El pueblo mapuche se independizó de la Corona española en 1641 tras la celebración del Parlamento de Quillín, encuentro donde se reconoce una parte del territorio histórico mapuche y su autonomía. Con este parlamento la Corona de España buscaba establecer la paz después de un largo periodo de guerra, en el que su ejército, en […]
El pueblo mapuche se independizó de la Corona española en 1641 tras la celebración del Parlamento de Quillín, encuentro donde se reconoce una parte del territorio histórico mapuche y su autonomía. Con este parlamento la Corona de España buscaba establecer la paz después de un largo periodo de guerra, en el que su ejército, en su afán colonizador, sufrió grandes derrotas político-militares a contracorriente de su tradición imperial.
Los mapuche fueron el único pueblo o nación originaria de América que logró independizarse de su colonizador del Viejo Mundo. Esto no fue algo fortuito, sino fruto de la resistencia permanente del pueblo mapuche en su aspiración de no ser subyugado por una nación extranjera, como España, que por esos años se perfilaba como uno de los mayores imperios de América.
Entre 1641 y 1803 las relaciones bilaterales entre el pueblo mapuche y la Corona fueron de altos y bajos, con situaciones de guerra intermitentes que originaron la institucionalización de los parlamentos (o tratados) que tenían como finalidad la búsqueda de paz. Durante este proceso histórico siempre se ratificó la frontera desde el río Bío Bío al sur, que incluía además la pampa argentina. Fue, precisamente, en 1803 que se realizó el último parlamento a tan sólo siete años de la Primera Junta Nacional de Gobierno de la naciente República de Chile.
Consolidada la independencia de Chile, en 1818 comienza una nueva historia que afectará directamente al pueblo mapuche. Los extensos terrenos fértiles de la nación mapuche abrieron el apetito de los capitalistas influyentes de la nueva República, iniciándose una cadena de conspiraciones y violencia política hacia los Lof mapuche. Es cierto que existieron decretos y declaraciones de buena intención de las primeras autoridades, pero todos en el sentido de incorporar a los mapuche a la nueva institucionalidad chilena y proseguir con el sistema implantado por los españoles de asimilar e intervenir el territorio controlado por nuestro pueblo.
Para ello, Chile como Estado, además de utilizar la fuerza militar, echó mano a la traición y la mentira. Señalemos unos de los episodios perpetrados en la era republicana, cometido por el capitán Luis de los Ríos, en representación del gobierno de Chile, quien el año 1823 convocó a las autoridades mapuche a un parlamento. Cuenta Vicuña Mackenna: «En un parlamento famoso, que atrajo en una ocasión a un centenar de indios, los hizo matar a sable y a traición, reservando solo la vida de un cacique ciego que se llevó a Concepción como trofeo de castigo tan horrendo sino desusado».
Intervención militar
La continuidad de esta ignominia es lo que la historia oficial denomina «Pacificación de La Araucanía», que no fue otra cosa que una intervención militar que exterminó parte significativa de nuestro pueblo, disminución que llegaría al 60% según algunos autores, además de la ocupación del 95% del territorio mapuche, incluyendo el Puel Mapu o territorio mapuche del lado argentino, lo que se conoció como «Campaña del Desierto».
Entonces, con este proceso de intervención forzada por parte del Estado de Chile, a nuestro pueblo se le usurpa su territorio y se le impide, por la vía de la intervención militar, el ejercicio del derecho a su propio gobierno. Si bien la historia oficial habla de una supuesta y falsa «pacificación», en el fondo la usurpación de nuestro territorio obedeció a las presiones ejercidas por la incipiente oligarquía chilena para poblar nuestro territorio y así aumentar la producción y exportación de trigo, principalmente a Perú y California. Desde aquel entonces hasta la fecha, y a pesar de los múltiples requerimientos de los mapuche, no ha existido la voluntad política de los gobiernos de turno de devolver el territorio usurpado y la autonomía que el pueblo mapuche ostentó hasta 1881.
Así transcurrió el siglo XX, con los mapuche forzándolos a ser parte del sistema imperante, y encuadrados dentro del campesinado pobre desde los partidos políticos tanto de derecha como de izquierda, hasta que llegamos a Lumaco, en 1997, que con la quema de tres camiones forestales marcó el renacer del espíritu libertario mapuche por su territorio, donde las consignas de territorio y autonomía retornan al seno de las comunidades.
Si en el siglo XIX el afán exportador de trigo motivó la intervención militar en nuestro territorio, hoy nos enfrentamos a un proceso similar con la presencia de las empresas forestales y otros proyectos de inversión capitalista que amenazan Wall Mapu, que ha motivado a los gobiernos de la Concertación y derecha a militarizar zonas donde la lucha ha dado saltos importantes, principalmente en lo referido a la resistencia y reconstrucción.
El proyecto y proceso
Es confrontando a estas empresas, a su expresión capitalista, donde las comunidades o Lof en Resistencia sustentan el proyecto político e ideológico que apunta a la reconstrucción del territorio y la autonomía. Se lucha para recuperar un territorio en común, donde también podrán seguir viviendo las familias no mapuches que entienden y comparten nuestros principios e ideales.
Este un punto fundamental a clarificar y resaltar, porque quienes quieran compartir nuestra forma de vida y valores siempre serán respetados en nuestro territorio, tendrán su espacio, tan sólo deberán comprender e interiorizarse de los códigos de nuestra cultura para no provocar una ruptura en el tejido social de la vida mapuche.
El sometimiento y la ocupación han creado un conflicto que se arrastra por años y que solo se resolverá cuando nuestro pueblo en su conjunto, descolonizado, vuelva a sentir la libertad. Libertad que se aloja en el inconsciente colectivo de nuestro pueblo, que con la resistencia de estos últimos años ha forjado un movimiento mapuche marcado por un fuerte espíritu nacionalitario, revolucionario y, por naturaleza, contrario a los valores y a la expresión que impone el capitalismo.
Dicha naturaleza valórica y cultural son los que orientan los actuales procesos de discusión política que se desarrollan en las diferentes comunidades y Lof que mantienen procesos de resistencia los que, paulatinamente, van generando un crecimiento de nuestras fuerzas políticas y sociales.
Desde Lumaco a la fecha, el avance es relevante tanto en lo cualitativo como cuantitativo. Hemos pasado de «ocupaciones simbólicas» a procesos de control efectivo de parte del territorio usurpado, lugares en donde las ideas autonomista de reconstrucción se han llevado a la práctica mediante el trabajo productivo al interior de predios forestales que en algunas zonas ha originado el control de la producción como fase primaria, creándose una condición real para otras fases de la resistencia y reconstrucción, que se debe aprovechar y trabajar.
Este es un tema relevante, pues significa un avance sustancial si se entiende el control de los predios forestales como un tema táctico dirigido hacia la expulsión de estas empresas que por décadas han lucrado a costa de nuestra ñupe mapu; y no por el contrario visualizando sólo el provecho económico que esto conlleva.
Más autonomía
Esto en una primera etapa, que a la luz de los acontecimientos deberían crear un segundo ciclo, mucho más ajustado a la realidad política e ideológica planteada por el movimiento más autónomo; es decir, profundizar los cambios desarrollados por las comunidades en conflicto; que pavimente el camino de la reconstrucción en cuyos valores culturales, políticos y espirituales se debe sustentar la autonomía y el autogobierno mapuche.
Para avanzar en este sentido, además debe existir una superación humana que en la práctica se traduzca en una mejor dirigencia donde las autoridades mapuche recuperen el sitial que les corresponde en base a una sólida formación político e ideológica que los haga inquebrantable frente a las seducciones del sistema capitalista y las políticas de la institucionalidad del Estado.
Lo anterior nos exige un mayor compromiso, más aún si entendemos la actual coyuntura política en materia indígena donde vemos cómo el gobierno de Michelle Bachelet y otros operadores políticos hacen intentos permanentes por intervenir las comunidades y así perpetuar el sistema de dominación.
Sabemos que la intervención no cesará. Ahí están las promesas de consulta y creación del Ministerio de Asuntos Indígenas, que en la práctica no son ningún avance para la recuperación del territorio y autonomía, sino más bien mecanismos de control y contención. Esa es la apuesta del gobierno: intervenir las comunidades y cuando su actuar fracase volver a reprimir como siempre lo ha hecho, sobre todo en zonas donde la lucha ha avanzado a pasos firmes.
Sin embargo el proceso de lucha desarrollado por las comunidades en conflicto, que son la base concreta del movimiento mapuche más autónomo, ha forjado formidables procesos de descolonización y maduración ideológica, que en algunas comunidades es inquebrantable, si el movimiento mapuche avanza en el fortalecimiento de una alianza estratégica, política e ideológica. Es ahí donde la acción y los planteamientos, así como la resistencia, el control territorial y la reconstrucción de nuestro pueblo deben salir fortalecidos. Aquí está el sustento de nuestro proyecto político y donde chocan los intereses del Estado y el sistema capitalista, porque ellos apuestan permanentemente a negar la existencia de nuestro pueblo-nación mapuche, impidiendo que nuestro pueblo acceda a recuperar su legítimos derechos políticos y territoriales.
Texto completo en la edición impresa del mes de OCTUBRE 2014