejo estribillo de la táctica y estrategia electoral retumba en los tímpanos de todos, y nos hace comprender que el mayor enemigo está al acecho esperando el más mínimo paso en falso.
La lucha popular seguirá con o sin Petro, los ciudadanos libres y críticos, y la izquierda dura siempre estaremos en pie de lucha ante cualquier discurso hegemónico, sin la preocupación de incomodar a la pequeña burguesía. La visión de país que tenemos no la engavetamos por la coyuntura electoral, la llevamos siempre como estandarte.
Si Petro y la Colombia Humana hubiera fortalecido mucho más los procesos con las comunidades en los territorios, si hubiese habido más trabajo social con las barriadas, los parches, las veredas y los caseríos, posiblemente se hubiera prescindido del apoyo de la pequeña burguesía que no hace otra cosa que levantar suspicacias. Si se hubiera untado mucho más de pueblo, fuese más fácil esgrimir a viva voz esos discursos contrahegemónicos que incomodan a los sectores conservadores y tradicionales del país.
Esperemos que en el poder no le quede gustando la suavidad aterciopelada de la pequeña burguesía y legitime la voz crítica de la lucha popular que lo ha acompañado en este proceso. Esa voz crítica de los nadie, de los sin nombre, de los que están a la izquierda de la oposición.
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