El principal mérito del libro Unidad Opositora, ¿A qué Precio?, del periodista Daniel Yáñez, es el mismo hecho de que lo haya escrito. Representa el grito de protesta de un ciudadano consciente, que entrega una gran contribución al conocimiento de dos temas íntimamente vinculados, como son el saqueo de nuestro cobre, y en general de […]
El principal mérito del libro Unidad Opositora, ¿A qué Precio?, del periodista Daniel Yáñez, es el mismo hecho de que lo haya escrito. Representa el grito de protesta de un ciudadano consciente, que entrega una gran contribución al conocimiento de dos temas íntimamente vinculados, como son el saqueo de nuestro cobre, y en general de nuestras recursos naturales, posibilitado por la narcotización de la consciencia colectiva, operada por el monopolio mediático.
Al escribirlo, Daniel no perseguía fama, prestigio o dinero. Su motivación consistió, estoy seguro, en seguir el dictado de su consciencia y entregar su aporte, en estos temas que lo inquietan profundamente. Si hubiera muchos como Daniel, tengan la certeza de que avanzaríamos mucho más rápido.
Saqueo de nuestras riquezas naturales y monopolio mediático son dos facetas del mismo problema, en la medida en que sólo la domesticación de la consciencia colectiva, operada por la uniformidad ideológica de quienes controlan las comunicaciones, pudo permitir un crimen de lesa patria de tanta envergadura, como la desnacionalización del cobre, y la entrega virtualmente gratis de nuestros recursos naturales al capital transnacional, bajo el pretexto de que sería la única instancia capaz de explotarlos.
En lo personal, vengo siguiendo el tema desde 1981, con el Código de Minería de José Piñera y su legislación complementaria, que entregó el cobre al capital transnacional. Recuerdo con admiración la valiente, solitaria y por cierto infructuosa defensa del cobre que hiciera Radomiro Tomic, en plena dictadura.
He seguido, por tanto, la tenaz lucha por la renacionalización, librada por patriotas de la talla de Jorge Lavandero, Orlando Caputo, Hugo Fazio, Manuel Riesco y Julián Alcayaga, entre otros. No son todos, desde luego, pero en nombre de ellos quiero representar el agradecimiento que merecen todos quienes, en diversos planos, y en la medida de sus posibilidades, han entregado su contribución en este tema, tan fundamental para nuestro desarrollo.
A través de todos estos años, me he preguntado por qué, o cuáles son las motivaciones de los autores de este crimen, haya sido por por acción u omisión. Diviso sólo tres posibilidades, con sus respectivas combinaciones.
La primera razón es colonización ideológica. El capital no tiene patria. Lo único importante es que el recurso se explote, plantea este pensamiento. Una versión más extrema de la razón ideológica implica que los yanaconas locales comparten la división internacional del trabajo impuesta por la globalización neoliberal, donde a los países periféricos se les asignó la misión de suministrar recursos naturales.
Una segunda razón orbitaría en torno a la desidia, la pereza y la ignorancia, o si se prefiere, en el deficiente desarrollo de consciencia política y social.
El tercero de estos motivos son los cañonazos de millones de dólares, es decir, corrupción, y de la grande. Al decir esto, estoy pensando en las mesnadas de CESCO, una ONG, que en la época de la dictadura criticó la desnacionalización de Piñera, y que ya en esta eterna transición, que no me atrevo a llamar democracia, suministró los argumentos y los cuadros, proveyó el lobby y diseñó la política que terminó devolviendo el cobre al capital transnacional. Y al decir esto, estoy pensando en nombres como los de Iván Valenzuela. Jorge Bande, Juanita Gana, Marcos Lima, Gustavo Lagos, Patrick Cussen, Isabel Marshall y Juan Carlos Guajardo, entre otros; la mayor parte de los cuales tiene nutrida experiencia en sillas musicales y puertas giratorias, lo que equivale a decir que han tenido un fluido intercambio entre la minería estatal, o sea en los directorios de Codelco y Enami, y la minería privada, dominada casi exclusivamente por capital transnacional. Tampoco son todos pero análogamente al caso anterior, en los nombrados represento a todas las categorías de este tipo de personajes que tienen pendiente su deuda con la historia.
Por más que le doy vueltas, no encuentro otro tipo de razones, y ellos no contribuyen en nada, hay que decirlo. Antes bien, durante todos estos años la tenaz lucha por la renacionalización del cobre se ha enfrentado con el más estruendoso y gélido de los silencios.
También me he preguntado si la segunda desnacionalización del cobre hubiera sido posible sin la narcotización de la consciencia colectiva, ya mencionada. La respuesta no es tan sencilla, y de hecho no se puede responder con un sí o un no.
Pienso que la actual división internacional del trabajo, y el propio monopolio mediático, son dos facetas de una misma cuestión, vale decir, un producto de la fase ascendente de la globalización neoliberal.
No pudimos evitarlo. No porque no hayamos querido. Simplemente, no tuvimos fuerza para hacerlo, tanto más cuanto que se trató de una oleada impulsada desde el centro hacia la periferia, sin perjuicio de que este lejano país esquina ostenta el dudoso mérito de haber representado el papel de la rata de laboratorio, en la etapa de instalación del modelo neoliberal.
Sin embargo, hoy asistimos a un cambio de fase, no sólo en Chile, sino a nivel mundial, y con esto paso a la reflexión que quiero compartir con ustedes.
A partir de 2011, en Chile, en el mundo árabe, e incluso en Europa y Estados Unidos, una vigorosa y extendida protesta social desafió por primera vez la compacta hegemonía del neoliberalismo, lo que en ningún caso debe leerse como la inminencia de su derrota o el umbral de su reemplazo.
Para que ello ocurra, todavía tendrá que pasar agua bajo los puentes. Quiero decir que el neoliberalismo no caerá de manera espontánea, como una fruta madura atraída por la gravedad. Es un desenlace que depende enteramente de nosotros, lo que equivale a decir que el neoliberalismo no periclitará víctima de sus contradicciones y agotamiento, sino por las luchas concretas de los pueblos.
Y me preocupa el nivel de desarrollo con que llegamos a la cita. Me inquieta la posibilidad de que por falta de unidad, por exceso de prejuicios, por insuficiente desarrollo político, o por varios «ismos», tales como principismo, ideologismo, hegemonismo y personalismo, podamos perder nuevamente una oportunidad de avanzar hacia la democratización efectiva del país, de esas que cuesta años recuperar,.
No tengo la menor duda que el único camino posible para derrotar a un modelo sumamente compacto en los planos económico, institucional e ideológico, es la alianza política y social más amplia que seamos capaces de construir.
Fue una necesidad histórica ayer, como lo sigue siendo hoy. Desde el mismo septiembre de 1973, la izquierda histórica viene planteando la necesidad de construir esta alianza amplia política y social. Con el llamamiento a la unidad antifascista, hasta 1980, y luego con la propuesta de la unidad en la acción contra la dictadura, en el ciclo de movilización de 1983-86.
Sin embargo, ya entonces el imperio había metido una cuña en la unidad, y tan pronto como en 1983 emergió la Alianza Democrática, antecesora de la actual Concertación, con la explícita misión de aislar al Partido Comunista, y el Movimiento Democrático Popular, antecesor del PAIS, el MIDA, el Juntos Podemos y el Juntos Podemos Más, expresiones de las alianzas políticas que ha logrado la izquierda en todo este tiempo.
Debemos reconocer escasos avances en el plano de la unidad. Es cosa de observar el abigarrado cuadro que se está configurando para las próximas elecciones generales, en circunstancias de que lo más eficiente para derrotar al modelo sería una lista única de todas las fuerzas antineoliberales.
Dado el hecho de que la derecha llegó al poder por la vía electoral, por primera vez desde 1958, la izquierda histórica propuso, casi como un reflejo condicionado de su larga experiencia política, una alianza amplia, política y social.
Sin embargo, el cuadro ha cambiado, desde la última aproximación del centro y la izquierda, durante la lucha común contra la dictadura. Una parte significativa de la izquierda histórica se desplazó hacia el centro político, y hoy reconoce filas en la abollada Concertación, al punto que muchos consideran que es una expresión de neo-derecha, y en todo caso continuadora de su modelo e intereses.
Daniel se lo cuestiona desde el título mismo del libro: Unidad Opositora ¿A qué precio?. Incluso, plantea derechamente que es inaceptable un programa que no incorpore la renacionalización del cobre y la democratización de las comunicaciones.
Claramente, no se puede estar en desacuerdo. Sin embargo, quiero discutir aquí un matiz de diferencia, relativo a lo que debemos hacer, y cómo, para terminar con el saqueo de nuestras riquezas naturales, y democratizar nuestra sociedad para recuperar derechos, entre otros, el del pluralismo informativo.
Defenderé con énfasis la necesidad de una alianza amplia política y social, e intentaré mostrar qué entiendo por tal.
Una política de alianza es necesaria cuando no tenemos fuerza para impulsar nuestro proyecto por nosotros mismos, que es la abrumadora mayoría de los momentos en la historia. Muy pocas veces se ha dado la excepción a esa regla. Es más, a esas breves excepciones se las suele denominar situaciones revolucionarias, e incluso esos momentos ofrecen ventanas de oportunidad sumamente estrechas, que de no aprovecharse en su minuto justo, encierran el riesgo de que pueden pasar años antes de que se vuelvan a presentar.
Es cierto que hoy el modelo muestra desgaste, y ha perdido consenso y legitimidad. Pero tampoco, ni con mucho, estamos ante una situación revolucionaria. Antes bien, el modelo aún presenta una musculatura compacta, dista mucho de haber perdido el control de las variables estratégicas, y tenemos una derecha dispuesta a todo para conservar sus privilegios, incluso, o más bien, con el recurso del uso de la violencia. Ellos no van a ceder nada que no seamos capaces de quitárselo. Eso hay que tenerlo claro como pauta de referencia. Dicho esto, analicemos ahora la eventual composición de esta alianza amplia política y social.
En primer lugar, coloco a la izquierda histórica, fundamentalmente el Partido Comunista, la Izquierda Ciudadana, y diversas corrientes socialistas fieles a su secular tendencia al fraccionamiento, tales como el socialismo allendista, el PAIZ, el MAIZ, y el MAS. Quizá podría incluirse a Revolución Democrática, aún cuando todavía no explicita un ideario socialista, por lo cual, desde otra mirada, habría que alinearla en la izquierda social.
Por izquierda histórica, entiendo aquella que no sólo asume el pensamiento, sino también reivindica con orgullo la herencia política allendista
Como novedad del período, identifico sectores a la izquierda de la izquierda histórica, con mayor presencia en el mundo social, especialmente estudiantil, que en la expresión de clase y el movimiento sindical. Están ahí fracciones del MIR y el rodriguismo, agrupaciones trotskistas, como Clase contra Clase y el Partido de los Trabajadores. Incluiría en esta categoría al PC AP, y con algunas dudas, a Izquierda Autónoma, con presencia fundamentalmente en la Universidad de Chile, porque tal vez cabría contarla entre la izquierda social.
Ahora, bien. ¿Debería este pequeño y belicoso sector a la izquierda de la izquierda histórica formar parte de este proceso de unidad?
En lo personal, pienso que sí, aunque mucho me temo que sean ellos los que no quieren estar. De hecho, hacen política más por oposición a la izquierda histórica que por la construcción de su proyecto. Además, parecen sentirse más cómodos en la consigna y en el principio, que en el movimiento real.
Excluyo expresamente de esta alianza amplia a los sectores y corrientes anarquistas, porque con ellos no sólo no hay proyecto compartido, sino que históricamente ha habido una relación de disputa irresuelta, que remonta a las duras polémicas de Marx y Engels, contra Proudhon y Bakunin, al precio de la disolución de la Primera Internacional.
También como novedad del período distingo una izquierda social, vinculada en muchos casos con sectores ya nombrados, pero en otros, con expresiones autónomas, como el Partido Igualdad, o el MLT, o provenientes de las luchas concretas contra la hegemonía neoliberal, como las agrupaciones de defensa de deudores, de derechos humanos, de minorías étnicas y sexuales, del trabajo precario, del medioambiente y de derechos sociales, tales como salud, educación y previsión.
¿Debe estar esta izquierda social en el proceso de unidad?. Sin ninguna duda. Es más, sin ella, carecería de sentido el concepto de alianza política y social.
Pero para que esta alianza sea fructífera, es menester que esa izquierda social se politice, en el buen sentido del término. No en cuanto a ser hegemonizada por la izquierda política, sino en la medida en que asuma un par de cuestiones básicas que le permitan superar ciertas limitaciones que por definición caracterizan a los movimientos sociales.
Primero, que los cambios de proyectos o de paradigmas son empresas históricas, lo cual implica, entre otras cosas, la imposibilidad de manejar la variable temporal al conjuro de nuestros deseos. Y normalmente, las empresas históricas demandan ondas largas de tiempo.
Segundo, entender que para lograr el cambio histórico no basta con la voluntad, ni con la mera presión social. Es necesaria la conexión con una estrategia política que permita el salto hacia la acumulación de fuerza que permita imponer los cambios a los pequeños pero poderosos sectores conservadores.
Ahí tenemos, para comprobarlo, el ejemplo de tres años de movilización estudiantil, que no ha conseguido mover un milímetro la posición del gobierno empresarial de Piñera, partidario a todo evento del lucro en educación.
O el ejemplo de la Asamblea Constituyente. Nadie puede estar en desacuerdo con una Asamblea Constituyente. Pero colocarlo como objetivo prioritario y excluyente equivale a renunciar a los recursos de la política, o si prefieren, a poner la carreta delante de los bueyes. En otras palabras, la Asamblea Constituyente representa la coronación de una lucha victoriosa, y no una consigna que se agota en el enunciado, y que excluye a quienes no compartan el discurso iniciático.
También deben comprender que la lucha no empieza ni termina en ellos. Si estos movimientos sociales tienen hoy la posibilidad de expresarse, se debe a la tenacidad y la lucha insobornable de sectores políticos que la dieron antes que ellos en condiciones mucho más difíciles, pues precisamente por darla, fueron expresamente excluidos del consenso dominante, de suerte que merecen más la gratitud que la soberbia y el menosprecio que les dispensan ciertos conversos al movimientismo.
Por definición, el proceso político es proyecto más la combinación de orientación estratégica y destreza táctica que nos permits acumular fuerza, conservar la iniciativa o sobrevivir en épocas de crisis, según sea la coyuntura, siempre con el invariable objetivo de democratizar la sociedad, y hacerla más justa.
En este sentido, el peor error que se puede en política, es colocarse de espaldas al movimiento real. Ya decía Marx que más vale un pequeño avance en el movimiento real que doscientos manifiestos teóricos.
Eso es, precisamente, lo que ocurriría, si por cuestiones de principismo o ideologismo, o de insuficiente desarrollo político, permitimos que la derecha obtenga otros cuatro años con la suma del poder, incluyendo el Ejecutivo. Si se consolida la conducción de la derecha, podemos estar seguros que no sólo va a completar el modelo, en aquellos aspectos que dejaron inconclusos tanto la dictadura como la Concertación, sino que puede instalarse en La Moneda por muchos años, por la vía electoral.
Y con esto entro al meollo del problema, a propósito de la interrogante que formula Daniel, o más directamente, abordo el fondo de la pregunta: en esta alianza amplia política y social, ¿debe estar la Concertación?
Nuevamente nos enfrentamos con un tema complejo, que no se puede despachar con respuestas simples, en blanco y negro, y que exige un análisis diversificado.
Primero, lo que conocemos como Concertación no es más que una alianza electoral de fuerzas que hoy ocupan el centro político, impulsada contra natura por imperativos del sistema electoral binominal. Sin éste, tampoco habría Concertación. Pero existe como un hecho de la causa, y ese dato tenemos que asumirlo como marco de referencia. Es más, el objetivo de terminar con el sistema binominal es uno de los que se vislumbran más alcanzables, en el probable caso de que el desmontaje del dispositivo neoliberal se haga por etapas.
Desde el punto de vista social, es una alianza heterogénea que agrupa menos por convicción que por necesidad política a sectores burgueses, en particular de la DC, sectores populares, como la base del PS, y de capas medias, de los dos anteriores, más los radicales y el PPD.
Desde el punto de vista ideológico, desde posiciones socialdemócratas y socialcristianas, el pensamiento de la elite concertacionista fue cooptado, y aún más, colonizado, por la abigarrada mezcla de neoliberalismo, posmodernidad y tecnocracia.
Desde el punto de vista electoral siguen siendo una colación gravitante, con un piso cercano al 40% electoral: aproximadamente, un 15% de la DC, un 10% parejo del PS, entre un 8 y un 10% del PPD, y un 5% del PRSD.
Entonces, a la pregunta ¿debe estar la Concertación?, yo respondería sin la menor duda que no, en el contexto de coalición electoral, así como en el plano de expresión ideológica.
Pero, conceptualmente, creo que carecería de sentido hablar de una alianza amplia política y social que excluya por principio al 40% electoral.
Denante decía que el peor error en política es ponerse de espaldas al movimiento real. Eso es lo que ocurriría, a mi juicio, si no le disputamos la conducción de ese 40% electoral, al neoliberalismo transversal de la elite concertacionista.
Es un proceso que tenemos que hacer con ellos, al margen de ellos o contra ellos, pero lo que no nos podemos permitir es que esa considerable representación electoral siga votando por un neoliberalismo disfrazado de mal menor, lo cual pasa necesariamente por la superación de la Concertación.
Por lo demás, el punto de referencia no está en el próximo Gobierno, en la medida en que parece estar suficientemente definido, y que cualquier alteración de la tendencia, operaría en favor de la candidatura de la derecha.
El punto es si nuestra inacción posibilita un quinto gobierno de la Concertación, o la unidad que logremos construir corre la empalizada hacia un Gobierno diferente, que se proponga, al menos, iniciar el desmantelamiento del dispositivo neoliberal.
Esto es tanto más posible, cuando que los próximos cuatro años asoman convulsos, por la posible confluencia simultánea de una crisis económica y una crisis política, potenciada por el desgaste del modelo neoliberal, su incapacidad de procesar una demanda ciudadana probablemente en aumento y el fracaso del gobierno empresarial de Sebastián Piñera.
En consecuencia, nuestra tarea consiste en atraer ese 40% electoral, que ha votado durante 20 años por la Concertación, hacia un proyecto distinto, de democracia inclusiva, soberanía económica y justicia distributiva.
Y contra lo que se cree, el problema no está en cuestiones programáticas.
Cualquiera que se tome el trabajo de leer los programas de Eugenio Pizarro, Gladys Marín, Tomás Hirsh y Jorge Arrate, se dará cuenta que con apenas matices formales, aparecen los temas gruesos:
– Renacionalización no sólo el cobre, sino de todas nuestras riquezas básicas y servicios esenciales, como energía, agua potable, transporte, etc.
– Una economía de tres áreas, con predominio del sector público, pero con espacio para un empresariado privado y con apoyo a otras formas de propiedad, como empresa cooperativa y autogestión.
– Democratización efectiva de nuestra sociedad, con participación social, idealmente a través de una Asamblea Constituyente.
– Igualación de de oportunidades a través de una justa redistribución de la riqueza, y la restauración de derechos sociales, tales como la gratuidad de la educación y la salud, la reestatización de la previsión social y el apoyo para una vivienda digna.
El problema tampoco está, como plantea Daniel, en que la renacionalización del cobre y la democratización de las comunicaciones aparentemente no estarán en el programa del próximo Gobierno. Primero, no es el programa de la izquierda. Yo me preocuparía seriamente si esos dos puntos no estuvieran en el próximo programa de la izquierda, y no en el programa del próximo Gobierno. La izquierda renunció a llevar candidato, precisamente, como contribución a la unidad, y ha dicho que lo respaldará contra un mínimo programático aceptable. Pero como todavía no conocemos el programa, no es mucho más lo que podemos decir.
El problema estaría, a mi juicio, si la izquierda renunciase a su herencia allendista, o ese 40% electoral sigue votando por la elite concertacionista neoliberal.
El problema está en convencer a esas amplias capas sociales y ciudadanas, que nuestro proyecto es no sólo posible, sino constituye una necesidad histórica, la única que nos puede poner a resguardo de los peligros de los excesos a que condujo la globalización neoliberal.
Para ello contamos sólo con los recursos típicos de la izquierda, y el clásico arsenal de las herramientas de la política. Entre los primeros, consciencia, organización y tenacidad. Entre los segundos, educación, información, debate, divulgación, persuasión, perspectiva estratégica, destreza táctica…y más tenacidad.
Y claro, la vara es alta. Para lograr el objetivo, necesitamos la suma de pequeños y grandes esfuerzos. Nada sobra y falta mucho. Por eso, quiero expresar mi reconocimiento al esfuerzo que hizo Daniel al entregarnos este libro, porque dentro de sus posibilidades, estuvo a la altura de lo que le ordenó su consciencia.
Cuando se haga el juicio de la historia, me asiste la convicción que esfuerzos como los de Daniel serán reconocidos con la justicia que merecen.
– Intervención del autor en la presentación del libro Unidad Opositora ¿A qué Precio?, del periodista Daniel Yáñez, efectuada el 17 de mayo pasado, en la sala de actos del Círculo de Periodistas de Santiago.