En el mundo de hoy sometido a la tiranía mediática donde se imponen verdades como mentiras y viceversa, una de esas distorsiones se da en la construcción de prestigios: unos se crean, otros se desaparecen. Pasa en todos los campos, el de las mujeres no es la excepción. Se exaltan hasta el cansancio nombres de […]
En el mundo de hoy sometido a la tiranía mediática donde se imponen verdades como mentiras y viceversa, una de esas distorsiones se da en la construcción de prestigios: unos se crean, otros se desaparecen. Pasa en todos los campos, el de las mujeres no es la excepción. Se exaltan hasta el cansancio nombres de «heroínas», cuyos méritos no terminamos de descubrir, en últimas, el único muy bien encubierto, es el de ser funcionales a las llagas del establecimiento. Así hayan construido sus «prestigios» desde la contestación.
Un gran nombre desaparecido, y sólo recientemente en plan de ser rescatado por una bibliografía muy especializada y el periodismo militante y a contracorriente, es el de una humilde mujer nacida en Bello (Antioquia) en 1896, quien escribió una gloriosa página pionera en las luchas sociales de Colombia. Se trata de María Betsabé Espinal, hilandera de una de las empresas de la pujante industria antioqueña de comienzos del siglo XX, la Fábrica de Tejidos de Bello. Las condiciones de los trabajadores en ese entonces cuando aún no existía el sindicalismo ni la protección y garantías de la legislación laboral, eran verdaderamente oprobiosas. Exacerbadas al extremo en el caso de las mujeres, cuyo ingreso era considerado marginal y suplementario de los gastos del hogar, por lo cual su salario era muy inferior al del hombre. Y peor aún en tratándose de los niños, pues sabido es, en esa época se estilaba que trabajaran como una prolongación de la producción de sus padres.
Lo cierto es que en la Fábrica de Tejidos de Bello la situación anterior se agudizaba por tres graves y significativas circunstabncias: el señor Restrepo el propietario, había prohibido que las más de cuatrocientas trabajadoras calzaran sandalias o siquiera alpargatas en su labor; el mísero salario recibido era afectado por las multas que les imponía la empresa por cualquier incidencia laboral, y los capataces eran déspotas a cuyo mal trato sumaban el acoso sexual de las pobres muchachas, campesinas casi todas ellas.
María Betsabé Espinal era una humilde y bella muchacha de sólo 24 años, conjunción física perfecta de su ancestro español y mestizo. Mirada franca y penetrante, cejas muy pobladas que se juntaban y boca carnosa y bien delineada, develaban nobleza y fuerza en el carácter. Y al dicho estado de cosas decidió poner coto. En una época donde la huelga como tal no existía, todo lo más paros y amotinamientos que eran rápidamente conjurados más por las malas que por las buenas, María Betsabé animó y lideró a sus compañeras, y el 11 de febrero de 1920 se tomaron la empresa. «Esta es una huelga -dijo-, y no la levantaremos hasta que nos concedan la justicia que reclamamos». «Y aquí nadie me entra» añadió.
La conmoción en Medellín y en Antioquia fue total. La Iglesia en primer lugar, las autoridades civiles y de policía, y los gremios intervinieron para solucionar la situación sin antecedentes en la ciudad. Al día siguiente, María Betsabé se dirigió a Medellín a hablar con las autoridades y la prensa, donde tuvo la generosa acogida de El Espectador», «El Correo Liberal» y «El Luchador». Allí dijo: «No tenemos ahorros para sostener esta huelga, sólo tenemos nuestro carácter, nuestro orgullo, nuestra voluntad y nuestra energía«. La simpatía con la causa fue inmediata y masiva. Los estudiantes de medicina de la Universidad de Antioquia organizaron recolectas públicas para el sostenimiento de la huelga, y ofrecieron una gran serenata a las hilanderas en su carpa. Una muchedumbre en Medellín le impuso una corona de laurel a María Betsabé. Y cosa insólita, ver para creerlo: ¡una fábrica de tejidos de Medellín ofreció financiarles la huelga «hasta por dos meses»!
El 9 de marzo después de casi un mes, se levantó la huelga. Las hilanderas obtuvieron la justicia que demandaban, empezando por la expulsión de los capataces abusadores.
No tuvo más figuración pública nuestra heroína. No tuvo esposo ni hijos. Continuó con su trabajo como obrera. Doce años después de su gesta, en 1932, un aguacero había derribado un poste de alta tensión en su vecindario, el mismo de la gran María Cano. Algunos vecinos prestaban guardia alertando sobre el peligro que ello significaba para los transeúntes que llegaran a tener contacto con los cables. María Betsabé dijo «yo los quito». Así era ella generosa y valiente. Murió al instante.
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