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A propósito del II congreso del Polo

La izquierda en Colombia al borde de la ruptura

Fuentes: Rebelión

Fluían tempestuosos los años 80s del siglo pasado en Colombia cuando se celebró un encuentro de organizaciones cívicas y populares convocado por varios sectores de izquierda. El epicentro fue el coliseo cubierto El Salitre, en Bogotá, que fue abarrotado por miles de activistas provenientes de todo el país. Durante varias jornadas resistimos una maratón interminable […]

Fluían tempestuosos los años 80s del siglo pasado en Colombia cuando se celebró un encuentro de organizaciones cívicas y populares convocado por varios sectores de izquierda. El epicentro fue el coliseo cubierto El Salitre, en Bogotá, que fue abarrotado por miles de activistas provenientes de todo el país.

Durante varias jornadas resistimos una maratón interminable de discursos, milimétricamente negociados, tanto en tiempo como en turnos. Fueron tres grandes movimientos los que montaron trincheras celosas en las tribunas del coliseo. A Luchar, el Frente Popular y el Partido Comunista protegidos por sus versiones juveniles, que se apostaron con los bastones de las banderas listos a ser desenfundados. Pronto la rutina de aplausos y vítores de los parciales competía con las consignas y pitos de los contendientes. No hubiese sido necesario surtir los 100 discursos ni las 20 horas continuas de agitación, con una intervención densa de cada grupo hubiese sido suficiente, pero entonces se habría frustrado la razón de ser del militante de izquierda colombiano: «La botadera de corriente». La imagen que se nos quedó para siempre es la de una euforia verbal incontinente, aliñada de citas marxistas, leninistas, maoístas, trotskistas y muchas istas más; repetitivas, textuales e inmarcesibles gritadas hasta el límite de la tolerancia auditiva, todas ellas bien cotejadas e idiomáticamente impecables, pero con un gran defecto: sin receptor posible. El pueblo ausente, el país lejano; incluso, quienes estábamos allí solo escuchábamos a los dirigentes que defendían nuestros colores y consignas, a los demás tan siquiera los oíamos para poder impugnarlos. Esa fue una constante, a la izquierda colombiana nadie le prestó atención, salvo los verdugos que cumplen con el rito escalofriante del asesinato rutinario.

Ese evento luciferino e hipnótico sobre el cual hacemos memoria esconde un hecho que merece ser develado. Aunque era un encuentro de «organizaciones populares», tras bambalinas se movía avasallador el sello de las estructuras armadas que tenían ascendiente en cada uno de los movimientos citantes. El Ejército de Liberación Nacional, ELN, en A Luchar; El Ejército Popular de Liberación, EPL, en el Frente Popular; y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, en el Partido Comunista. En el fondo era una exhibición de fuerza monitoreada por las armas. La izquierda mostrándose los colmillos de la guerra.

Pero esa no era toda la izquierda. Gravitaban próximos de esos pilares el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR, de comunión prochina. Todas las expresiones, variables y variantes del trotskismo, hasta donde la imaginación y capacidad humanas pudieron inventar disidencias, tendencias y líneas. Los segmentos marxistas-leninistas (m-l) incluida la versión albanesa (Enver Housxa) y camboyana (Pol Pot). En Colombia ha habido espacio para todo tipo de posturas revolucionarias. Si a un señor Posadas en Argentina (que como pensador era un discreto jugador de fútbol del Estudiantes de la Plata) se le ocurría una interpretación ideológica, cualquiera que ésta fuera, de inmediato en Colombia (mi disculpas a los uruguayos) surgía su réplica: Partido Comunista Trotskista Posadista, IV Internacional. Hubo (hay) capítulos de todas las internacionales, incluida la V. Hasta el presidente Gonzalo, el del Perú, logró extender su espada hacia Colombia y sus seguidores exhibían desafiantes una pancarta con las efigies de Marx, Lénin, Stalin, Mao y Gonzalo (hágame el favor). Menos mal al comediante mexicano Roberto Gómez Bolaños nunca se le ocurrió lanzar un manifiesto, sino tendríamos que padecer en los primeros de mayo a unos encapuchados blandiendo el chipote chillón. Es difícil encontrar en otro país una gama de propuestas mejor surtida y apiñada que la izquierda colombiana. Desde las armas (FARC, ELN, EPL, M-19, etc.), pasando por los abstencionistas (A Luchar, PCC m-l, etc.), siguiendo con los electoreros (PCC, MOIR, etc.), descansando en los sindicalistas (CSTC, CUT, etc.), escuchando a los cristianos revolucionarios (Golconda, Camilistas), sorprendiéndose con los democristianos (CGT, CGTD), padeciendo a los trotskistas (Bloque socialista, PST, PSR, Unión RS, etc.), insultándose con los anarquistas, hasta cruzarnos con un sinnúmero de pros: prosoviéticos, procubanos, proalbaneses, prosendero, promontoneros, probolivarianos, provocadores… Algunos, los más, se declaran marxistas, otros leninistas discretos, no pocos estalinistas, muchos todavía trotskistas permanentes, maoístas de Mao, maoístas de la banda de los 4, maoístas de Deng, en fin. Si en Estados Unidos se dividía el Partido de los Trabajadores (comunista), con seguridad, ello se reflejaba de inmediato en la izquierda colombiana.

Por su parte la guerrilla ha agotado sin éxito todos los manuales de la insurgencia mundial. La guerra popular prolongada -en realidad prolongadísima-, el foquismo guevarista, la acumulación de fuerzas, la alianza obrero-campesina, el asedio a las ciudades, la lucha urbana montonera, la guerrilla móvil, la inmóvil, guerra de posiciones, etc. A enfrentado -también se ha aliado- a la chusma chulavita conservadora, los limpios liberales, los bandoleros, esmeralderos, narcotraficantes, paramilitares, delincuentes comunes, ejército, policía, armada, mercenarios gringos, celadores, avivatos, politiqueros, latifundistas, ganaderos, terratenientes… Y muchas veces ha tenido bajas por fuego amigo o en ajusticiamientos en sus propias filas. El mismo fundador del ELN, Fabio Vázquez Castaño, antes de retirarse y clausurar su guerrilla se cuidó de pasar por las armas a buena parte de sus compañeros de dirigencia. Ido el jefe, la guerrilla «elena» floreció por inercia. El comandante enajenado de una escisión de las FARC, el Ricardo Franco, encadenó y puso en fila a toda su tropa y la eliminó ante la prensa como purga para evitar la filtración.

Es la única guerrilla del mundo que ha visto nacer sus hijos y nietos en la selva. Sus dirigentes terminan sus días de muerte natural y agobiados más por los achaques de la vejez que de la inteligencia militar. De sus 78 años, Marulanda, 60 los vivió huyéndole a la tropa regular hasta que un cáncer lo alcanzó en un túnel antiaéreo.

Pero hay algo increíble, sorpresas te da la vida, dice Blades, en el presente, todo ese variopinto mundo de esencias y de especies esta agrupado en el Polo Democrático Alternativo, PDA. Excepción hecha de los grupos que se mantienen en armas, y que alimenta una controversia interminable, todos están bajo el paraguas amarillo del Polo.

En el pasado la izquierda electoral, durante más de 50 años, tuvo dificultades para que su desempeño superara el margen de error de los sondeos. Hoy en sólo un lustro se ha convertido en el principal partido de oposición y la segunda fuerza más votada, por encima del partido liberal, en las más recientes elecciones presidenciales. Ha ganado dos veces la alcaldía de la ciudad más importante del país (Bogotá) enfrentada al candidato ex profeso del presidente Uribe y ya ha tenido experiencias de administraciones locales de cierta importancia.

Sin embargo, el Polo no es un partido, en realidad es un frente electoral, en su interior conviven buen parte de los rescoldos de las siglas civilistas apuntadas atrás. Sus partiditos, movimientos y grupitos subsisten al amparo de una unidad coyuntural hija de la vergüenza histórica y estimulada por el discurso pendenciero y cavernario del presidente Uribe. Dentro del Polo todavía cohabitan estructuras celulares de centralismo democrático y politburó de la época de los bolche y mencheviques con modernas redes clientelares, entre muchos otros combos. Pero también el Polo ha significado la superación de la tara casi epitelial de las escuelas ideológicas de los 60s: El poder nace del fusil, que devino en la «combinación de todas las formas de lucha». Algo así, como una mano en las urnas y la otra en la metralla y una tercera, tal vez la más fecunda, la cantinflesca, es decir, ni lo uno ni lo otro.

El mayor logro de la izquierda colombiana en medio siglo fue su activismo verbal y mental. Por ello, tal vez, la nación de poetas y escritores silvestres que fue Colombia haya producido un mundo de intelectuales ligado a todas las artes. Pero con el terrible déficit de no incidir en la vida de la nación. Con la izquierda o sin ella, Colombia, en el siglo XX tendría muy poco que modificar en su historia, salvo el ensañamiento criminal de la derecha en los luchadores sociales. La derecha ha gobernado este martirizado país sin competencia alguna y ha contado con un sustrato insuperable aportado por la izquierda, el inexplicable atavismo armado. Para algunos el uso de «los fierros» es la única postura genuina, lo demás es derecha. Por eso para el mundo el establecimiento colombiano es un altar de democracia en tanto que la izquierda es el almizcle del terrorismo. Igual cosa piensa buena parte de la población.

Si, ya sabemos, se nos dirá que esto es una ligera e irresponsable caricatura de 70 años de luchas del pueblo colombiano y por ahí se desencadenará un juicioso y nutritivo discurso pulido en la academia. No tenemos duda, los argumentos de la izquierda y sobre todo de la izquierda colombiana son irrebatibles, pero asimismo inocuos, sin ningún efecto práctico. Lo cierto es que sólo hace pocos años, la izquierda civilista ha comenzado a ser importante para los colombianos. Haciendo sentir su peso en la propia constitución y obteniendo el favor del electorado en el tarjetón urbano. Mientras que la izquierda armada, en ese mismo periodo ha aportado su concurso en la elección y reelección de 2 presidentes de derecha, y propiciado todo tipo de arbitrariedades y medidas represivas.

Este comentario crítico no disculpa para nada la tradición criminal, entreguista y mafiosa de los círculos de derecha que han controlado el poder en 150 años.

En Colombia los partidos liberal y conservador y más recientemente las facciones uribistas son los únicos responsables del atraso, miseria -que ya no pobreza- inequidad, entrega y saqueo de riquezas y abismo entre ricos y menesterosos en siglo y medio de alternación electoral. Pero además son usufructuarios directos de la violencia que casi sin reposo ha anegado el suelo cafetero.

La existencia de la guerrilla es una consecuencia y no una causa. Sobre eso no puede haber duda. Y si esta se ha prolongado en el tiempo también se debe a la indiferencia y terquedad por parte del establecimiento en resolver las mezquindades y arbitrariedades que han adolorido el cuerpo social de millones de campesinos y ciudadanos a través de la historia. Pero ese no es el tema que estamos tratando. Buscamos llamar la atención sobre el presente y la responsabilidad política que le cabe a la izquierda civilista de cara a hacerle una contribución importante a la Colombia del siglo XXI.

El Polo atraviesa un periodo crítico que arrastra desde su conformación. Subsiste en él la no resolución de un paradigma convertido en alma y nervio de la izquierda marxista desde mediados del siglo anterior. Llevar a Colombia hacia una revolución social, aniquilando el poder burgués y reemplazándolo por la hegemonía del proletariado. Sustrayendo la nación a la influencia estadounidense e inaugurando un proceso social de ribetes revolucionarios como lo recomendaron los teóricos y líderes que tomaron como suyo el mensaje de Marx y Engels en el manifiesto comunista.

Pero de otro lado, hace parte del Polo (en realidad) el sector que fundara el originario Polo Democrático Alternativo, PDI, que luego dio paso al PDA actual, que ha revisado los anteriores preceptos y que concibe un proceso intermedio o transicional que no supone la derrota del capitalismo y la instauración de un nuevo modelo obrero y popular. Sino que cree que debe corregirse el dogmatismo e ideologismo que fracasó en el socialismo real y cuyas improntas no cabrían dentro de la realidad colombiana actual. Propone profundizar la democracia e introducir las reformas sociales que anhelan los desposeídos. Además, busca, no solo una diferenciación con la insurgencia sino su condena por considerar inaceptables, mucho más que repudiables, algunos de sus actuales métodos de lucha. Esto es visto por los sectores revolucionarios del Polo como una concesión a la derecha.

El otro elemento que hace parte de la discordia es la coyuntura electoral que se avecina y el control del aparato partidario.

Los sectores marxistas y revolucionarios como el Partido Comunista y el MOIR, que se mantienen con sus propias estructuras orgánicas dentro del Polo, han hecho causa común tras el liderazgo del maestro Carlos Gaviria. Es el caso del senador Jorge Robledo del MOIR un juicioso hombre de izquierda, que en la medida en que él país lo conoce descubre su brillo y honradez intelectuales. Siendo el suyo un caso muy particular; en el pasado su partido en principio maoísta hizo de la condena a la lucha armada y al socialimperialismo soviético sus principales bazas. Su aversión hacia la guerrilla sólo era superada por la inquina contra los comunistas. Sinembargo hoy hace con ese partido causa común contra los reformistas. Robledo ve en el horizonte un triunfo electoral y un gobierno del Polo en donde los demás sectores afines más que aliados sean cooptados por la fuerza de la inercia. Es esa perspectiva la que celebran los más cercanos militantes de la maquinaria polista todavía contagiados con la posibilidad de la revancha de clase.

En esa misma dirección, con objetivos menos ideológicos y más mundanos se mueven jefes que han merodeado en el samperismo, pastranismo y que ahora haciendo cálculos electorales han resuelto ubicarse dentro de la denominada ala radical. En ese sector se mueve el grupo anapista de los Moreno y los senadores Jaime Dussan y Jesús Bernal; con la enorme ventaja de disponer de la administración de la alcaldía mayor de Bogota y el impacto que ello puede tener en un movimiento de reciente creación como el Polo.

Por cierto que no es exacto hablar de una alcaldía del Polo en Bogotá; si bien el movimiento en realidad ganó el favor electoral de los capitalinos, tanto en el periodo de Lucho Garzón como el actual de Samuel Moreno, hay una separación extraña de los roles. El partido es para ganar la contienda, pero se administra con la familia, los amigos más cercanos o en coalición. No hay una responsabilidad institucional del partido luego de ganar las elecciones, en ello cabría una explicación a la ciudadanía, con todo y que cada cierto tiempo la dirección del Polo se pronuncia en comunicados apoyando la gestión del alcalde. En eso no hay coherencia entre quienes sostienen que el polo debe de ir solo a la primera vuelta presidencial. Se sabe que gobernar solos es imposible cuando se parte siendo una minoría en la nación.

Hay un sector equidistante entre los dos grandes bloques que juega en función de la correlación de fuerzas y que tiene dudas en torno a la propuesta política del Polo, su pasado está ligado a la militancia de izquierda desde la perspectiva trotskista o marxista-leninista (grupos m-l) y sectores provenientes del sindicalismo independiente de los 70s. Son quienes se mueven en torno a los senadores Alexander López y Luis Carlos Avellaneda. Unos fueron abstencionistas, otros partidarios del medio electoral y algunos simpatizantes de la lucha armada.

El otro sector que podría llamarse reformador, lo representa Gustavo Petro y Lucho Garzón y al cual ha llegado el senador Jorge Guevara. Angelino Garzón, exgobernador del Valle, que se relacionaba con esta postura, en realidad siempre ha jugado en torno a él mismo desde cuando se desprendió del partido comunista donde militó, ahora es un funcionario más del uribismo que deberá defender las «bondades» de ese régimen en la violación de los derechos humanos que tanto cuestionó en el pasado. Lo que dice todo de su talante.

Lucho Garzón hizo su vida de formación política y sindical en el partido Comunista. Partido que si lograra reunir a todos los militantes que han estado en sus filas tendría votos suficientes para ganar solo las elecciones generales. Es sorprendente la capacidad que tiene esta formación para reclutar y luego descartar adherentes. Garzón que se inspira en el transcurrir de los socialdemócratas españoles (PSOE) y de Lula (PT) en el Brasil se distanció del Polo en el periodo de su alcaldía de Bogotá. Prefirió proyectarse en función de los grandes medios, en particular de El Tiempo y terminó maltratando a su propia organización. El balance de su administración además de positivo es inédito en Colombia, pero no tiene estructura política para materializar su propuesta. Con todo, es el cuadro de mayor simpatía y recordación de la izquierda en la opinión pública.

Gustavo Petro, el más joven de los líderes del Polo y por ende de la izquierda, es un sorprendente político, tan audaz como incomprendido. Ha sido protagonista de debates memorables en el Congreso casi todos librados en solitario y en muchos casos fustigado por sus propios compañeros de bancada. Los grandes temas puestos en la agenda por la izquierda han salido de su labor. Concentró su trabajo en el cuatrienio Pastrana a denunciar la corrupción y en los dos periodos de Uribe Vélez al paramilitarismo y la presencia de las mafias en el poder local. Pero además, de manera pública convocó a las FARC a que respondieran por sus actos. Es el mayor responsable de la unidad total de la izquierda civilista; precisamente, se la jugó para abrirle las puertas del PDI al sector que hoy controla el Polo, que ahora le exige disciplina al tiempo que lo señala de prouribista. En el pasado insurgente hizo parte del grupo (también en minoría) que terminó sacando al M-19 de las armas, animó al profesor Antanas Mockus para que diera el salto a la política, invitó a Bogota a Hugo Chávez cuando el militar era tan solo un titular en las páginas judiciales de su país y luego defendió con ardentía los primeros tramos de la revolución bolivariana, es una fuente obligada de los medios masivos hecho que causa fastidio al interior de la dirigencia polista y se ha atrevido a poner en la agenda nacional temas que antes era solo capital de los políticos tradicionales más encumbrados. Petro por si solo es un partido andante sin estructura orgánica, de hecho tiene el mayor voto de opinión de la bancada del Polo y en las encuestas recientes aparece ya con voto de intención propia en la carrera presidencial. Pero tiene una enorme dificultad para hacer equipo; casi siempre se anticipa al desarrollo de los procesos y las coyunturas lo encuentran solo y sin amigos. Claro, al final la razón normalmente lo acompaña, por eso siempre entra muy porfiado en sus apuestas.

En síntesis, para la izquierda pura y principista es todavía posible llegar al poder con los presupuestos mentales de la era militante. Y un triunfo que no signifique aplicar en el gobierno tales preceptos no tiene sentido. Para la izquierda reformista la tarea de hoy pasa por derrotar en las urnas el uribismo y acceder al poder nacional.

Para la izquierda ortodoxa sería una gran victoria utilizar su experiencia en controlar el aparato partidario y el logo y de paso esperar a que los derrotados se vayan del partido. Cosas de la vida, en el Polo los dueños de la casa terminaron de inquilinos y ahora afrontan un proceso de lanzamiento.

¿Quién tiene la razón? Es muy difícil dar una respuesta precisa. Uno pensaría que hay que atenerse a la experiencia y a los resultados para desbrozar el camino. En principio no tendría sentido insistir con el discurso errático de la izquierda tradicional que nunca pudo conectarse con la nación y quedó reducido al ámbito apenas académico o de palafrenero de la insurgencia. La izquierda reciente ha tenido éxitos descomunales en lo electoral producto de poner en practica criterios revisados, lo elemental es suponer que hay que continuar por esa ruta. Los 2 millones 600 mil votos de Carlos Gaviria y los éxitos en Bogotá y Nariño son producto de las nuevas posturas, no es un premio al pasado.

Una ruptura de la izquierda, que puede suponer una victoria momentánea del credo radical, implicaría un fortalecimiento del centro político colombiano. Muy pronto en un futuro los guarismos electorales regresarían a la izquierda revolucionaria a su espacio natural. En tanto que se abriría una expectativa posturibista de corte socialdemócrata. Pueda ser que el próximo 26 de febrero los 1.500 delegados del congreso del Polo entiendan que no se trata de ganar una asamblea más sino de medírsele a incidir en todo un país, domeñado todavía por el aura conservadora del uribismo y en pleno apogeo del mercado, del consumismo y cuyos medios masivos no están propiamente en manos progresistas.

Caracas, febrero 2009, [email protected]