Desde el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos ha lanzado una vasta «lucha contra el terrorismo» que concierne «todos los oscuros rincones del planeta», según los propios términos del presidente George W. Bush. Aprovechando los trágicos acontecimientos que han herido al pueblo estadounidense, los estrategas de la Casa Blanca han puesto en marcha sus […]
Desde el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos ha lanzado una vasta «lucha contra el terrorismo» que concierne «todos los oscuros rincones del planeta», según los propios términos del presidente George W. Bush. Aprovechando los trágicos acontecimientos que han herido al pueblo estadounidense, los estrategas de la Casa Blanca han puesto en marcha sus planes, preparados mucho tiempo antes de los ataques contra el World Trade Center, con el objetivo de apoderarse de las riquezas del Medio Oriente y de controlar el mundo. En nombre de esta amplia ofensiva «por la libertad», las tropas estadounidenses han invadido dos naciones soberanas, Afganistán e Irak, causando la muerte de varias centenas de miles de civiles inocentes. Actualmente, la inseguridad y el caos reinan en estos dos países.
Al mismo tiempo, desde 1959, Washington alberga en su territorio a grupúsculos terroristas que llevan una guerra sin merced contra la Revolución cubana. Esas entidades fascistas actúan a cielo abierto y en toda impunidad, pues históricamente se han beneficiado con el apoyo de la Casa Blanca. El episodio del señor Luis Posada Carriles, que se encuentra en Estados Unidos desde mediados de marzo de 2005, mientras que los tribunales estadounidenses le han notificado una prohibición de estancia en el territorio por actividades terroristas, ha arrojado una nueva luz sobre la impostura que constituye la «guerra contra el terror».
No obstante, el doble rasero que Estados Unidos aplica en su «lucha contra el terrorismo», que en realidad no es más que un subterfugio que disimula aspiraciones hegemónicas, se extiende también a los medios internacionales que avalan, asimilan y aplican la doctrina del «buen y del mal terrorista». Así, se hacen cómplices de una maniobra global y ratifican de facto los planes imperialistas estadounidenses.
Este complot mediático es de una cegadora evidencia. ¿Cómo es posible que a la hora de la «guerra contra el terrorismo», las transnacionales de la información y de la comunicación no abordan el caso de Cuba, el país que ha sufrido la más larga y feroz campaña terrorista de la historia moderna?
Los aviones civiles que se estrellaron contra los edificios de Nueva York y Washington han generado un choque emocional gigantesco en todos los países del mundo. ¿En nombre de qué amnesia ideológica la prensa internacional no ha evocado, después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, el sangriento atentado cometido el 6 de octubre de 1976 contra un avion comercial de Cubana de Aviación en Barbados que costó la vida a 73 personas, cuando se trata de uno de los primeros actos de terrorismo aéreo de la historia? ¿Cómo se puede concebir que en el momento en que Estados Unidos alberga y protege al señor Luis Posada Carriles, el peor terrorista del hemisferio americano, los medios internacionales prefieren desahogarse en la reunión de un pequeño grupo de «disidentes» financiados y controlados por Washington, como demuestran los propios documentos del Departamento de Estado norteamericano?
El tratamiento mediático reservado a la problemática del terrorismo confirma no sólo el doble discurso en vigor, sino también la mistificación que representa la «guerra contra el terror». Si la «lucha contra el terrorismo tuviera algún fundamento, los medios de información internacionales denunciarían la implacable campaña terrorista que los sucesivos gobiernos estadounidenses han llevado contra el pueblo cubano desde 1959. La censura del terrorismo contra Cuba, que es la más sofisticada, ilustra claramente la duplicidad de la prensa occidental.
La selectividad de la cual dan prueba los medios no hace sino iluminar aún más el ambiente doctrinal que reina en el seno de las redacciones del mundo. El escándalo de los cinco ciudadanos cubanos encarcelados en Estados Unidos es el ejemplo por excelencia. Los señores Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort y René González Sehweret fueron condenados a cuatro cadenas perpetuas, aumentadas en 77 años de privación de libertad, por infiltrarse en grupúsculos terroristas de Florida protegidos por Washington. Si las sociedades occidentales fueran intelectualmente libres, denunciarían el tratamiento cruel e inhumano reservado a los Cinco. Ahora bien, este escándalo judicial se ha suprimido completamente del espacio mediático dominante.
Las informaciones pasan por un filtro doctrinal que muestra hasta qué punto los fundamentos del totalitarismo se encuentran profundamente arraigados en las estructuras de los medios internacionales. En realidad, la prensa, que debe proporcionar a los ciudadanos una información no sesgada, no es sino una herramienta del control del pensamiento y de las ideas ya que descarta sistemáticamente los debates importantes como la pertinencia o la legitimidad de una guerra terrorista contra una nación que ha escogido el camino de la independencia y de la autodeterminación. Las cuestiones fundamentales, como el derecho de Cuba a defenderse contra las constantes agresiones, no se abordan.
La prensa francesa llegó a la indecencia de calificar al señor Luis Posada Carriles de combatiente «anticastrista», de persona «acusada de terrorismo» o, colmo del engaño, de «ex terrorista». Este crimen semántico no se pone de ningún modo en tela de juicio y muestra cuánto las barreras doctrinales funcionan perfectamente. ¿Qué pasaría si se calificara al señor Osama Bin Laden de «anti Bush», de persona «acusada de terrorismo» o de «ex terrorista»? La sarta de protestas que desencadenarían semejantes calificativos estaría a la altura de la colusión de los medios con respecto al señor Posada Carriles.
Los grandes grupos de prensa, de cierta manera, se hacen cómplices del terrorismo ya que para ellos, los sangrientos atentados contra Cuba no revisten importancia alguna. En la medida de lo posible, los horrores cometidos en nombre de una aversión antirevolucionaria y reaccionaria se ocultan. Cuando ello ya no es posible, se minimizan y los criminales responsables se hallan mediáticamente absueltos en toda impunidad, como lo muestran los términos utilizados para referirse al peor terrorista del continente americano.
La prensa acepta tácitamente justificar un tipo de violencia y denunciar lo que califica de terrorismo arbitrario. El matiz varía según la víctima escogida: si es europea o estadounidense, los responsables son criminales sin fe ni ley; cuando es cubana, se vuelven personas «acusadas de terrorismo», «anticastristas» o «ex terroristas». La opinión pública es la principal presa de esta tiranía mediática.
El marco ideológico establecido en el seno de los medios censura los verdaderos debates. De hecho, la prensa, propiedad de los grandes grupos económicos y financieros, ostenta características despóticas que representan un peligro para el porvenir de la humanidad.
¿Por qué Cuba? La respuesta es relativamente sencilla. La Isla del Caribe ha demostrado que la aplicación de la doctrina neoliberal es un fracaso completo. El pueblo cubano sigue cometiendo el imperdonable pecado de creer que el ser humano no se encuentra condenado a la indiferencia y a la humillación. Mientras Europa y Estados Unidos mandan tropas militares a Haití para derrocar a un presidente, Cuba envía gratuitamente médicos y profesores al mismo lugar para intentar aliviar los sufrimientos de las poblaciones desamparadas. Estados Unidos y el mundo occidental no pueden aceptar esta ofensa. He aquí una parte de las razones por las cuales la prensa internacional es cómplice del terrorismo contra Cuba, al avalar mediante su silencio, los crímenes de Washington.
Por consiguiente, es el deber de los intelectuales no situarse entre los verdugos.