Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Luego de muchísimos años en estado de coma la Unión Patriótica (UP) despertó en una sala enmohecida. Nadie lo pronosticó. Ni sus parientes más cercanos daban un centavo por ella. Sus padres y hermanos envejecieron y sus hijos e hijas se volvieron adult os. A mediados […]
Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Luego de muchísimos años en estado de coma la Unión Patriótica (UP) despertó en una sala enmohecida. Nadie lo pronosticó. Ni sus parientes más cercanos daban un centavo por ella. Sus padres y hermanos envejecieron y sus hijos e hijas se volvieron adult os.
A mediados de los ochenta la bandera verdiamarilla entró en un escenario político dominado por los tradicionales rojos y azules y una izquierda que sabía más de los problemas de Moscú y Pekín que de los de Bogotá. Un sol amarillo, arrebatado, apareció en el horizonte y unas montañas reverdecidas hacían volver la esperanza.
UP: dos letras. Una marca dueña de una potente carga simbólica como ninguna otra en la historia reciente de Colombia. Salvo lo que significó en su momento el autoliquidado M-19, no ha existido en el imaginario de la izquierda colombiana una sigla que contenga tantas realidades juntas y haya despertado tantas ilusiones entre la gente.
Desconozco hasta qué punto los actuales representantes legales de la Unión Patriótica son conscientes de lo que tienen entre sus manos y lo qué piensan hacer con ello. Pueden, como acostumbran los pequeños con sus juguetes nuevos, inutilizar la personería jurídica que – sabrá el diablo las razones – el Consejo de Estado le devolvió a la Unión Patriótica empleando una varita mágica. La historia rediviva en manos de gente con apuros electorales.
Pero, los dueños de la custodia de la UP, pueden también hacer otra cosa: convertir la historia de una tragedia en una épica aleccionadora. Si el infantilismo político y el partidismo perrata no ciegan a los delegados del V Congreso de la UP que, se celebrará entre el 15 y el 17 de noviembre próximo en Bogotá, cabe la ilusión que de este acontecimiento salga una consigna que junte a la historia con el presente.
Los pedazos de la Unión Patriótica que quedaron esparcidos por Colombia y el resto del mundo luego de los centenares de asesinatos pueden juntarse con las generaciones que crecieron sin sus padres y con los inconformes – dicen que es más de medio país – que no se ven representados por los partidos existentes.
Para conseguir esta conexión se necesitan cabezas que entiendan dos ideas. La primera: volver a la idea original de la UP, es decir, un partido abierto, plural y sin dueño. La segunda: llevar a la praxis un relevo generacional y mental. Un Risorgimento, como lo proclamó Garibaldi en su día. Un plan para alcanzar la victoria, como deliraba Bolívar cagado por las gallinas, en el desierto de Pativilca.
Jaime Pardo Leal y Jaramillo Ossa con el programa de la UP hubieran podido gobernar a Colombia. Carlos Pizarro, del M-19, también. Eran una posibilidad. Pero no se los permitieron. Los mataron para que no llegarán a donde querían ir. ¿Cómo resarcir estos nombres y sus ideas? ¿Es posible que la voz de estos líderes y sus banderas puedan de nuevo escucharse y ondearse? Sí. No me cabe la menor duda.
Traer el ruido y la furia, como decía un inglés, que caracterizaron a los caídos de la Unión Patriótica para que la gente de ahora los considere y los reclame. De eso se trata. En eso radica el éxito de la moda retro y el vintage en el mundo del consumo. Es como si Jorge Eliécer Gaitán volviera con su oratoria a la plaza pública o Jim Morrison apareciera en un concierto cantando a sus fans. Traer a los hombres y mujeres de la UP castigados por la intolerancia para que la Colombia de hoy pueda oír y admitir que sus ideas tengan una oportunidad.
En el actual espectro político colombiano ningún partido tiene tanto significado moral como la UP. Durante el gobierno del liberal Virgilio Barco mataron a cuatro candidatos presidenciales: Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Luis Carlos Galán. Dos eran de la Unión Patriótica. 8 congresistas, 13 diputados, 11 alcaldes y 145 concejales de la UP fueron asesinados en poquitos años.
Colombia necesita hacer las paces con la historia. Con la feroz historia que le tocó padecer a los miembros de la Unión Patriótica y sus familiares. La marca UP va más allá de unos candidatos y unos votos. El sello UP debería quedar en manos de gente creativa y conectada con las nuevas realidades. Liderazgos reales, gente callejera y marketing político: tres vainas para salvar «las banderas de vuestros padres».
Fuente: http://yezidarteta.wordpress.com/2013/11/11/la-marca-up/