El ex jefe paramilitar Rodrigo Pérez Alzate, alias ‘Julián Bolívar’, dijo en junio de 2007 que la masacre de Barrancabermeja fue un error. En medio de una borrachera, alias ‘Camilo Morantes’ dio la orden de matar a 25 de los 32 barranqueños secuestrados el 16 de mayo de 1998, a sabiendas que eran inocentes, según […]
El ex jefe paramilitar Rodrigo Pérez Alzate, alias ‘Julián Bolívar’, dijo en junio de 2007 que la masacre de Barrancabermeja fue un error. En medio de una borrachera, alias ‘Camilo Morantes’ dio la orden de matar a 25 de los 32 barranqueños secuestrados el 16 de mayo de 1998, a sabiendas que eran inocentes, según lo atestiguó Mario Jaimes Peña, alias ‘Panadero’, paramilitar que había desertado de las Farc, en versión libre en abril de 2008. Le constaba porque fue él quién comandó esa carnicería.
En el paseo de la muerte que hicieron los paramilitares ese día fueron asesinados los mellizos Diego Fernando y Ana María Ochoa de 20 años, unos jóvenes que participaban en bazar de su barrio.
Con las confesiones de ‘Bolívar’ y de ‘Panadero’, la madre de los mellizos, Luz Marina López, pudo por fin demostrar desde que ocurrió el crimen, en mayo de 1998, que sus hijos no eran guerrilleros. La verdad que conoció de boca del ‘Panadero’ fue demoledora. Dijo que los jóvenes hermanos fueron los últimos que ejecutaron tras 22 días de secuestro; que Ana María, la única mujer del grupo, fue violada, y que las fosas donde los enterraron fueron movidas por informantes en busca de recompensas. Se cree que un hueso que dejaron es de uno de sus hijos pero aún no ha sido identificado.
Esto último se supo luego que Hermes Anaya Gutiérrez, alias ‘Chicalá’ o ‘Junior’, desmovilizado del Bloque Norte, recorrió en mayo de 2008 con un fiscal de exhumaciones de Justicia y Paz una extensa zona rural de Sabana de Torres y la parte baja de Rionegro, municipios cercanos a Barrancabermeja, donde supuestamente están las fosas de 25 desaparecidos, de los 32 muertos.
Los otros siete fueron asesinados el mismo 16 de mayo
‘Chicalá’, un desmovilizado que después de la masacre reforzó la seguridad de las Autodefensas, fue encargado por el mismo ‘Camilo Morantes’ de asegurarse que las fosas estuvieran «bien ocultas».
Sin embargo, ahora, diez años después, cuando las autoridades han ido a buscarlas encontraron que los restos de los mellizos y de otras cuatro personas habían sido movidos de sitio.
Hasta al momento sólo se han identificado los restos óseos de cinco de los desaparecidos, todos menores de 30 años, que fueron entregados por la Fiscalía a sus familiares el pasado 22 de enero, luego de 16 meses de investigación.
Ese día, durante la misa que se celebró en la plaza principal de Bucaramanga, encima de uno de los pequeños ataúdes sobresalía la foto de Ricky Nelson García, cuya hija menor tiene los mismos años que su papá duró desaparecido. Su esposa, Luz Almanza, tenía cuatro meses de embarazo cuando los paramilitares se lo llevaron.
Un fortín por ganar
Luz Marina López es la mamá de los mellizos de 20 años, Diego Fernando y Ana María Ochoa, la única mujer que desapareció el 16 de mayo de 1998. Ella trabajaba y estudiaba. Dejó un hijo de dos años. Diego Fernando también trabajaba y tenía una hija. Foto Cortesía Vanguardia Liberal
Cuando ocurrió la masacre, las Autodefensas Unidas de Santander y sur de Cesar, Ausac, cuyo jefe en Santander era alias ‘Camilo Morantes’ y en el sur de Cesar era alias ‘Juancho Prada’, veían a Barrancabermeja como un fortín de las guerrillas y por eso la señalaron como su principal objetivo militar.
Desde 1996, las Ausac comenzaron su campaña de terror en el puerto petrolero de Barrancabermeja matando líderes sociales y pobladores que condenaban, sin fórmula de juicio, como supuestos simpatizantes de la guerrilla.
Los homicidios eran ejecutados por hombres al mando de ‘Panadero’, quien había sido miliciano del frente 24 de las Farc hasta 1993 y desde 1996 se pasó a las autodefensas. Se ganó la confianza de ‘Camilo’ porque conocía como pocos los barrios del Puerto.
Las Ausac, creadas en 1993 por ‘Camilo,’ tenían por entonces unos 100 hombres regados en grupos de diez por el Magdalena Medio santandereano que asesinaban principalmente en áreas rurales, según contó el ‘Panadero’. Tampoco tenían un campamento. No había necesidad porque en San Rafael de Lebrija (un corregimiento a dos horas de Barranca) vivían y actuaban a sus anchas. Incluso, dijo, a sólo diez minutos de éste lugar funcionó una base de entrenamiento en una finca del ganadero y diputado liberal Celestino Mojica Santos, asesinado en Bucaramanga en 1998, cuatro meses antes de la masacre. Precisamente allí, a una casa abandonada de esa base, fueron llevados los 25 retenidos la noche del 16 de mayo, en medio de un aguacero monumental que no paró hasta el día siguiente.
A la vista de todos y en pleno día, ‘Camilo’ y sus hombres, vestidos de camuflado y con fusiles, pistolas y granadas, se reunían en el parque de San Rafael de Lebrija, a 90 kilómetros de Barrancabermeja y a sólo tres de la Troncal del Magdalena Medio. No había policía desde que el Eln atacó el puesto que había en 1986. Y sólo hasta 2005, seis años después de que desaparecieron las Ausac, no hubo presencia alguna de la fuerza pública.
‘Camilo’ actuaba por cuenta propia y no hizo parte del paraguas que cobijó a gran parte del paramilitarismo en Colombia llamado Autodefensas Unidas de Colombia, Auc, creado por los hermanos Castaño en 1997. Siguió su arremetida en forma independiente hasta después de la masacre de 1998, cuando Carlos Castaño no lo toleró más y ordenó al Bloque Central Bolívar asesinarlo en noviembre de 1999.
‘Panadero’ dijo que ‘Camilo’ buscaba que la masacre le diera mayor poder. «Él sabía que se volvía más fuerte y más grande en la zona, iba a manejar más ingreso de dinero, entre otras cosas por el robo de gasolina (a Ecopetrol)». Contaban con la complicidad de la fuerza pública, dice el ex paramilitar, que les daba media hora para entrar a la ciudad «a pescar al que reconociéramos como guerrillero» y salir a refugiarse en San Rafael de Lebrija.
Pero ese 16 de mayo de 1998, la incursión duró 40 minutos, diez más de lo autorizado por miembros de la Fuerza Pública, cuyas identidades aún no han sido reveladas por los ex paramilitares en sus confesiones. Los paramilitares salieron del Puerto a la vista de todo el mundo después de haber masacrado a siete personas, armados y con 25 secuestrados, en dos camionetas sin que ninguna autoridad hiciera algo para evitarlo.
‘Panadero’ sólo ha vinculado al cabo primero Luis Alfonso Salcedo, quien murió baleado un año después de la masacre, en un atentado de la guerrilla. Salcedo fue quien el día de la masacre advirtió a los hombres de las autodefensas que «no dejaran muertos que recoger». Sin embargo, hubo siete.
Esa es una de las razones por las que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh) admitió el 27 de octubre de 2003, una denuncia contra el Estado colombiano presentada por el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil) y la Corporación Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, en la cual se alegaba que miembros de grupos paramilitares con la aprobación y participación de agentes de la Fuerza Pública, hicieron posible la masacre.
Hasta hoy ningún miembro de la Fuerza Pública ha sido judicializado por los hechos del 16 de mayo de 1998.
Los informantes
Sólo unos días antes del 16 de mayo, ‘Camilo’ citó en San Rafael de Lebrija a los hombres del ‘Panadero’ para ordenar la masacre. A cargo dejó al jefe militar de las Ausac, Elías Estrada, conocido como ‘William’ o ‘Tatareto’, un alumno sobresaliente de Yair Klein.
‘Chicalá’, un escolta que ‘William’ reclutó desde los inicios de las Ausac, explicó que la primera reunión se hizo tres días antes en la cancha de bolo criollo ‘El Campeón’ y que al grupo se unió Miller Bolaños, alias ‘Michael’, un desertor de las Farc que trabajaba como informante del Batallón Nueva Granada con sede en Barrancabermeja.
El 14 de mayo se realizó otra reunión donde ‘William’ le ordenó a ‘Chicalá’ buscar munición para pistolas 9 milímetros en una caleta entre Papayal y La Muzanda, veredas de San Rafael de Lebrija, que luego entregaría a Javier Cristancho, el sobrino mimado de ‘Camilo’ que todos llamaban ‘Baby’.
«La decisión se tomó de forma tan discreta que sólo el mismo día los del grupo urbano recibimos la orden de actuar», dice ‘Panadero’.
‘Camilo’ tenía esa costumbre y con sólo tres horas de anticipación, sobre las 5:00 de la tarde de ese sábado, los 20 hombres que realizaron la matazón recibieron los fusiles y la munición.
Pero había otro informante, alias ‘Freddy’, que junto a ‘Michael’ fue sacado del Batallón Nueva Granada por ‘Panadero’, para llevarlo a San Rafael de Lebrija.
Eligieron el barrio El Campín porque ‘Michael’ supuestamente sabía que los guerrilleros se reunían allí los sábados a tomar cerveza en un billar frente a la cancha de fútbol del sector.
Los paramilitares han dicho que le creyeron y que sólo después se dieron cuenta de que muy pocos de los retenidos tenían vínculos con la guerrilla.
El 16 de mayo los victimarios entraron a Barrancabermeja en dos camionetas. Una la robaron en un retén que improvisaron cuando salieron de San Rafael de Lebrija. La mayoría iba con un poncho con el que ocultaban sus rostros y otros vestidos de camuflado.
El grupo lo conformaban 14 patrulleros urbanos y 6 hombres de la escuadra de alias ‘Danilo’, comandante de Puerto Cayumba, una vereda de Puerto Wilches, donde también operaban las Ausac. Su función era apoyar la seguridad de los urbanos. Al frente iba ‘Panadero’.
En 40 minutos
No había nada planeado. Los paramilitares sólo siguieron las instrucciones de ‘Michael’. Primero entraron al bar La Tora, después al barrio El Campestre y luego al billar del barrio El Campín. En su recorrido fueron secuestrando gente que les indicaban sus informantes.
En el barrio El Campestre, los hombres del ‘Panadero’ obligaron a subir en una de las camionetas a Libardo Londoño Avendaño, un ‘caletero’ que les entregó material explosivo. Lo mismo ocurrió en diferentes calles, bares y billares, de donde sacaron a la fuerza a Ricky Nelson García, Wilson Pacheco, Daniel Campos, Luis Jesús Argüello, Diomidio Hernández, Carlos Enrique Escobar, Melquisedec Salamanca Quintero, Carlos Alaix Prada, Neir Enrique Guzmán, Eliécer Javier Quintero Orozco y a Germán León Quintero. Este último intentó escapar y lo asesinaron en plena vía.
En El Campín, la comunidad había organizado un bazar para recolectar fondos para un grupo de danza infantil en la cancha de fútbol. Los paramilitares que llegaron al billar que queda enfrente de la cancha a las 9:30 de la noche se encontraron con la multitud que festejaba.
Ahí estaban los mellizos Ochoa. Cuando estacionaron las dos camionetas frente al billar -que estaba casi vacío-, «no íbamos a desaprovechar el bazar», dijo ‘Panadero’. Fue él quien tomó la decisión de obligar a un centenar de participantes a tirarse al suelo, boca abajo, mientras los hombres de ‘Danilo’ rodeaban la cancha.
Los paramilitares aseguran que fueron atacados a tiros desde el lugar donde se amplificaba la música, en uno de los extremos de la cancha, lo que desató la furia que finalmente arrasó con las 32 personas. En su contra también estaba el tiempo, que ya casi terminaba según lo pactado con la Fuerza Pública para su libre movilización.
Entonces, en medio de los gritos, ‘Panadero’ atravesó corriendo la cancha, ordenó apagar la música y con la gente boca abajo, alias ‘Michael’ empezó su infame tarea de señalar a los presuntos guerrilleros. Las víctimas afirman que les gritaban «guerrilleros», «hijos de puta», «prostitutas» y «aquí viene la guerra», mientras los pateaban y agarraban de los cabellos.
Fue ahí cuando ‘Baby’, el más sanguinario de los hombres de ‘Camilo’, degolló a la primera persona. Lo hizo porque se negó a tirarse al suelo y luego se resistió cuando lo intentaban subir a una de las camionetas. Su nombre era Pedro Julio Rondón Hernández y estaba de fiesta en el bazar.
En medio del terror, un vecino llegó a la casa de Luz Marina Ochoa a decirle que se llevaban a sus mellizos. Ella corrió hacia la cancha porque pensó que se los había llevado el Ejército y su hijo tenía la costumbre de dejar olvidada su billetera con los papeles encima de la nevera. La iba a necesitar, pensó.
Cuando llegó a la cancha y preguntó por qué Ana María iba en el grupo, le dijeron que se la habían llevado por no dejar solo a su hermano.
Aurora Solano, la mamá de Robert Wells Gordillo, alcanzó a llegar a 300 metros de la camioneta en la que se llevaron a su hijo de 22 años. Se detuvo cuando un hombre armado le apuntó y le ordenó tajante que se fuera para su casa. «Esto ya no es ley, es otra cosa», pensó.
Como la señora Solano, fueron muchas las mujeres que corrieron a la estación de Policía y al DAS pero no hubo ninguna reacción. «Fue como si me hubiera estrellado contra una pared. En el DAS había gente bebiendo, de fiesta. En la Policía había sólo dos agentes», recuerda.
Y mientras el terror se extendía por Barrancabermeja sin ninguna reacción de las autoridades, los paramilitares en su huida llegaban a la altura de la vereda Patio Bonito a las afueras de Barrancabermeja, donde ‘Panadero’ tomó la decisión de asesinar a cinco de los retenidos para reducir el peso de una de las camionetas que estaba a punto de voltearse.
Mataron a los que sobresalían del tumulto, apilados como iban, unos sobre otros.
Los paramilitares salieron de Barranca por el sitio conocido como la «Y» o «El Retén», donde esa mañana el Ejército había situado un retén con vehículos y unidades de infantería. Sin embargo, en la investigación se estableció que el retén fue levantado a las 9:30 de la noche, la misma hora en que inició la incursión paramilitar. Por no haber evitado la masacre, el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil) y la Corporación Colectivo de Abogados «José Alvear Restrepo» señalaron como responsable al coronel del ejército Óscar Diego Sánchez Vélez.
Una hora después, en la vía que conduce a la vereda La Muzanda cerca de San Rafael de Lebrija, ‘Chicalá’ vio como pasó un camión cargado que conducía Octavio Camelo González alias ‘Cuca’, encargado del cartel de la gasolina de las Ausac, al que habían trasbordado a los 25 secuestrados.
Las dos camionetas llegaron hasta donde las esperaba el camión y luego los hombres abandonaron la camioneta robada. El recorrido terminó a la 1 de la madrugada del 17 de mayo cuando ‘William’, el jefe militar, recibió a los secuestrados.
El camión no entró a San Rafael de Lebrija sino que continuó vía a Papayal, otra vereda a sólo 15 minutos del corregimiento, donde retendrían a todos los secuestrados por cuatro días. A esa hora, mientras Barrancabermeja se preguntaba por la suerte de los desaparecidos, ‘Baby’ y ‘Panadero’ llegaron a dormir. No muy lejos, alias ‘William’ empezaba con su parte en esta masacre.
Muerte lenta
‘Camilo Morantes’ llegó a San Rafael de Lebrija seis días después de la incursión paramilitar. La orden era mantener vivos a los secuestrados hasta que él decidiera su suerte.
Llegó a emborracharse como si se tratara de una celebración, Barrancabermeja, desesperada, realizaba un paro cívico para presionar la entrega de los secuestrados.
El 17 de mayo, al otro día de la incursión, ‘Chicalá’ se enteró que ‘William’ y un grupo de contraguerrilla comandado por alias Ronald, recibieron el camión en la vieja base de entrenamiento de las Ausac, al borde de la ciénaga Pato, a solo diez minutos de San Rafael, en el noroccidente de Santander.
Los paramilitares esperaban que la Fuerza Pública se presentara en la zona pero nada sucedió. Por eso, sin prisa, ‘William’ reunió a ‘Panadero’ y a algunos de sus hombres en el parque de San Rafael para que lo acompañaran a la casa donde permanecían todos los secuestrados. En los interrogatorios, la mayoría se resistía a aceptar alguna relación con la guerrilla.
Los paramilitares se desgastaron montando un anillo de seguridad a un kilómetro de la casa abandonada. Pero nadie apareció.
Según ‘Panadero’, ‘Michael’ tuvo que señalar a las personas que había montado en las camionetas y las razones para hacerlo. «Sí, las careó y llegamos a la conclusión que a quienes montó ‘Freddy’, el otro informante, eran inocentes. Por el error ‘William’ ordenó asesinarlo», recuerda ‘Panadero’.
Lo que sucedió allí lo supo ‘Chicalá’ a los tres días de la incursión por boca de alias ‘William’, quien le contó que de los 25 retenidos, 5 o 6 confesaron que eran guerrilleros.
Por radio también se enteró que los cuidaban 15 hombres comandados por ‘Ronald’ y ‘Jorge’ y que los mantuvieron juntos durante los primeros 4 días. Al quinto, separaron a un grupo de 11 que repartieron en tres escuadras ubicadas cerca de la vereda Mata de Plátano de Sabana de Torres. Estas personas, aun sin identificar, fueron las primeras que masacraron por orden de ‘William’.
«A esos 11 los movieron más adelante de la carretera central y los llevaron al fondo de dos fincas. ‘William’ mismo los repartió, iban amarrados en el platón de su camioneta. Los sacó y les dio la vuelta por la vereda San Luis de Magará para evitar pasar por San Rafael (más poblado) y por esa vía llegó a Mata de Plátano, a 40 minutos de San Rafael. Esa misma noche los mataron», contó ‘Chicala’.
Al sexto día, cuando finalmente apareció ‘Camilo Morantes’, ‘Panadero’ informó que en el grupo de los secuestrados había gente inocente. Fue en ese momento, borracho y sin inmutarse, que el máximo jefe de las Ausac dio la orden de matarlos a todos. Sólo argumentó que si los dejaban vivos «el día de mañana iban a ‘sapear'».
Nadie le refutó a pesar de su estado. Ni siquiera ‘William’, su hombre de confianza. Todos sabían que de negarse, él mismo mataría a sus propios hombres. En los días siguientes fueron sacando, por grupos, a los 14 restantes. Tanto ‘Panadero’ como ‘Chicalá’ afirman que los últimos masacrados fueron los mellizos, a los 22 o 23 días.
Ellos fueron los únicos que permanecieron todo el tiempo en la vieja base de las autodefensas y antes de matarlos, los arrastraron cerca de un kilómetro para ejecutarlos en la cima de una montaña.
Durante su agonía, Ana María Ochoa fue violada por uno de sus carceleros, apodado ‘Pantera’, que meses después fue juzgado y luego ejecutado por el mismo ‘Chicalá’.
A otro grupo de cuatro secuestrados lo ejecutaron en el caño Bejuco, muy cerca de la vereda San Luis de Magará y a dos personas más al lado de una pequeña muralla de contención que se encuentra a una margen del río Lebrija, en los límites entre Rionegro y Sabana de Torres.
El 27 de mayo de 1998, Carlos Castaño le hizo saber a la Defensoría del Pueblo que los hechos ocurridos en Barrancabermeja fueron obra de las «Autodefensas que operan en Santander» y que ‘Camilo Morantes’ tenía en su poder a los secuestrados. Incluso pidió al gobierno nacional que brindara al accionar de las Ausac un tratamiento político similar al que se le daba a los grupos guerrilleros.
Y aunque al día siguiente, ‘Camilo’ negó enfáticamente cualquier participación en la masacre, desmintiendo al máximo jefe de las Auc, la esperanza se apoderó de los barranqueños que continuaron exigiendo su liberación en un paro que se prolongó por dos semanas: «¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!».
‘Panadero’ afirma que mientras esto ocurría, Castaño le ordenó a ‘Camilo’ atribuirse los hechos y afirmar que los desaparecidos habían sido incinerados para quitarse la presión de los medios de comunicación. Así lo hizo veinte días después de perpetrar una de las más masacres más masivas y crueles que han ocurrido en el país.
Con la misma frialdad que lo caracterizaba y sin inmutarse, Camilo fue capaz de contestarle a las madres y esposas de los desaparecidos con una escueta frase: «los matamos».
No dio ninguna pista sobre dónde los enterraron. Sus hombres también se quedaron callados durante una década, aunque la mayoría, fueron asesinados por el Bloque Central Bolívar, entre ellos ‘William’ y ‘Baby’
‘Chicalá’ desmintió las versiones que aseguran que a los desaparecidos los tiraron a los caimanes. En la última versión que rindió en Bucaramanga en noviembre de 2008, aseguró que todos fueron asesinados y enterrados. Contó que ‘Camilo’ si tenía un caimán que mantenía en una finca muy cerca de San Rafael de Lebrija, pero que su tamaño no superaba un metro.
«Nunca vi que le echaran cadáveres, ni personas vivas. Él tenía la costumbre de decir, cuando uno la embarraba, «lo voy a echar a los caimanes» y las víctimas piensan que eso es verdad».
‘Chicalá’ ha suministrado información a la Fiscalía de la ubicación de las fosas en las que aún permanecen 14 de los desaparecidos. Sin embargo, ningún desmovilizado o paramilitar que participó en la masacre ha dado información sobre las otras seis personas que también fueron secuestradas y asesinadas sin que se conozca donde se encuentran sus restos.
Hoy, Luz Marina, la mamá de los mellizos Ochoa, se enfrenta a un nuevo dolor. Según ‘Chicalá’ las fosas de sus hijos y cuatro personas fueron movidas por un desmovilizado y dos paramilitares que participaron en la masacre y se encuentran libres.
Estos hombres, que el postulado identifica con los alias de ‘Honorio’, ‘Chino Niño’ y ‘Alicate’, ofrecieron al DAS mostrarle dónde estaban las fosas a cambio de una recompensa, pero con la puesta en marcha de la Ley de Justicia y Paz frustró su plan. Fueron ellos mismos quienes cavaron las fosas y refundieron los restos.
Ahora Luz Marina espera que el único hueso que dejaron allí tirado los caza-recompensas sea el de uno de los hijos. Todos los que perdieron a sus hijos y parientes en esos días esperan que paramilitares y sus cómplices en la fuerza pública enfrenten la justicia.
Publicado originalmente el 16 de mayo de 2010.
Fuente original: https://prensarural.org/spip/spip.php?article24342