Es tradición, sobre todo en el mundo hispánico, que en la noche del cinco al seis de enero, en los hogares donde residen niños, se depositen juguetes supuestamente donados por los Reyes Magos. Esa tradición cristiana proviene del Evangelio de San Mateo. En él se cuenta la historia de tres reyes procedentes del Oriente que […]
Es tradición, sobre todo en el mundo hispánico, que en la noche del cinco al seis de  enero, en los hogares donde residen niños, se depositen juguetes supuestamente  donados por los Reyes Magos. Esa tradición cristiana proviene del Evangelio de  San Mateo. En él se cuenta la historia de tres reyes procedentes del Oriente que  guiándose por la estrella de Belén acuden al sitio del nacimiento del Mesías  portando como regalos oro, incienso y mirra. 
Los monarcas Gaspar, Melchor y Baltasar despiertan la curiosidad  ciudadana y son llamados por el gobernador Herodes, a quien se le ha predicho  por adivinadores el nacimiento de un monarca rival  y está decidido a aniquilarlo. Un ángel  previene a los Reyes Magos de la intención de Herodes y estos se regresan sin  informar al soberano del paradero del niño Jesús. Herodes ordena, entonces, que  se degüelle a todos los niños menores de dos años y así se origina la Matanza de  los Inocentes. Advertido, José escapa a Egipto con María y el recién  nacido. Hasta ahí la  leyenda.
Es interesante anotar que ni San Juan, ni San Marcos, ni San Lucas hacen  mención de ese episodio. Sin embargo, sí aparece en los Evangelios llamados  Apócrifos, para diferenciarlos de los Canónicos. En el Evangelio Árabe se dan  más detalles. Se nos dice que los Reyes provenían de Persia y que Herodes se  alarmó al ver los regalos porque pensó que muy grande sería el poder de ese niño  si había sometido a los persas a pagar tributos. Ahí se genera su temor y ordena  la decapitación de los niños. En ese Evangelio se dice que el niño nació en una  caverna y no en un pesebre. 
En el año 325 el emperador Constantino convocó el Concilio de Nicea. El  texto final que afirmaba:»Creemos en un solo Dios, padre Todopoderoso»,  afirmación que a finales del siglo IV  ya había sido aprobado por toda la  Cristiandad.  De ahí parte también  la iniciativa de hacer coincidir la supuesta fecha del nacimiento de Jesucristo  con la del dios Mitra, que ya era objeto de grandes celebraciones en la Roma  Antigua. El 25 de diciembre es, en otras religiones, la fecha señalada como el  nacimiento de Osiris en Egipto, de Baco, Hércules y Adonis en la mitología  romana, de Buda y de Krishna. La religión de los Magos era fundamentalmente la  de Zoroastro y prohibía la hechicería. De la misma religión de Mitra se toma el  mito de los tres Reyes Magos. Hay tratadistas que ponen en duda el carácter  monárquico  de los Magos, puesto que  pueden haber sido miembros de una casta sacerdotal o, simplemente, sabios, 
Para la tradición oriental los magos eran doce pero en  Occidente los redujeron a tres. Los nombres cambiaron con el tiempo. Los  apelativos de los Reyes, en griego, eran Appellicon, Amerín y Damascón. Ya en el  siglo XII eran denominados Bithisarea, Melichior y Gathaspa y se les suponía  reyes de Arabia, Persia y la India. También se les señala como representantes de  las tres edades del hombre, de las tres razas conocidas entonces, símbolos de  los continentes explorados: Europa, Asia y África. La fábula afirma que los  Reyes fueron bautizados y martirizados y en el siglo XII  Federico Barbarroja enterró sus restos en  Colonia y ulteriormente, en el año 1248, comenzó a erigirse la famosa catedral  en el sitio del enterramiento. 
En Cuba y Puerto Rico, mientras fueron colonia  española, el seis de enero se les  daba libre a los esclavos para que dieran curso a sus cantos y bailes, que el  resto del año eran prohibidos para borrarles su identidad y negarles el acceso a  su cultura.  
Es probable que la leyenda surja de la necesidad de reafirmación de los  cristianos primitivos. Con ello se demostraba que los poderes terrenales se  doblegaban ante la nueva autoridad surgida. Los monarcas se sometían a la  jurisdicción celestial, los dirigentes de los asuntos de este mundo reconocían  la preeminencia del universo sobrehumano. No bastaba con el reconocimiento del  emperador Constantino y los favores  del Edicto de Milán, era necesario que  los nuevos obispos recibiesen la aureola de dignatarios por mandato divino. De  esa necesidad nació el mito. 


