En el recientemente publicado libro de George Orwell Matar a un elefante y otros escritos, el autor de 1984 ironiza en un pasaje con los vaivenes de la política comunista en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en donde los comunistas habrían pasado de un pro-germanismo propiciado por el pacto ruso-germano a una militancia anti-fascista […]
En el recientemente publicado libro de George Orwell Matar a un elefante y otros escritos, el autor de 1984 ironiza en un pasaje con los vaivenes de la política comunista en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en donde los comunistas habrían pasado de un pro-germanismo propiciado por el pacto ruso-germano a una militancia anti-fascista casi sin transiciones, una vez que las tropas alemanas invadieron territorio soviético. El chiste escogido para graficar tal incongruencia era uno en el que se relataba una apasionada discusión de célula en un bar inglés en donde miembros del Partido debatían sobre el curso que estaba llevando la guerra, uno de los militantes se levanta al baño y cuando retorna se encuentra con que la política del partido había cambiado cien por ciento (tras las transmisión de un comunicado de Radio Moscú), no obstante el estupor del camarada, quien pese a ello, como disciplinado seguidor del partido, rápidamente comenzó a argumentar a favor de lo que hace cinco minutos había negado.
Al leer esa broma no pude dejar de pensar en los argumentos que en la actualidad se están dando por algunos sectores de izquierda para criticar la decisión de los comunistas chilenos de apoyar a Frei en la segunda vuelta electoral. Y cómo no, si hay ciertas semejanzas. Poco tiempo atrás el discurso más reiterado en la izquierda era que la Concertación y la Derecha eran lo mismo, ambos serían los administradores de la institucionalidad antidemocrática heredada de la Dictadura hecha carne en la Constitución del 80 y que en encuentra en la economía de libre mercado su mejor expresión.
En importantes sectores de la izquierda chilena existe el temor de que el Partido de Recabarren ahora se convierta en el más Freista de los Partidos de la Concertación, en el más Escalonista defensor de la unidad y disciplina progresista, en el más eficiente (y más rojo) bombero de la lucha de clases. Y es que los comunistas en otras ocasiones han terminado siendo más papistas que el papa.
El pacto parlamentario que llevó a la elección de tres diputados comunistas en las recientes elecciones gracias al acuerdo con la Concertación es esgrimido como la principal prueba de la claudicación comunista frente a la necesidad de desarrollar una política de izquierda que se proponga constituir una alternativa real de poder al duopolio Derecha-Concertación. Además de ser interpretado como la moneda de cambio que aseguró el apoyo de los comunistas al alicaído candidato del oficialismo.
Estos argumentos han ganado fuerza en la misma medida que se ha exacerbado la consigna de «parar a la derecha». Es claro que un apoyo circunstancial de la izquierda para el candidato demócrata cristiano no se puede basar en las lógicas de extorción política estimuladas por el binominalismo, sobre todo porque es esa misma lógica la que llevó a los comunistas a la casi inexpresión política. En otras palabras, la izquierda no puede votar con una pistola en la cabeza y siendo amenazada que si no vota por Frei será la responsable del triunfo de los sectores más conservadores de nuestra sociedad.
Lo anterior no supone caer en el reconocimiento de que Derecha y Concertación son lo mismo, pues no lo son, el hecho de que sean representantes del mismo modelo de (sub) desarrollo económico no los iguala. No se pueden desconocer los avances de la Concertación en materia social por ejemplo (por más que las espectaculares cifras se deban a que tienen como parámetro de comparación la desastrosa política social de la Dictadura), aunque esto no supone omitir las deudas que la coalición del arcoíris tiene con el país. Por lo demás, no se necesita ser un concertacionista con el diario La Nación bajo el brazo para saber que la llegada al poder de Piñera representa un enorme retroceso para el país, por más que algunos cientistas se esmeren en defender las bondades de la alternancia en el poder, incluso cuando ella significa concentrar todos los poderes (sobretodo el del dinero y el político) en una minoría y aun más en la persona probablemente más ambiciosa que ha producido Chile.
Incluso así los argumentos contras los comunistas no pierden sentido, la lectura es relativamente simple: en el peor momento de la Concertación, coalición que consagró con un rostro humano la obra de la Dictadura, el papel de los comunistas debió ser el de dar el tiro de gracia y no la de salvavidas. Sin embargo, cabe preguntarse ¿ si la llegada de la derecha al poder es el fin de la Concertación? La Concertación con o sin la derecha en el poder no volverá a ser la misma (y en eso ayudó bastante MEO y Arrate) y el escenario actual ha debilitado los discursos neoliberales hegemónicos de la coalición y se han tendido puentes fundamentales para la construcción de un proyecto nuevo que de una vez por todas permita recuperar todo lo perdido en materia económica y social con la Dictadura, proyecto que, sin duda, no puede aspirar a la viabilidad sin contar con el concurso de buena parte del progresismo que aún está atrincherada en la vereda concertacionista.
Asimismo la independencia política del Partido Comunista es condición para estos emprendimientos, y tal parece que la sistemática negativa de la dirección de Teiller ante un posible ofrecimiento de presencia comunista en el ejecutivo es una buena señal de las debidas distancias que se deben tomar. Por lo demás, el PC puede jugar un importante rol en la izquierdización del centro político sin necesariamente hacer un ingreso a la Concertación, para eso debería bastar con que el PC vuelva a incidir en la arena pública no solamente con protestas sociales. Sin duda, que ese es un mérito que la dirección que sucedió a Gladys Marín tiene y que no se puede negar.
Resulta paradojal, por otro lado, ver cómo entre quienes se critica la política del PC por su electoralismo existe una transformación del voto en fetiche, en un fin en sí mismo, en la expresión más acabada del propio credo político. Así votar por Frei, bajo esa lógica izquierdista, parece la consagración irreversible de la conversión comunista al concertacionismo, es como si votar por Frei no tuviera vuelta atrás, una impureza indeleble en el historial revolucionario de un militante (sólo falta amenazar que votar por Frei hará que crezca la nariz de sus electores). Votar por Frei en segunda vuelta puede implicar aproximarse a un escenario que sea más favorable para construir un proyecto izquierda, sin tener que recurrir a la pauperización de las condiciones de vida de los chilenos (algo que podría ocurrir con Piñera). Un voto en segunda vuelta no debe dividir a la izquierda, no se es más o menos de izquierda votando por Frei o anulando. Más provechoso para los fines de la ex izquierda extraparlamentaria sería discutir cómo pueden contribuir los nuevos diputados a la consolidación de las demandas y movimientos sociales.
El candidato oficialista no puede esperar un apoyo automático de la izquierda, la izquierda no es una izquierda desmemoriada, en su retina aún está grabado el gobierno de Frei (en lo personal yo no olvido que su última firma fue para autorizar la construcción de Ralco). Tampoco es una izquierda inocentemente crédula, no se conformará con promesas vacías, ni espera que su hipotético gobierno se parezca al de su padre, ni menos al de Allende. Menos aún es una izquierda temerosa, pues lo que decidirá finalmente el apoyo no será el miedo a la derecha, sino las señales programáticas que su comando dé.
Hoy la tarea es no retroceder ni un paso atrás, sólo nos queda avanzar.