Son muchas las manifestaciones de que la democracia en España es más de nombre que de realidad. A lo sumo lo es en unos niveles muy bajos. Hasta la sentencia del TS sobre los cinco miembros de «La Manada», casi podríamos decir que el sistema español de libertades se reducía a la libertad sexual en […]
Son muchas las manifestaciones de que la democracia en España es más de nombre que de realidad. A lo sumo lo es en unos niveles muy bajos. Hasta la sentencia del TS sobre los cinco miembros de «La Manada», casi podríamos decir que el sistema español de libertades se reducía a la libertad sexual en todas sus facetas. En ese aspecto de la sexualidad, se diría que España, tras un ayuno de cuarenta años, está a la cabeza de los países occidentales. Así nos va. Así les va a las generaciones que van llegando, de padres y madres múltiples o hijas del «poliamor»… Pero en lo demás, por eso cito esa sentencia, ni siquiera el poder judicial ha contribuido a su desarrollo; más bien, como lo demuestran numerosas sentencias de los tribunales de instancia y bastantes jueces, ha empujado hacia la involución…
Pero a lo que voy. La Ley D’Hont favorece las mayorías absolutas de manera escandalosa. Esa ley excluye de manera automática a los partidos que tengan menos de un 3%, aunque por porcentaje le correspondiese un escaño. La manera de contar para el resto, como decía, favorece de manera escandalosa a los partidos grandes. No es en absoluto proporcional. Es un sistema pensado para favorecer las mayorías absolutas y el bipartidismo. Esta ley, combinada con el modo de repartir los escaños por distritos electorales provoca situaciones absurdas y antidemocráticas. Casi cada legislatura asistimos al espectáculo bochornoso de periodistas y politólogos intentando explicar el motivo de esas paradojas, sin convencer a nadie, salvo a los favorecidos por ellas…
Lo peor del asunto es que estamos ante una ley que conduce al círculo vicioso de ver cómo los partidos grandes impiden cualquier reforma del sistema electoral. Nos quedamos roncos quienes hacemos llamamientos a la mesura, a la ponderación y a la lógica democrática. Puede que tuviese sentido la Ley D’Hont como «ayuda» para arrancar la democracia en 1978 y evitarla excesiva fragmentación. Pero 43 años después, ya estamos viendo la incapacidad de comprender por parte de los propios políticos o la mayoría de los acostumbrados en su partido al ordeno y mando, que la función del político y de los gobiernos no está en decretar hipotéticas soluciones sino en pactar, en dialogar, en llegar a pactos con amplios grupos políticos, en llegar a acuerdos que beneficien al mayor número de personas posibles.
Las dificultades, que parecen insuperables, para formar actualmente gobierno provienen de esta incapacidad. La Ley D’ Hont ha generado el bipartidismo crónico, y la situación actual se ha hecho tan sumamente anómala por eso mismo, que la única salida posible no es esforzarse en pactar, sino en volver a las andadas de una mayoría absoluta que, hoy por hoy sería indeseable que volviese a repetirse. Por lo que debiera ser una prioridad, sea cual fuere el resultado de este proceso actual en que nos encontramos casi encallados, en paralelo con el procés catalán que va por otro camino, derogar la maldita Ley D’Hont y buscar otra fórmula existente en cualquiera de los países miembros de la Unión Europea…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista
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