Hace pocos días, el presidente Sebastián Piñera junto al Comandante en Jefe del Ejército general Juan Miguel Fuentes-Alba y otras altas autoridades, inauguraron el Edificio Ejército Bicentenario EBE. En total son 56 mil metros cuadrados- 31 mil de construcción nueva y 20 mil de restauración- con un costo cercano a 50 millones de dólares y […]
Hace pocos días, el presidente Sebastián Piñera junto al Comandante en Jefe del Ejército general Juan Miguel Fuentes-Alba y otras altas autoridades, inauguraron el Edificio Ejército Bicentenario EBE. En total son 56 mil metros cuadrados- 31 mil de construcción nueva y 20 mil de restauración- con un costo cercano a 50 millones de dólares y una capacidad para 1200 personas. La moderna edificación Incluye helipuerto, 350 estacionamientos, wifi, gimnasios, muros especiales para disipar el calor e incluso paneles solares. El coronel Mauricio Heine jefe del proyecto ha destacado que «por primera vez en la historia habrá un edificio institucional que concentrará a la Comandancia en Jefe y al Ejercito».
Pero la tecnología de punta no es el único y esencial valor del EBE. El mismo coronel Heine ha dicho a los periodistas «acá dialoga el pasado con el presente y por qué no, el futuro», seguramente en referencia a los denominados Arsenales de Guerra monumento nacional hoy remodelado que data de 1896 y donde trabajaron más de un centenar de artesanos que restauraron el pino oregón y los ladrillos que constituyen ese edificio patrimonial. En la misma lógica Piñera manifestó en la oportunidad «…este edificio no se queda en las nostalgias, los recuerdos, las glorias o las gestas del pasado, se proyecta hacia el futuro…»
Hasta aquí estamos en el presente-presente, ahora quisiera retroceder en el tiempo a los años sesenta. A la Plaza Alonso de Ercilla, los arsenales de guerra, las calles Dieciocho y Ejército que fueron sitios habituales de mi infancia junto con mi hermano. En esos lugares, y de la mano de nuestro padre, un arquitecto de la Fuerza Aérea, nos disputábamos el turno para ascender sobre sus hombros y así admirar las tropas desfilando de ida y de vuelta cada 18 de septiembre.
Era una mirada inocente, que admiraba a los soldados, mientras en el Liceo de Aplicación nos enseñaban en la asignatura de música los himnos Pasan los viejos estandartes o Adiós al Séptimo de Línea. Transcurrieron los años y volveríamos al Regimiento Tacna nº 1, siendo estudiantes secundarios de 14 años. Un general golpista llamado Roberto Viaux se acuartelaba en las postrimerías del gobierno de Frei Montalva un 21 de octubre del 69, por supuestas reivindicaciones económicas. Tiempo después el mismo alto oficial sería parte de la conspiración que le costaría la vida al comandante del Ejército René Schneider. Era inaudita esa sublevación que seria conocida como el Tacnazo, porque en Chile los militares no eran golpistas y si lo eran, se lo callaban y no requerían tomarse cuarteles ni amenazar a civiles con sus fusiles Máuser o FAL.
El día de ese alzamiento llegamos por Tupper frente al Tacna como jóvenes curiosos a ver qué era eso de tomarse cuarteles y sacar tanques a la calle. Apenas tres o cuatro años más tarde todo cambiaría. Ese mismo Regimiento Tacna sería una de las principales fuerzas que asaltaría el palacio de La Moneda situado a no más de veinte cuadras.
El 11 de septiembre, al mando del coronel Luis Joaquín Ramírez Pineda, tropas del regimiento Tacna serían protagonistas de la Batalla de Santiago como denominaría Pinochet, en su texto El día decisivo, al enfrentamiento entre focos de resistencia en el Palacio de La Moneda, y algunos ministerios y poblaciones, frente a los dispositivos que por aire y tierra fueron dispuestos para controlar militarmente el gran Santiago.
Ese martes 11, tropas comandadas por Ramírez Pineda tomarán prisioneros a una cincuentena de hombres y los llevaron al Tacna. En aquellos tiempos tenia muros de mediana altura y altas rejas, al interior había galpones y caballerizas y el piso era adoquinado. A ese lugar llegarían los integrantes de la escolta del presidente Allende, además de detectives y otros asesores apresados en un efectivo aunque muy desigual combate. En ese sitio serían golpeados y humillados y escucharían de bruces a un Ramírez Pineda descontrolado queriendo matarlos de inmediato. De todo lo ocurrido en esas horas son testigos-sobrevivientes un puñado de hombres dignos y valientes: el detective Juan Seoane, y los escoltas Pablo Zepeda, Hugo García y Juan Osses.
El día 13 de septiembre alrededor de 20 ex defensores de La Moneda fueron trasladados en dos camiones a un recinto de entrenamiento del ejército en Peldehue donde fueron asesinados por metralla frente a un pozo por el joven subteniente Jorge Herrera López, como lo testimonia una desgarradora crónica del periodista-investigador Jorge Escalante en La Nación Domingo en diciembre de 2002.
En 1978, integrantes del mismo regimiento Tacna comandados por el coronel Hernán Canales Varas desenterró los cuerpos del pozo original, los ensacó y, a bordo de helicópteros, los lanzarían al mar en la denominada operación «retiro de televisores». Más tarde, el 2001, sería la jueza Amanda Valdovinos quién inspeccionaría el recinto de Peldehue logrando ubicar restos que finalmente serían periciados por el Servicio Médico Legal SML.
Por años permanecerían como detenidos desaparecidos los asesores del presidente Allende: Enrique Paris y Héctor Pincheira; y los integrantes de la escolta presidencial; Oscar Lagos, Julio Moreno, Julio Tapia, Héctor Urrutia, Juan Vargas, Oscar Avilés, Jaime Sotelo, Manuel Castro y Luis Rodríguez, hasta que a fines de enero del 2010 el SML concluyo sus definitivas identificaciones.
La trayectoria del «valiente general» continúo. Luis Ramírez Pineda se desempeñaría entre los años 1978 y 1981 como Jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional. El 2002 sería detenido en Buenos Aires por un exhorto internacional emitido por la justicia francesa por la muerte del ciudadano francés Jorge Klein, uno de los médicos personales del extinto presidente. El 2003 Ramírez sería extraditado a Chile y el juez Fuentes Belmar ampliaría su persecución judicial por otros doce detenidos desaparecidos: Jaime Barrios, Daniel Escobar, Enrique Corvalán, Claudio Jimeno, Jorge Klein, Oscar Lagos, Juan Montiglio, Julio Moreno, Arsenio Poupin, Julio tapia, Oscar Valladares y Juan Vargas, todos asesores y escoltas hechos prisioneros luego de la defensa del Palacio de La Moneda.
Ramírez estuvo retenido en el regimiento de Telecomunicaciones un corto tiempo y en la actualidad, según el Observatorio de DD.HH de la Universidad Diego Portales, «se encuentra procesado y en libertad, sin medidas cautelares«. Uno de los abogados querellantes, Nelson Caucoto considera que, Ramírez debe responder por todas las víctimas que murieron y se encontraban en el Palacio de La Moneda ese día 11 de septiembre.
El año 2009, el Regimiento Tacna nº 1 de Artillería sería trasladado a San Bernardo, pasando a formar parte del Campo Militar Carlos Prats. Ese acto de reconocimiento al comandante en jefe asesinado por la DINA en Buenos Aires, simultáneamente ponía a resguardo al Tacna y su feroz historia, a la vez que buscaba despejar el terreno para construir el EBE libre de incomodas memorias. Todo un travestismo, que solo recién ahora con esta inauguración es posible entender en su conjunto.
¿Cuándo el Ejército asumirá de manera coherente, consistente y continua los crímenes de lesa humanidad cometidos por sus estructuras y personal? ¿En qué momento insertará en sus planes de estudio la formación para la democracia y el respeto a los derechos humanos de su cuadro permanente, especialmente oficiales? ¿Cuándo exorcizará aquellos sitios cargados de dolor y muerte, haciéndolos «inteligentes» también en esos aspectos?
El año pasado, y en medio de las movilizaciones estudiantiles, gran parte de los vidrios del EBE resultaron destrozados y debieron esperar está inauguración protegidos con paneles. Desconocemos si quienes apedreaban, esos cristales de la flamante construcción tenían idea que, en ese lugar hubo prisioneros de guerra a quienes no se les respetó la vida, ni tuvieron un juicio justo, aunque se llamara Consejo de guerra.
Lo cierto, es que la explanada de este recién inaugurado EBE, en ninguna parte recuerda lo acontecido allí el 11 de septiembre de 1973, mucho menos el Tacnazo de Viaux. La lustrosa loza de este «edificio inteligente» borró los adoquines y optó nuevamente por una mala o torcida memoria. Prefirió no asumir del todo ese pasado al que se refirieron Piñera y el coronel Heine, desaprovechando una oportunidad de reponer la verdad histórica del Informe Valech y Rettig, la verdad histórica de fallos judiciales que procesaron y condenaron a Ramírez Pineda y a un grupo de oficiales y suboficiales que confesaron sus crímenes en la ejecución y desaparición de esos asesores y escoltas de Salvador Allende.
En el presente es el ministro Mario Carroza quién ha vuelto sobre el Tacna y sus servicios a la Patria. Seguramente alguien deberá responder desde el EBE o San Bernardo sus oficios respecto de todas las interrogantes que permanecen abiertas de La Batalla de Santiago, particularmente el destino final de los prisioneros del Palacio de La Moneda, indicio temprano de lo que serían los 17 años que por entonces recién se iniciaban.
En el flamante EBE, se optó por desconocer la justicia, ocultar la verdad y obviar reparar. Desde ahora, allí hay otro sitio para la memoria obstinada.