«En la realidad el poder está aquí, y ahora; en la familia y en la escuela, en la fábrica y en el cuartel, en todas las instituciones que nos constituyen, no solo para aceptar, sino para necesitar la dominación». Estanislao Zuleta El general retirado y presidente de la Asociación Colombiana de Oficiales en Retiro Jaime […]
El general retirado y presidente de la Asociación Colombiana de Oficiales en Retiro Jaime Ruíz Barrera, señaló el pasado 16 de mayo en la Cámara de Representantes que «entre quienes atacan el fuero militar hay un hijo de un ex guerrillero», aludiendo a Iván Cepeda. Iván Cepeda respondió: «usted no respeta a las víctimas de este país, avala los crímenes de lesa humanidad, le voy a entablar una denuncia penal ¿Usted respeta en general a alguien? Quien representó a la Nación no puede hablar así de sus contradictores». El general (r) le ripostó: «vamos a los tribunales y vamos a donde usted quiera. No soy cobarde como usted lo dijo. Hágalo con prontitud, no me siga amenazando y actúe…Proceda como un varón. Muchas gracias y le agradezco su anuncio. Estoy temblando de miedo».
Más allá de lo que Estanislao Zuleta denominó la fascinación del instante, refiriéndose al arrebato fugaz de la atención que suscitan los protagonistas de este tipo de enfrentamientos, el incidente nos invitar a reflexionar sobre el tipo de ideas, instituciones e intereses que arrojaron a la nación por el abismo del exterminio y la confrontación, y nos convoca a indagar por un pasado que moldea férreamente los límites del presente en que nos encontramos. En cada decisión de ayer, en cada palabra y en cada silencio, en cada acción y en cada omisión, se ha prefigurado la abundancia o la escasez de vida y de decoro de hoy, la presencia del odio frente a la diferencia.
El estudio y la comprensión de ese entramado de ideas, intereses, y valores, que a través de múltiples agentes dibujaron los escenarios que condujeron a las situaciones en las que hoy se desenvuelven nuestras vidas, nos permite desamarrar el presente del encadenamiento que lo produjo y tiende a reproducirlo de nuevo. El pasado que nos constituye palpita en el presente y mientras actúe sin que sepamos de él mayor será su poder de perpetuar las injusticias y legitimar las altisonancias de quienes tendrían el deber de solicitar perdón.
¿De dónde proviene esta estructura social de hoy que aún normaliza lo aberrante? ¿Cómo se fraguo un sector social que contempla el exterminio de la diferencia como una medida higiénica, cuando no un evento celebrativo? ¿Colonialismo y racismo, conservatismo y liberalismo, guardan alguna relación con el fascismo desnudo o difuso que se manifiesta en los clubes exclusivos, campus educativos de elite y salas de medios de desinformación? ¿Que tipo de mecanismos deben funcionar para producir franjas sociales infantilizadas que requieren dosis crecientes de consumo anestesiante para evitar contemplarse en su mortal vacio, franjas que son al mismo tiempo corazas de indolencia frente a la masacre silenciosa que diezma metódicamente los sectores populares con una devastación encadenada a su forma de habitar la tierra? ¿Cómo se ha perfilado una cotidianeidad social que considera en cada instante imposibles los derroteros de la cordura, y acata el delirio del arrasamiento como una realidad invencible? ¿Cómo se estructura la producción sostenida de la mayor parte de una clase política narcisista y servil, enferma de la necesidad de ser vista y escuchada, y dispuesta a rebajarse hasta el olvido absoluto de sí? ¿Cómo se hornea una comunidad de verdugos y víctimas, de victimarios – victimas? ¿Cuántas veces más debemos volver a surcar el círculo del horror antes de embarcarnos en una vida colectiva liberada del espanto, el miedo y el odio?
No tenemos una memoria colectiva y esclarecedora del pasado que nos constituye. Tenemos retazos de memorias, jirones de recuerdos, fragmentos de historias personales y devenires comunitarios trágicos, que no arrojan por sí mismos, aislados, luz comprensiva sobre la empresa de exterminio, el funcionamiento del mecanismo de aniquilación sistemática y la organización anticipada de la invisibilidad y la impunidad de los más altos responsables.
En Colombia no se ha tejido una conciencia histórica extendida sobre la serie de genocidios que se han sucedido en esta esquina sub continental. A los crímenes materiales masivos han sucedido los crímenes hermenéuticos y a los crímenes hermenéutico han sucedido los crímenes materiales sin solución de continuidad; Daniel Feirstein en la obra: «El genocidio como práctica social», define el «exterminio simbólico», como «la imposición de una determinada interpretación histórica de lo sucedido, con la que se sella la desaparición física de las victimas por medio de su desaparición de la escena histórica.»
Gabo lo dejo claro en Cien años de Soledad, y después, en mayo de 1977, cuando en la revista Alternativa se refirió en detalle a los crímenes sistemáticos sobre la diferencia, y señalo: «…hago esta recopilación de escuela primaria obligado por el asombro de que ahora traten de convencer a los menores de treinta años de que estos horrores no sucedieron nunca, que son puros inventos de un novelista estrenando lazo en la televisión. Lo más escandaloso es que quienes tratan de convencernos son los mismos inventores de la violencia…….»
Esta ausencia de verdad, esta insistencia en el estigma que precede a la aniquilación física, y después en el estigma que conduce justificar el exterminio, mientras se tapa el pasado propio como el gato, perpetuán el dominio abierto o embozado de los herederos de los perpetradores y beneficiarios del exterminio de ayer, y garantizan la continuidad de la lógica de devastación.
La ausencia de memoria colectiva está vinculada a las enormes y sostenidas campañas de manipulación, abiertas o subrepticias, dirigidas aniquilar la memoria y su potencial critico, pero se debe sobre todo a la subvaloración, por parte de la izquierda política y el tejido organizativo de la izquierda social, del significado ético y creador de la memoria, y su desconocimiento sobre la capacidad infinita de las memorias entrelazadas para interrumpir «el ciclo inveterado del horror». Esa subvaloración y ese desconocimiento han conducido en la práctica a resignar el campo simbólico colectivo a la potentísima maquinaria semiótica del sistema y sus cárceles de sentido que definen lo recordable y lo olvidable, lo inaplazable y lo postergable, lo posible y lo imposible.
Aún hoy, 61 años después, se mantiene el asesinato de Gaitán sin que el pueblo al que le fue arrebatado conozca la naturaleza del complot que organizó el crimen y por qué lo acribillaron; aún se ignoran los nexos entre el exterminio del movimiento gaitanista, el exterminio de la U.P, y un proceso irregular de democratización concedido a fuerza de levantamientos armados; aún se desconoce la lógica que ha presidido las masacres y los destierros metódicos de la población; aún se labora en los escenarios educativos públicos con la buena voluntad de individualidades notables en el escenario decisivo del uso público de la memoria, mientras cada institución distrital o nacional de memoria recela su parcela de recuerdos sin horadar el manto del olvido y contribuyendo, no pocas veces, a desdibujar los anudamientos decisivos del vasto proceso de exterminio que algunos movimientos sociales han desvelado por sobre crímenes y amenazas.
Al comenzar la década de los cincuenta del siglo pasado los organismos encargados de la seguridad estadounidense, junto al departamento de Estado, previeron un rol principal para los ejércitos latinoamericanos en la lucha contra la subversión interna. Los Ejércitos Latinoamericanos deberían abandonar su misión constitucional de defensa de las fronteras geográficas nacionales frente a una agresión externa, y tendrían que ocuparse de un «enemigo» que no habían visualizado como tal: los sectores de la población no funcionales a la proyección económica estadounidense sobre la región: los comunistas. Esta nueva doctrina politizaba a los militares y militarizaba la política. Ahora se patrullarían las fronteras ideológicas y cada nación latinoamericana quedaba escindida pues las ideas políticas diferentes no se resolverían en el escenario del juego democrático, sino en la guerra contrarrevolucionaria. La ley de Seguridad Mutua estadounidense permitió la celebración de un conjunto de acuerdos militares con diversos gobiernos latinoamericanos.
Después de la revolución cubana el cuerpo de ideas que catapultaban el enfrentamiento intestino en cada sociedad latinoamericana, tomó forma en lo que llego a conocerse como Doctrina de Seguridad Nacional. Este mandato hemisférico permitió, de paso, vender o utilizar como factor de ascendencia la entrega de los equipos militares sobrantes de la segunda guerra mundial y la guerra de Corea, y asegurar convenios de entrenamiento impartidos por las fuerzas armadas estadounidenses.
El 9 de abril de 1962, los agregados militares de las diversas sedes diplomáticas en Buenos Aires fueron convocados a la sede militar a escuchar el informe : «La actual crisis de la Argentina, la misión del ejército y la guerra revolucionaria , un informe preparado por la comandancia de un ejército destacado en la incorporación de la nueva doctrina, en el que se señalaba que con base en el Curso Interamericano sobre Guerra Antirrevolucionaria, y los propios estudios, estaba claro que : «El enemigo principal de nuestra civilización y modo de vida se encuentra en el corazón mismo de nuestras comunidades nacionales. Esta es la razón por la que el enemigo es tremendamente peligroso. No somos atacados desde afuera, no importa cuál sea la fuerza del enemigo, sino sutilmente minados a través de todos los canales de la organización social. Envenena las mentes, debilita los espíritus, fabrica fariseos y lo distorsiona todo con el paso imperceptible del tiempo. Su acción es similar a la de una termita. La estructura se muestra mientras mina los cimientos. Un buen día todo se desmorona sobre nuestras cabezas.» (Ver Dossier Secreto de Martín Edwin Andersen)
Un alumno destacado de estas ideas: Jorge Rafael Videla, describió así al enemigo: «El terrorismo no es sólo considerado tal por matar con un arma o colocar una bomba, sino también por atacar a través de ideas contrarias a nuestra civilización occidental y cristiana a otras personas«. http://www.desaparecidos.org/arg/doc/escuadron/escua04.htm
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