Los fuertes debates políticos que se vienen dando al interior del Polo vienen siendo utilizados en profundidad por la derecha y todo el establecimiento para avanzar en su sueño dorado de diseñar el tipo de izquierda que ellos necesitan. Y lo hacen sin ningún tipo de recato y sin la más mínima vergüenza por meterse […]
Los fuertes debates políticos que se vienen dando al interior del Polo vienen siendo utilizados en profundidad por la derecha y todo el establecimiento para avanzar en su sueño dorado de diseñar el tipo de izquierda que ellos necesitan.
Y lo hacen sin ningún tipo de recato y sin la más mínima vergüenza por meterse en la cocina de los vecinos sin haber sido invitados.
El Tiempo, Semana y Cambio se despachan en portadas, editoriales y diversos artículos de sus más encopetados y encopetadas columnistas hablando del tema. Hipócritamente se lamentan del «espectáculo» pero inmediatamente y en profundidad toman partido y sacan sus mejores consejos para decir quienes deberían estar en el Polo, como debe ser el Polo, como debe criticar el Polo, que tipo de oposición debe ser el Polo, quienes deberían irse del Polo. Etc. Etc. Etc.
Obviamente que la derecha quiere una izquierda domesticada. Una izquierda light. O como diría un ex presidente de la CUT, una izquierda asexuada.
La construcción de esta izquierda domesticada ha sido una tarea compleja. Para este propósito la derecha y el establecimiento han combinado todas las formas de lucha. Han hecho uso de la violencia genocida, de la chequera generosa, de los nombramientos ministeriales, de la tentación de la dorada diplomacia, de los montajes judiciales y ahora de la satanización y el macartismo.
Pensaban que habían hecho bien la tarea.
Que los radicales como Manuel Cepeda habían sido liquidados por completo. Que las lúcidas mentes de los Pardo Leal habían desparecido. También las personalidades rutilantes de los Bernardos Jaramillos y los Pizarros Gómez. Y que los socialbacanes como Leonardo Posada eran cosa del pasado. Cosa de cementerios.
Pero se han dado cuenta que esa izquierda que creían muerta goza de buena salud. Que opina, debate y organiza. Que mueve gente. No tanta como la que calculadamente le atribuyen para mostrarla como el peligroso coco que hay que exorcizar. Una izquierda radical, quizás, pero sin los extremismos que le achacan. Sectaria tal vez, pero no tan intransigente como la muestran.
No hay nada más paradójico que en el país donde miles y miles de militantes de la izquierda han sido perseguidos, torturados, desparecidos, asesinados, o masacrados, quienes tienen responsabilidad en los hechos o han guardado silencio, se erijan en los jueces morales o en los estrategas de imagen de los que sobrevivieron.
Es al Polo, a sus dirigentes y militantes, a quienes les corresponde democrática, unitaria y responsablemente dirimir sus diferencias y rediseñar los caminos de la unidad.