LA UNIDAD EN TORNO A MITOS Este comienzo de año se ha cargado de acontecimientos que, de una u otra manera, reflejan las contradicciones y reacomodos de los actores sociales y políticos, expresando una coyuntura dinámica y vaticinadora de importantes eventos que se conectarán desde las movilizaciones de los trabajadores y de los sectores populares […]
LA UNIDAD EN TORNO A MITOS
Este comienzo de año se ha cargado de acontecimientos que, de una u otra manera, reflejan las contradicciones y reacomodos de los actores sociales y políticos, expresando una coyuntura dinámica y vaticinadora de importantes eventos que se conectarán desde las movilizaciones de los trabajadores y de los sectores populares con mayores demandas redistributivas y en paralelo la clase dominante sosteniendo sus políticas por una aún mayor concentración. Lo que nos espera, será sin duda, una agudización de los conflictos económico-sociales, pero dentro de un marco todavía manejable para el gobierno y para la gran burguesía. Las contradicciones y sus resoluciones -pensamos- permanecerán aún dentro de ámbitos legales y semi-legales. Los conflictos legales seguramente se relacionaran – como ya ocurre – con el juego que institucionalmente, legitima las políticas coyunturales del modelo y las repercusiones que estas tienen para los trabajadores y demás sectores sociales: «reforma provisional», «reforma educacional», ley de subcontrataciones, etc. En este ámbito, seguramente, las negociaciones entre empresas y trabajadores, estarán reguladas por la fuerza que cada contendiente sea capaz de imponer y donde el fuero sindical, la huelga y la solidaridad de clase en la trinchera de los trabajadores, serán los instrumentos que pueden imponer mayor presión a los procesos. La lucha semi-legal, se desarrollará en aquellos espacios donde la ausencia de ley se encuentra sustituida por la fuerza social y la capacidad de movilización de aquellos sectores que han logrado con su reactivación poner en jaque a la atomización orgánica, aunque sea de manera puntual. Un punto aparte lo constituye la lucha histórica del pueblo Mapuche por sus tierras y su identidad cultural, que a un alto costo humano y social, está logrando romper el cerco represivo y comunicacional contrainsurgente, que le ha tendido el gobierno con la complicidad de la oposición burguesa representada por la «Alianza por Chile».
Es necesario explicitar lo que está actualmente como telón de fondo, acusando para un corto plazo la ya mencionada agudización de los conflictos sociales y políticos. Ni la Concertación ni la Alianza por Chile, hasta ahora han dado respuestas, como piezas importantes del Estado burgués, a las situaciones de: bajos salarios, porcentajes aún significativos de desempleos, sobretodo en la población juvenil, el incumplimiento a la ley de subcontrataciones que abre un nuevo conflicto con Codelco; problemas de acceso y atención de mala calidad en salud en policlínicos, postas y hospitales de la cobertura estatal; las dificultades con la educación y los deficientes estados de la calidad en los colegios municipales, los problemas de rendimientos y deserción en los sectores más pobres y el costoso recorrido de los jóvenes de bajos ingresos para acceder a la educación superior; el tema del transporte público que continúa desafiando la paciencia de los usuarios sin avizorarse cambios importantes en su gestión e implementación; los latentes dramas de viviendas y los temas de los deudores habitacionales que hasta hoy nadie ha querido escuchar en las esferas gubernamentales, las demandas mapuches y la criminalización de sus protestas y la militarización de la zona en conflicto. Dentro de una cifra de miles, estas serían las principales fuentes de conflictos que darán lugar a la movilización y protesta popular este año 2008.
Es menester decir, que la atención que preste la izquierda a estas demandas, puede auxiliar en mucho al despliegue de una dinámica menos marcada por el espontaneísmo y generar formas de articulación y conexión que anulen en algún grado, el fenómeno de la fragmentación social que por tan largo periodo a compartimentado negativamente la lucha de los diferentes sectores sociales. Pero es ante esta necesidad que nos tropezamos con un gran problema y es lo siguiente:
Existiendo avances importantes en cuanto al diagnóstico, aún cuando no sea una caracterización del todo acabada y rigurosa en sus alcances, lo cierto es que para muchas organizaciones sociales, colectivos y partidos políticos, en cuanto a lo que ocurre en el campo obrero y popular y sus necesidades y problemas, hay suficiente claridad respecto de cuales serían las plataformas que orientarían la lucha en los próximos conflictos de clases. Sin embargo, como una suerte de sortilegio frente o por sobre esta realidad se yerguen de buenas a primera, mesianismos políticos que nadie ha comprobado ni puede comprobar empíricamente. Es precisamente el diagnóstico del cual hablábamos, el que nos refiere el vació de conducción revolucionaria que hasta hoy pena las urgencias de dirección en las tareas de reconstrucción del Movimiento Obrero y Popular. Todos hemos estado de acuerdo que la reactivación social recién ha comenzado, sin que esto signifique un proceso exacto y estricto de reconstrucción en tanto las luchas que se han manifestado, no han apuntado junto con la demanda economicista a resolver los graves problemas de atomización orgánica, de fragmentación social y de dispersión ideológica que vienen siendo las grandes trancas que caracterizan el actual reflujo de los trabajadores y el pueblo. Existiendo este acuerdo en los emergentes y aún embrionarios espacios de reencuentro de la izquierda y los revolucionarios, se elevan las posturas falaces de que «ciertas izquierdas» constituirían en el seno de este pueblo desarmado, al interior de una clase aún no reconstruida; conformarían -decíamos- una suerte de corrientes culturales fuertemente ancladas a la conciencia de las «masas». Desde hace varios años a esta parte, escuchamos hablar de la «cultura mirista», la «cultura comunista», la «cultura rodriguista» y tal vez otras de las que no hemos escuchado. No sabemos exactamente quien comenzó ni cuando se comenzó con esta denominación tan extraña y al mismo tiempo tan contradictoria para militantes de cuño marxista; pero pensando con cierto detenimiento, esta expresión no nos parece ni feliz ni adecuada, toda vez que la historia y trayectoria de una orgánica política está íntimamente ligada a su proyecto y programa revolucionario.
En las tradiciones de la izquierda, las conmemoraciones de distintas efemérides y aniversarios, han servido siempre para instalar balances y/o desprender tareas que apuntan a responder a los problemas que develan los diagnósticos políticos. Sin embargo los últimos 20 años, estas conmemoraciones, nos han revelado a una izquierda casi religiosa que ha hecho de estos eventos verdaderas liturgias, que más que buscar el despliegue de una mística revolucionaria, se concentra en atribuir con un lamentable complejo egocéntrico a la orgánica propia la calidad de indiscutible referente de conducción político-ideológica. De no ser porque resultaría demasiado arrogante autodefinirse hoy en día como vanguardia de la futura revolución chilena, muchas de estos colectivos, movimientos o partidos políticos, para decir lo mismo, utilizan el concepto de «cultura…» como si con ello la ilusión pudiese sustituir o reemplazar la realidad. En la actual y minoritaria izquierda, considerando a los sectores reformistas y revolucionarios, sabemos sobradamente que hasta ahora no hemos logrado constituirnos en una alternativa real para los amplios sectores de los trabajadores y el pueblo. Si atendemos con honradez la gravitación social de la izquierda, diremos que la correlación de fuerzas nos es desfavorable. El que no integremos en esta afirmación, indesmentible objetivamente, el término «absolutamente»; se debe a que efectivamente en los tres últimos años, tal situación de aislamiento respecto de las mayorías, se ha logrado revertir progresivamente e ir marcando algunos avances en cuanto a ligazón de la izquierda y los revolucionarios con sectores sociales, que han agotado su nivel de paciencia y que han asumido poco a poco la decisión de expresar públicamente su descontento con el sistema y en particular con el gobierno. Sin embargo, este vínculo, no deja de ser una relación mediática, construida como una identidad de intereses, pero que no ha logrado traducirse en acopio de fuerza orgánica. Ahora, lo último que hemos señalado, explica una situación que no deja de ser interesante y que hace precisamente la diferencia entre identidad política y social y dirección o conducción revolucionaria.
VOLUNTAD HEGEMÓNICA V/S VOLUNTAD UNITARIA
No sabemos si acontece en otros países, pero en Chile, los eventos político-culturales, tienen una fuerte connotación atávica, de ahí – nos parece – que esta atmósfera se torna un tanto alienante como para distinguir en la realidad, esas condiciones materiales objetivas de las que nos hablaba Lenin y el verdadero «estado de salud» del factor subjetivo, que debiera – de todas maneras – subordinar el sentimiento épico con el que construimos nuestros trazos de historia. La memoria que legítimamente rescata del olvido hitos, acontecimientos heroicos, o la génesis de nuestro compromiso; no debiera encandilar o distorsionar nuestra visión científica, cuando se trata precisamente, de convocar esos hechos de la historia para afirmar lo que es central en todo proceso de acumulación revolucionaria: Unir a los revolucionarios y no ensalzar a contrapelo de la realidad, a un grupito de ellos como catalizadores de un movimiento histórico que, les resultará según esas mismas condiciones materiales objetivas, categóricamente imposible de conducir.
Con nuestro más profundo respeto, y los compañeros saben que esta relación de respeto está dada. Nos queremos referir críticamente a este tema de las «culturas» políticas. Considerando que cada organización surgió y se desarrolló como respuesta histórica a determinadas circunstancias, que más allá de que estas respuestas desde un punto de vista estratégico o táctico, hayan resultado correctas o no, y atingentes o no a esas circunstancias, lo cierto es que marcaron de manera importante la realidad nacional y jugaron un papel significativo en el proceso de lucha antidictatorial que, los situó efectivamente como protagonistas centrales en la lucha por los intereses de los trabajadores y del pueblo. En términos de esta lucha antidictatorial, atravesaron distintos momentos que, finalmente no los exime de vivir el reflujo obrero y popular como parte constitutiva de la clase, y obviamente ser parte de la crisis de la izquierda y los ineluctables procesos de descomposición que estas crisis traen aparejado. Se sufrieron divisiones y subdivisiones, permanencias y deserciones, lealtades y traiciones y – pensamos nosotros – que todavía no hemos llegado a tocar fondo y que aún no pocos fragmentos de esta izquierda, particularmente fracciones «revolucionarias» sobreviven alimentándose de los sectarismos, los caudillismos y de los infundíos y calumnias que se levantan para destruir o neutralizar a supuestos rivales políticos. Dentro de este cuadro político, social, psico-ideológico, se pretende por sobre la teoría marxista, dar nacimiento con fórceps a «culturas» que objetivamente no existen, y que se asocian, equivocadamente, con la mística que mediante símbolos se expresan al interior de las orgánicas políticas, pero que no excede al todavía pequeño número de militantes de las organizaciones, que además no tienen hoy por hoy, históricamente raigambre social y nacional extensa.
Se torna lamentable que en el análisis de las organizaciones la auto-referencialidad cobre características políticas de ficción, como si el sacarnos la suerte entre gitanos fuese posible. En los discursos de aniversarios de las orgánicas ligadas al mirismo, como de las ligadas al rodriguismo, la tónica es que estas «culturas» son para quienes las asumen como propias y reales, corrientes insustituibles de conducción revolucionaria, afirmando que su desaparición en cuanto tales «culturas», producirían un vació aún mayor en el proceso de reconstrucción, significando para el conjunto de la izquierda y los revolucionarios un verdadero retroceso político que implicaría la nefasta situación de sacar de en medio de la lucha de clases, la memoria histórica, ya que está constituye un importante resorte de edificación ideológica.. Con respecto a esto, corresponde decir que:
- La tarea y desafió de la reconstrucción eficaz del Movimiento Obrero y Popular, se relaciona con el tema de la conciencia como contenido y forma de la voluntad revolucionaria. Se relaciona con el tema de la unidad como necesidad científica y posibilidad histórica de constituirnos en una sola fuerza y dirección de la clase. Y también con el tema del Proyecto histórico y estratégico como síntesis del sistema económico, social y político que queremos construir.
- El rearme ideológico, que para nosotros significa reconstituir la conciencia de clase, tiene que ver en estricto rigor con el trabajo arduo y perseverante de insertar con el método adecuado y con una pedagogía clara y sencilla, la teoría del Socialismo Científico en cada uno de los espacios de los trabajadores y el pueblo. Convertir en el menor tiempo posible y con la mayor de las eficacias y métodos de formación, al máximo de militantes sociales y políticos en cuadros revolucionarios. Es la única forma de poner en retroceso al contrabando ideológico instalado en la conciencia de las masas y de combatir el fenómeno de la dispersión ideológica que se entronizó con la dictadura.
- La construcción del Poder Obrero y Popular, se relaciona con la creación en el seno de los frentes sociales y territoriales, de capacidades colectivas de gestión política que habiliten a los trabajadores y sectores populares para el diseño de plataformas político-sociales que expresen en la práctica y en lo concreto, la disputa de hegemonía a los sectores dominantes. De paso entender que, Poder obrero y popular, no es simplemente autonomía e independencia de clase, sino que este ejercicio nos refiere a una dualidad (paralelismo) de administración y de mando que embrionariamente manifiesta al futuro Estado revolucionario.
- Que el proceso de acumulación, constitución y movilización de fuerzas, se desarrolla con las ventajas y las influencias reales y verdaderas. Esto nos dice que sin inserción y presencia tangible en los frentes sociales, no será posible a la izquierda y a los revolucionarios conquistar ningún cerebro y ningún corazón. Así como en la década de los 60 y 70 se exhortaba a los militantes a la proletarización, llamando con ello a contar en términos prácticos y teóricos con una fuerte identificación de clase; hoy día debemos formularnos la misma exigencia, ya que la prolongada crisis en la que aún nos encontramos (en Chile) nos ha aburguesado en demasía la voluntad.
En definitiva, las más apremiantes tareas precisan de elementos que se constituyan en los instrumentos oportunos y pertinentes para construir la Fuerza Social Revolucionaria que provoque el cambio revolucionario. Por lo tanto, debemos hacer uso de todo el legado y las tradiciones de organización y luchas del pasado, de la importante acumulación de experiencias que hoy nos permiten contar con una valiosa materia social, política y moral, factores todos que adecuados a las nuevas condiciones materiales e históricas nos den los resultados de transformación esperados. Pero, no podemos caer en el error de construirnos espejismos que nos costaran caros a la hora de enfrentarnos con la realidad. En Chile las mayorías hoy día son concertacionistas y aliancistas. Bajo estas condiciones ¿Dónde está la cultura comunista? ¿Dónde la cultura mirista? ¿Dónde la cultura rodriguista? ¿Dónde la cultura lautarista?. No existen, y si existieran estarían constreñidas a sus propias orgánicas, dentro de las fronteras de su misma organización y así es. Entonces -pensamos- que no corresponden llamados a crear o a afirmar fenómenos inexistentes. Estas «culturas» extrañas, no son otra cosa que la negación indirecta de los dirigentes políticos de la franja revolucionaria, para abrir cauces de unidad que hagan de nuestra lucha una experiencia homogénea en cuanto a un diseño político para el periodo actual de la lucha de clases.
No debemos – a nuestro juicio – complicar los procesos de unidad y convergencia, estableciendo acentos en identidades que no nos son necesarias para resolver el vació de conducción; para atender el proceso de acumulación, constitución y movilización de fuerzas en lo social, político e ideológico; para desarrollar la enorme e importante tarea de reconstruir el Movimiento Obrero y Popular, como el primer peldaño de lo que será el futuro Poder Obrero y Popular y finalmente estas falsas culturas no nos permitirán abocarnos y concentrarnos en rearmar lo único que puede enrielar, dirigir y perspectivar las luchas de los trabajadores y el pueblo, no sólo contra el modelo y el sistema, sino también por el Socialismo, y esa condición única y necesaria es la Conciencia de Clase. Chile no ha sido nunca, espacio de cultivo de fenómenos subculturales en lo político, como lo fue Argentina con el peronismo, Perú con el aprismo, Nicaragua con el sandinismo; lo más cercano a este tipo de fenómeno fue el allendismo que efectivamente transversalisó a amplias capaz de la clase obrera y de los sectores populares, incluso hasta casi todo el periodo de la lucha antidictatorial. Pero esta expresión cultural real y verdadera, se fue debilitando con los años hasta quedar reducida a una expresión de la memoria histórica de la izquierda consecuente y revolucionaria. En este sentido no ha sido menor, lo obrado por la clase dominante para borrar el legado de consecuencia y lealtad que expresó el Presidente Allende con los intereses históricos de la clase. A partir de estos esfuerzos a favor de la amnesia y el olvido histórico, es que en el campo popular no se ha logrado configurar un liderazgo con la fuerza y legitimidad que tuvo el ejemplo del compañero Salvador Allende.
LA AUDACIA DE CONSTRUIR LA UNIDAD
En Chile la lucha de clases continúa expresando su dinamismo histórico, las contradicciones en lo social y lo económico muestran de manera más nítida y hacen más visible la agudización de los conflictos. Pero, aún la izquierda y los revolucionarios no apuramos el tranco para responder coherentemente a los desafíos del momento. Sin duda que tenemos un déficit de liderazgo, pero también debemos decir, que los liderazgos son reflejo de las capacidades, de los conocimientos, de las experiencias, del compromiso y la entrega que se reúnen y se amalgaman en un dirigente revolucionario, o en una dirigencia revolucionaria. Lamentablemente no hemos contado con la oportunidad de tropezarnos con la actitud y conducta madura políticamente, con el espíritu moralmente desprendido y teóricamente lúcido; que nos hubiese ofrecido la disposición y la decisión de deponer en aras de los objetivos de emancipación histórica de la clase, el pequeño símbolo, el reducido grupo, la sectaria «verdad», el mezquino afán de poder y de control de la pequeña capilla política e ideológica, para avanzar al objetivo de constituirnos en la fuerza y poder antagónico al de la burguesía. Así y todo, no debe haber lugar para el escepticismo y el desanimo, porque es verdad que a pesar de las dificultades, en nuestra filas se está abriendo camino para aminorar las distancias en algunos casos, vencer las desconfianzas en otros, acercar posiciones con unos y proponernos marchar juntos con los más cercanos. Nada sin embargo, ocurre azarosamente, en nuestro país de nuevo los marxistas, afirmamos que las leyes de la dialéctica histórica están operando y lo quieran o no los renegados y nuestros enemigos, más temprano que tarde nos asomaremos a una nueva síntesis histórica: el Socialismo.
POR LA CONVERGENCIA REVOLUCIONARIA
POR LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA
POR LA UNIDAD DE LOS TRABAJADORES Y EL PUEBLO
¡¡NADIE NOS TRANCARÁ EL PASO!!
MOVIMIENTO POR LA CONVERGENCIA REVOLUCIONARIA