Cuando ya muchos creían que la denegación de justicia era definitiva, el Ministro de la Corte Héctor Solís tomó en sus manos el Caso Paine y, a casi cuatro décadas de lo ocurrido, está desenredando una madeja siniestra, que incluyó secuestro, tortura, asesinato, remoción de cadáveres y posible lanzamiento al mar de los restos. Todo […]
Cuando ya muchos creían que la denegación de justicia era definitiva, el Ministro de la Corte Héctor Solís tomó en sus manos el Caso Paine y, a casi cuatro décadas de lo ocurrido, está desenredando una madeja siniestra, que incluyó secuestro, tortura, asesinato, remoción de cadáveres y posible lanzamiento al mar de los restos.
Todo un conjuntos de antecedentes que retrata de cuerpo entero los métodos y las conductas del régimen más sanguinario que nunca haya existido en la historia de nuestro país. Todo esto, en contra de un grupo de campesinos pacíficos y desarmados, cuyo único «pecado» fue defender y reinvindicar los derechos de sus compañeros.
Todo crimen que cometió la dictadura fue horroroso. Cuál más siniestro e innecesario. Miles de personas que perdieron la vida a manos de militares que en concomitancia con civiles, algunos de la lúgubre Patria y Libertad, hirieron lo más profundo de un país: su gente, su pueblo
La terrible historia
La vida a comienzos de los años 70 en un pueblito llamado Paine era apacible. Todos los vecinos se conocían y compartían la alegría de saberse iguales y tener causas comunes para el trabajo y la vida en general.
Nada hacia presagiar una pesadilla que se gestaba y que crecería de la mano de un poder siniestro cargado de balas y sonrisas burlonas que festejaban con el dolor ajeno.
¡Y todos los habitantes se conocían! El carabinero del pueblo con el vecino de más allá, todos convivían y compartían. Pero eso es lo increíble, ya que cuando aparecieron las primeras garras de inhumanidad gestadas en la dictadura militar, los vencedores abusaron de su poder y de sus armas y arremetieron con todos y contra todos, olvidando el sabor y aroma del suelo campesino.
Un suelo que jamás hizo daño a nadie y que nunca más, después del manto negro de la muerte, volvió a ser lo mismo, porque la sangre que corrió no se detendrá hasta el día en que la justicia llegue para los campesinos que dejaron sus ojotas junto a sus huesos como testigo de un crimen que hasta hoy perdura.
Para Alejandro Bustos, el «colorín», único sobreviviente de la matanza de Paine, los recuerdos son permanentes, por eso quiere justicia y recuerda que tras el golpe de Estado algunos vecinos y conocidos cambiaron su forma de ser y se convirtieron en asesinos, en mercenarios:
«A esa altura yo les gritaba que no sabía nada de nada y que no tenía tampoco armas, pero entró uno más grande y me levantó del pelo, «desde cuándo erís rojo» me preguntó al oído, y yo le respondí que siempre había tenido el pelo rojo. «No te hagai el estúpido», gritó indignado, «los rojos son los comunistas, guevón.
A partir de ahí comienzan otra sarta de palos. Meta palos conmigo en la espalda y la cabeza, alcancé a reconocer entre los que me pegaban a los carabineros Olguín, Reyes y Leiva, pero un poco después perdí el conocimiento.
Me despertaron con un balde de agua, no podía abrir los ojos, los tenía como pelotas. Me levantaron entre tres y me sentaron en una banca. «Tengo sed» les dije y mejor me hubiera quedado mudo, porque trajeron una jarra de vino y me obligaron a tragarlo. Les gritaba que no, pero me lo seguían echando hasta por las narices.
Traté entonces de ponerme de pie, pero uno de ellos dijo, «a este guevón hay que amarrarlo, se está haciendo el leso». Vino otro entonces con un alambre y me amarró las manos atrás por la nuca, después me empujaron de la banca para dejarme botado en el suelo. Cuando empezó a oscurecer, sacaron unas chuicas de vino y empezaron a prender fuego para un asado.
Había carabineros y civiles, casi todos camioneros. Estaban los Carrasco, el Tito y el Toño Ruiz Tagle, el peluquero Aguilera, el Pato Meza, Miguel González, Carlos Sánchez, el Jara, el Cristián Kast, Larraín, Suazo. Eran unos quince civiles y unos dieciocho carabineros, yo los veía desde mi rincón cómo se reían y emborrachaban, pero estaba muy quieto, porque cuando se acordaban de mí, se acercaban civiles o pacos a darme de puntapiés por las costillas».
Habla el abogado
La historia es conocida para muchos, también para el abogado Luciano Fouilloux, quien lleva la causa de uno de los detenidos desaparecidos, Orlando Pereira.
El abogado explicó a El Siglo que «este es uno de los crímenes más horrendos de nuestra historia. Tengo la impresión que en Paine es donde mayor represión se hizo a la población en el país. Se ensañaron más allá de cualquiera racionalidad. Para que hablar de lo que es la ética a la doctrina militar que dio paso a la participación en los crímenes de civiles, empresariados del transporte y agricultores de la zona, quienes por una razón de venganza, reconocen a dirigentes campesinos y simples personas, para cometer sus crímenes. Para realizarlos proporcionaron sus vehículos, armas y participaron en los pelotones de fusilamientos.
De tal manera que, así como en otros lugares del país que pueda haber ocurrido exactamente lo mismo, en el caso de Paine hemos logrado despejar la verdad después de tantos años y que hoy esta verdad tiene detenido al núcleo duro, más no a todos todavía de estos civiles que participaron.
Quiero observar desde el punto de vista judicial estas personas, estos civiles, no han apelado a ninguno de los procesamientos por secuestro u homicidio calificado, no han presentado ningún recurso de amparo y los que han pedido libertades le han sido negadas por constituir un peligro para la sociedad.
Usted comprenderá que después de 30 años estos personajes siguen siendo un peligro para la sociedad y para la justicia, entonces usted se imagina cuál era el peligro que constituían 30 años atrás cuando actuaban.
Se dice que la causa de Paine está dentro de las tres más emblemáticas, por lo cual no le resto ninguna importancia a las causas individuales, pero junto con Lonquén y Pisagua, son la represión al campesinado de Paine dentro de la más brutal que se ejecutaron esos años.
El hecho qué estas personas no han apelado, no obstante que el plazo lo tienen vencido, pero podrían pedir la revocación del procesamiento más adelante, significa que han asimilado responsabilidad en la participación de los hechos y han reconocido la existencia de los mismos».
En cuanto a los últimos antecedentes que vinculan al General Guillermo Castro Muñoz, quien además es el actual comandante de la Segunda División del Ejército con asiento en la Región Metropolitana y que declaró en calidad de inculpado por los crímenes cometidos en la localidad de Paine, el abogado Fouilloux, señaló:
«Lo que vincula al General Castro son dos o tres declaraciones que existen en el proceso, pero no hay a mi juicio por ahora, a menos que se produzcan resultados positivos en las diligencias en curso elementos contundentes que acrediten la participación en los operativos del General Castro, no obstante que ya está acreditado su participación o destinación a la Escuela de Infantería de esos años y que formaba parte de la oficialidad y que era menos antiguo que el teniente Magaña quien comandaba el operativo».
Quien más quien menos, creemos y esperamos que al final terminará imponiéndose la justicia en este caso y, como lo dijo Alejandro Bustos «Nada de reconciliación, primero tiene que haber justicia. Muchas veces me he preguntado por qué lo hicieron y no lo entiendo, por eso justicia».