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Cronopiando

La lección pendiente

Fuentes: Rebelión

Cuánta justa y santa razón tienen algunos embajadores y embajadoras de acreditadas misiones europeas, como la española y la francesa, al dolerse y hacerlo, además, públicamente, de las escasas garantías jurídicas existentes en el país y que, por cierto, si a ellos les perturba a nosotros nos espanta.   A diferencia de sus desarrollados países, […]

Cuánta justa y santa razón tienen algunos embajadores y embajadoras de acreditadas misiones europeas, como la española y la francesa, al dolerse y hacerlo, además, públicamente, de las escasas garantías jurídicas existentes en el país y que, por cierto, si a ellos les perturba a nosotros nos espanta.

 

A diferencia de sus desarrollados países, en donde se ejerce la justicia con probada eficacia, prontitud y garantías, en estas bananeras repúblicas nuestras aún no acabamos de asimilar los puntuales ejemplos que se nos han brindado.
Y no por la impericia de nuestros maestros, entregados al afán de seguir instruyéndonos, no obstante los resultados, en tan sanos principios y maneras, sino por la desidia del alumno, de todos los americanos alumnos -y excusen si me apropio del estadounidense gentilicio- que a pesar de las tantas lecciones impartidas, de las muchas recetas aplicadas, de todas las propuestas emprendidas, planes de desarrollo, alianzas y tratados, se asoma al siglo 21 con los mismos desencantos y dolores con que emprendiera el 20.

Alguien debe pedirles excusas a las actuales generaciones de maestros europeos, por no haber sido nosotros, sus alumnos, desde su llegada a estos remotos centros de enseñanza, algo más aplicados, algo más diligentes, mejores estudiantes.

En favor nuestro podría alegarse que nunca les ha faltado a todos los alumnos dispersos por América, la debida obediencia a sus empeños, y que, si acaso hubo en el pasado, hoy todavía, un mal comportamiento, una mala palabra, y algunos alumnos decidieron, incluso, pensar por ellos mismos, y hasta creerse con intereses propios y llegar a afirmarse independientes, semejantes conductas fueron inmediatamente corregidas y sancionadas por los más grandes pedagogos de la época, y siempre en estricto apego a esos grandes valores que caracterizan a Occidente y que, si bien se portan, a veces, también es necesario enarbolar.

En cualquier caso, no hay pretexto que disculpe nuestras faltas, ni siquiera un destino que nos condena a reprobar todos los cursos con que nos evalúan avances y retrocesos.

Puestos a dar excusas, tampoco deben faltar las debidas por nuestra natural idiosincrasia que, a fuerza de mezquina, le ha faltado al respeto a sus empresas, a esas compañías que nos llegan de Europa para contribuir con nuestro desarrollo y a las que no siempre agradecemos sus onerosos sacrificios y prestaciones, esas que, por suerte, han tenido en sus embajadores a sus más esforzados defensores, aquí en Dominicana, en Argentina, en Bolivia, donde quiera que el progreso ha llegado y amenaza con irse si no es «bien» recibido, y suspender los créditos si no se entra en «razón», y posponer acuerdos si no hay una respuesta «positiva», y adoptar «otras» medidas si no se complace su «derecho».

De todas formas, al margen de tanta excusa, creo que, en el fondo -y no me refiero al Monetario- casi debieran agradecernos no haber sido mejores alumnos, no haber absorbido con mejor presteza sus doctos saberes, los mismos que desparraman por el mundo, por los tantos países de los tenidos en vías de desarrollo y entre los que, después de tantos años de aplicar sus recetas e imponer sus medidas, no hay uno que haya llegado a una estación. Seguimos en las vías, como si nuestro tren no fuera, realmente, a ninguna parte.

Y debieran felicitarse de nuestra tradicional torpeza, esa que nos impide imitar los escasos ejemplos, en esta subastada América, de patrias que todavía se respetan. Porque, un día de estos, pudiera pasar que los alumnos acabaran aventajando al profesor y en Argentina asaltaran La Bastilla, y Brasil se inundara de claveles rojos, y Lutero clavara en las puertas de la catedral de México el nuevo manifiesto de la fe, y Galileo en La Habana demostrara que Cuba «con embargo» se mueve, y Santiago de Chile tuviera su merecido mayo y Dominicana su postergado Abril, y sus embajadas su doloroso Waterloo.

De ahí que, tal vez fuera recomendable no excederse demasiado en los dolores ante nuestro bananero jurídico sistema que con tanta consistencia ha sabido en el pasado, incluso en el reciente, caso Dymargo o Unión Fenosa por ejemplo, dar cumplida satisfacción a sus embajadas, no vaya a ser que un día acabemos aprendiendo la lección.

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